domingo, 31 de diciembre de 2006

Diez años de Medusas (3). Últimas voces submarinas.


Tras entrevistar a Echavarren y Kozer, le escribí a varios de los poetas incluidos en Medusario, con el fin de sumar una mayor variedad de perspectivas. A cada uno le envié un breve cuestionario con dos preguntas comunes y una tercera distinta, y afortunadamente casi todos me respondieron de vuelta (el diálogo con Raúl Zurita fue verbal). A continuación, por orden de llegada, sus opiniones.


EDUARDO MILÁN

A diez años de la aparición de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

Creo que Medusario, aunque la nombren sus autores “muestra”, es la mejor antología de poesía latinoamericana del siglo XX, por lo que conozco. O mejor dicho: Medusario es una muestra de antología. Es un trabajo como los que hay que hacer al respecto: una propuesta teórica, unos fundamentos a veces explícitos, a veces implícitos, una selección de textos creativos de calidad. En aquel momento - la edición del Fondo es de 1996 - había la necesidad de una antología así. Nadie dividía las aguas (“nadie encendía las lámparas”, diría Felisberto). Se trata de una intervención histórica. Kozer, Echavarren y Sefamí asumieron el papel histórico que correspondía en el momento: se jugaron por unas ciertas poéticas que podían coexistir bajo el amparo del término, amplio y generoso pero tampoco tan generoso como para autosabotearse, de “neobarroso”, nombre que, por cierto, no figura en el subtítulo. Permanece oculto en la superficie (bien) portada del libro. Las repercusiones han sido contundentes como el libro, salvo, claro está, para quien no fue incluido y es capaz de cuestionar críticamente un libro por su ausencia en él. Es difícil derribar eso. Es tan contundente el trabajo que a pura presencia sostiene lo que no está y a puro contagio lo que está.

¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Es importante estar ahí. Da un sentido de pertenencia. Sobre todo por el momento histórico, un momento particularmente tenso, con toda la gama de los acabóses jugando. Había una gran confusión en el aire. Es raro: aquellos textos fragmentados y diseminados pusieron orden en el caos reinante. Los autores colocaron en Medusario poemas de mi libro Errar. En la introducción a mis textos hay una parte que habla sobre poemas míos anteriores, de mayor concentración, y una parte final que vuelve expansivo el análisis a la escritura de Errar. Creo que efectivamente los poemas incluidos están bien puestos ahí. Aunque no sean los más radicales.

Tú has escrito sobre la denominación que le dio Perlongher a este grupo de poetas: “neobarrosos”. ¿Te parece que ese término continúa siendo válido para cierto tipo de propuestas?

Lo de Perlongher es milagroso. Toca una zona a la vez dolorosa y humorística de la realidad cultural de nuestros países rioplatenses. Lo doloroso viene por el sueño perdido del reflejo de Europa. Y lo humorístico precisamente porque se hundió la pretensión en el barro del Río de la Plata. Un sueño no sustentable por lo caro y por lo inestable. En una columna mensual sobre poesía que tuve a fines de los ochenta en la revista Vuelta ayudé a propagar la cuestión “neobarrosa”. Lo creía necesario. Aunque, más que un movimiento, el “neobarroso” constituyera una situación: la situación de una cierta poesía que estaba siendo escrita en América Latina en aquellos años y que entroncaba con lo mejor - desde una óptica vanguardista-dominante - de nuestra tradición inmediata: Oliverio Girondo, Lezama Lima, la poesía concreta brasileña. “Neobarroso” es un término que alude a una situación específica. Pero el término al que parodia, “neobarroco”, alude a una cierta condición de nuestra literatura en vínculo con el barroco histórico. Por ahí pasan Lezama, Sarduy, Haroldo de Campos. “Neobarroso”, como señal cultural, será inagotable mientras dure nuestra realidad histórica todavía presente. “Neobarroco”, como señalamiento a ciertas poéticas, se limita a prácticas concretas e históricas que tienden a entrar por el aro de la tradición. De ningún modo, volviendo a Medusario, creo que Echavarren, Kozer o Sefamí creyeron que el “neobarroso” o el “neobarroco” constituían una unidad programática verificable en aquellos textos antologados ni tampoco creo seriamente en el pensamiento de una duración propositiva organizada, o sea, en la formulación de una o unas poética(s) prospectivas. Insisto en la apuesta histórica del libro. Pongámoslo así: la prueba de que si el “neobarroso” o el “neobarroco” de no haber existido tendrían que haber sido inventados lo constituye Medusario.



