En toda mi vida dedicada a la literatura,
me ha tocado leer y presentar, todo tipo de poesía y a todo tipo de poetas: clásicos, medievales,
escolásticos, provenzales, religiosos, realistas, románticos, simbolistas, modernistas,
surrealistas, místicos, panteístas y un largo etc, pero nunca me había tocado
leer y presentar, como esta noche, a un poeta, físico de profesión y astronauta
de vocación. Si para hace amable mofa de los poetas distraídos se dice que
ellos viven siempre en la luna (o que están en la luna de Paita), en este caso
concreto -único creo en la poesía, por lo menos en español-, tenemos a un
físico, con verdadero conocimiento de causa, que aborda el tema del espacio
sideral, y asume la personalidad de dos astronautas (de la vida real) y, con
estupenda verosimilitud poética, nos revela su particularísima vida interior,
producto de ser unas de las contadísimas personas que han tenido la oportunidad
de ver el planeta Tierra desde la Luna, motivo de un sinfín de sueños, mitos y
desvelos desde el primer cromagnon hasta nuestros días. Pero por fortuna al
menos de los que no sabemos nada de física, aunque sí algo de poesía, el
abordaje de este tema no se hace desde una perspectiva científica, poblada de
leyes, fórmulas algebraicas o trigonométricas, sino simplemente desde el
interior de sendas conciencias que contemplan el mundo, el cosmos con tanto
asombro y desconcierto como lo hacen con la propia existencia, donde más que
las certezas, prima la duda, la inseguridad, el miedo, la sensación de
fragilidad y fugacidad.
“La ciencia está para tranquilizarnos, el
arte para perturbarnos” (Georges Braque)
Darkness (Premio de la Feria del Libro de Huancayo 2012) es un excelente libro que pretende iluminar, y lo
consigue, las zonas más oscuras del alma humana; es un agujero negro que se
alimenta de cada pensamiento, de cada emoción, de cada pasión, de cada
sospecha, deseo o latido que marcan el pulso de nuestra existencia. Es un paso
adelante en nuestra por momentos anquilosada o ensoberbecida tradición poética,
que ha comprendido que la mejor ruta –como lo señalaban Baudelaire y nuestro
Eguren- es ir siempre a lo desconocido.
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