No hay que estar cabizbajos, no hay que ceder a la nostalgia, 103 años son suficientes para llenar la vida de nuestra presencia; la inmortalidad es aquello que obtiene la palabra cuando planea de cuerpo en cuerpo, de mente en mente, en toda lectura, en cada lectura que se le otorga a la obra de un poeta, de El Poeta. Nicanor Parra nos ha dejado. Hoy 23 de enero de 2018 amanece México con la noticia, mis redes sociales se colapsan (será que tengo suficientes escritores en ellas para que todos vivan con tristeza la partida de este gran bastión literario), Nicanor Parra (1914-2018). Chile está de luto. Queda para la anécdota que el poeta muere unos días después de que terminara la visita del Papa Católico Argentino, en su gira que comenzara en Chile y terminara en Perú, y que las acusaciones de protección a pederastas quedarán ahí, empantanadas en el anecdotario: Nicanor Parra ya no pudo soportar esta vida, este espanto de vida donde sacerdotes son capaces de abusar de aquellos infantes que deben conducir hacia una mejor vida, hacia mejores oportunidades. Nicanor Parra que sobreviviera la dictadura de Pinochet, tanto como a la partida de grandes joyas literarias chilenas, entre las cuales se observaban precisamente la de aquellos poetas contra los cuales desarrollara su teoría del antipoema.
¿Cuánta literatura habita la Cordillera Chilena? Los escritores chilenos son una más que joya literaria un propio paraíso perdido al que necesariamente todo lector de poemas, todo escritor en ciernes debe alguna vez llegar. Uno tiene que detenerse a leer con mucha calma los trabajos de autores como Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas, Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Enrique Lihn, Miguel Arteche, y al gran Nicanor Parra, por decir apenas algunos nombres sobre los cuales se pueden asentar las bases de la Poesía hecha en América del Sur.
De Nicanor Parra, el gran creador de los antipoemas, nos queda toda su obra, entre la que bueno sería destacar sus “Artefactos”. Pero nos quedan igual sus poemas, sus letras, y la expansión del pensamiento que lo hará inmortal, desde la lectura que cada persona haga de sus letras, de su obra. Yo quiero compartirles el gran poema que es: “HAY UN DÍA FELIZ”, que he decidido copiar acá a renglón seguido, marcando el corte de los versos con diagonales, por cuestiones de espacio, pero sin perder la musicalidad del texto:
“A recorrer me dediqué esta tarde / las solitarias calles de mi aldea / acompañado por el buen crepúsculo / que es el único amigo que me queda. // Todo está como entonces, el otoño / y su difusa lámpara de niebla, / sólo que el tiempo lo ha invadido todo / con su pálido manto de tristeza. // Nunca pensé, creédmelo, un instante / volver a ver esta querida tierra, / pero ahora que he vuelto no comprendo / cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas / ni sus viejos portones de madera. / Todo está en su lugar; las golondrinas / en la torre más alta de la iglesia; / el caracol en el jardín, y el musgo / en las húmedas manos de las piedras. / No se puede dudar, éste es el reino / del cielo azul y de las hojas secas / en donde todo y cada cosa tiene / su singular y plácida leyenda: //
Hasta en la propia sombra reconozco / la mirada celeste de mi abuela. / Estos fueron los hechos memorables / que presenció mi juventud primera, / el correo en la esquina de la plaza / y la humedad en las murallas viejas. // ¡Buena cosa, Dios mío! nunca sabe / uno apreciar la dicha verdadera, / cuando la imaginamos más lejana / es justamente cuando está más cerca. // Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice / que la vida no es más que una quimera; / una ilusión, un sueño sin orillas, / una pequeña nube pasajera. / Vamos por partes, no sé bien qué digo, / la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio / cuando emprendí mí singular empresa, / una tras otra, en oleaje mudo, / al establo volvían las ovejas. / Las saludé personalmente a todas / y cuando estuve frente a la arboleda / que alimenta el oído del viajero / con su inefable música secreta / recordé el mar y enumeré las hojas / en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje / como quien de la vida nada espera. / Pasé frente a la rueda del molino, / me detuve delante de una tienda: / El olor del café siempre es el mismo, / siempre la misma luna en mi cabeza; / entre el río de entonces y el de ahora / no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol / que mi padre plantó frente a la puerta / (ilustre padre que en sus buenos tiempos / fuera mejor que una ventana abierta). // Yo me atrevo a afirmar que su conducta / era un trasunto fiel de la Edad Media / cuando el perro dormía dulcemente / bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve / el delicado olor de las violetas / que mi amorosa madre cultivaba / para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces / no podría decirlo con certeza; / todo está igual, seguramente, / el vino y el ruiseñor encima de la mesa, / mis hermanos menores a esta hora / deben venir de vuelta de la escuela: / ¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo / Como una blanca tempestad de arena!”
¡Por Dios!, qué texto tan hermoso del maestro Nicanor Parra, no puedo leerlo sin quebrarme por completo ante la nostalgia con el poeta canta y que se cuelga del recuerdo de familia. Nosotros, como migrantes, que hemos tenido que salir del hogar, dejar la patria, salir a trabajar a otra ciudad, alejarnos del núcleo de la familia, del núcleo que es aquello que tanto atesoramos y que nos ha brindado educación, memorias positivas durante el crecimiento, aprendizaje olfativo, visual, musical, táctil, sensorial, al fin y al cabo somos nuestros cinco sentidos para percibir aquello que nos rodea y nos ha rodeado en el paso de los años.
Todo está ahí en el texto. Volver los pasos, luego de años de ausencia y mirar que “Todo está en su lugar, ¡sólo que el tiempo (el implacable) lo ha borrado todo… como una blanca tempestad de arena”, y solo queda la memoria, la memoria que son los nuestros (nuestros vivos y nuestros muertos), la memoria para guardar la infancia, los regaños, las correrías, las cenas en familia, la campana de la escuela, los cencerros de la vacas, aquellas nuestras ovejas, las travesuras y juegos, el ladrido de aquellos nuestros perros, qué ha sido de cada uno de esos momentos por los que hemos transcurrido, ahora que volvemos ahí están colgados del paisaje. Todo sigue intacto en nuestros recuerdos, y así, es con esos nuestros recuerdos con los que acompañamos al poeta Nicanor Parra en su partida de este plano astral; deseosos desde ya, de saber que ahora el poeta podrá reencontrarse con esos recuerdos que nos ha dejado en su poema, ahí, a donde quiera que fluya su memoria vital, cerca de los suyos, que ha amado y lo han amado, a reintegrarse a esa substancia que es el sueño de la memoria, aquellos nuestros propios paraísos, y recordar siempre los pequeños días felices en los que seguimos habitando.
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