El drama de Maldoror es el drama del hombre, todas las contradicciones, todo el hormigueo de imágenes, todas las metamorfosis, toda la crueldad y toda la desesperación, no han sido acumuladas sino para levantar este retrato del hombre y de sus fantasmas, los que él ha sacado de su propia materia, para perseguirle y para acosarle y los que tienen tan perfecta afinidad con él mismo.
Emilio Adolfo Westphalen
Enrique León en su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte (Esta no es una puta editorial, 2009) habla del amor. Pero no del amor en remolinos de cursilería, sino del amor como sentimiento de extrañez, de rechazo y de vacío: parece preguntarse sin fuerzas en Parte Uno: ¿qué es esto que siento o que sentimos multiplicados o divididos? ¿será amor? Pero no lo dice (es decir: no lo grita) en la cúspide de algún amor, a la manera de César Moro (intergaláctica, de origen, de guerra), Francisco Bendezú (de torrente pero de idilio que esfera la piedra deforme como escultura delicada), Pedro Salinas (de construcción, de algún resplandor en que yace atravesado el infinito) o Róger Santiváñez (de asco, de feliz degenerado que viola la ciudad podrida hecha virgencita en Cor Cordium), parecen sus palabras distantes de algún sentir; hay algo seco y frío en esta escritura declarativa. Parece estar de acuerdo con el poeta lusitano Eugenio de Andrade cuando habla de lo gastadas que están las palabras en ‘Adios’: Ya gastamos las palabras. / Cuando ahora digo: amor mío, / ya no pasa absolutamente nada. / Y entretanto, antes de las palabras gastadas, / tengo la certeza / de que todas las cosas se estremecían / con sólo murmurar el nombre tuyo / en el silencio de mi corazón. Erie, su impronta va hacia otro lado, él mismo parece responderse cuando dice en ‘para callar’: he caminado he sonreído / he poseído la locura // (a veces creo que de nada he vivido) // pero hallo mi voz por un instante / para callar para callar / y no decir y no decir // te amo (además, hay que observar que el, te amo, está en una grafía mucho más pequeña, como si no quisiera decirlo). Está la imagen latente del rechazo, cuando dice en ‘deja que salga el sol’: vete ahora que tanto te amo / para no odiarte con los años. En Parte Dos, las fuerzas cambian, existe una libertad a pesar de la extrañez, se acepta y se hace el amor o se eleva el sexo y se valora la entrega del cuerpo en pos de apartar la soledad física: y morir y hacerte el amor / y hacerte el amor muriendo / y morir haciéndote el amor // después de todo (en ‘aquiescencia’); parece que se valora una caricia tanto como el vuelo obscuro del amor cuya meta parece ser la muerte: culminación perfecta de los amantes románticos. Sin Parte, en cambio, resuma el principio o el final de la acción amatoria o sexual que se asocia a la madre y al padre, que son, después de todo, el origen de este “extraño” ser que ama, que quiere amar, y que no lo dejan, por considerarlo una especie de deformidad. Sin Parte, es el desenlace, la gloria, a pesar de todo. La aceptación que clavetea en poesía, en otra poesía para integrar las partes: a la búsqueda de huellas de manos felices y de / garabatos de niños artistas.
