viernes, 5 de enero de 2018

La mujer y el matrimonio, en un cuento de Juan José Arreola, por Adán Echeverría

La migala discurre libremente por la casa
pero mi capacidad de horror no disminuye.
Juan José Arreola

¿Qué cosa es la migala que presenta Arreola? ¿Es acaso la misma migala de que nos habla Julio Cortázar? Desentrañar la semejanza podría parecernos imposible. Desarrollar una idea respecto de este ser, mitad artrópodo, mitad estecia, es algo que apenas se ha podido dibujar dentro del ámbito de la literatura, del entresueño, del esoterismo incluso, como esos seres extraños de la zoología fantástica a los que ni siquiera Borges y Margarita Guerrero le siguen el paso en su ‘Manual de zoología fantástica’ donde existen basiliscos, aves fénix y roc, entre muchas otras, pero no migalas.
La migala es esa forma en que Arreola habla del matrimonio, pero no el matrimonio que ya Nietzsche asume como sin sentido en la época moderna, arguyendo a que se ha perdido su funcionabilidad social, que representaba la unión de poderío económico. En un país acendradamente machista y católico como México, el juego del matrimonio no es más que una apuesta para conseguir el dominio de la hembra. Todo cambia cuando el acta de matrimonio es firmado, todo cambia cuando la bendición es dictada dentro del rito religioso. La mujer no pasa a formar un equipo, una sociedad con el hombre que desposa, sino que –así lo interpreta el vulgo- la mujer pasa a formar parte de la decoración de la casa del marido, o para las más liberales, pasan a ser el grillete para el desarrollo del hombre.
Arreola asume esa vulgarización para retratarnos la voz multitudinaria en que los hombres hacen burla de otros hombres cuando dicen: ‘Ya tienes dueña, ya no te dejarán salir con tus amigos’; y lo dicen en ese afán tan mexicano de hacer menos al otro, como para picar el lomo del machismo-toro del hombre casado. Arreola con el ingenio que siempre ha caracterizado sus textos, crea a la migala para desarrollar el cambio que ocurre en la relación romántica antes del matrimonio, o el antes de irse a vivir juntos. Y nos ofrece pistas para ello.
Beatriz es la mujer que se nombra. Un texto narrado en primera persona, pone al personaje recordando el día cuando junto a Beatriz entraron en “aquella barraca inmunda de la feria callejera”. Primero hay que reconocer quien es Beatriz en la literatura, cuál es justamente el personaje que sostiene ese nombre dentro de nuestro bagaje literario, y no es otro que Beatriz la de la ‘Vida nueva’, Beatriz la de la ‘Divina Comedia’, Beatriz la de Dante: “la gloriosa dama de mis pensamientos, a quien muchos llamaban Beatriz, en la ignorancia de cuál era su nombre.”
No es por demás claro señalar que Beatriz es el nombre del amor, el nombre del amor romántico, el amor de la inocencia, del enamoramiento infantil que el poeta italiano enaltece para sobrevolar el tiempo. Y esta Beatriz, la que el narrador del cuento menciona lo acompaña a la barraca inmunda de la feria callejera. La feria callejera no es más que los juegos y bromas de los enamorados, las tradiciones de familia, la feria es la sociedad entera y sus exigencias de merolicos. El personaje se resiste ante la idea del matrimonio: ‘la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino”. El narrador reconoce que no tenía el deseo de consumar el matrimonio, no importa lo que los de la feria dijeran, no importaba las presiones familiares, ni lo que la propia Beatriz exigiera para sostener la relación y dar un paso más adelante. Se siente decidido a mantener su soltería.
Pero días más tarde, no puede con la idea de la separación, y esto se asocia cuando el personaje arrepentido –y curioso- comenta: “volví para comprar la migala”. No encuentra más resistencia. Se hace de la migala, se hace de la alimaña, es decir cede ante el matrimonio, ante el deseo de Beatriz para vivir juntos: “el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña”. Es sabido que todos en la “feria” que es la sociedad opinan sobre las relaciones de los demás, cómo llevártela bien, qué hacer, cómo desarrollar una vida en pareja. Todos parecen tener una idea de cómo debe funcionar. Existe una industria editorial que todos los años impulsa obras para decirles a las personas cómo deben llevarse mejor. Con todo lo estúpido que significa que otros te digan cómo llevarte con tu pareja, haciendo a un lado el simple hecho de que si dos no logran entenderse, lo mejor es no estar juntos.
“Comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar”. De amenaza total, de dosis de terror llama el personaje a la idea de ya no estar solo en casa. El hecho de que dos mundos diferentes, la educación de dos diferentes familias que forman a la mujer y al hombre (o cualquier pareja que decide compartir vivienda), chocan en un encuentro dentro de la casa. Todo cambia. Las cosas que ahora tienen que compartirse, el adecuarse el uno al otro, para formar una propia familia. Y es que es un absurdo seguir pensando que el núcleo de la sociedad sea la familia. El núcleo tiene que ser el individuo, lo indivisible. Reconocernos como el otro para los demás. Saber que en eso debe convertirse la aceptación de los otros, solo aceptándolos podemos cambiar nuestro entorno, adaptarnos a esta nueva vida en pareja. Arreola escribe: “Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres”. La casa ha sido tomada, ha sido entregada la llave del hogar en la fundación de la pareja.
“Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal”. El autor, en la voz del personaje habla del amor. El temblor que es tenerse completos para cada instante, compartir no solo el hogar, sino la cama, el cetro, el cuerpo, el reinado que ha caído, que ha sido conquistado. Ya Julio Cortázar nos da de nuevo una idea del monstruo: “Si ellas pudieran imaginarnos no les gustaría; no es que las espiemos pero ellas seguramente nos verían como dos migalas en la oscuridad.” Describiéndolas dentro del cuento “Historia con migalas” en su cuentario ‘Queremos tanto a Glenda’. Se encuentran en un ala de aquella cabaña, y comparten la pared con, al parecer dos mujeres, al otro lado, y las escuchan, o creen escucharlas, voces de mujeres, apenas una voz de hombre, que apenas creen descubrir. Y se retrotraen sin dejar de observarlos a distancia.
La mujer-migala, el matrimonio-migala que se presiente, el terror del cambio: “Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.” Y he acá como el monstruo que al parecer causa pánico, terror, termina perfeccionándolo. Este es el asunto del cuento, el darnos cuenta de las intenciones del autor; lo que nos infiere miedo, y nos debería parecer destructivo, es aceptado por el personaje que se siente cada día mejor, cada día se perfecciona. El hombre ha sorteado al fin, la maledicencia de la sociedad. Todo el miedo que aquella sociedad, la burda feria, ha dicho respecto del amor, respecto del vivir en pareja. El personaje de Arreola acaba amando a su temible monstruo, acaba aceptándolo, termina reconociéndose cercano a él.
“Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo”. ¿Por qué? Podríamos preguntar. Y la respuesta es que ya no siente el espanto del principio: “Dejo siempre que el azar vuelva a ponerme frente a ella al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama”. La ducha, la cama, sitios para reconocer la intimidad del personaje y su pareja. Ahí donde se descubren y se acercan cada vez más en la construcción de su viaje experiencial sobre el matrimonio, sobre vivir juntos. Tan compenetrados que puede uno verlos compartir el alimento, no saber quién lo ha devorado, si la migala-mujer, o alguno de los huéspedes de la casa. Porque como “inocente huésped” señala el personaje las otras presencias que habitan ahora su hogar. Y qué cosa más inocente que la presencia de un infante. Ya no sólo es nuestro personaje, y su migala, sino que ahí se encuentra algún inocente huésped para la convivencia, para alimentarse del amor que se produce como impulso vital.
El miedo por el matrimonio-migala ha claudicado al grado de preguntarse si no ha sido engañado por el “saltimbanqui” y no le habrán vendido una falsa migala. Porque contrario a lo que decían, la migala no terminó por devorarlo. El matrimonio no ha sido un enfrentamiento, no ha sido un grillete, como todos le habían, dicho prendados del machismo con el que se construyen los otros en sociedad. El personaje incluso se sabe tan cómodamente tranquilo que alcanza a decir: “he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada”. La autodestrucción de la soledad ha sido sorteada, ahora la vida en pareja le parece necesaria, al grado de utilizar el verbo “consagrar”.
Luego el personaje se reconoce preso de sus reflexiones, y las comparte diciendo: “En las horas más agudas del insomnio cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala”. He acá como ha sido transformado el tema, como aquello que le daba miedo, terror, ahora le procura tranquilidad. Y se reconoce desde los ojos de la migala como: “el compañero”. Rematando el texto de nuevo con la presencia del amor romántico como la herramienta con la que ha logrado salir adelante: “estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba con Beatriz y en su compañía imposible”.
Y termina de darnos luz el autor, al poner de nuevo la presencia de la mujer amada, aquella que parecía un imposible, y que ahora apenas es una detrás de la presencia de aquel monstruo, un monstruo que no era tal, como lo dictaban los de la feria, que no es otra cosa que la posibilidad de ser compañero, pareja, amado y amador, conviviendo juntos en las habitaciones, al través de los años. Una forma muy bella para quitarnos el vendaje de la tradición, de todo aquello que en muchas ocasiones nos aleja de lo que nos haría bien. Aprender que la mujer no es el monstruo, que el matrimonio o la convivencia en pareja no es el monstruo que todos dicen, sino que cada quien puede atreverse a vivirlo en su propia experiencia, y a encontrar la tranquilidad en aquello que más se desea.
