La migala
discurre libremente por la casa
pero mi
capacidad de horror no disminuye.
Juan José
Arreola
¿Qué cosa es la migala que
presenta Arreola? ¿Es acaso la misma migala de que nos habla Julio Cortázar?
Desentrañar la semejanza podría parecernos imposible. Desarrollar una idea
respecto de este ser, mitad artrópodo, mitad estecia, es algo que apenas se ha
podido dibujar dentro del ámbito de la literatura, del entresueño, del esoterismo
incluso, como esos seres extraños de la zoología fantástica a los que ni
siquiera Borges y Margarita Guerrero le siguen el paso en su ‘Manual de
zoología fantástica’ donde existen basiliscos, aves fénix y roc, entre muchas
otras, pero no migalas.
La migala es esa forma en
que Arreola habla del matrimonio, pero no el matrimonio que ya Nietzsche asume
como sin sentido en la época moderna, arguyendo a que se ha perdido su
funcionabilidad social, que representaba la unión de poderío económico. En un país
acendradamente machista y católico como México, el juego del matrimonio no es
más que una apuesta para conseguir el dominio de la hembra. Todo cambia cuando
el acta de matrimonio es firmado, todo cambia cuando la bendición es dictada
dentro del rito religioso. La mujer no pasa a formar un equipo, una sociedad
con el hombre que desposa, sino que –así lo interpreta el vulgo- la mujer pasa
a formar parte de la decoración de la casa del marido, o para las más
liberales, pasan a ser el grillete para el desarrollo del hombre.
Arreola asume esa vulgarización
para retratarnos la voz multitudinaria en que los hombres hacen burla de otros
hombres cuando dicen: ‘Ya tienes dueña, ya no te dejarán salir con tus amigos’;
y lo dicen en ese afán tan mexicano de hacer menos al otro, como para picar el
lomo del machismo-toro del hombre casado. Arreola con el ingenio que siempre ha
caracterizado sus textos, crea a la migala para desarrollar el cambio que
ocurre en la relación romántica antes del matrimonio, o el antes de irse a
vivir juntos. Y nos ofrece pistas para ello.
Beatriz es la mujer que se
nombra. Un texto narrado en primera persona, pone al personaje recordando el
día cuando junto a Beatriz entraron en “aquella barraca inmunda de la feria
callejera”. Primero hay que reconocer quien es Beatriz en la literatura, cuál
es justamente el personaje que sostiene ese nombre dentro de nuestro bagaje
literario, y no es otro que Beatriz la de la ‘Vida nueva’, Beatriz la de la ‘Divina
Comedia’, Beatriz la de Dante: “la gloriosa dama de mis pensamientos, a quien
muchos llamaban Beatriz, en la ignorancia de cuál era su nombre.”
No es por demás claro
señalar que Beatriz es el nombre del amor, el nombre del amor romántico, el
amor de la inocencia, del enamoramiento infantil que el poeta italiano enaltece
para sobrevolar el tiempo. Y esta Beatriz, la que el narrador del cuento menciona
lo acompaña a la barraca inmunda de la feria callejera. La feria callejera no
es más que los juegos y bromas de los enamorados, las tradiciones de familia,
la feria es la sociedad entera y sus exigencias de merolicos. El personaje se
resiste ante la idea del matrimonio: ‘la repulsiva alimaña era lo más atroz que
podía depararme el destino”. El narrador reconoce que no tenía el deseo de
consumar el matrimonio, no importa lo que los de la feria dijeran, no importaba
las presiones familiares, ni lo que la propia Beatriz exigiera para sostener la
relación y dar un paso más adelante. Se siente decidido a mantener su soltería.
Pero días más tarde, no
puede con la idea de la separación, y esto se asocia cuando el personaje
arrepentido –y curioso- comenta: “volví para comprar la migala”. No encuentra
más resistencia. Se hace de la migala, se hace de la alimaña, es decir cede
ante el matrimonio, ante el deseo de Beatriz para vivir juntos: “el sorprendido
saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación
extraña”. Es sabido que todos en la “feria” que es la sociedad opinan sobre las
relaciones de los demás, cómo llevártela bien, qué hacer, cómo desarrollar una
vida en pareja. Todos parecen tener una idea de cómo debe funcionar. Existe una
industria editorial que todos los años impulsa obras para decirles a las
personas cómo deben llevarse mejor. Con todo lo estúpido que significa que otros
te digan cómo llevarte con tu pareja, haciendo a un lado el simple hecho de que
si dos no logran entenderse, lo mejor es no estar juntos.
“Comprendí que tenía en las
manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi
espíritu podía soportar”. De amenaza total, de dosis de terror llama el
personaje a la idea de ya no estar solo en casa. El hecho de que dos mundos
diferentes, la educación de dos diferentes familias que forman a la mujer y al
hombre (o cualquier pareja que decide compartir vivienda), chocan en un
encuentro dentro de la casa. Todo cambia. Las cosas que ahora tienen que
compartirse, el adecuarse el uno al otro, para formar una propia familia. Y es
que es un absurdo seguir pensando que el núcleo de la sociedad sea la familia. El
núcleo tiene que ser el individuo, lo indivisible. Reconocernos como el otro
para los demás. Saber que en eso debe convertirse la aceptación de los otros, solo
aceptándolos podemos cambiar nuestro entorno, adaptarnos a esta nueva vida en
pareja. Arreola escribe: “Dentro de aquella caja iba el infierno personal que
instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal
infierno de los hombres”. La casa ha sido tomada, ha sido entregada la llave
del hogar en la fundación de la pareja.
