lunes, 31 de diciembre de 2012

Darkness de Julio Fabián, por Renato Sandoval


En toda mi vida dedicada a la literatura, me ha tocado leer y presentar, todo tipo de poesía y  a todo tipo de poetas: clásicos, medievales, escolásticos, provenzales, religiosos, realistas, románticos, simbolistas, modernistas, surrealistas, místicos, panteístas y un largo etc, pero nunca me había tocado leer y presentar, como esta noche, a un poeta, físico de profesión y astronauta de vocación. Si para hace amable mofa de los poetas distraídos se dice que ellos viven siempre en la luna (o que están en la luna de Paita), en este caso concreto -único creo en la poesía, por lo menos en español-, tenemos a un físico, con verdadero conocimiento de causa, que aborda el tema del espacio sideral, y asume la personalidad de dos astronautas (de la vida real) y, con estupenda verosimilitud poética, nos revela su particularísima vida interior, producto de ser unas de las contadísimas personas que han tenido la oportunidad de ver el planeta Tierra desde la Luna, motivo de un sinfín de sueños, mitos y desvelos desde el primer cromagnon hasta nuestros días. Pero por fortuna al menos de los que no sabemos nada de física, aunque sí algo de poesía, el abordaje de este tema no se hace desde una perspectiva científica, poblada de leyes, fórmulas algebraicas o trigonométricas, sino simplemente desde el interior de sendas conciencias que contemplan el mundo, el cosmos con tanto asombro y desconcierto como lo hacen con la propia existencia, donde más que las certezas, prima la duda, la inseguridad, el miedo, la sensación de fragilidad y fugacidad.
“La ciencia está para tranquilizarnos, el arte para perturbarnos” (Georges Braque)

Darkness (Premio de la Feria del Libro de Huancayo 2012) es un excelente libro que pretende iluminar, y lo consigue, las zonas más oscuras del alma humana; es un agujero negro que se alimenta de cada pensamiento, de cada emoción, de cada pasión, de cada sospecha, deseo o latido que marcan el pulso de nuestra existencia. Es un paso adelante en nuestra por momentos anquilosada o ensoberbecida tradición poética, que ha comprendido que la mejor ruta –como lo señalaban Baudelaire y nuestro Eguren- es ir siempre a lo desconocido.

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