1
— “Primer paso” es el título de tu
cuarto poemario. Hablemos de tus primeros pasos y de tus segundos pasos
también. ¿Por dónde pasaste, fuiste pasando, con quiénes?...
PQ
— Los dí,
hasta mis dos o tres años, en el Barrio de Villa Urquiza. Luego, ya en el
conurbano bonaerense, residimos en Florida, partido de Vicente López. “La infancia es un país”, dicen algunos;
digo yo: “al que se vuelve
inevitablemente”; pero ya no en el recuerdo, sino en sus manchas indelebles,
que están en nosotros, dejan su impronta y nos hacen actuar de tal o cuál
manera. Los primeros años, sabemos, marcan a fuego la forma de ser, la
personalidad. “Leche y miel”,
recomendaba el gran pediatra Florencio Escardó [1904-1992], nutrición y
dulzura, eso es lo que necesita el niño, el que crece. Sin duda, un avanzado,
Escardó. En la sala, hacía internar a la madre al lado de la cunita del hijo;
un ejemplo de comprensión no sólo de la enfermedad, sino del enfermo en
particular. De mi libro “Primer paso”,
estos versos: “a
orillas del niño luz de una oscuridad doblemente oscura/ playa quieta de las
ultimas horas que una brisa marina toca/ vistiendo esta oscuridad con trenzas
de peces y pájaros”. Mi
infancia fue triste; no sé, tal vez no me dieron lo que yo necesitaba, o
demandaba demasiado; tuve un jardín, “un
huerto claro donde madura el limonero”, donde jugaba a la pelota, y en la
adolescencia, al volver de “la aborrecida
escuela”; estudié gran parte de mi carrera de medicina allí, al sol, en ese
pedazo de cielo que tenía, ese chico temeroso que fui, siempre disconforme.
Tuve mis vacaciones lindas, mi equipo de fútbol, me llevaron a ver partidos a
la cancha de Racing, mis compañeros de colegio, los pibes del barrio en la
esquina, concurrí al cine (mi gran escuela, mi Edén), pero todo teñido de ese
gris, esa opacidad en todo, en mí; tuve mi abuela, gran cocinera y charladora,
mis padres, alguna noviecita. Mi madre fue una de las primeras en recibirse de
Licenciada en Historia del Arte, allá, bastante cerca de tu casa, en la calle
Púan, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; gracias a ello contaba
con una profusa biblioteca de pared a pared donde buscar material. Agradezco
haber accedido al psicoanálisis, donde pude cambiar y revertir todo eso en mí.
Antonio Machado y Miguel Hernández fueron fundamentales compañeros en esos
soliloquios, en ese sentirme que no servía, en esa minusvalía. Mi meta fue
llegar a adulto para salirme de esa época que, como te digo, no la pasé nada
bien, salvo en momentos… Poder estudiar lo que me gustaba en la Facultad, esa
sensación de libertad fue mi primer logro. Tiempito gratificante que duró lo
que un atardecer, época de las canciones y de Pablo Neruda, de revistas como
“Satiricón” y “El Descamisado”, de nuestra avenida Corrientes todo el día y
toda la noche con sus bares, librerías abiertas y su gente circulando, los
cines Lorca, Losuar, Lorraine, el Teatro y el Centro Cultural General San
Martín, las películas de Akira Kurosawa, Michelangelo Antonioni, Ingmar
Bergman, Bernardo Bertolucci…. Los amigos, la medicina, el fútbol, entonces;
algunos libros de Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Ray Bradbury,
las novelas de Manuel Puig, los actores Duilio Marzio y Alfredo Alcón, en
teatro “La Lección de Anatomía” o “Equus”…
En la escritura los primeros pasos
los dí de niño.
Mis veranos transcurrían en Bialet Massé, en las sierras de la provincia de
Córdoba. Fue en uno de esos
veranos, a los diez u once años cuando comencé a escribir cuentos: una zaga de
un leñador en distintas aventuras. Cursando la escuela secundaria la abandoné.
Leía, pero no demasiado: volúmenes de la Colección Robin Hood y de la Colección
Iridium de la Editorial Kapelusz. Me gustaban los trovadores, el mester de
juglaría me divertía, las coplas de Jorge Manrique en la clase de literatura;
allí la profesora nos dio a conocer a Garcilaso de la Vega y a Lope de Vega,
así como nos enseñó la estructura de los sonetos y nos indujo a que cada alumno
creara uno. Percibí que se me abría un campo libre, y me fascinó moverme en ese
4, 4, 3, 3. Ya en franca adolescencia fui lector de Hermann Hesse, Luis
Cernuda, César Vallejo. Poco después, Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik (su
síntesis y su explosiva potencia en lo desgarrador y en su ternura, dulzura esa
concentración de cielo), Baldomero Fernández Moreno (“El poeta del nervio óptico”, según Jorge Luis Borges). Cuando
cursaba la Facultad retomé la escritura desde la poesía y la interrumpí en los
primeros años del ejercicio de mi profesión. Pero vuelvo a ella definitivamente
en 1984 (primavera alfonsinista). Ya venía yo consumiendo todo el cine que
podía, y el teatro. Y mis pasiones de juventud: rugby, fútbol, tenis,
automovilismo. Luego me formé en Medicina del Deporte y en Traumatología.