“Todas las noches tiemblo en
espera de la picadura mortal”. El autor, en la voz del personaje habla del
amor. El temblor que es tenerse completos para cada instante, compartir no solo
el hogar, sino la cama, el cetro, el cuerpo, el reinado que ha caído, que ha
sido conquistado. Ya Julio Cortázar nos da de nuevo una idea del monstruo: “Si
ellas pudieran imaginarnos no les gustaría; no es que las espiemos pero ellas
seguramente nos verían como dos migalas en la oscuridad.” Describiéndolas
dentro del cuento “Historia con migalas” en su cuentario ‘Queremos tanto a
Glenda’. Se encuentran en un ala de aquella cabaña, y comparten la pared con,
al parecer dos mujeres, al otro lado, y las escuchan, o creen escucharlas,
voces de mujeres, apenas una voz de hombre, que apenas creen descubrir. Y se
retrotraen sin dejar de observarlos a distancia.
La mujer-migala, el
matrimonio-migala que se presiente, el terror del cambio: “Sin embargo, siempre
amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.” Y he
acá como el monstruo que al parecer causa pánico, terror, termina
perfeccionándolo. Este es el asunto del cuento, el darnos cuenta de las
intenciones del autor; lo que nos infiere miedo, y nos debería parecer
destructivo, es aceptado por el personaje que se siente cada día mejor, cada
día se perfecciona. El hombre ha sorteado al fin, la maledicencia de la
sociedad. Todo el miedo que aquella sociedad, la burda feria, ha dicho respecto
del amor, respecto del vivir en pareja. El personaje de Arreola acaba amando a
su temible monstruo, acaba aceptándolo, termina reconociéndose cercano a él.
“Hay días en que pienso que
la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o ha muerto. Pero no hago nada
para comprobarlo”. ¿Por qué? Podríamos preguntar. Y la respuesta es que ya no
siente el espanto del principio: “Dejo siempre que el azar vuelva a ponerme
frente a ella al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la
cama”. La ducha, la cama, sitios para reconocer la intimidad del personaje y su
pareja. Ahí donde se descubren y se acercan cada vez más en la construcción de
su viaje experiencial sobre el matrimonio, sobre vivir juntos. Tan
compenetrados que puede uno verlos compartir el alimento, no saber quién lo ha
devorado, si la migala-mujer, o alguno de los huéspedes de la casa. Porque como
“inocente huésped” señala el personaje las otras presencias que habitan ahora
su hogar. Y qué cosa más inocente que la presencia de un infante. Ya no sólo es
nuestro personaje, y su migala, sino que ahí se encuentra algún inocente
huésped para la convivencia, para alimentarse del amor que se produce como
impulso vital.
El miedo por el
matrimonio-migala ha claudicado al grado de preguntarse si no ha sido engañado
por el “saltimbanqui” y no le habrán vendido una falsa migala. Porque contrario
a lo que decían, la migala no terminó por devorarlo. El matrimonio no ha sido
un enfrentamiento, no ha sido un grillete, como todos le habían, dicho
prendados del machismo con el que se construyen los otros en sociedad. El
personaje incluso se sabe tan cómodamente tranquilo que alcanza a decir: “he
consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada”. La
autodestrucción de la soledad ha sido sorteada, ahora la vida en pareja le
parece necesaria, al grado de utilizar el verbo “consagrar”.
Luego el personaje se
reconoce preso de sus reflexiones, y las comparte diciendo: “En las horas más
agudas del insomnio cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele
visitarme la migala”. He acá como ha sido transformado el tema, como aquello
que le daba miedo, terror, ahora le procura tranquilidad. Y se reconoce desde
los ojos de la migala como: “el compañero”. Rematando el texto de nuevo con la
presencia del amor romántico como la herramienta con la que ha logrado salir
adelante: “estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo,
recuerdo que en otro tiempo yo soñaba con Beatriz y en su compañía imposible”.
Y termina de darnos luz el
autor, al poner de nuevo la presencia de la mujer amada, aquella que parecía un
imposible, y que ahora apenas es una detrás de la presencia de aquel monstruo,
un monstruo que no era tal, como lo dictaban los de la feria, que no es otra
cosa que la posibilidad de ser compañero, pareja, amado y amador, conviviendo
juntos en las habitaciones, al través de los años. Una forma muy bella para
quitarnos el vendaje de la tradición, de todo aquello que en muchas ocasiones
nos aleja de lo que nos haría bien. Aprender que la mujer no es el monstruo,
que el matrimonio o la convivencia en pareja no es el monstruo que todos dicen,
sino que cada quien puede atreverse a vivirlo en su propia experiencia, y a
encontrar la tranquilidad en aquello que más se desea.
