“Para mí, la poesía es escarbar en una herida y, a partir de esta, ver el mundo”.
Miguel Ildefonso en entrevista de Gonzalo Pajares Cruzado publicada en el diario Perú.21, el 18 de abril de 2007
El autor de la llamada “Generación del 90” que más ha preparado y, en cierto modo, encausa la renovación del lenguaje de la poesía peruana contemporánea es Miguel Ildefonso (Lima, 1970). En cada libro de su ya fecunda obra vive, cada vez con mayor intensidad una búsqueda humanísima en pos de la belleza y la sabiduría.
aprendemos ante el terrible paso de las horas que el amor y la muerte son solo palabras
hotel dublín
Leer la poesía de Ildefonso es degustar una de las soluciones más complejas de la moderna poesía peruana: las referencias al contexto social y político se enlazan con las vivencias más íntimas, la emoción desasosegada con el temblor lírico, el desborde expresionista (propenso a la ironía y la acritud) con la complejidad formal. Lejos de encasillarse —de empobrecerse— en el falaz dilema entre la poesía “social” y la poesía “metaliteraria”, Ildefonso (aprovechado discípulo de la rica humanidad de César Vallejo, Martín Adán, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, Juan Ojeda, Carlos Oliva; T. S. Eliot, Dereck Walcott) sabe verter la condición humana sin desmembrar lo individual y lo colectivo, y asegurar la eficacia artística de sus imágenes y sus armonías.
Al comienzo, en su primer poemario, Vestigios, Ildefonso nos deslumbra con “desbordes” expresionistas que a partir de Canciones de un bar en la frontera poco a poco han sido contenidos con presteza, sin caer en la poesía “pura”, hasta que ahora en su libro más cincelado, Los desmoronamientos sinfónicos (Hipocampo editores, 2008), busca mimetizarse con el canto primordial, polifónico y anónimo, con la lírica oral que transmite el pueblo (ratificando este interés por la canción popular manifiesto ya desde Vestigios hasta Heautontomoroumenos, en una entrevista en 2006 declaró estar componiendo letras para canciones).
Constátese su versatilidad de impecable artífice, pero también desolado náufrago de la existencia y angustiado inmolador de la palabra en Vestigios; en la densidad artística de Canciones de un bar en la frontera y Las ciudades fantasmas con una narratividad y turbulencia formal (anunciada en los textos de El Paso y desplegada espléndidamente en Hotel Lima) nutrida de la poesía inglesa contemporánea a las que deben agregarse, en el caso particular de Ildefonso, los rasgos coloquiales que sirven de enlace con la poesía de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta.
Pero también resulta sintomática la apertura, como amigo y como generoso lector, de Ildefonso con relación a los poetas que vinieron después de los años noventa. Una especie de “hermano mayor” de buen número de los poetas del segundo milenio, prueba de ello es la muestra que con el nombre de “La invención de una generación” publicó en la revista virtual Lapsus. Mantuvo amistades con figuras como José Watanabe, y las mantiene con Enrique Verástegui y Eduardo Chirinos, entre otros.
No es casual entonces la hermandad de búsqueda en el tono y óptica de los aciertos mayores de Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas y Los desmoronamientos sinfónicos y los escritores que ostentan como uno de sus rasgos principales el no aceptar encasillamientos en su poesía: sus admirados César Vallejo, Martín Adán, Luis Hernández, Juan Ojeda, Juan Gonzalo Rose, César Calvo, José Watanabe, entre otros.
quién no ha hecho el amor en la noche sin sentir la explosión de 200 kilos de dinamita sin levantar demasiado la cabeza por si alguna bala se atreve a cruzar la ventana? ah? y el estrépito desconcierto de los automóviles como si el cuerpo de la mujer fuera la tierra entera. yo sé cómo brilla la ventana cuando te poseo cuando algo de mi subconsciente se pasea desnudo por el cuarto del hotel. ¿y mi retrato? me tapaste los ojos para no ver tu cicatriz “pero yo te encontré tres cuadras más allá” y era una protuberancia recta de carne y piel sobre un vientre oscuro como son las noches cuando de pronto brilla la ventana. ¿ya? ¡voltéate!