Trabajé en clubes de fútbol: Deportivo Liniers, Club Atlético Excursionistas,
Deportivo Morón, hasta que durante una década, del 78 al 88, lo hice en las
divisiones inferiores en River Plate. Mientras, en 1985, buscando algo en el
arte —buscándome— que pudiera realizar, me incluí en un taller de formación
actoral a cargo de David Amitín: clases e improvisaciones aquellas que evoco
como una hermosa escolaridad de los sentidos en acción. Concurrí a talleres de
poesía grupales coordinados, uno por Horacio Salas, y otro por Arturo Carrera y
Daniel García Helder (algunos de mis compañeros han sido Roxana Páez, Rita
Kratsman, Alejandro Rubio, Selva Di Pasquale, Silvana Franzetti). Mi primer
escucha cuando tuve un libro concluido fue Carrera, y
lo siguió siendo durante años.
2 — En tanto he sido tratado durante dos décadas
por el doctor Juan S. Schaffer, homeópata unicista, enterarme ahora de que
también lo sos, Pablo, me insta a pedirte que nos hables respecto de vos
orientándote hacia esa práctica.
PQ
— Schaffer,
un gran homeópata, me dio clases en la Escuela de Paschero; un notable maestro,
elegante y diestro en la materia médica homeopática. Contestando a tu pregunta
debo decirte que siempre tuve una actitud humanista, afectuosa en la medicina para con el trato de los
pacientes, quizá gracias a que el psicoanálisis me contó entre sus filas como
paciente durante toda mi carrera y luego seguí y seguí por años. Así llegué a
la homeopatía, primero como paciente, ya siendo médico con trayectoria. Te
comento que en cierto mediodía, antes de un asado en una casa de fin de semana,
leí en un suplemento del diario “Clarín” un artículo en el que —vuelvo a
citarlo— el doctor Florencio Escardó exponía las bondades de la homeopatía.
Creo recordar el título: “De Lycopodium 200 a la curación”. Tanto me fascinó
que me dispuse a formarme. Primero en la escuela de Paschero y luego en la de
otro prócer: Massi Elizalde. Hasta la actualidad participo en grupos de estudio. En alguna oportunidad sostuve que “la
homeopatía es la poesía de la medicina”.
Adopto a la homeopatía como mi
medicina principal y a la alopatía como alternativa, ya que por suerte en mi
vida así funciona hace años. El objetivo es hallar un buen remedio homeopático
que cubra la totalidad del paciente (el simillimun o similar), que ponga en
equilibrio la energía vital que gobierna el cuerpo, la mente y el espíritu,
para poder transcurrir cumpliendo con las funciones vitales, que elimine la
enfermedad y nos mantenga sanos. Porque la verdadera curación para la
homeopatía no es la ausencia de enfermedad, sino además lograr un estado de
plenitud y armonía para con uno mismo y los demás. Y los remedios homeopáticos
provocan este estado siguiendo las leyes de curación, como nos enseña Samuel Hahnemann
[1755-1843], creador de la homeopatía en el año 1832, desde el Organon
de la medicina y todos sus demás médicos seguidores. Como experimentó
primero el maestro Hahnemann con la quinina, que curaba la fiebre del
paludismo, advirtió que al ingerirla sin fiebre palúdica provocaba esa fiebre,
entonces propuso una máxima: “Una
sustancia capaz de provocar una enfermedad es capaz de curar dicha enfermedad
de aparición espontánea”: base de la curación en homeopatía, curación por
los elementos iguales, no por los contrarios.
Mi materia es la homeopatía y también
la poesía, una en la otra y otra en la una, el fin es asistir, curar, consolar;
la compasión que uno siente para con el otro, que, en suma, soy yo en el otro,
somos indivisibles; tratar de saber quien soy yo, y amar: no hablo de un amor
unitivo o pasional sino de un amor general universal, dar gracias por estar
vivo. Todo esto lo encontramos en la poesía y en la homeopatía.
3 — Detengámonos en lo que ha sido tu labor en los
clubes de fútbol.
PQ — Mi trabajo primero fue en clubes del ascenso. En
Deportivo Morón, el equipo que salió campeón en la división C en 1980. Era
lindo asistir a los jugadores durante la semana y en los partidos, y
consubstanciarse con la emoción de una barriada al lograr su equipo el
campeonato. Luego, permanecí durante una década en el Club Atlético River Plate
en las divisiones amateurs, cuidando la salud y el crecimiento de los chicos.
Efectuábamos controles periódicos, detectábamos y corregíamos trastornos
ortopédicos como pies planos, desejes de rodillas (chuequeras), escoliosis, lo
que sirvió para evitar futuras consecuencias (artrosis, mialgias, o trastornos
cardíacos). También, te imaginarás, indicaba conductas adecuadas a los
deportistas: alimentación, descanso; inculcarles que lo que realizaban es un
juego: lo que denominamos medicina preventiva. Y el otro aspecto de la Medicina
del Deporte, que es el tratamiento de las lesiones. En aquellos dos lustros
estuve con chicos que luego descollaron como jugadores: Carlos Daniel Tapia,
Hernán Crespo, Matías Almeyda, Leonardo Astrada, Claudio Caniggia.
