Aunque Carmen Ollé -poeta encargada de la selección y prólogo- asevere que su objetivo es sólo "presentar un panorama" (p. 26), un trabajo de esta envergadura nunca está exento de fines representacionales, sobre todo cuando su objetivo es abrir a los lectores chilenos una de las vetas más generosas de la producción poética del Cono Sur. En este sentido, Fuego abierto pretende ser una muestra de los últimos cincuenta años de poesía peruana mediante una selección de cincuenta y tres escritores que, cronológicamente, se inicia con los poemas de Eduardo Eielson y finaliza con algunos de los títulos más recientes de Victoria Guerrero y José Carlos Yrigoyen.
En su consistente "Prólogo" traza el derrotero de un inalterable pero "jamás estático" (p. 6) proceso de cambios y variaciones en el horizonte de preferencias y tendencias por las que transita este sistema literario. Le interesa destacar la conflictiva coexistencia entre dos formas distintas de comprender la poesía en la actualidad, pues "es evidente que la poesía cambia con los años [...] Incluso dentro del circuito cerrado culto, prefiero hablar de estéticas contrapuestas que conviven entre sí" (p. 6). Reconoce una poesía de cuño "clásica" que se acerca al hermetismo y se caracteriza por su clausura ante lo social y lo político y, por otra parte, una poesía que da cuenta de "una cultura mixta, híbrida, donde lo culto y lo popular no necesitan diferenciarse neuróticamente" (p. 7). Este vaivén se radicalizaría en las últimas décadas con "una poesía de ideas, como respuesta [...] a la poética integral de Hora Zero de los años setenta y las imágenes tomadas de la realidad inmediata" (p. 6). Argumenta que las búsquedas estéticas actuales se centran en la complejidad del lenguaje, la filosofía y muestran una apertura hacia medios tecnológicos como la video-poesía.
Es interesante observar cómo el devenir de estos imaginarios se evidencia en la estructura del texto: nueve secciones, cada una denominada con títulos de obras significativas de los antologados, donde prima un criterio de afinidad estético-temática por sobre lo estrictamente cronológico, pese a lo cual se pueden observar ciertas correspondencias generacionales en los primeros tres apartados.
Así, la primera sección, "Canto villano", recibe el nombre de uno de los poemarios más importantes de Blanca Várela y reúne a los poetas más destacados de la generación del cincuenta como Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y la misma Várela. Si bien probablemente todos ellos tienen en común la búsqueda y experimentación estética con múltiples fuentes y distintos soportes, probablemente su principal característica sea, precisamente, la heterogeneidad y singularidad de proyectos literarios que con el tiempo se han diversificado y ampliado.
Bajo el nombre de "Cenizas y silicios", la segunda sección reúne a poetas de la generación del 60 como Arturo Corcuera, Luis Hernández, Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros y Marco Martas. Ollé, citando a Ricardo González Vigil, indica que los aportes fundamentales de esta promoción fueron "la cancelación de la pretendida oposición entre "poesía pura" y "poesía social", así como "la asimilación plena de los recursos y designios creadores (en su mayoría de matriz vanguardista [...] de Pound y Eliot) de la poesía de habla inglesa" (p. 11). Probablemente, uno de los poetas que mejor simbolizaba esta caracterización era Javier Heraud, el poeta guerrillero, ausente en esta selección.
Sin embargo, el sistema literario nunca está tan alejado del campo de poder y de los procesos sociales y, para Ollé, tales relaciones se evidenciaban en la generación del 70 con el proyecto literario de Hora Zero. Jorge Pimentel y Enrique Verástegui, dos de sus integrantes, forman parte de la tercera sección denominada "En los extramuros del mundo". Junto a ellos están María Emilia Cornejo, Elqui Burgos, José Watanabe y Rosina Valcárcel. En tal momento, "la poesía era un fenómeno social". Sus protagonistas son jóvenes universitarios, "poetas de origen provinciano o de barrios suburbanos que muestran otra poética de Lima", cuya radicalidad rompe con "los resabios de sensibilidad aristocrática [...] con su afán integracionista, la utopía del poema total y el ideal de formar parte de una comunidad de poetas" (p. 12).