Miguel Ildefonso en entrevista de Gonzalo Pajares Cruzado publicada en el diario Perú.21, el 18 de abril de 2007
El autor de la llamada “Generación del 90” que más ha preparado y, en cierto modo, encausa la renovación del lenguaje de la poesía peruana contemporánea es Miguel Ildefonso (Lima, 1970). En cada libro de su ya fecunda obra vive, cada vez con mayor intensidad una búsqueda humanísima en pos de la belleza y la sabiduría.
aprendemos ante el terrible paso de las horas que el amor y la muerte son solo palabras
hotel dublín
Leer la poesía de Ildefonso es degustar una de las soluciones más complejas de la moderna poesía peruana: las referencias al contexto social y político se enlazan con las vivencias más íntimas, la emoción desasosegada con el temblor lírico, el desborde expresionista (propenso a la ironía y la acritud) con la complejidad formal. Lejos de encasillarse —de empobrecerse— en el falaz dilema entre la poesía “social” y la poesía “metaliteraria”, Ildefonso (aprovechado discípulo de la rica humanidad de César Vallejo, Martín Adán, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández, Juan Ojeda, Carlos Oliva; T. S. Eliot, Dereck Walcott) sabe verter la condición humana sin desmembrar lo individual y lo colectivo, y asegurar la eficacia artística de sus imágenes y sus armonías.
Al comienzo, en su primer poemario, Vestigios, Ildefonso nos deslumbra con “desbordes” expresionistas que a partir de Canciones de un bar en la frontera poco a poco han sido contenidos con presteza, sin caer en la poesía “pura”, hasta que ahora en su libro más cincelado, Los desmoronamientos sinfónicos (Hipocampo editores, 2008), busca mimetizarse con el canto primordial, polifónico y anónimo, con la lírica oral que transmite el pueblo (ratificando este interés por la canción popular manifiesto ya desde Vestigios hasta Heautontomoroumenos, en una entrevista en 2006 declaró estar componiendo letras para canciones).
Constátese su versatilidad de impecable artífice, pero también desolado náufrago de la existencia y angustiado inmolador de la palabra en Vestigios; en la densidad artística de Canciones de un bar en la frontera y Las ciudades fantasmas con una narratividad y turbulencia formal (anunciada en los textos de El Paso y desplegada espléndidamente en Hotel Lima) nutrida de la poesía inglesa contemporánea a las que deben agregarse, en el caso particular de Ildefonso, los rasgos coloquiales que sirven de enlace con la poesía de los años cincuenta, sesenta, setenta y ochenta.
Pero también resulta sintomática la apertura, como amigo y como generoso lector, de Ildefonso con relación a los poetas que vinieron después de los años noventa. Una especie de “hermano mayor” de buen número de los poetas del segundo milenio, prueba de ello es la muestra que con el nombre de “La invención de una generación” publicó en la revista virtual Lapsus. Mantuvo amistades con figuras como José Watanabe, y las mantiene con Enrique Verástegui y Eduardo Chirinos, entre otros.
No es casual entonces la hermandad de búsqueda en el tono y óptica de los aciertos mayores de Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas y Los desmoronamientos sinfónicos y los escritores que ostentan como uno de sus rasgos principales el no aceptar encasillamientos en su poesía: sus admirados César Vallejo, Martín Adán, Luis Hernández, Juan Ojeda, Juan Gonzalo Rose, César Calvo, José Watanabe, entre otros.
quién no ha hecho el amor en la noche sin sentir la explosión de 200 kilos de dinamita sin levantar demasiado la cabeza por si alguna bala se atreve a cruzar la ventana? ah? y el estrépito desconcierto de los automóviles como si el cuerpo de la mujer fuera la tierra entera. yo sé cómo brilla la ventana cuando te poseo cuando algo de mi subconsciente se pasea desnudo por el cuarto del hotel. ¿y mi retrato? me tapaste los ojos para no ver tu cicatriz “pero yo te encontré tres cuadras más allá” y era una protuberancia recta de carne y piel sobre un vientre oscuro como son las noches cuando de pronto brilla la ventana. ¿ya? ¡voltéate!
1990
En Los desmoronamiento sinfónicos Ildefonso intensifica la entrega a la obra creadora en un autoexilio agónico que sumerge la búsqueda (no solo estética sino, y ahí radica uno de los rasgos de su grandeza, una búsqueda ética) en la existencia de modo total en una búsqueda por momentos desesperada, alertándonos ante los inminentes “desmoronamientos” (imagen enlazada con la de los vestigios que da título al poemario publicado en 1999) que rehacen composiciones notables por sus exigencias formales.