River
era una escuela; pregonaban sus técnicos: “jueguen,
jueguen”, el juego era lo esencial, jugar bien era lo que caracterizaba a
la institución. Técnicos como Adolfo Pedernera, José Ramos Delgado, Martín
Pando. Hoy en día observo que se ha perdido esa actitud lúdica por la
intencionalidad permanente de ganar a toda costa, tergiversando el fundamento
del deporte, que es mejorarnos y asumir con altura el desencanto de un revés. Y
el fútbol estrictamente profesional se ha infectado por los intereses más
mezquinos.
Con poemas de temática futbolera y
racinguista publiqué una plaquette, “La Academia”. Y también un poema sobre
Pelé y otro sobre Diego Armando Maradona, incorporados a la antología “Brazuca 2014”, editada en España. Pocos
poemas buenos sobre fútbol he leído: es difícil de tratar poéticamente el
brillo de las jugadas… Valoro los concebidos por Carlos Drummond de Andrade
sobre la selección brasileña del ’70 y los del santiagueño Benito Canal Feijóo
[1897-1982] en su primer libro, “Penúltimo
poema del fútbol”, de 1924.
4 — “Pavarotti”, “Jazz”, “Nací en el cine”: concedámonos un
espacio para referirte a la ópera, a la música, a la “linterna mágica”…
PQ
— El cine ocupó un lugar
principal en mi educación, fue mi nautilius, mi lugar donde están
todos los lugares, mi Aleph: se metieron en mi escritura y dio también por
resultado mi poemario más reciente: “Nací en el cine”. Ya en 2014, a
través de la Editorial Karakartón, de Mallorca, España, se publicó “La piscina”, cuyo germen fue la
película con Rommy Schneider y Alain Delon, dirigida por Jacques Deray en 1969,
de la que se filmó en 2003 una remake con Charlotte Rampling y dirección de
Francois Ozon. Y tengo un libro inédito concebido a partir del film “Blow up”,
de Antonioni, basado en el cuento “Las babas del infierno” de Cortázar. En “Nací en el cine” navegué mi historia
cinéfila en relación a las marcas que cada momento-cine dejó en mí: fue mi
verdadera escolaridad, allí donde aprendí el amor, el odio, lo que puede sentir
alguien que no entiende. El libro funciona como un largo poema épico que se va
enlazando en su propio devenir, que es esa felicidad de estar en el cine.
Soy un amante de la ópera. La primera
a la que asistí se representó en el Teatro Colón: “Lucia de Lamermoor” de
Gaetano Donizetti. A partir de entonces seguí el calendario operístico a través
de los años. Es así como, entre tantos, vi a la mezzosoprano italiana Cecilia
Bartoli, los tenores españoles José Carreras, Alfredo
Kraus, Plácido Domingo, a la mezzosoprano griega Agnes Báltsa, a los tenores
argentinos José Cura y Luis Lima, a la soprano canadiense Teresa Stratas. Mi
libro “Pavarotti” es una oda en
elogio al gran tenor italiano. De paso, te anticipo, tengo inédito un poemario,
“Ópera”, cuyo
eje es el mundo de la lírica.
La música siempre estuvo en mí: “Jazz” transcurre en un fondo que
imprime a los poemas cierta cadencia e intensidad de scatt, fraseos, silabeos,
la postura de una voz que habla desde allí… a modo de una big band.
PQ con Antonio Ramón Gutiérrez, Susana Quiroga y Arnaldo Calveyra en la Feria del Libro de Buenos Aires
5 — Concedámonos también un espacio para referirte
a algunos de tus otros libros.
PQ
— En cada uno procuro
trabajar mis textos como una unidad temática que se va abriendo como diversas
ramificaciones de un mismo árbol, asociando distintos mundos, voces que
amplifican o cierran aristas. Mis poemarios varían no sólo en temas sino en
estéticas: por ejemplo, cuando realicé la tríada erótica con “Coca” (strip de una diva, nuestra
Isabel Sarli), “Laleblan” (diva
también, y nuestra, Libertad Leblanc) y “Aves
del paraíso”. Pretendí adentrarme en el pibe adolescente que fuimos y ese
juego de la pantalla, por lo inalcanzable, como una ofrenda a un Dios-diosa de
almacén o de gomería. Ese juego naif que pone en evidencia la desnudez de los
participantes, vuelo del deseo de lo inacabado.
En “Perfume animal”, de 2011, intenté encontrar lo que coexiste en el
ser humano de animalidad: esa pasión del irascible, lo concupiscible, esa
naturaleza de lo combativo. Ya desde “Cansancio
de lo escrito”, en 2001, seguí ese camino de una intención temática o
estética por libro, y desarrollé el tedio, la pasión, el agobio de lo que uno
intenta comunicar, escribir, hablar, traducir, leer, que en realidad son
analogías de lo mismo: escribir es leer, escuchar, y esto surgió de cuando en
1985 estuve en Italia, con una beca en el Hospital de la Universidad de Padova,
y después de varios meses de estar allí sólo hablaba y escuchaba la lengua
italiana; era como una chiacchiera, un retumbar de palabras
en mi oído que llegaron a hastiarme, y sólo deseaba hablar, escuchar un poco de
castellano.
En “El padre”, de 2010, elaboré mi relación con mi padre a partir de
su muerte, caminé hacia atrás con lo que había quedado de su estela, y así
leyendo los signos de ese oleaje que había quedado en mí, fui estructurando la
canción del padre (me recuerdo con una conjuntivitis feroz y en medio de la
oscuridad de la habitación, urdiendo el poema y cada tanto, a la luz de la
pantalla de la computadora, escribiendo: fue como una escritura entre
luz-oscuridad que me iba revelando un sentimiento).