Ya Thomas Mann, dentro de su
‘Doctor Faustus’ nos narra una historia de amor terrible por la superchería
religiosa de tanto saltimbanqui que impulsan el machismo de Heinz a incidir en
la muerte de la joven Bärbel. Ellos se aman, el padre de la chica desprecia a
Heinz, y este y ella deciden contradecir al padre y comienzan a tener relaciones.
Sin embargo los amigos de Heinz lo invitan a departir en un burdel. Heinz se
niega al inicio, y los amigos lo tildan de imbécil, de tener un grillete con la
chica Bärbel. Heinz entonces, picado en el orgullo, asiste al burdel y al estar
frente a una de las prostitutas, sufre de impotencia. Sabiéndose una persona
sana, no entiende lo que ha pasado. Al día siguiente corre al lecho de Bärbel,
y la ama como siempre ha podido amarla, entrando en ella sin problemas.
Entonces la esposa de uno de sus clientes se le insinúa a Heinz, él la rechaza,
pero siente en la humillación de darle sexo a otra mujer que algo hay de malo
en su comportamiento. En por qué no puede tener deseo sexual con otras mujeres
que no fueran Bärbel, al grado de tenerse por víctima del diablo. Por lo cual
acude a confesarse con un religioso –la historia ocurre en la época de la
Inquisición- quien se conduele de él, y afirma que seguramente está hechizado
por Bärbel, quien es detenida confesando que por temor a la infidelidad de su
Heinz, había recurrido a una hechicera que le preparó una pomada con grasa de
un niño muerto sin bautizar. La inquisición coge a la hechicera, y las dos
mujeres ardieron en la hoguera, todo porque en aquellos días ni Heinz ni nadie,
podían reconocer que “el amor es, sin duda, una especie de selección refinada
del sexo”.
Esta pequeña historia
narrada por Thomas Mann, viene a reforzar la historia de la migala-mujer,
migala-matrimonio narrada por Juan José Arreola. O tal como Luis Alberto de
Cuenca lo describe en el poema ‘Mi monstruo favorito’: “Qué va a pasar cuando
mi novia sepa /que no puedo vivir sin tus pseudópodos, /sin tu horrible humedad
en mi bolsillo. // Qué va a pasar cuando descubra un día /las huellas de tu
baba entre mis dedos, /y empiece a hacer preguntas, y la rabia /y los celos se
agolpen en sus ojos, /y yo confiese al fin que la he engañado contigo, /y que
no puede comparársete, /y te enseñe orgulloso el agua sucia /donde se
reproducen nuestros hijos.”
El amor por la mujer como
ese monstruo que han querido construir en el paso de los años. El miedo a la
mujer que han querido construir desde la institución. El terror al amor
romántico que ahora quieren inculcar en la mujer, en espera de que pueda
clausurarlo en pro de su soledad y en busca de que el monstruo ahora sea el
hombre (acaso siempre lo ha sido, al construir instituciones para doblegar a la
mujer).
En esa batalla de egos, de
sexos, en que muchos quieren tomar partido, como integrantes de aquella feria
que son las sociedades humanas, sin reconocer el verdadero lugar que tiene la
mujer en el desarrollo de los textos religiosos. El cual podemos constatar
desde el inicio del Pentateuco: “Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas
desnudo? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del
árbol, y comí.” El cobarde hombre acusa a la mujer y al mismo Dios (tú me la
diste, así que es tu culpa), y como traiciona a la mujer también traiciona la
intimidad de lo que entre ellos había ocurrido, porque ambos habían comido del
fruto, y sólo Adán acusa.
Ahora veamos cómo responde
la mujer: “Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La
serpiente me engañó, y comí.” Acá vemos que la mujer reconoce que fue engañada,
y acepta de frente lo que ha hecho, sin titubear.” Y aquel texto sagrado para
al menos tres de las grandes religiones monoteístas (judíos, cristianos,
musulmanes) va más allá e indica: “pondré enemistad entre ti y la mujer, y
entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás
en el calcañar.”
Por lo cual nos queda claro
el poder de la mujer, como aquella capaz de herir a la serpiente, y con ello
todo lo que la serpiente pueda reconocerse en el transcurso de la historia y la
literatura. Es la mujer, y no el hombre, el cobarde hombre que acusa a dios y a
la mujer, quien tendrá el poder de herir a lo que es capaz de engañar, de
sacarnos del paraíso. La mujer se vuelve el instrumento para alcanzar el
equilibrio.
He acá de nuevo el
sentimiento de parte del personaje que Arreola identifica en el inicio de su
cuento. El hombre temeroso del grillete matrimonial, el hombre que tiene miedo
al monstruo que representa la fidelidad, la vida en pareja, la voluntad de
vivir con la mujer, porque los cientos, miles de saltimbanquis, hombres,
mujeres, instituciones, construyen ese temor en la sociedad: No te cases, para
qué. Solo acabará tu libertad. Para qué juntarte con alguien, solo has venido
al mundo, solo puedes irte de este mundo. Y el personaje de nuestra historia,
coge valor y decide volver por la migala.
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