RODOLFO HINOSTROZA

A 10 años de la aparación de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

Qué, ya son 10 años? La verdad es que no estoy al corriente de las repercusiones que ha tenido, supongo que han sido en su mayoría académicas, pero estimo que era un gesto necesario, un cierto ordenamiento de esta generación.

¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Bueno, un reconocimiento de mis pares, que finalmente es lo único que cuenta, uno escribe un poco para ellos, no es verdad?

¿De qué modo crees que tus dos primeros libros (publicados varios años antes que la mayoría de los textos incluidos en esta muestra) ya mostraban un desvío respecto a la poesía conversacional, que luego fue recogido por la poesía neobarroca?

Mira, eso entraba dentro de mi poética de entonces, y si bien me daba cuenta que ella difería del entorno poético habitual, tanto mejor, yo andaba buscando justamente una ruptura con la tradición hispánica que por aquí campeaba, más que con la poesía conversacional de Río de la Plata. En mi último libro, Memorial de Casa Grande, practico una poesía dramática, casi dramatúrgica, que he adquirido por la larga práctica de escritura teatral, que no se debe confundir con la poesía narrativa o conversacional, como lo han hecho algunos críticos de mi país. Cada libro, para mí, viene con su propia Arte Poética, que no es cuestión de repetir, porque uno nunca escribe el mismo poema, sino explora más bien la variedad expresiva.

WILSON BUENO

A 10 años de la aparación de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

Foi, seguramente, uma das mais brilhantes iniciativas no sentido de reunir as múltiplas vozes da melhor poesia latino-americana do século XX. Desconheço qualquer outra antologia no século passado ou neste que agrupasse numa só voz e de uma só vez tantas falas, tantas dicções. Tendo como marca maior a mais recente produção literária de nuestra America. Urgente que novas propostas de mesmo teor e quilate trabalhem para aproximar nossas literaturas.

¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Para mim foi fundamental no sentido de conferir uma maior visibilidade a meu trabalho, sobretudo junto aos escritores, críticos e jornalistas de língua espanhola. E também, de certo modo, por ser uma antologia hispânica tornou Mar Paraguayo (o texto em que compareço em 18 páginas de Medusario) também conhecido em importantes círculos de Nova York e mesmo do Canadá e da Europa.

¿Qué influencia crees que provocó el hecho de reunir autores que escribían en castellano y portugués en una sola muestra? (estoy pensando también en la antología Jardim de Camaleões de Claudio Daniel, por ejemplo…)

Este um dos maiores feitos, e também o grande acontecimento que cerca a brilhante iniciativa do poeta brasileiro Claudio Daniel (um dos maiores de sua geração em nosso país) - o de aproximar duas línguas, tão proximas geograficamente e tantas vezes tão distantes uma da outra. Tanto Medusario, com Echavarren, Kozer e Sefamí à frente, quanto Jardim de Camaleões (organizada por Claudio Daniel), são os registros históricos que com eficiência e alta qualidade de repertório, quebram o isolamento entre as culturas de nosso continente, aproximando, reunindo, somando. Estabelecendo igualmente pontes eficazes para novas iniciativas de mesma natureza destinadas a nos tornar mais unos e menos divididos. Roberto Echavaren, Kozer e Sefamí, com Medusario e Claudio Daniel com Jardim de Camaleões fizeram mais pela literatura latino-americana do que muito (falso) boom editorial - brasileiro ou hispânico.