En “Late”, de 2010, predominaba lo instantáneo, lo vivo, automático,
casi reflejo, eso que vibra y nos hace estar, ser: ese fue el mecanismo que
dotó de flujo a la obra.
En “Ser y ser visto”, de 2016, se impuso la estética de ir a mi vida o
la vida, y ser el testigo de uno mismo, ser y verse, acción y espejo que mira
desde el espejo que es otro. Con poemas cortados de verso a verso, con rupturas
de pensamientos en ideas afines y encadenadas, siempre ancladas a un tema de la
infancia, adolescencia, escrutado desde el adulto tratando de advertir el detalle que enamora, lo mínimo en lo máximo,
en el discurrir del yo.
En “Cocineros”, de 2012, fue la fábula lo que predominó de un cocer la
vida, por lo que concluye cocinando en las plazas para la gente, como una forma
de integración de lo privado a lo público, un para todos, un dar una vuelta de
mundo del cocinero sí, chef no.
En “Pueblo de agua”, de 2006, me entregué a mis recuerdos de los
veranos en las serranías del valle de Punilla, el río, las acequias: creo que
es muy sonoro: todo ese agua, ese fluir transparente que va modelando el
corpus. Es como un poema largo y único que precipita, que cabalga en ese galope
de la infancia en distintos universos de una incorporalidad
reterritorializando, cubriendo el campo del registro.
En “Raros sentidos”, de 2017, desarrollé lo que me enseñaron los
maestros más allá de la vida de superficie, digamos; es un libro en el sentido
vertical, transcurrir entre dos realidades, esa de salir y entrar en el sueño
para encontrar el vacío y descubrir que puede ser llenado.
PQ con Esteban Moore y Carlos Juárez Aldázabal
6 — ¿Y tus primeros poemas? ¿Tu posición respecto
de la poesía?
PQ
— Correctos en forma y
fondo, entendibles enunciaciones sin sorpresa, más descriptivos, más que un
zumbido, un murmullo de un campo a otro de las palabras, como opinó Carrera:
textos atravesados por la ópera, son románticos líricos. Me entusiasman esas
instancias del pre-poema, ese curioseo, esa intención, lo que se deja y lo que
se toma, ese memento; luego sí la vibra del poema en acción y la paz de lo
que en el poema sobrevive. Cuando encuentra su columna vertebral, funciona;
cuando no, también, tendrá su belleza o lo recóndito de la araña, la hormiga,
los invertebrados: son distintas posibilidades de ser.
La verdadera escritura es la que no
se escribe, es la que capta; el que escribe es esencia misma ya cuando se la
trabaja en palabras, deja de ser, es la mente ordenando lo que escribe el ser,
una traducción de la escritura. En sí mismas las palabras no son nada, sólo
herramientas para transmitir algo, una esencia como una bruma que levantan
donde allí puede encontrarse algo desconocido, como la revelación de un
misterio o secreto, como sostenía el norteamericano William Carlos Williams:
esa revelación le era revelada al que la escribía.
Otro aspecto es esa especie de harina
que se amasa con el otro, donde entra en juego la teatralidad de las palabras
que pone en acción las distintas escenas con movimientos posibles, donde entran
en juego la musicalidad, la rima, los encabalgamientos o expansores que dan la
tensión de lo que se intenta comunicar a través de la interacción de los
sentidos. Francis Ponge afirmaba que tomar partido por las cosas significa
tener en cuenta las palabras, por lo tanto, elegir una u otra hacen al estilo y
ponerse en un sitio como autor. Es la resultante de la interacción de las
palabras entre sí esa intención o dirección que llevan en su combinación el
ladrillo de la casa inmaterial, de ese flujo que brota por encima de ellas y
que da el sentido, la estética, la forma y fondo del poema. Algunas de estas
cuestiones las planteé en un libro inédito de ensayos sobre poesía y poética.
De los que escribieron sobre estos asuntos prefiero a Gaston Bachelard, Maurice
Blanchot, Félix Guattari, W. H. Auden, Ponge, y “Función de la poesía y función de la crítica” de T. S. Eliot. La
poesía es un arma muy potente en tanto nos insta a perdurar más conectados con
nuestra esencia, ya que va más allá de las cosas, lo visible; lo que hay por
debajo, como alegaba Alberto Girri: “ese
río en esa herida abierta entre lo material e inmaterial”: nos está
hablando de eso.
La poesía puede estar en el brillo de
las palabras o en las imágenes, en las metáforas o en esa bruma que levantan
las palabras en su unión y combinación de unas con otras, transfiriéndonos lo
que capta el sensorio y así su sinécdoque. Me atrae esa poesía de rupturas, de
varias líneas de pensamiento simultáneas como en el cerebro, como en nuestra
realidad, y si es posible cortarlas a todas para entrar en el vacío, ese sería
para mí el mejor poema. Entrar para tener la capacidad de ser llenado con algo,
algo que no sé, sólo la experiencia poética te lo revela, podría ser algo como
meditar: están en un mismo terreno: el del vacío.
PQ con Leonardo Martínez, María Negroni y Graciela Zanini
7 — Sigamos, si te parece, con el oficio, con el
corregir o no corregir, con el meditar, con tus preferencias, con tus
influencias.