La cuarta sección, "Contra el ensimismamiento", reúne a poetas como Magdalena Chocano, José Antonio Mazzotti, Roger Santiváñez, Montserrat Alvarez, Mario Montalbetti. Ollé se enfoca en la producción contemporánea de este grupo para calificarlos de "eclécticos e individualistas", pues a diferencia de promociones anteriores: "eligen sus modelos no sólo de la literatura sino del rock; amantes de la performance [...] citan ya no a autores canonizados, sino acantantes" (p. 18-19). Paradigmática de esta nueva tendencia sería la obra de Montserrat Alvarez, en tanto que Chocano y Santiváñez se acercarían a una poesía "metafísica" (p. 19), hermética e, inclusive, mística.
En "Amores imperfectos", el quinto apartado, se antologa a algunos poetas que tienen en común la indagación de lo íntimo, lo cotidiano y lo popular, tales como Giovanna Pollarolo, Enrique Sánchez Hernani, Domingo de Ramos, Roxana Crisólogo y la misma Ollé. Siguiendo a García Canclini, propone que sus obras reflejan la hibridez de una cultura que establece vasos comunicantes entre "lo culto y lo popular" (p. 7), ampliando el registro a otras voces e identidades, tales como la juventud, la marginalidad y las múltiples aristas de la identidad de género.
Los poetas de "Flama y respiración", sexto apartado, tienen en común una estética abstracta que explora el lenguaje. Ollé observa con mirada crítica a los primeros seleccionados, Ana María Gazzolo y Carlos López Degregori, pues su poesía "nace de la tradición y vuelve a ella sin contaminarse con el ruido social" (p. 7), y esa clausura y hermetismo, supone un desafío tanto al lector como a la crítica literaria.
La sección "O un cuchillo esperándome" antologa a representantes del "estallido de voces de mujeres" (p. 15) de los ochenta como Mariela Dreyfus, Rocío Silva Santisteban y Patricia Alba. Desde la perspectiva de género, Ollé discute la división que la crítica literaria, con una "necesidad simplista de etiquetar lo diferente", ha establecido entre lo que considera "poesía metafísica" y este discurso denominándolo "poesía erótica" por su "naturaleza transgresora" y su tratamiento del "cuerpo femenino y sus funciones, el mal y los placeres perversos del erotismo" (p. 15).
Sin embargo, reconoce, el escenario poético ha cambiado. Argumenta que la distancia actual respecto de la poesía comprometida se debe a las transformaciones de toda índole que han afectado al Perú, especialmente, durante el gobierno de Fujimori. El escepticismo contemporáneo ya no permite "avalar una poética romántica sino el descrédito social" (p. 12); el compromiso social del escritor, nos dice, se considera "una farsa sartreana" (p. 13). Observa con escepticismo el retorno de un discurso hermético que se abstrae de lo social y la diferencia de género, invisibilizando "tanto a hombres como a mujeres", en búsqueda de una explicación a "los "abismos profundos" del ser humano: la existencia, la muerte, el dolor", pues "todo lo demás, el combate cotidiano de la gente, su lucha por sobrevivir, sus placeres y odios no constituyen materia poética" (p. 16).
En las dos últimas secciones "Ya nadie incendia el mundo" y "Delgadísima nube" se consideran textos de algunos poetas que responderían a esta caracterización. El conjunto es sumamente heterogéneo e incluye poetas como Violeta Barrientos, Juan Carlos Yrigoyen, Miguel Idelfonso y Esther Castañeda. Ellos, indica, "se inclinan a una poesía más abstracta, más próxima a lo hermético culto, al fragmentarismo lúdico, sobre todo descontextualizado" (p. 23), explorando la realidad cotidiana y material desde lo filosófico a lo lingüístico.
Al finalizar su "Prólogo", Ollé esboza los rasgos que priman en la década presente con la poesía de Tilsa, Xavier Echarri, Florentino Díaz y Frido Martín, los cuales, sin embargo, no forman parte de la selección. Parece ser que, según su opinión, continúan y radicalizan las características de la década de los noventa, respondiendo "culturalmente a la manipulación de los medios y el mercado" mediante "lo que podríamos llamar arte mediático y/o electrónico", así como "el poema objeto inspirado en una fotografía, en cuadro y manipulado a través de múltiples técnicas informáticas" (p. 7) y la experimentación con otros soportes como la video-poesía.
En definitiva, esta antología busca presentar el devenir y los procesos dinámicos de la poesía peruana, revisando los problemas y tendencias más relevantes de las últimas décadas, las cuales han "ampliado el registro de la poesía clásica" (p. 7), mediante propuestas literarias y discursivas contrapuestas.