MIRKO LAUER

A 10 años de la aparación de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

Lo recibí como una sorpresa: no pensé que estaba tan acompañado en mi sensibilidad de esos poemas de Sobre vivir. Lo cual me impuso una nueva lectura de mí mismo, i.e. un descubrimiento. Yo pensaba que estaba operando en un páramo contemporáneo, con antecedentes en Lezama, Jorge de Lima, Salomón de la Selva y algunos modernistas. La antología me reveló que era parte de algo más amplio. Ideas negativas de ese momento: adiós a mis fantasías de originalidad, crisis de mi sentimiento de marginalidad estilística radical, anuncio de mis pocas opciones de integrar el mainstream poético. Dicho todo esto, siempre me ha gustado aparecer en una antología latinoamericana, que es infrecuente. En la segunda lectura acepté que Medusario era un lugar natural para aquellos poemas míos.

¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Una satisfacción y un agradecimiento, como he planteado más arriba. Pero también un sentido de transitoriedad: los poemas seleccionados son de una época y un sentimiento. Mi siguiente libro, Tropical cantante, todavía está en esa estética (considérenlo si reeditan). Pero luego he pasado a otra cosa, he virado del neobarroco al neoclásico, a cierta economía de medios, de la frondosidad latinoamericana a un tono ceñido francés. De Lezama a Francis Ponge, digamos.

¿Se observa, dentro de la poesía peruana actual, algún tipo de influencia de estas propuestas poéticas?

Sí, se observa. Vladimir Herrera sigue en esa línea. Hay varios poetas más jóvenes radicalmente gongorinos y culteranos, entre los que destaca Elio Vélez. Son varios los poetas que incorporan el placer atormentado de una libertad desafiante del lenguaje. Pero en ellos el neobarroco es un elemento, un instrumento, más que un camino. Así será hasta la próxima reaparición.

RAÚL ZURITA

A 10 años de la aparación de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

El gesto por supuesto que me parece bueno, interesante. Ahora, es una antología curiosa, porque yo no siento que sea una antología muy homogénea. Y de hecho, yo agradezco que me hayan incluido, pero en lo personal me siento un poco extraño ahí. No es una poesía a la que yo me sienta vinculado, y tampoco creo que sea una poesía que se haya dado con fuerza dentro de la poesía chilena. Particularmente ese poema que ellos incluyeron (“El desierto de Atacama”) yo lo consideraría lo menos neobarroco que hay… Entonces, me sorprendió. Encontré la lectura de Kozer extremadamente generosa, pero tengo una sensación doble.

¿Y hay en nuestra poesía algún autor que tú crees que podría formar parte de esa corriente?

Yo creo que probablemente hoy en día sería Javier Bello el que más se acercaría a esa estética. Y, dentro de la poesía histórica, también, aunque no tanto dentro del concepto de neobarroco, Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, serían una especie de precursores, insuperables.

¿Y por qué crees que aquí no se dio esa tendencia?

No se dio, yo creo, fundamentalmente por dos razones: la primera, creo que es por Huidobro. A pesar de ser un poeta a nivel sonoro bastante considerable, es sobre todo un poeta visual, de imágenes visuales. Entonces su poder no radica en la fascinación encantatoria de la palabra (que sí está en Neruda), es fundamentalmente un poeta de imágenes visuales, que se caracterizan por su nitidez. Y segundo, por la antipoesía de Parra, que es fuerte. Ahora, creo que Javier Bello nuevamente abrió la poesía chilena a sus múltiples posibilidades. Estaba totalmente encajonada con las formas parrianas, entonces le dio una apertura y un aire que ya estaban haciendo falta.

¿Y Maquieira, o Paulo de Jolly?

Los considero, sobre todo, poetas de imágenes visuales, y además poetas del sentido. Maquieira y de Jolly son lo más lejanos a una poesía que rescate únicamente los significantes. Siempre quieren decir algo.