PQ
— Uno empieza a escribir
un día y se va haciendo el oficio sin saberlo y a sabiendas con los libros que
uno lee, los ensayos, pero ya no sólo desde el aspecto de disfrutarlos sino
poniendo foco en la manera que fueron escritos, visualizando los distintos artificios
o esmeros en la escritura en forma y fondo, el logos y el pathos de los
griegos. Obras estimulantes en este sentido son “El oficio de poeta” y “El
oficio de vivir” de Cesare Pavese. Conviene conocer los distintos modos
poéticos: sonetos, haikus, romancero, endecasílabos, tankas, los estilos
barroco, lírico, surrealista, metáforas, el verso libre, y hasta conviene
escribir en esos estilos para luego olvidarlos. Los esquemas deben ser
aprendidos para luego romperlos y crear en nuestro propio estilo, registro
donde nuestra voz se sienta más cómoda o quiera experimentar. Encontramos
nuestra voz propia aunque la voz propia siempre estuvo desde nuestro comienzo
en la escritura. Con el transcurso del tiempo la reconocemos y la
perfeccionamos.
Corregir o no corregir, siempre fui
partidario de corregir pero hasta un punto, para no destrozar el poema. Hubo
libros que salieron sin corregir, por ejemplo, “Jazz” y “Perfume animal”.
En otros, en segundas y terceras revisiones necesité introducir modificaciones. Estoy convencido de lo necesario de la
lectura de los textos propios en voz alta: se detectan matices que en la
“lectura ambrosiana” pasan desapercibidas. Una vez, Arnaldo Calveyra
[1929-2015] me aconsejó, respecto de uno de mis libros ya terminado y que
preveía revisarlo y eventualmente corregir, que lo dejara como estaba, que
marcaba una época mía: tal vez esto sea aplicable para poetas notables como
Calveyra. Y el otro límite en cuanto a las correcciones, en algunos casos, es
la editorial, como le pasaba a Borges, quien no cesaba de corregir aun después
de haber entregado la obra a publicar, hasta que al final el editor responsable
le comunicaba que el material ya estaba en etapa de impresión.
Escribo como hablo para salvarme de
cada tumba doméstica cotidiana, esos puntitos en el día que trato de visualizar
para existir en la alegría de saberme vivo: ese es el territorio o el vacío que
la poesía ocupa en mí. Esa especie de meditación… ¿Que cuándo medito?: todo el
tiempo; se puede estar haciendo lo que nos corresponda y a la vez teniendo
conciencia de ser. Como en una poesía sufí, o como dirían los tibetanos: “Si ya
lo tenés todo en vos, para qué buscarlo afuera”, que es lo que también sostenía
San Agustín. Pero esa sabiduría, si te vas, la perdés. Sos el resultado de lo
que te pasa, y eso es nada con lo que uno es. Y, por supuesto, la poesía te
lleva, te mantiene en ese nivel de conciencia.
Por ejemplo, un esquema de poema:
elemento cotidiano vinculado con elemento metafísico, un encabalgamiento, una
interioridad referida, un remate, por decir una forma de esquema; pero no
repetir porque harta, aburre; los esquemas, como ya dije, hay que romperlos
luego de conocerlos, y hacer uno su propio mapa según cada libro, tema o
estética. Todo lo imprevisto, lo que nos llega, interrumpe; lo que se presenta
como accidente o no esperado —sonidos, música, algo leído, la televisión— es
bienvenido al poema, aporta al texto y a su vez vincula con el mundo nuestra
experiencia interior; tal vez sea lo más rico del poema, no anécdota sino ejes
en nuestra intención, si sabemos llevar el timón de nuestra travesía de ser en
el poema. Y también es maravilloso lo que quedó afuera del cuadro del poema,
esos recortes que hacen de negativo de lo que no fue el poema y a su vez es
otro poema. Lo importante es tener el ritmo, la yuxtaposición, el tono, el
desde dónde, el timing; el resto es buscar las palabras (las tuyas, las de los
libros que estás leyendo, las de los libros que leíste, las de los
diccionarios, sinónimos y antónimos, las de la calle, los medios de
comunicación radiales y televisivos, las canciones que te trinan, lo que se te
ocurra). Y lo otro es la anécdota, la piccola historia que te brilló. Y
ahora, como me decían los tanos de Padova: “Pablo
caccia il bisturi”.
Entre los artistas que prefiero te
cito a Pascal Quignard, Gerardo Deniz, Raúl Zurita, John Ashbery, Severo
Sarduy, Haroldo de Campos, David Rosenmann-Taub, George Perec, Alfredo Fressia,
José Kozer. Y entre mis influencias…, desde esa movilidad en acción de cuadros
de Edward Hopper, Ignacio Zuloaga, Caravaggio o Francis Bacon, a films de
Francois Truffaut, Federico Fellini, Kurosawa, a poemas de Anne Sexton y Anne
Michaels, al Guillermo Enrique Hudson de “Allá
lejos y hace tiempo”.
PQ con sus padres recibiéndose de médico en 1978
8 — En tanto médico, sos un curador. Y lo sos (así
consta en libros y en la web) de la Biblioteca Popular de San Isidro.
