Memory
The
dark-wood closet
Is
filled with grimy boxes
Packed
with fractured bones
And
assorted gummy bears
Elapsed,
sticky, rotten.
Memoria
El armario de madera oscura
está lleno de cajas
mugrientas
empacadas con huesos fracturados
y variados ositos gelatinosos
caducos, pegajosos, podridos.
Canadian
Geese Fly South for the Winter
He was a man with a long beige coat in his
arms and a grey wool cap on his head. He dug his heels into the snow, allowing
a soft steady stream of pale sludge to seep around his socks, as he watched a
woman strangle a goose.
Earlier he had been a man in a small blue
house asking his mother for money. Money that she would refuse to lend her son.
Money that he would have spent on a diamond the color of ice for a woman he
thought he loved.
The man had spent all week in his newly
painted Toyota Camry, a red shrieking box, clawing its way
from one jewelry store to the next.
The paint had dried an ugly shade and
everyone had seemed to notice but him. Even his girlfriend hated the way the
jalopy always had to stand out, an overly saturated signal to all prospective
buyers that she was cheap.
It wasn’t
that his mother disliked his girlfriend, so much as it was that his mother
thought she could do better. The man, with less cash than expected and his
final paycheck from his newly sacked career, took to a discount charm shop, where
he spent all he had on a fake diamond ring.
After returning to a bright yellow early
termination notice taped to the front of a door whose eggshell paint had long
faded away, boxes stacked low against an uneven, off-white wall, parallel to
the street, were loaded into the small red car, and driven to a motel. A motel
that the man could not afford, and so the boxes were driven to a nearby park,
where he pulled out a Motorola cellphone from a torn pocket inside his
overcoat, and attempted to make a call. Three long tones, each of different
length, revealed to the man that his phone plan had expired, following a
failure to keep up with incoming bills. The man sobbed.
His tears streamed down his frozen cheeks,
sledding off the sides of his face, doing tricks in the cold winter air before
plummeting to join the snowflakes, moments away from being flattened by their
maker’s boot.
The man proceeded to a distant payphone,
and begged on the street for money, until the night crept up toward the clouds,
and he had collected enough coins to call his girlfriend.
The man who had wanted to propose to his
girlfriend who he thought he loved, had stood by a solid lake, waiting, and was
now attempting to toss a counterfeit diamond into the water.
But the lake was covered by a thick milky sheet, and the ring was safe.
As the warm realization sunk into the man’s cheeks, he was overcome with a desire to retrieve the ring,
and return it for a month’s rent at the
motel. It would have been a good thing that the water had frozen over, but even
the thick icy shell could not support the weight of the man’s
bad fortune, and it cracked under his boots, trailing a long path toward the
ring, and finally, swallowing it whole as a whale might swallow thousands of
krill at once.
All would have seemed lost, if not for a
small plucky goose, who had been trapped under the frozen lake, who should have
been dead, but who was miraculously saved by a man in a beige coat and a grey
wool cap. The goose, with ice between its feathers, failed to take off toward
the fleeting warm sun.
The man peeled off his only protection
against the cold, and began to chase the goose through the park. Losing sight
of the bird, the man shook as he followed its tracks, finally catching up to
the goose, whose neck now stood stiff, like a spear, between the gloved hands
of a curly brunette woman. The girlfriend, who had been waiting for the man,
who wanted only to relay the news that she had met someone else, had been
attacked by the goose, who had failed to take to the sun, now covered by a dark
sheet of stars and indifference.
Normally, the man would have called out.
If not for the woman, for the helpless goose, who he had, by then, named after
himself. But this time, the man watched. Planting his heels into the snow, his
eyes met eyes with the goose, and they watched each other as the bird with the
man’s
name became dead.