TAMARA KAMENSZAIN

A 10 años de la aparición de la muestra Medusario ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

Cuando Roberto Echavarren y José Kozer me convocaron para escribir el “Epílogo” de Medusario creo que ni ellos ni yo suponíamos que ese proyecto iba a llegar a tener la repercusión que tuvo. Sin embargo sabíamos claramente, cada uno desde el rol que le tocó, que la intención era lograr un efecto contundente y definitorio. Creo que ese fue el sello que marcó al libro y lo impulsó hacia adelante. Ya con la muerte de Perlongher unos años antes, se había empezado a cerrar un ciclo y se imponía hacer un balance. Algunos de nosotros ya hacía tiempo que veníamos percibiendo el germen de un agrupamiento basado en una complicidad de lecturas pero, sobre todo, en el modo en que esas lecturas se iban haciendo presentes en lo que escribíamos. Y el momento Medusario fue el de darle nombre a ese agrupamiento. La muestra cargó con esa definición y eso le dio el carácter definitivo que empujó el material hacia el futuro. Diez años después sorprende hasta qué punto el proyecto difiere de un mero rejunte generacional.



¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Bueno, tengo que reconocer que, sobre todo fuera de mi país, muchos lectores llegaron a conocerme gracias a Medusario. Todavía hoy muchos me siguen reconociendo por los poemas que aparecen en esa muestra y no por los libros que publiqué después. Esto no está mal salvo cuando el espíritu de “muestra” que tiene el libro es reemplazado por un afán antologizador. Ahí, los textos seleccionados pasan a ser leídos como la quintaesencia que define al escritor, sus “perlitas” o, peor aún, se estereotipa ese material como si fuera la clave secreta para entender la producción posterior. No creo que Medusario se haya armado con ese espíritu pero hay un fenómeno de mercado inevitable que tiende a regular la lectura, un fenómeno cargado de prejuicios y preconceptos contra el que hay que estar permanentemente en guardia. También a veces ese fenómeno proviene de la academia: las etiquetas, los nichos que usa la crítica para tapar sus supuestos, tienen que ser revisados. Resulta tragicómico cuando hoy - por lo menos en Argentina - se usa el concepto “neobarroco” para definir cualquier poesía escrita por autores de la década del setenta que resulte un poco críptica. Por suerte siempre queda, como un as bajo la manga, el “neobarroso” acuñado por Perlongher, más turbio, más escurridizo, más reacio al estereotipo.



¿Cómo ves los ecos de este tipo de escritura en la producción de generaciones posteriores?

Por lo menos en lo que más conozco, que es la nueva poesía argentina, no cabe duda que la lectura de Medusario está presente. Ahora bien, en los textos que a mí más me interesan, esa lectura aparece no como imitación sino como conflicto y eso es bueno. Porque las antologías generan mistificaciones, pero las muestras tienen que dejar lugar a lo que viene a reemplazarlas. Algo de eso dice Echavarren en el prólogo y me parece que con Medusario eso se cumple. Un movimiento literario queda probado en la capacidad que tiene de ser superado. Cuando los que vienen después encuentran puertas abiertas por donde escapar. Si esto no sucede hay que hablar más bien de un rejunte de egos, de una pura vanidad grupal que el tiempo, inevitablemente, arrasa.



REYNALDO JIMÉNEZ

A 10 años de la aparición de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