PQ
— Además de coordinar
allí talleres de poesía, soy el responsable de un ciclo de poesía en el que
desde 2013 han ido participando poetas de diferentes regiones del país y hasta
de Uruguay (Lisandro González, José Villa, Susana Villalba, Marcelo Leites,
Rodolfo Edwards, Carlos Battilana, Esteban Moore, Carmen Iriondo, Juan Salzano, Carlos Juárez Aldazábal, Sandro Barrella,
Osvaldo Aguirre, Vivian Lofiego, Juan García,
Daniel Samoilovich, Javier Galarza, Juan
Desiderio, Lucas Soares, Graciela Perosio y muchos más). En distintos medios,
tanto de internet como en los diarios “Clarín”, “Página 12” y “La
Nación” se han difundido notas sobre el ciclo de poesía, pionera en San Isidro. He creado el Festival de Poesía de San
Isidro en la Biblioteca, que ya en 2017 cumplió su tercera edición. Asimismo
hemos realizado un Concurso de Poesía para poetas Inéditos del que fui jurado
con el poeta Mauro Lococo.
9
— Al escritor Rodolfo Fogwill [1941-2010] lo has conocido personalmente.
PQ
— Era un gran tipo. Entre
otros, me obsequió ejemplares de su novela “Los
pichiciegos” y de su poemario de 2003, “Canción
de paz” (en una de las dedicatorias me puso “Al Dr. Poeta”). En más de una ocasión, con su tono canchero, me
acicateaba: “¿Qué hacés que no estás
escribiendo…?” Fue un placer para mí cuando en “La Boutique del Libro”, en
el barrio de Palermo, tras la presentación de la obra poética de Arnaldo
Calveyra, y estando Fogwill en la fila para que Arnaldo le firmara el ejemplar
que había comprado, los presenté: dos grandes escrituras y personalidades: tan
distintas, y unidas por un silencioso respeto. Ambos, descubro, obtuvieron la
Beca Guggenheim.
Me gustaría, Rolando, en esta
respuesta, y por lo mucho que me hubiera complacido hablar con él
personalmente, agregar que aunque sólo a través del teléfono, conversé en una
oportunidad con ese escritor cordobés que muchos admiramos por su manera de
encarar la poesía, Néstor Groppa [1928-2011], quien concibiera y editara entre
1998 y 2009 los diez tomos que conforman “Anuarios
del tiempo”. Cuando estuve en Jujuy, provincia en la que él residió durante
la mayor parte de su vida, hacía poco que había
fallecido.
10
— Jujuy. Fuiste un colaborador asiduo en dos periódicos, uno de ellos de esa
provincia.
PQ — Sí, entre 2011 y 2016. Del
suplemento cultural del jujeño “Pregón”, dirigido por la poeta Susana Quiroga,
y del suplemento cultural del diario “Punto Uno”, dirigido por el también
poeta, cubano y radicado en la provincia de Salta, Idángel Bentancourt.
Colaboré con notas sobre las poéticas, por ejemplo, de Carilda Oliver Labra,
Aldo Oliva, Jorge Leonidas Escudero, Pier Paolo Pasolini, Fina García Maruz,
Héctor Viel Temperley… Y también otras fueron apareciendo en la revista del
Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”.
11 — En tanto has incursionado en la traducción íntegra
de un libro, me permito preguntarte sobre cómo fuiste cursando esa experiencia.
Y si prevés proseguir.
PQ
— En 2016, al salir del
Museo de Orsay, en París, en una librería del barrio Saint Germain des Prés,
compré “Ensemble
encore” del poeta francés Yves Bonnefoy.
Al mes de regresar de ese viaje comencé con la traducción, colaborando conmigo
un amigo médico. Los primeros poemas me resultaron engorrosos. Son extensos,
con un yo ausente. Topé con la dificultad en el uso de los verbos (y qué persona
usar). Pero a medida que persistía se iba despejando esa enredadera de
palabras. Fue un deleite.
Tengo previsto, sí, intentar la
traducción de dos libros que traje, en ese mismo viaje por Europa, de Londres:
uno, del poeta Thom Gunn [1929-2004], y el otro, de Alice Oswald. Traducir,
además de enriquecernos otorgándonos una mirada distinta, nos posibilita
utilizar vocablos que tal vez nunca usaríamos, escudriñar por dentro al poeta
en cuestión, su forma de moverse con “las
palabras y las cosas”, como diría Michael
Foucault.
12
— Transcribo
de la novela “Herejes” de Leonardo
Padura: “…aquella monserga
trascendentalista y mistificadora de Nietzsche —autor que, al mismo nivel
lamentable que Harold Bloom, Noam Chomsky y André Breton, entre otros más, le
resultaba de una petulancia de profeta iluminado que le caía como la clásica y
muy reconocida patada en las partes más vulnerables de su anatomía—.” ¿Nos
trasmitirías tu parecer sobre lo que el narrador nos informa que opina el
protagonista de la novela?
PQ — He leído muy poco al autor de “Así habló Zaratustra”; algo de “Ecce
homo”, por ejemplo. ¿Te acordás de la humorada de las pintadas cerca de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA?: una, “Dios ha muerto”: Nietzsche. Y al lado, “Nietzsche ha muerto”: Dios.