Emilio Adolfo Westphalen
Enrique León en su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte (Esta no es una puta editorial, 2009) habla del amor. Pero no del amor en remolinos de cursilería, sino del amor como sentimiento de extrañez, de rechazo y de vacío: parece preguntarse sin fuerzas en Parte Uno: ¿qué es esto que siento o que sentimos multiplicados o divididos? ¿será amor? Pero no lo dice (es decir: no lo grita) en la cúspide de algún amor, a la manera de César Moro (intergaláctica, de origen, de guerra), Francisco Bendezú (de torrente pero de idilio que esfera la piedra deforme como escultura delicada), Pedro Salinas (de construcción, de algún resplandor en que yace atravesado el infinito) o Róger Santiváñez (de asco, de feliz degenerado que viola la ciudad podrida hecha virgencita en Cor Cordium), parecen sus palabras distantes de algún sentir; hay algo seco y frío en esta escritura declarativa. Parece estar de acuerdo con el poeta lusitano Eugenio de Andrade cuando habla de lo gastadas que están las palabras en ‘Adios’: Ya gastamos las palabras. / Cuando ahora digo: amor mío, / ya no pasa absolutamente nada. / Y entretanto, antes de las palabras gastadas, / tengo la certeza / de que todas las cosas se estremecían / con sólo murmurar el nombre tuyo / en el silencio de mi corazón. Erie, su impronta va hacia otro lado, él mismo parece responderse cuando dice en ‘para callar’: he caminado he sonreído / he poseído la locura // (a veces creo que de nada he vivido) // pero hallo mi voz por un instante / para callar para callar / y no decir y no decir // te amo (además, hay que observar que el, te amo, está en una grafía mucho más pequeña, como si no quisiera decirlo). Está la imagen latente del rechazo, cuando dice en ‘deja que salga el sol’: vete ahora que tanto te amo / para no odiarte con los años. En Parte Dos, las fuerzas cambian, existe una libertad a pesar de la extrañez, se acepta y se hace el amor o se eleva el sexo y se valora la entrega del cuerpo en pos de apartar la soledad física: y morir y hacerte el amor / y hacerte el amor muriendo / y morir haciéndote el amor // después de todo (en ‘aquiescencia’); parece que se valora una caricia tanto como el vuelo obscuro del amor cuya meta parece ser la muerte: culminación perfecta de los amantes románticos. Sin Parte, en cambio, resuma el principio o el final de la acción amatoria o sexual que se asocia a la madre y al padre, que son, después de todo, el origen de este “extraño” ser que ama, que quiere amar, y que no lo dejan, por considerarlo una especie de deformidad. Sin Parte, es el desenlace, la gloria, a pesar de todo. La aceptación que clavetea en poesía, en otra poesía para integrar las partes: a la búsqueda de huellas de manos felices y de / garabatos de niños artistas.
No se debe pasar por alto que Enrique León con su poemario Parte Uno, Parte Dos, Aparte, Sin Parte, enriquece el rico hacer del amor homosexual, hecho poético que lo liga a Queridolucía (Esta no es una puta editorial, 2007) de Rafael García Godos (la acción de marginar está emparentada a asociar nuestro temor o asco a lo culminante y así la segregación para un color de piel o para una opción sexual yace en que se visualiza instantáneamente esta fijación por aprendizaje impuesto por los padres, sitios de diversión, las instituciones educativas o por ese pavor de ver en espacio abierto la cópula homosexual, polisexual, grande orgía*) y Polisexual (Hipocampo Editores, 2007) de Giancarlo Huapaya (que trabaja todas la vetas posibles del amor sexual, parasexual y más que sexual; en palabras de Roberto Echavarren: Es difícil ubicar un yo lírico en este libro, vale decir una identidad (de hombre, de mujer, de animal). De vez en cuando aparece un "mono semisexual", pero aparecen sobre todo intercambios de flujos (baba, semen, orina)).
Al leer este libro me he preguntado si realmente vale la pena, siquiera, preguntarse si el libro físico desaparecerá, ya que la competencia y la diversidad de ellos parece que siempre han existido. La gran belleza de éste y de todos los que saca Esta no es una puta editorial, me hace creer junto a Ítalo Calvino (Pienso que la lectura no es comparable con ningún otro medio de aprendizaje y de comunicación, ya que la lectura tiene un ritmo propio, gobernado por la voluntad del lector; la lectura abre espacios de interrogación, de meditación y de examen crítico, en suma, de libertad; la lectura es una relación con nosotros mismos y no únicamente con el libro, con nuestro mundo interior a través del mundo que el libro nos abre.) que esto jamás sucederá. Como anécdota, figuro que la portada del libro, ‘Lolita’, realizada por Álex Castillo (y que a algún querido amigo mío intimidó), es la sentencia del rastro de ese amor del que no nos quiere decir Enrique León, pero del que entendemos por el accidente en la súper autopista de la soledad creada. Hago una pausa: escucho el rumor de las páginas al pasar.
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