La idea de “muestra”, que enaltece Medusario, explicitada por la visión de un lector como roberto echavarren, sigue pareciéndome estimulante, porque deja mucho margen para la averiguación, para renovar los riesgos. esta muestra, evento crítico, parteaguas, presta un panorama muy definido, desde su apuesta por escrituras densas: respiratorias que el libro, construcción polifónica, registra, expone, relaciona. la aparente restricción que a veces se le atribuye, se recobra generosa si se atienden los abundantes recorridos que su criterio selectivo provee, el espacio en páginas dado a cada una de las poéticas que sí se incluyeron. en tal sentido creo que medusario ha devenido una referencia, usina de potencias expresivas, si se quieren atisbar algunas consistencias poéticas valiosas, en sus respectivas, incanjeables fidelidades a la intensidad. según esta desmedida, importará menos cuántas objeciones -algunas hasta pueden ser razonables- se le hayan imputado. como suelen ser objeciones extra-escritura, me pregunto para cuándo lecturas críticas del libro, de la diversidad que plantea más allá de la aparente discusión por un concepto, como es el de “neobarroco”, que puede tener su importancia, pero que a la hora de la experiencia poética en el lenguaje no puede sino pasar a un segundo o tercer plano. por experiencia poética en el lenguaje quiero significar aquí un cierto nivel de contacto, lo contrario a cualquier pose cool, una gracia de leer. con entusiasmo de explorador reconozco esa urgencia, tan ineludible como indómita, porque es parte del deseo y no se comporta.



¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Nunca dejaré de agradecerles a roberto, jacobo sefamí y josé kozer, el gesto de haber incluido una selección de mis cosas en medusario. esta inclusión, así como a veces las ha cerrado, por qué negarlo, muchas otras me ha abierto puertas (puertas del afecto, quiero decir, eso que a otro nivel llamaría “reconocimiento de lo que escribo”): una mínima pero crucial (en lo personal) señal de existencia ante lectores, quiero decir, ya que la circulación de mis colibritos ha sido la habitual en estos casos. la emoción de ver tramos de mi danza con las palabras dentro de ese conjunto tan particular de escrituras densas, me dio fuerzas en un momento personal muy creativo pero también muy aislado, sin demasiados interlocutores artísticos, algo que revertí desde entonces a partir de la experiencia co tsé-tsé. yendo un poco más a los efectos residuales de haber sido incluido en medusario, diría que me suceden pequeñas cosas todo el tiempo, siendo innegable la referencia en determinados (corto)circuitos, y con esto, por otra parte, me brota un poco respecto a las etiquetas: cuando se me cataloga neobarroco, como si hubiera una supraentidad (una colectividad neobarroca) sostenida en esa supuesta definición y amparando en su derrame de la intemperie. si ver todo el tiempo al neobarroco impide leer los poemas, si funge de dispositivo de censura de determinada frecuencia de lectura, sería justo al revés de lo que a mí me importa, por otra parte nada nuevo: conmover, de alguna manera, llegar al humano del lector, no al predilecto de su lectura sino al dispuesto a embarcarse en su pasión de viajar. a esa otra persona que está leyendo, más acá de los requisitos prescriptivos de una estética equis, doble-vé o zuuumbâbâ. hace rato estoy sospechando que la poesía es, no porque tenga que existir, ni porque haya que cubrir (con más palabras de mentiritas: tiras de humano) un rubro en el inventario de la cultura con mayúscula o falsa minúscula.

¿De qué modo esta antología (y sus predecesoras) influyeron en una determinada polémica en Argentina, entre la poesía neobarroca y la objetivista?