Los filósofos son seres de luz,
buscan el saber de un por qué. Y todos aportan su cosmovisión, instalan una
constelación donde se mueven las ideas, las cosas, el hombre, el ser. Yo me he
interesado por Gilles Deleuze, con su transversalidad, el rizoma, el Antiedipo,
por Foucault (“Las palabras y las cosas”,
“Vigilar y castigar”), por Félix
Guattari, algo de Giorgio Agamben, Roland Barthes (“Lo neutro”), y en una época me atrajo Giambattista Vico con su
visión del mundo del “corso y recorso”,
que también cita James Joyce en el “Finnegans
wake”. Ellos forman parte de esa incandescencia de lo que es para mí la
felicidad. Pero no concuerdo, no me parece lo que dice el narrador, no sé.
Te cuento que he realizado estudios
sobre Filosofía durante tres años, en la década de los ’90, con la profesora
María Rosa Di Rissio. Analizamos desde los Presocráticos hasta la modernidad,
Sócrates, Platón y su mundo de reminiscencias y las almas disponibles,
Aristóteles (la luz que se posa sobre las cosas para que sean visibles y su
primer motor inmóvil moviendo motores móviles), Tomás de Aquino y la “Suma teológica”, “Cartas de Abelardo y Eloísa”, su bella y trágica historia de amor,
“Discurso del método” de Descartes,
John Locke (podemos saber la extensión del mar pero nunca su profundidad),
Immanuel Kant (nunca vemos la realidad en sí misma sino lo que nuestros
sensorios captan), Hegel, Martin Heidegger, Baruch Spinoza…
Apasionante, pero mi
materia es la poesía, a la que la Filosofía añade ideas expansivas,
disparadoras para el poeta.
13
— ¿Tuviste, albergaste (albergás) alguna historia que te hubiera gustado
convertir en novela?
PQ — Una autobiografía, aunque no fuera la mía o si lo fuera,
oculta como en “Los diarios de Emilio
Rienzi” de Ricardo Piglia. Nunca me lo había planteado (acaso proponiéndome
este diálogo me diste el puntapié inicial). Ya en poesía tengo un libro que iba
a salir el año pasado, “Biografía del
trauma”, y quedó en suspensión por un problema económico de la editorial
comprometida. En ese poemario jugué con una historia transmutada en palabras de
lo que fue parte de mi vida o de la vida en general. Y cuentos: empecé una
serie de enlazados sobre fútbol, pero quedó en cinco o seis cuentos de tres o
cuatro páginas, a partir de anécdotas.
14 — ¿Cuáles serían para vos las
cinco novelas inolvidables de la literatura universal, y por qué?
PQ — Me voy a referir a “mis clásicos”, tal como lo expresó
Ítalo Calvino: son los libros a los que vuelvo, esos son. Y yo tengo los míos.
Hablar de géneros es un poco peligroso, aunque cuando un cuento supera tal
cantidad de páginas pueda llamarse novela… humm…, desconfío. Como cuando
Groucho Marx adujo que “Nunca
pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”. Tal vez
sea la factura o la organización, no sé, pienso en el desarrollo de los
personajes no dependiendo de la extensión; pero no es mi materia: sólo soy
lector de pocas novelas, cuentos, relatos, lo que denominamos narrativa. Las
dos Marguerites
famosas me interesan: la Yourcenar con su “Memorias
de Adriano”, y la Duras con “El
amante”, “La música”, “El cine Edén”.
“Ulises” de James Joyce, sobretodo el
primer capítulo y el monólogo final de Molly Bloom, por su desestructuración y
el libre discurrir del yo poético, sus anécdotas y el sentido interior y los
detalles de veinticuatro horas en la vida. Ítalo Calvino con “El vizconde demediado” y “El barón rampante”: me fascinó la concepción
imaginativa de árbol a árbol o esa idea de estar dividido, separado y buscar
encontrarse. Marcel Proust en “Por el
camino de Swann”, el primer título del ciclo “En busca del tiempo perdido”, por la liviandad del rodar de las
bicicletas, las muchachas, todo ese aire. “La
divina comedia” del gran Dante Alighieri, y también Virgilio con sus “Geórgicas” y “Bucólicas”. Entre “mis” clásicos, entonces, “De la naturaleza de las cosas” de Lucrecio, Catulo (sus odas),
Aristófanes (“Las avispas”, “Las aves”). De nuestro Leopoldo Marechal, “Adán
Buenosayres”, esa topografía del alma humana, del barrio de Villa Crespo,
hay algo de hahnemanniano allí, o
de Tomás de Aquino, y toda la porteñidad. No me olvido de “La cautiva” y “El matadero”
de Esteban Echeverría. Para mí, Borges,
sin escribir novela, a todos sobrepasa…, por ejemplo, en “El Aleph”. “Trópico de
capricornio” y “Trópico de cáncer”
de Henry Miller, por el vocabulario, y la intimidad del mundo artístico, su
libertad para fluir. “La metamorfosis” de
Franz Kafka. “El ruido y la furia” de
William Faulkner. Todos los cuentos del uruguayo Felisberto Hernández, las
hortensias, su mundo acuático de sorpresas, inesperado. Ésa sería mi galaxia,
como diría Haroldo de Campos, de escritos o novelas, mi universalidad. Y
siempre recordando que lo más universal en el sentido de que cualquier humano
pueda entender, es el resultado de pintar tu propia aldea.
15
— ¿“Ir siempre por más”, “fortalecer las relaciones”, “prodigarse demasiado”, “conceder un deseo” o “restablecer parámetros”?
