viernes, 6 de junio de 2008

MIGUEL ILDEFONSO: Himnos o los cantos a la vida en continua creación por David Antonio Abanto Aragón

“siempre todo poema, hasta el más cursi, significa un riesgo. En un poema me juego no sólo unas cuantas palabras, está mi vida allí”.

Miguel Ildefonso en entrevista concedida a Carlos M. Sotomayor publicada en el diario Correo, el 27 de mayo de 2008

Con admirable oportunidad, se acaba de publicar Himnos de uno de los grandes poetas peruanos contemporáneos: Miguel Ildefonso.

No acabábamos de mostrar nuestro asombro frente a la lectura de Los desmoronamientos sinfónicos, para algunos la propuesta poética más arriesgada de Ildefonso, y ya el poeta nos vuelve a deslumbrar con la sinfonía de Himnos que bajo el sello Apolo Land acaba de ver la luz.

En plena madurez creadora, Ildefonso nos ofrece un nuevo homenaje poético a la vida a través de un volumen que subraya el virtuosismo con que rehace de un modo personalísimo composiciones famosas por sus exigencias formales y: los himnos, en la línea iniciada por el poema hímnico-místico entre el Cantar de los Cantares y cómo no Dante, destacada por Novalis y Hölderlin y, de algún modo, reinventada, hecha suya, por Whitman, Rilke, Pound y el Walcott de Omeros (en nuestra tradición la lección de Vallejo, el Arguedas de Katatay, Romualdo, Belli y más cerca Ojeda, Verástegui y Montalbeti) gracias a una maestría sin parangón entre todos sus cultores.

Himnos, ha declarado Ildefonso a Carlos M. Sotomayor, «contiene mis poemas más sencillos o, diría mejor, que es “el menos arriesgado”», pero precisa «la sencillez es lo más difícil de ejecutar en poesía». Y es que la ilusión de “sencillez” de las imágenes es producto de una ardua labor del creador que nos ofrece ya no, como en el poemario anterior, la certeza de “los desmoronamientos” que nos permite afrontar nuestra “temporada en el infierno”, sino la melodía (con los antecedentes de los cancioneros chicheros) de unos himnos compuestos de un modo personalísimo (“Desde un inicio me ha gustado la musicalidad en la poesía, aun cuando no practique la métrica; la música es importante para mí, de ahí que no ensaye el excesivo coloquialismo”, ha dicho).

El título, Himnos, nos remite a esas grandes composiciones poéticas en loor de los dioses o de los héroes, expresadas en un tono celebratorio y grave, con júbilo o entusiasmo ante victorias o sucesos memorables para una colectividad; pero los himnos de Ildefonso son una especie de anti himnos (pero en la misma línea de los anti sonetos de Martín Adán), su riqueza nada tiene que ver con el ornamentalismo de un Novalis y el intelectualismo autosuficiente de Whitman: son espuma (imagen vallejiana del anti-soneto “Intensidad y altura”) agónica que proclama en tono reflexivo una inmersión en el mundo con la certeza que es del dolor, de la frustración y de la debilidad (no de la abundancia y la suntuosidad) que ha de brotar una humanidad mejor.

Himnos instala la confidencia de un hablante que, consciente de sus limitaciones idiomáticas (además de su timidez) y de la penuria espiritual de nuestra época, encuentra la solución amparándose en las hospitalarias estrofas que se nutren de los poetas de la gran tradición. Y su carencia, que es también la nuestra, se torna abundancia, belleza, expresividad.

Porque lo ha declarado el propia poeta en la entrevista mencionada: “mis libros son el resultado de mis exploraciones por este monstruo de mil cabezas y, claro, otras ciudades” exploraciones que evidencian “un problema con el mundo” (y el mundo es Lima) que por momentos se hace invivible, “excepto cuando camino con la poesía”. Y el artista sabe que es el arte —la poesía— lo que nos redime, aunque sea de modo aparente, del paso del tiempo hacia la finitud. La poesía no es un privilegio, es un don y como tal hay que trabajarlo en beneficio de la humanidad.

Una acotación: “problema” no lo entendemos como un obstáculo que impide la marcha, sino como un estímulo, un acicate que obliga a hurgar en la intimidad, en busca de las fuerzas secretas que respalden la verdadera fuerza, los rasgos inherentes al individuo (ya los griegos proponían problemas para que, al tropezar con ellos, el ciudadano descubriese su capacidad para organizar y perfeccionar las destrezas, limar asperezas, corregir errores: agudizaba la actitud crítica).

Himnos comienza con composiciones que privilegian la imagen del poeta contemplando la ciudad como un espejo al que con su mirada como aliento que lo empaña lo llena de gozo y disfrute de seguir teniendo el aliento vital y no se deja abrumar por el asco moral que genera la realidad circundante. En el centro de Himnos palpita la “maravilla de desentrañar la vida” que se sostiene por el poder liberador de la palabra poética que armoniza al yo con la pareja sexual, con la creación y la estructura del mundo y el universo.

Un rasgo del cual pocos han dado noticia es la presencia del humor en obra. Su humor, por ejemplo, nos remite a Sterne, Swift, Joyce y, en nuestra tradición, Vallejo, Adán, Eielson, Verástegui y Santiváñez. El desgarramiento y el desarraigo que atenazan a sus personajes y deriva en lo cómico se muestra quizá con mayor claridad en su narrativa, donde se aprecia de modo más diáfano como lleva al absurdo las situaciones dramáticas —como en su emblemática novela Hotel Lima— y distiende su carácter trágico mediante la parodia y un lenguaje exasperante que acaban por crear una ambivalencia realista y fantástica.