Ya Thomas Mann, dentro de su ‘Doctor Faustus’ nos narra una historia de amor terrible por la superchería religiosa de tanto saltimbanqui que impulsan el machismo de Heinz a incidir en la muerte de la joven Bärbel. Ellos se aman, el padre de la chica desprecia a Heinz, y este y ella deciden contradecir al padre y comienzan a tener relaciones. Sin embargo los amigos de Heinz lo invitan a departir en un burdel. Heinz se niega al inicio, y los amigos lo tildan de imbécil, de tener un grillete con la chica Bärbel. Heinz entonces, picado en el orgullo, asiste al burdel y al estar frente a una de las prostitutas, sufre de impotencia. Sabiéndose una persona sana, no entiende lo que ha pasado. Al día siguiente corre al lecho de Bärbel, y la ama como siempre ha podido amarla, entrando en ella sin problemas. Entonces la esposa de uno de sus clientes se le insinúa a Heinz, él la rechaza, pero siente en la humillación de darle sexo a otra mujer que algo hay de malo en su comportamiento. En por qué no puede tener deseo sexual con otras mujeres que no fueran Bärbel, al grado de tenerse por víctima del diablo. Por lo cual acude a confesarse con un religioso –la historia ocurre en la época de la Inquisición- quien se conduele de él, y afirma que seguramente está hechizado por Bärbel, quien es detenida confesando que por temor a la infidelidad de su Heinz, había recurrido a una hechicera que le preparó una pomada con grasa de un niño muerto sin bautizar. La inquisición coge a la hechicera, y las dos mujeres ardieron en la hoguera, todo porque en aquellos días ni Heinz ni nadie, podían reconocer que “el amor es, sin duda, una especie de selección refinada del sexo”.
Esta pequeña historia narrada por Thomas Mann, viene a reforzar la historia de la migala-mujer, migala-matrimonio narrada por Juan José Arreola. O tal como Luis Alberto de Cuenca lo describe en el poema ‘Mi monstruo favorito’: “Qué va a pasar cuando mi novia sepa /que no puedo vivir sin tus pseudópodos, /sin tu horrible humedad en mi bolsillo. // Qué va a pasar cuando descubra un día /las huellas de tu baba entre mis dedos, /y empiece a hacer preguntas, y la rabia /y los celos se agolpen en sus ojos, /y yo confiese al fin que la he engañado contigo, /y que no puede comparársete, /y te enseñe orgulloso el agua sucia /donde se reproducen nuestros hijos.”
El amor por la mujer como ese monstruo que han querido construir en el paso de los años. El miedo a la mujer que han querido construir desde la institución. El terror al amor romántico que ahora quieren inculcar en la mujer, en espera de que pueda clausurarlo en pro de su soledad y en busca de que el monstruo ahora sea el hombre (acaso siempre lo ha sido, al construir instituciones para doblegar a la mujer).
En esa batalla de egos, de sexos, en que muchos quieren tomar partido, como integrantes de aquella feria que son las sociedades humanas, sin reconocer el verdadero lugar que tiene la mujer en el desarrollo de los textos religiosos. El cual podemos constatar desde el inicio del Pentateuco: “Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y comí.” El cobarde hombre acusa a la mujer y al mismo Dios (tú me la diste, así que es tu culpa), y como traiciona a la mujer también traiciona la intimidad de lo que entre ellos había ocurrido, porque ambos habían comido del fruto, y sólo Adán acusa.
Ahora veamos cómo responde la mujer: “Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.” Acá vemos que la mujer reconoce que fue engañada, y acepta de frente lo que ha hecho, sin titubear.” Y aquel texto sagrado para al menos tres de las grandes religiones monoteístas (judíos, cristianos, musulmanes) va más allá e indica: “pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.”
Por lo cual nos queda claro el poder de la mujer, como aquella capaz de herir a la serpiente, y con ello todo lo que la serpiente pueda reconocerse en el transcurso de la historia y la literatura. Es la mujer, y no el hombre, el cobarde hombre que acusa a dios y a la mujer, quien tendrá el poder de herir a lo que es capaz de engañar, de sacarnos del paraíso. La mujer se vuelve el instrumento para alcanzar el equilibrio.
He acá de nuevo el sentimiento de parte del personaje que Arreola identifica en el inicio de su cuento. El hombre temeroso del grillete matrimonial, el hombre que tiene miedo al monstruo que representa la fidelidad, la vida en pareja, la voluntad de vivir con la mujer, porque los cientos, miles de saltimbanquis, hombres, mujeres, instituciones, construyen ese temor en la sociedad: No te cases, para qué. Solo acabará tu libertad. Para qué juntarte con alguien, solo has venido al mundo, solo puedes irte de este mundo. Y el personaje de nuestra historia, coge valor y decide volver por la migala.

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