Cabe señalar, como colofón, que este volumen forma parte de una serie de antologías editadas por LOM en su colección "Entremares", que pretende impulsar en nuestro país el conocimiento y la lectura de los registros actuales de la poesía hispanoamericana contemporánea, contando ya con muestras de Bolivia, Argentina y ahora, Perú.
Universidad Austral de Chile,
Instituto de Lingüística y Literatura.
giovanna.yubini@docentes.uach.cl
Fuente: Estudios filológicos
En su consistente "Prólogo" traza el derrotero de un inalterable pero "jamás estático" (p. 6) proceso de cambios y variaciones en el horizonte de preferencias y tendencias por las que transita este sistema literario. Le interesa destacar la conflictiva coexistencia entre dos formas distintas de comprender la poesía en la actualidad, pues "es evidente que la poesía cambia con los años [...] Incluso dentro del circuito cerrado culto, prefiero hablar de estéticas contrapuestas que conviven entre sí" (p. 6). Reconoce una poesía de cuño "clásica" que se acerca al hermetismo y se caracteriza por su clausura ante lo social y lo político y, por otra parte, una poesía que da cuenta de "una cultura mixta, híbrida, donde lo culto y lo popular no necesitan diferenciarse neuróticamente" (p. 7). Este vaivén se radicalizaría en las últimas décadas con "una poesía de ideas, como respuesta [...] a la poética integral de Hora Zero de los años setenta y las imágenes tomadas de la realidad inmediata" (p. 6). Argumenta que las búsquedas estéticas actuales se centran en la complejidad del lenguaje, la filosofía y muestran una apertura hacia medios tecnológicos como la video-poesía.
Es interesante observar cómo el devenir de estos imaginarios se evidencia en la estructura del texto: nueve secciones, cada una denominada con títulos de obras significativas de los antologados, donde prima un criterio de afinidad estético-temática por sobre lo estrictamente cronológico, pese a lo cual se pueden observar ciertas correspondencias generacionales en los primeros tres apartados.
Así, la primera sección, "Canto villano", recibe el nombre de uno de los poemarios más importantes de Blanca Várela y reúne a los poetas más destacados de la generación del cincuenta como Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y la misma Várela. Si bien probablemente todos ellos tienen en común la búsqueda y experimentación estética con múltiples fuentes y distintos soportes, probablemente su principal característica sea, precisamente, la heterogeneidad y singularidad de proyectos literarios que con el tiempo se han diversificado y ampliado.
Bajo el nombre de "Cenizas y silicios", la segunda sección reúne a poetas de la generación del 60 como Arturo Corcuera, Luis Hernández, Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros y Marco Martas. Ollé, citando a Ricardo González Vigil, indica que los aportes fundamentales de esta promoción fueron "la cancelación de la pretendida oposición entre "poesía pura" y "poesía social", así como "la asimilación plena de los recursos y designios creadores (en su mayoría de matriz vanguardista [...] de Pound y Eliot) de la poesía de habla inglesa" (p. 11). Probablemente, uno de los poetas que mejor simbolizaba esta caracterización era Javier Heraud, el poeta guerrillero, ausente en esta selección.
Sin embargo, el sistema literario nunca está tan alejado del campo de poder y de los procesos sociales y, para Ollé, tales relaciones se evidenciaban en la generación del 70 con el proyecto literario de Hora Zero. Jorge Pimentel y Enrique Verástegui, dos de sus integrantes, forman parte de la tercera sección denominada "En los extramuros del mundo". Junto a ellos están María Emilia Cornejo, Elqui Burgos, José Watanabe y Rosina Valcárcel. En tal momento, "la poesía era un fenómeno social". Sus protagonistas son jóvenes universitarios, "poetas de origen provinciano o de barrios suburbanos que muestran otra poética de Lima", cuya radicalidad rompe con "los resabios de sensibilidad aristocrática [...] con su afán integracionista, la utopía del poema total y el ideal de formar parte de una comunidad de poetas" (p. 12).
La cuarta sección, "Contra el ensimismamiento", reúne a poetas como Magdalena Chocano, José Antonio Mazzotti, Roger Santiváñez, Montserrat Alvarez, Mario Montalbetti. Ollé se enfoca en la producción contemporánea de este grupo para calificarlos de "eclécticos e individualistas", pues a diferencia de promociones anteriores: "eligen sus modelos no sólo de la literatura sino del rock; amantes de la performance [...] citan ya no a autores canonizados, sino acantantes" (p. 18-19). Paradigmática de esta nueva tendencia sería la obra de Montserrat Alvarez, en tanto que Chocano y Santiváñez se acercarían a una poesía "metafísica" (p. 19), hermética e, inclusive, mística.
