La primera vez que vi a la doctora Farazzo venía acompañada de mi abogado. La doctora me dio la mano sonriendo y no se sentó hasta que nos dejaron solos. Tenía una sonrisa poderosísima, como de acero. Con esa sonrisa había ganado muchas batallas. Lo que más me admiraba de la doctora no eran sus conocimientos farmacológicos, sino su imperturbable sentido común. Atravesó el país para examinarme; era una de las pocas psiquiatras forenses de Francia que podía hablar conmigo sin necesidad de intérprete. Me explicó quién era, se interesó por mi salud y por cómo me adaptaba a la vida entre rejas, a lo que yo repuse que precisamente procuraba no adaptarme porque esperaba salir en cuanto se aclarasen los hechos.
-Tengo que hacerle un cuestionario escrito –me dijo-, es un requisito oficial. Quiero que lo conteste rápido, porque lo que nos interesa a los dos es que termine cuanto antes y hablemos.
No perdió el tiempo en rodeos y en cuanto dejé el lápiz en la mesa recogió los papeles.
-¿Sabe, usted, porqué le han encerrado? –me preguntó.
Contesté que sí. Me acusaban de robo, de lesiones y de homicidio. Sin embargo, aunque no podía negar cierta participación en los hechos, yo no había cometido ningún delito, porque mi implicación era circunstancial.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Que las casualidades han tenido un papel mucho más importante que mi voluntad.
-¿Podría explicarme el significado de la palabra “voluntad”?
Después de un rato le respondí que no, que no podía, que debería preguntarle a un filósofo. Lo único que podía decirle era que en la vida hay veces en que las circunstancias te obligan a hacer cosas que nunca hubiéramos concebido en otro escenario cualquiera. La doctora apuntó mis palabras y me prometió que nos seguiríamos viendo para que le contara detalladamente mi versión. A partir de entonces, Farazzo me visitaba al menos dos veces por semana.
***
Todo el público se había fijado en su belleza blanca, blanquísima, como si fuera espuma, y nos animó que tuviera un papel más largo. Llenaba el escenario con su sola presencia. No nos perdíamos ni un movimiento; evocó la playa cubierta de fuel. Podría decir que era una danza o, mejor, una pantomima, la verdad es que no lo sé. Me siento incapaz de volcar su actuación en palabras. Sólo sé lo que ella nos hizo experimentar con su cuerpo y un juego de sonidos. Así relatado parecerá algo extravagante y exiguo, pero allí, en su presencia, realmente suspendimos las barreras. El alcatraz casi no podía mover las alas porque las tenía cubiertas de fuel. Se notaba que le pesaban demasiado. Intentaba mantener el equilibrio, pero continuamente se balanceaba sin control de un lado a otro y desde el principio supimos que no iba a salir del lodo. Estábamos presenciando su agonía. Una ola arrastró hacia esa playa una nueva capa de hidrocarburo y Null se quedó pegada. Era inútil luchar contra la mancha. Perdió la vista; casi no respiraba. Abría su pico enloquecida e intentaba aspirar algo de aire. Murió luchando. Tras unos segundos de silencio, aplaudimos. Creímos que se trataba de un homenaje de la compañía a la tragedia del accidente petrolero. Teba y yo esperamos para felicitar a la chica. Null no reparó ni en nosotros ni en nadie, y era maravilloso poder observarla sin que le importara, ¿cómo se puede tener esa piel? La naturaleza es así de injusta; es imposible no honrar la belleza. Ahora sé que no eran precisamente los nervios del estreno lo que la mantenían atontada, sino algo mucho más terrible. Siempre recuerdo aquel día de teatro en blanco y negro, como si estuviera en una película de Theodor Dreyer con Falconeti deslumbrada por los focos interpretando a Juana de Arco. Pero en este caso no hubo interpretación. Mostró su locura a pecho descubierto y lo seguiría haciendo noche tras noche; escandalosamente vulnerable, sin que nadie se diera cuenta.
***
Mar Gómez Glez nació en Madrid (España) pero actualmente reside en Nueva York. Es autora de la novela Cambio de sentido (2010), la obra Fuga mundi (2008) y el libro infantil Acebedario (2006). En 2008 recibió el Primer Premio de Relato del Certamen Arte Joven Latina y en 2007 el Premio Beckett de Teatro. Ha sido becaria en el área de creación en la Residencia de Estudiantes (Madrid, 2005-06) y recientemente participó en la Residencia Internacional del Royal Court Theatre de Londres para dramaturgos emergentes. Estudia el doctorado en New York University y colabora con el programa de Escritura Creativa en Español de esta misma universidad.
Cambio de sentido:
Cambio de sentido es una novela corta que tiene como trasfondo el desastre ecológico que supuso el hundimiento del petrolero Prestige junto a la costa cantábrica. Su protagonista, Pablo, se embarca en un doble viaje: El primero le lleva de Madrid a Bretaña, tras la pista de dos fugitivas, y el segundo hacia sí mismo. Con la ayuda de la doctora Farazzo el narrador de Cambio de sentido irá enderezando sus recuerdos y asumiendo las consecuencias de lo vivido.
Cambio de sentido:
Cambio de sentido es una novela corta que tiene como trasfondo el desastre ecológico que supuso el hundimiento del petrolero Prestige junto a la costa cantábrica. Su protagonista, Pablo, se embarca en un doble viaje: El primero le lleva de Madrid a Bretaña, tras la pista de dos fugitivas, y el segundo hacia sí mismo. Con la ayuda de la doctora Farazzo el narrador de Cambio de sentido irá enderezando sus recuerdos y asumiendo las consecuencias de lo vivido.
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