Esa polémica en realidad se mantiene pendiente y, si existe, irá casi por debajo de la mesa, quizá porque hasta ahora no se llega a precisar realmente de qué se está hablando (qué se estaba condenando, incluso, en ciertos casos) al negarle consistencia a la poesía neobarroca, tomada por otro lado en bloque y no a través de su capacidad de variación y diferencia. cuando echavarren o perlongher explicitan teóricamente sus términos, se ve perfecto que no se trata de una agrupación literaria corriente, fácil de determinar, pues el neobarroco no representaría un grupo formalmente constituido, con un plan, un acuerdo previo, sino una tendencia. en cierta medida, ese enfrentamiento que menciona tu pregunta, no responde a realidades comparables. me resulta forzado equiparar ambas experiencias con el lenguaje, puesto que el objetivismo parte de una intención comunicante, de una idea previa al poema y su aparición matérica: una idea acerca de la función del texto literario dentro de una concepción de la realidad que podríamos asimilar a la herencia amplia del realismo, con elementos constructivistas (y por lo tanto dentro de una sintaxis de lo real), mientras que en ese mixturar que incluye al neobarroco, encuentro diversidad. en medusario los poetas tratan (con) la materia verbal de maneras incomparables entre sí, su vínculo en todo caso no pasa por la declamación de una estética compartida o por la formación de proyectos editoriales o centros de emisión sino, insisto, por una tendencia. ésta reinstala la lectura en la materialidad afectada del lenguaje y específicamente traba relaciones complejas con la sintaxis, ampliando de este modo los famosos o infames campos semánticos. tendencia, entonces, sería un término válido en cuanto a una pluralidad de registros básicamente, suma a fin de cuentas de estas energías diferenciadas. si hay una alineación entre los poetas de medusario, ésta acontece a nivel paradójico: reunión de no alineados, más que de devotos de una moral estética preconcebida o un comportamiento a establecer en relación a una preceptiva. esta dificultad de base, bajo la lezamiana admonición sólo lo difícil es estimulante, quizás haya impedido alcanzar a la fecha un asomo de debate. si es que un debate de este tipo puede tener un mínimo sentido, debiéramos reorientarlo hacia las relaciones de la poesía como acción en el mundo y desde ahí revisar alcances y propuestas, ya que por lo general esas oposiciones inter-estilos, sitúan en bloque, allanan lo que en verdad no se hace homogéneo a fuerza de amasarlo en el redondeo de una mera idea sobre un fenómeno, descuidando matices, y sobre todo cuando un poema (llamado) neobarroco, a veces, puede organizarse precisamente como una exploración del matiz. imposible “igualar” en una escuela lo que hacen haroldo o josé carlos becerra o marosa, por ejemplo. creo que la novedad, si esto tiene alguna importancia, y justamente lo que más se ha descuidado en las aproximaciones de la crítica, reside en el hecho de que en medusario no hay confirmación de una escuela, y por lo tanto el mecanismo binario (y competitivo) sólo alcanza a “juzgar” y fingir nociones de conjunto sólido, cuando lo que la muestra propone es la variación en la diferencia porosa. en cuanto a mi posición personal respecto a la discusión entre estéticas por la última palabra, siempre me pareció una pérdida de tiempo. es natural que haya tantos registros sensibles y escrituras como intensidades vividas, no creo que el devenir de la poesía merezca reducirse a una cuestión de delineamientos estéticos, de cuño escolarizante. algunos de los textos de los detractores ya históricos del neobarroco, evitan cuidadosamente revisar las particularidades de los autores incluidos en la muestra; prefieren la condena masiva y el reduccionismo de apelar a un compacto de autores nucleados a partir de una intención contra la cual oponer férreas voluntades (sobre todo la de no leer).



EDUARDO ESPINA

A 10 años de la aparición de la muestra Medusario, ¿cómo evalúas el gesto y las repercusiones de su aparición?