Las 143 composiciones de Himnos las podemos agrupar en cuatro tipos. El primero, sobre la existencia con sus búsquedas en ese afán de aferrarse a la vida a pesar de su inevitable fugacidad hacia la muerte. El segundo, sobre la poética de Ildefonso como instantes de iluminación que revelan imágenes como “El solitario espejo recuerda el invierno en que el musgo crecía lleno de esperanza donde no había esperanza” (p. 8), cuando “lo divino se convierte en otro cuerpo” (p.11) cuando “mi amor era la poesía” (p. 13) y es que “Dentro de la poesía están las palabras / que no se pueden ver fuera del paraíso” (p.18) porque le dicen “la poesía es darle claridad a la nada” (p. 7) donde se encuentra “el lenguaje anterior a la poesía” (p. 8), ya sea “bajo cuatrocientas estrellas visibles y una en especial que se llama Rimbaud” (p.19) o aproximándose al mar donde el poeta exclama “yo vengo a oír de tus labios lo que siempre sabido”, incluso considerando que la mar es el morir “porque esa sustancia es la palabra /con la que no se nombra nada / nada que es eternidad” (p.25) y en la cotidianidad de las calles, cuartos y lupanares; en las aceras, carteles y parachoques de autos, etc. y en medio de ese caos “en el ángulo obtuso entre el cielo y el infierno” acceder a la revelación (p.56). Y es que hablamos de “eternidad” en relación con lo que conocemos o la esperanza que sentimos. El tercero contiene experiencias diversas (entre la realidad y el deseo, entre el delirio y la razón, entre el silencio y el canto), sirviendo de hilos conductores el amor (tanto el del poeta con su pareja, como el de sus padres) y la pasión que rompe el equilibrio y la sensatez, mostrando que el deseo conecta con la oscura energía de la naturaleza. Y el cuarto, que tiene la emoción del poeta que traslada a lo humano lo que la experiencia religiosa torna divino.

Himnos tiene varias redes de lectura: teorías filosóficas, creencias religiosas, tratados eróticos, creaciones artísticas y —sobre todo— literarias. El estremecimiento privilegiado de la poesía recorre sus versos, presto siempre a desencadenar arrebatos de belleza que en un complejo fluir de imágenes arrasan las pautas acostumbradas de la moral, la gramática y el lenguaje poético sometido a fáciles juegos de corrección, armonía domesticada y buen gusto acicalado. Una lectura de los himnos ildefonsianos nos permitirá apreciar la presencia de lo que en los asedios a los libros de Ildefonso se ha llamado poéticas “del desencanto”, de la “marginalidad” que en algunas interpretaciones han recibido el peso primordial, cuando no exclusivo, esta lectura la consideramos errada ya que solo se queda en uno de los polos de la poética del autor. Tanto en el poemario anterior (como en la obra previa) la presencia de esos elementos se da, pero en un estado de lucha, de crisis, de una pugna irresuelta de la que había que salir primero reconociéndola (a eso invita Los desmoronamiento sinfónicos) y luego asumiéndola para emprender una nueva búsqueda (esta es la propuesta de Himnos).

En las composiciones de Himnos esa pugna continúa y en ella batalla el dejarse arrastrar por la deshumanización y la proclamación del nihilismo, frente a la búsqueda liberadora de algo nuevo y lo desconocido a modo de hazaña del espíritu en este mundo. Por lo general, al momento de abordar la obra de Ildefonso se ha exagerado la importancia de la visión de mundo expresada en Vestigios, juzgándola actuante ya para siempre en los niveles más profundos de su obra posterior. No se debe olvidar que Ildefonso es un creador que ha mostrado una evolución ideológica y estética considerable que se nos revela gradualmente como parte de un todo del cual solo tenemos unos avances. Estamos ante un work in progress en continua reelaboración.

La afirmación de Ildefonso a Sotomayor es testimonio de la conciencia del creador sobre su proyecto: “Todos mis libros nacieron del intento de hacer una sola obra”. Una sola obra, agregamos, que reconoce ya varios caminos expresivos (poema, estampa, cuento, novela) que se nutren entre sí y le dan cohesión. Una mirada a Himnos dentro del conjunto de la obra de Ildefonso nos muestra a un autor que no ha perdido ni rigor artístico ni concisión expresiva ni hondura simbólica. Un autor que libro a libro ha erigido un universo poético claramente suyo e intransferible con un sujeto poético capaz, libro a libro, de cambiar y evolucionar, de vivir ante nosotros las consecuencias de su propia transgresión. En ese sentido Himnos es una prolongación de la búsqueda ética y estética propuesta en el conjunto de su obra. Logro mayor de una obra que se levanta como una propuesta totalizante y totalizadora que ya otea nuevas indagaciones sin caer en el fácil optimismo (o pesimismo) de quienes postulan un renacer (o lo niegan) refugiándose en los extramuros del mundo contra la frustración y la soledad; la poesía de Ildefonso se “entropa” (imagen arguediana) en el mundo a través de un proceso de desenmascaramiento radical que efectúa de la palabra en tanto artificio, en tanto adorno estético o retórico mostrándonos la contradictoria condición humana: miserable en su grandeza, pero, a la vez, grande en su miseria. Una humanidad que por su belleza y su luminosa alegría está próxima a lo divino, está próxima a lo divino y lo encarna en el mundo.

Independencia, mayo de 2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

molesta la gente que entiende los comentarios de libros como cherrys.

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