The man shifted, his steps short and fast
following the imprints in the snow, leading to his car. The car that he could
not find again. The car that had been towed for illegal parking. The car that
his girlfriend hated, that the man tried so hard to find, only to run into her,
who awkwardly broke up with him in the dead of night, in the middle of winter,
in a foreign park. She did not offer him money. She did not offer him a ride.
Gansos canadienses vuelan Al sur por el
invierno
Él era un
hombre con un largo abrigo beige en sus brazos y un gorro gris de lana
sobre su cabeza. Él clavó sus talones en la nieve, dejando colarse un chorro suave y continuo de pálido lodo en
torno a sus medias mientras observaba a una mujer estrangulando a un ganso.
Antes él había sido un hombre
en una pequeña casa azul pidiéndole dinero a su madre. Un dinero que ella rehusaría prestarle a su hijo. Dinero que él hubiese gastado en un diamante del color del hielo para una mujer
que él creía amar.
El hombre
había pasado toda la
semana en su recién pintado Toyota Camry, un cajón rojo y chillón, avanzando a arañazos de una joyería a otra.
La
pintura había secado una
sombra fea y todos parecían haberse percatado excepto él. Incluso su novia
detestaba la manera en que la carcocha siempre tenía que resaltar, una señal
excesivamente saturada para todos los posibles compradores de que ella era tacaña.
No era que
a su madre le disgustara su novia, sino que su madre pensaba que ella podía conseguir algo
mejor. El hombre, con menos dinero del que esperaba y él último cheque de su recién eliminada carrera, se dirigió a una tienda de
baratijas, donde gastó todo lo que tenía en un anillo
de diamantes falso.
Después de regresar a
una brillante, amarilla y temprana notificación de desalojo pegada en el frente de una puerta cuya
pintura mate se había descolorido largo tiempo atrás, cajas hacinadas contra una pared irregular y
blanquecina, paralela a la calle, eran subidas al pequeño carro rojo, y llevadas a un
motel. Un motel que el
hombre no podía pagar, y entonces las
cajas fueron llevadas a un parque cercano, donde él sacó un celular
Motorola de un bolsillo roto del interior de su abrigo, e intentó hacer una
llamada. Tres tonos largos, cada uno de distinta duración, le revelaron al hombre que su plan telefónico había expirado, incapaz de seguir pagando las cuentas que le
llegaban. El hombre sollozó.
Sus lágrimas fluyeron
por sus congeladas mejillas, deslizándose por los bordes de su cara, haciendo maromas
en el frío aire invernal antes de caer a plomo para juntarse con los copos de
nieve momentos antes
de ser aplastadas por la bota de su creador.
El hombre
se dirigió a un distante
teléfono público y mendigó dinero en
la calle hasta que la
noche trepó hacia las nubes, y ya él había reunido
suficientes monedas para llamar a su novia.
El hombre
que había querido
proponerle a su novia a quien creía amar, se había detenido en un
lago congelado, esperando, e intentaba ahora arrojar un diamante falso al agua. Pero el lago
estaba cubierto por una gruesa y lechosa capa y el anillo estaba a salvo.
Mientras
la cálida comprensión se hundía en las
mejillas del hombre, a este le acometió el deseo de rescatar el anillo, y de devolverlo
para pagar un mes de alquiler en el motel. Podría haber sido algo bueno que el agua se había congelado, pero incluso la gruesa corteza de hielo no podía sostener el
peso de la mala fortuna del hombre, y se
partió bajo sus botas, trazando un largo camino hacia el anillo, y finalmente, tragándoselo entero
como se tragaría una ballena
miles de kril de golpe.
Hubiese
parecido que todo estaba perdido, de no ser por un pequeño e intrépido ganso, que había quedado
atrapado debajo del lago congelado, que debería haber estado muerto, pero que había sido salvado de milagro por un hombre en un abrigo
beige y un gorro gris de
lana. El ganso, con
hielo por entre sus plumas, no logró despegar hacia
el fugaz y cálido sol.