PQ — Me interesa “fortalecer
las relaciones”. La fortaleza, como bien sabés, Rolando, es una de las
virtudes cardinales (cardinal deviene de calle central, el centro), que cuando
opera para vencerse a uno mismo y sostenerse ante algo, es la templanza, es la
fuerza interior. Y las relaciones serían el contacto, comunicarse, transmitir,
eso que nos une. La palabra, el afecto, la hermandad, la compasión, el
conocimiento. Eso me incita, esa idea. Los maestros aconsejan que los deseos no
nos gobiernen, sino dejarlos fluir. Y el sabio no desea nada, solo fluye y toma
todo con la fruición de experimentar lo que le toca, que en definitiva es lo
que atrae, lo que necesitamos para mejorar o para superarnos, un aprendizaje.
Digamos que estar atentos, despiertos para poder ver, sería ir por más, buscar
un crecimiento, el bien último: EL AMOR. El parámetro sería: ¿quién sabe amar?
Ese es el desafío de toda una vida, ser, no tener. Y el amor es también
prodigarse, dar, un sin medida, sin esperar.
16 — ¿Tendrás algún episodio
hilarante del que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
PQ — Muchos, imaginate, pero no los retuve, son fugaces. El
humor y la alegría es algo que nunca debemos perder. Se dice que la forma en
que enfrentás la negrura es tu grado de felicidad. Ahora recuerdo, después de
este introito, que en la tierna adolescencia iba con dos amigos en la provincia
de Córdoba, en el trayecto de Cosquín a Bialet Massé en un taxi, al concluir
una noche del festival de folklore, y el auto era tan viejo y zaparrastroso que,
en una curva, Raulito, uno de los pibes, dijo: “Agarremos la carrocería para no seguir con el chasis solo”:
todavía me sigo riendo.
Pablo Queralt selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
Ya viví una parte de mi
vida como un funeral supe que para amar hay que estar maduro sino es otra trompada más
en el ángulo
ya sabés que todo es transitorio por eso no querés ser infeliz ahora sé
que soy el que no tiene imagen ni finisterre el que sigue cuando
le entregan estas palabras en la mañana y todo se derrumba todo lo otro
es lo mínimo de mí el mitema el fabulema lo que no terminé
de escribir y mi cuerpo pensó.
(de “Raros sentidos”)
*
Ahora que la escena se
retira
vas a ver por dónde viene la marea
posiblemente escuchés otra historia
pero soy el que ama todo lo que no pudo amar
fui criado
en esa tristeza retenida y mi alma decidió
en el momento equivocado con aquello que pasó y
no fue
el timbre todavía sonaba
en el cerebro donde vivía
y donde terminamos queriendo estar.
(de “Raros sentidos”)
*
Cuando el día se
retira
cuando olvidamos nuestro nombre aquello que
sigue siendo yo
aquello que ahora viene cuando todo se derrumba
en mi hora verdadera
y que seguirá siendo lo mismo cuando haya
pasado
espejea su instante dibuja la dimensión
de lo desconocido más allá de su cristal mental
nos mancha con su azul con su insensata
coherencia
con su luz en que confío cada vez que despierto
sacude el sueño en que estamos acostumbrados a
vivir
la caja cerrada donde está la respuesta.
(de “Raros sentidos”)
*
El cuerpo conoce todas las respuestas
pero lucho contra el llanto el dolor
como un Sísifo más que sube su roca
hasta la cima y así cada noche
hasta que la roca no cae más
y en ese equilibrio al salir de
la iglesia decir para qué vine
e igual seguirlo eligiendo
todas las noches mato a cientos
de personas y después de enterrarlos
me gusta darles libertad
si nací es para no volver a nacer
si muero es para no volver a morir
salir de la rueda darle una casa al
corazón
zapato amapolas de este atardecer
resolviendo los problemas para
destruir el destino
yo no soy este cuerpo soy algo
que no conozco esos sacos de agua
a cada lado en el pulmón cada ala
solo estoy a salvo en su música.
(de
“Perfume animal”)
*
El azar es una arquitectura sin color
un knock a la quijada
que arroja su luna con
sus casitas lúteas sus cuerpos
sus cielos escarbados
oís hervir sus aguas
partir el pan
ahí quedaste colgado
atrapado en su crujido
en su luz pétrea en el arrullo
de los rayos de su mundo
que abren universos
o no llevan a ninguna
parte
cierro los ojos leo su
escritura
vamos arrimando el bochín
estoy acá en su huella
pintado en su pared
colocando el agua para
beber
el primer lenguaje del
día.
(de “Ser y ser visto”)
*
En ese aire de ir hasta el puente para sentir pasar los autos
bajo los pies
su murmullo que golpea para que la
muerte sea lejana como
un viento borrando el tiempo el
amarillo que dibuja su retirada
y alza la alegría
de olvido solo para mirar lo que
veo.
(de “Ser y ser visto”)
*
Como la piedra que baja al fondo del río sigo desenrollando ese
susurro este tiempo que alguien me
dio volviendo a la vida en
el borde trémulo
de la nube a estas puertas en su
horizonte infinito con mis
ruinas vivas borrando huellas antes
de pasar mi otra persona
su viejo reloj su cuerpo lleno de
silencio y agua jugando con su
corazón sin pensamiento.
(de
“Ser y ser visto”)
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en las ciudades de San Isidro y Buenos Aires,
distantes entre sí unos 25 kilómetros, Pablo Queralt y Rolando Revagliatti, 8
de enero de 2018.
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