llevo tras de mí los signos mortales de una época no muy lúcida la peste negra la peste blanca la peste rosa millares de ratas y ratones hambrientos persiguen la música azul de mi flauta. he sido llamado a esta ciudad por mi arte y mis dotes por todos conocidos voy por estas calles que me aguardan temerosas - mi arte no es muy comprendido que digamos - escucho voces que dicen: “ahí viene” saben que he venido de las tierras de tartaria mientras los roedores me persiguen arrastrando sus pesadas panzas por el parque universitario la plaza san martín caylloma. conozco esta ciudad conozco sus bares sus iglesias sus ministerios sus hospitales también conozco su río. yo dormí entre los bloques de una huaca de barro soñé con una ciudad soñé con una leyenda entre fértiles calles yo fui bien recibido allí aunque la magia de mi flauta nunca fuera requerida. voy camino al río rímac llevando cada vez más los restos fecales de una historia toda la ciudad tiene su plano pero no hay ninguna donde el caos esté mejor organizado.
el flautista de hamelin
Hay un factor determinante en el giro experimentado por Ildefonso después de MDIH, Heautontomoroumenos y la muestra Transformer: el culto salvaje a la belleza, a la sinfonía de las palabras y la brillantez de las metáforas, cede frente a un reposado (pero no por ello menos abisal) anhelo de sabiduría, y la necesidad de aprehender la realidad y estampar un mensaje rebosante de verdad que halle eco en la experiencia de los lectores.
En ese marco brota fulgurante la escritura anhelante de totalidad de Los desmoronamientos sinfónicos. En este poemario Ildefonso da vida a propuestas marcadamente disímiles entre sí en tanto aventuras de la palabra y de la imaginación, desplegando uno de los abanicos más diversificados y complejos de la reciente poesía peruana a tal punto que en su conjunto el poemario semeja un micro-cosmos. Al virar de la belleza hacia la sabiduría (aunque se unan ambos, felizmente, en sus mejores composiciones) Ildefonso no está reformulando en otros términos las oposiciones entre la “pureza” (esteticismo) y el “compromiso” (dimensión ética, epistemológica y ontológica), aunque pueda haber algunos rezagos de ello.
la palabra se vuelve hacia sí misma. detrás del vidrio de una ventana está jaroslav seifert escribiendo un poema está como a dos kilómetros o está muerto pero la palabra está viva en ella misma creando al poeta
acaso la poesía es otra cosa? yo decía martín adán ahora sé que la poesía contiene todas las cosas. si no dice nada es porque dice a pesar de estar callada afligida que no se aparta de su deseo pero encendida
la biblioteca de homero
Lo medular en Los desmoronamientos sinfónicos está en reconocer que su evolución, como la de otros creadores, responde a la mirada que cierra una etapa (llena de nostalgia por un tiempo ya ido, infancia, en su caso) y el ingreso en otra que no se vislumbra total pero que manifiesta como rasgo de su madurez la conciencia de “los desmoronamientos” a los que el tiempo nos expone de manera implacable sin que merme por ello el afán en la búsqueda.
celebremos nuestro constante morir en las palabras. porque somos inmortales. porque somos inmortales ahora y en la hora de nuestra muerte
animales
Lo más asombroso es que los dos textos que abren y cierran Los desmoronamientos sinfónicos exponen la confidencia de un hablante que, consciente de sus limitaciones (idiomáticas, además de su timidez) y de la penuria espiritual de nuestra época, encuentra la solución albergándose e integrándose en la reelaboración de las hospitalarias imágenes de los virtuosos creadores del pasado como parte de un todo de una tradición en permanente creación. Y su carencia, entonces, se torna abundancia, belleza, expresividad e intensidad.
En los poemas que componen Los desmoronamientos sinfónicos Ildefonso se ratifica como un creador que habla de las sensibilidad desde lo vivido no tanto desde lo leído, pero sería un error pensar que descuida la elaboración intelectual y en ese sentido estamos ante más que un poeta del sentimiento.
Terminemos con la vigencia de una expresión contenida con la agudeza que caracteriza a Ildefonso, al estilo del último poema de Las flores del mal de Baudelaire, en “el viento a favor”, palabras finales de Los desmoronamientos sinfónicos con su opción por el viaje sin rumbos establecidos:
“todo arte o voz genial viene del manicomio y va hacia él. el amor entonces era esa tarde cuando carver botó sangre y ya no escribía nada y la superficie de la vida lo hería como una mirada antigua por lo que él sólo extrañaba ir a pescar
el amor era un silencio que salinger trazaba en las montañas de un país devastado y el temor a sí mismo lo llevaba a huir de las águilas y las tormentas de polvo. tan callada fue su infancia que la felicidad no quiso moverse de su cuerpo
el amor era un burdel donde faulkner prendía su pipa y escuchaba abajo en la primera planta la risa de las prostitutas entonces animado por esa bulla se ponía a dar unos pasitos de baile tan borracho paraba que el corazón no entendía su soledad
el amor es saber que no se volverá a amar
así como se ama en este momento
todo eso lo sabe el viento”.
Independencia, abril de 2008
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