El hombre
se desprendió de su única protección contra el frío, y comenzó a perseguir al
ganso por el parque. Perdiendo de vista al ave, el hombre temblaba mientras seguía sus huellas, alcanzando
finalmente al ganso, cuyo cuello ahora permanecía tieso, como una lanza, entre las enguantadas manos
de una mujer de cabello crespo castaño. La novia, quien había estado
esperando al hombre, quien solo deseaba transmitir la noticia que había conocido a
otro, había sido atacada
por el ganso, que no había logrado despegar hacia el sol, tapado ahora por una oscura capa de estrellas e indiferencia.
Normalmente,
el hombre hubiese gritado. Si no por la mujer, por el indefenso ganso, a quien, para
entonces, él le había puesto su
propio nombre. Pero esta vez, el hombre miró. Plantando sus talones en la nieve, sus ojos
chocaron con los ojos del ganso, y ellos se miraron mientras el ave con el
nombre del hombre quedó muerto.
El hombre
se dio vuelta, sus pasos cortos y rápidos siguiendo las huellas en la nieve, conduciéndolo a su
carro. El carro que no
pudo volver a encontrar. El carro que había sido remolcado por parqueo ilegal. El carro que detestaba su novia, que el hombre tanto
se esforzó en encontrar, solo para
toparse con ella, quien rompió torpemente con él en plena noche, en medio del invierno, en un parque extraño. Ella no le ofreció dinero. No le ofreció llevarlo en su
carro.
Funeral
Standing
at your side,
I
see you for the first time,
Unlike me, absolved.
Funeral
De pie a tu lado,
te veo por la primera vez,
distinto
a mi, absuelto.
Alzheimer’s
Reclining
against a wreathing pine, I try to remember.
Aged,
unlike fine wine or cheese, I cannot remember.
This lot envelopes my sense of direction,
my sons, and my daughter.
I
have lost you, only because I forgot to remember.
Under
which stone did you leave me?
Please,
tell me the story of how we met, if it is something you remember.
I
search for you here, at night.
Under
the same moon, same stars that always remember.
Your
hair, the curve of your lips return to me.
Engravings
test how much I remember.
Letters
spill across the rock into a name I recognize as your own.
I
want to tell you I am here, but mine I fail to remember.
Alzheimer
Recostado contra un pino retorcido, trato de
recordar.
Envejecido, diferente a un fino queso o a un vino,
no puedo acordarme.
Este destino envuelve mi sentido de orientación, a mis hijos y a mi hija.
Te he perdido, sólo porque olvidé recordar.
¿Debajo de qué piedra me dejaste?
Cuéntame, por
favor, la historia de cómo nos conocimos, si es algo que recuerdas.
Yo te busco aquí, de noche.
Bajo la misma luna, las mismas estrellas que siempre
recuerdan.
Tu cabello, la curva de tus labios vuelven a mi.
Grabados ponen a prueba cuánto recuerdo.
Letras se desparraman por la roca en un nombre que
reconozco como tuyo.
Quiero decirte aquí estoy, pero del mío no logro acordarme.
SASHA REITER was born in New York City in
1996. He grew up in the Bronx, where as the son of an Argentinian father and a
Peruvian mother, he experienced firsthand the metaphorical otherness of being both Latino and Jewish. He
attended Public School and received his B.A. in English Literature and Creative
Writing from Binghamton University. The poems published here are part of his
first book, which will be published soon by The Latino Press, based in New York
City.
SASHA
REITER nació en la Ciudad de Nueva York en 1996. Creció en el Bronx, donde como
hijo de padre argentino y madre peruana, experimentó en carne propia la otredad
metafórica de ser al mismo tiempo latino y judío. Asistió a la Escuela Pública
y recibió su Bachillerato en Literatura
Inglesa y Creación Literaria en la Universidad de Binghamton. Los poemas aquí
publicados forman parte de su primer libro, el cual será publicado próximamente
por The Latino Press, editorial de Nueva York.
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