Medusario fue la antología más influyente publicada en lengua hispana en las últimas tres décadas. La anterior con similar repercusión fue la del cubano José Olivio Jiménez, “Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea”, publicada a principios de la década de 1970. Medusario, sin embargo, debe considerarse la antología menos inclusiva más exitosa de todos los tiempos, pues solamente dio cabida a un numero delimitado de voces, entre las cuales podía establecerse cierta afinidad, al menos así lo intentaron establecer, creo yo con bastante éxito, los tres antologadores. El gesto fue lúcido y también exhumador, pues, es verdad, para mediados de la década de 1980, cuando la antología comenzó a gestarse, 10 años antes de su publicación, había en el continente una veta dialógica entre varios discursos líricos, en los cuales podía observarse ese tipo de poesía irreferencial y autotélica, axioma solo de su ontología, poesía que, como decía Wallace Stevens, “únicamente puede describirse con poesía”. Igual que en los surrealistas, entre algunos –no todos- de los llamados “neobarrocos” había “vasos comunicantes” en gran medida distinguibles, por más que varias de las estéticas antologadas tenían una relación de corto circuito con otras también incluidas. Yo al menos no le encuentro mucha relación. Respecto a la repercusión, creo, doy cuenta, fue extraordinaria, pues todavía me encuentro con lectores que me dicen “te leí por primera vez en Medusario”. La antología está agotada y, lamentablemente, por la dejadez típica de nuestras editoriales, nunca se hizo una segunda edición, la cual resulta necesaria pues hoy hay más lectores interesados en esta estética radicalizante que una década atrás; incluso, como también pude constatarlo por ahí, el neobarroco del Bajo Sur o “neobarroso”, llegó hace poco a la academia, tanto a la europea como a la estadounidense. Días atrás participé en un simposio en la Universidad de Paris VIII donde el “neobarroso” o “barrococó” fue el tema prevalente, el misterio a descubrir. Es decir, para muchos esto recién empieza, por más que varios poetas de los incluidos en Medusario cambiaron la línea y hoy frecuentan con tedioso sesgo una lírica bastante facilona, sin sortilegios de simultaneidad prosódica ni de sintaxis, elementos fundamentales de la poesía que aún puede y debe escribirse.



¿Qué implicó para ti formar parte de esa selección?

Desde mediados de la década de 1980 sabía que se estaba preparando tal antología, pero nunca pregunté si yo estaba incluido. En marzo de 1990 Néstor Perlongher me envió una carta que traía su poema “El chorreo de las iluminaciones”, el cual tiene como epígrafe unos versos míos, y me mandaba también la lista de quienes según su opinión deberían estar incluidos en la antología, siendo yo uno de ellos (aunque no estaban incluidos varios que después integraron la muestra). No obstante, Perlongher no era uno de los tres antologadores, por lo tanto me olvidé del asunto. Tiempo después, cuando recibí una carta del Fondo de Cultura Económica pidiendo autorización para incluir poemas míos en Medusario, sentí una rara satisfacción, sobre todo por tener el reconocimiento de dos poetas que respeto, tanto en lo poético como en lo intelectual, como José Kozer y Roberto Echavarren, antologadores junto a Jacobo Sefamí de la muestra. Fue, según supe luego, un exigente trabajo de selección pues, como se da cuenta en el pre-prólogo del libro, la lista de quienes fueron en primera instancia considerados y luego excluidos es larga. El hecho de que la muestra no es una réplica de la guía telefónica y en cambio presenta una selección acotada, otorga al material incluido un valor de exclusividad documental, no muy frecuente en las antologías de poesía.



¿Ves alguna relación entre la propuesta neobarroca y el interés en otras disciplinas artísticas por estéticas quizás cercanas, como el pop o el kitsch?

El neobarroco tiene relación con todo y su propuesta es omnímoda. Lo neo (no Neo, el personaje de Matrix) actúa como algo más que un breve prefijo para referir a un estado de realidad nuevo; elabora un significado de ilimitabilidad, de espacio de absorción sin prerrogativas, que acerca al núcleo lingüístico todos los materiales periféricos que tienen su razón de ser en el poema. La política textual del menjunje, sin embargo, es seleccionante y nada neutral. Toma solamente aquellas trazas estéticas compatibles entre sí. Desde la poesía medieval, pasando por el barroco inglés y el rococó francés, hasta llegar a las incursiones residuales del arte moderno que son, como esos objetos sin objetivo de Duchamp, momentos de intrusión absoluta en la posibilidad. Para muchas de las voces incluidas en Medusario, y que son aquellos poetas que más me interesan, el neobarroco es una estética translaticia: trajo la espesura metonímica a la superficie visual, el trobar clus al cutis pop, y la religiosidad barroca al camaleónico kitsch del deseo encaramado en su propio juego. El resultado es un ahogamiento de la razón, un naufragio de las formas con definición: el furor de ciertas consecuencias que no tienen nombre.



Felipe Cussen
Santiago, octubre-noviembre de 2006.

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