En "Amores imperfectos", el quinto apartado, se antologa a algunos poetas que tienen en común la indagación de lo íntimo, lo cotidiano y lo popular, tales como Giovanna Pollarolo, Enrique Sánchez Hernani, Domingo de Ramos, Roxana Crisólogo y la misma Ollé. Siguiendo a García Canclini, propone que sus obras reflejan la hibridez de una cultura que establece vasos comunicantes entre "lo culto y lo popular" (p. 7), ampliando el registro a otras voces e identidades, tales como la juventud, la marginalidad y las múltiples aristas de la identidad de género.
Los poetas de "Flama y respiración", sexto apartado, tienen en común una estética abstracta que explora el lenguaje. Ollé observa con mirada crítica a los primeros seleccionados, Ana María Gazzolo y Carlos López Degregori, pues su poesía "nace de la tradición y vuelve a ella sin contaminarse con el ruido social" (p. 7), y esa clausura y hermetismo, supone un desafío tanto al lector como a la crítica literaria.
La sección "O un cuchillo esperándome" antologa a representantes del "estallido de voces de mujeres" (p. 15) de los ochenta como Mariela Dreyfus, Rocío Silva Santisteban y Patricia Alba. Desde la perspectiva de género, Ollé discute la división que la crítica literaria, con una "necesidad simplista de etiquetar lo diferente", ha establecido entre lo que considera "poesía metafísica" y este discurso denominándolo "poesía erótica" por su "naturaleza transgresora" y su tratamiento del "cuerpo femenino y sus funciones, el mal y los placeres perversos del erotismo" (p. 15).
Sin embargo, reconoce, el escenario poético ha cambiado. Argumenta que la distancia actual respecto de la poesía comprometida se debe a las transformaciones de toda índole que han afectado al Perú, especialmente, durante el gobierno de Fujimori. El escepticismo contemporáneo ya no permite "avalar una poética romántica sino el descrédito social" (p. 12); el compromiso social del escritor, nos dice, se considera "una farsa sartreana" (p. 13). Observa con escepticismo el retorno de un discurso hermético que se abstrae de lo social y la diferencia de género, invisibilizando "tanto a hombres como a mujeres", en búsqueda de una explicación a "los "abismos profundos" del ser humano: la existencia, la muerte, el dolor", pues "todo lo demás, el combate cotidiano de la gente, su lucha por sobrevivir, sus placeres y odios no constituyen materia poética" (p. 16).
En las dos últimas secciones "Ya nadie incendia el mundo" y "Delgadísima nube" se consideran textos de algunos poetas que responderían a esta caracterización. El conjunto es sumamente heterogéneo e incluye poetas como Violeta Barrientos, Juan Carlos Yrigoyen, Miguel Idelfonso y Esther Castañeda. Ellos, indica, "se inclinan a una poesía más abstracta, más próxima a lo hermético culto, al fragmentarismo lúdico, sobre todo descontextualizado" (p. 23), explorando la realidad cotidiana y material desde lo filosófico a lo lingüístico.
Al finalizar su "Prólogo", Ollé esboza los rasgos que priman en la década presente con la poesía de Tilsa, Xavier Echarri, Florentino Díaz y Frido Martín, los cuales, sin embargo, no forman parte de la selección. Parece ser que, según su opinión, continúan y radicalizan las características de la década de los noventa, respondiendo "culturalmente a la manipulación de los medios y el mercado" mediante "lo que podríamos llamar arte mediático y/o electrónico", así como "el poema objeto inspirado en una fotografía, en cuadro y manipulado a través de múltiples técnicas informáticas" (p. 7) y la experimentación con otros soportes como la video-poesía.
En definitiva, esta antología busca presentar el devenir y los procesos dinámicos de la poesía peruana, revisando los problemas y tendencias más relevantes de las últimas décadas, las cuales han "ampliado el registro de la poesía clásica" (p. 7), mediante propuestas literarias y discursivas contrapuestas.
Cabe señalar, como colofón, que este volumen forma parte de una serie de antologías editadas por LOM en su colección "Entremares", que pretende impulsar en nuestro país el conocimiento y la lectura de los registros actuales de la poesía hispanoamericana contemporánea, contando ya con muestras de Bolivia, Argentina y ahora, Perú.
Universidad Austral de Chile,
Instituto de Lingüística y Literatura.
giovanna.yubini@docentes.uach.cl
Fuente: Estudios filológicos
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