miércoles, 29 de agosto de 2007

Yacana y los nuevos mitos por Miguel Ildefonso

Carátula de la antología Poesía Perú S. XXI (Yacana, compilación de Dalmacia Ruiz Rosas y Willy Gómez, 2007)


El Café-Bar Yacana se ha convertido para la poesía peruana y de otros ámbitos en lo que El Palais Concert (ubicado a sólo unos metros, en el mismo jirón de la Unión) significó en su época, y que muy bien Abraham Valdelomar sintetizó con las siguientes palabras: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”. Hoy, pasado el siglo XX, quitando el egocentrismo del “Conde de Lemos” y la parodia, haciendo a un lado la seudo aristocracia limeña de antaño y cediendo a los nuevos tonos democráticos, es cierto que en ese pequeño estrado del “Yacana”, como simplemente se le conoce, ha desfilado, semana a semana, una extraordinaria cantidad de poetas de diferentes puntos del país. Y una muestra de ese nocturno ritual con la poesía recitada o leída en voz alta, es lo que nos convoca ahora con este nuevo libro, editado por su propio sello, que perenniza lo transitado, en medio de la sociedad del espectáculo (Guy Debord, dixit) limeño; es decir, de una sociedad que lee menos y olvida más. El juntar en un mismo ambiente la manifestación artística más popular del mundo moderno, como es el rock, con este antiguo oficio solitario, que se encarna bajo un reflector, rodeado de penumbra y vasos, en la voz de sus autores, para un mismo público, es crear una suerte de mágica performance al servicio no sólo del placer fugaz de la noche, sino también de la vigencia iconoclasta de su función crítica, y sirve, por si fuera poco, para el diálogo necesario y el impulso de su renovación estética.

“Quizás la ‘grandeza’ no esté de moda, como no está de moda lo trascendental, pero es muy difícil seguir viviendo sin la esperanza de toparse con lo extraordinario”, dice Harold Bloom de estos tiempos posmodernos. Vivimos en una época de exploraciones estéticas, si bien sin la estentórea posición “anti” de la época de las Vanguardias, bajo el amparo del psicoanálisis, el socialismo o la utopía, sí todavía con una búsqueda arqueológica y mística de aquello que nos pueda sorprender y trascendernos. Quizás lo que falta a esta época es la capacidad de poder ver sin miedo el futuro; de avizorar sin exageraciones no sólo el Apocalipsis, sino la esperanza de vivir un paraíso en la tierra. Quizás lo que haga falta es arriesgar otro tipo de mirada, menos densa, más plural y menos egoísta.

La cantidad de poetas que ha surgido en nuestro país en estos últimos años indica algo positivo. Nos dice que la poesía es ajena a toda la política anticultural del Estado, por ejemplo, o a la deficiente transmisión de este arte en los colegios. Casi todos los poetas aquí reunidos, muy jóvenes, habrán encontrado en el Yacana una excelente tribuna para sus primeros fogueos, también algo como una escuela (“la escuela de Lima”, la llama la poeta Dalmacia Ruiz Rosas, una de las coordinadoras de los eventos poéticos del Yacana) en donde se rompen los paradigmas seudo pedagógicos y anacrónicos, y se es el ser más libre: es decir, en donde el ciudadano pasa a ser “el poeta”.

Otro rasgo positivo es la consolidación de una tradición poética peruana a la que le ha costado mucho marcar su originalidad e independencia. El costo ha sido el de la vida de poetas como Vallejo y Heraud, el de los olvidos y reivindicaciones como los de Carlos Oquendo de Amat y César Moro. La vida de los poetas peruanos está marcada en su mayoría por el doble y triple sacrificio gozoso: el ser poeta, el ser ciudadano y el “ser para la muerte” (como dirían los existencialistas). Entre estos más de cien poemas atisbamos el iluminado ethos del poeta que se posiciona en un mundo siempre ajeno, contradictorio y alienante. Posición incomoda para el poder terrenal. Posición sagrada (“sagrado porque no está a la venta”, diría R. Hinostroza). El poeta ha recogido de nuestra tradición las notas y las partituras más acordes a sus propias sinfonías, para luego marcar su tendencia, fundar su propia orquesta:

Es el caso de Paul Guillén, Andrea Cabel, Salomón Valderrama, Luciano Acleman, Héctor Hernández y Giancarlo Huapaya. El lenguaje poético se involucra en los escarceos del mundo interior del hablante, explora las oquedades de la voz poética para resignificarse, decirse a sí mismo (como en la poesía barroca de Martín Adán, o en las polifónicas sonoridades de C. G. Belli) lo que no puede alcanzar a decir con el simple sollozo, el grito, o inclusive el propio silencio. En poesía, racionalmente paradójico, todo dice y no dice a la vez. Por ello esta poesía concibe a la creación en tanto evolución de esta pasión humana, la de la poiésis; el poeta no deja de ser consciente de su aventura con la palabra y del vuelo trascendental y sin retorno que implica su tarea: un golpe de dados, una vox horrísona, hasta que el Yo sea Otro, o sea Otro el que nos hable del Yo.

Para Hegel la ironía consiste en insertar la subjetividad en el orden de la objetividad; para el poeta es además la manera de romper con lo sagrado, desacralizándolo. Es el caso de la propuesta del siguiente grupo (divisiones que me atrevo a ensayar en esta breve presentación): García Godos, Juan Zamudio, Vanessa Martínez, F. Méndez, Dora Moro, Bocelli, L. Valverde, G. Roldan y Arianna Castañeda. Aquí la poesía se vuelve evidentemente experimental, con golpes de anti poesía, flashes oníricos (tipo écriture automatique) y con una conciencia política de llevar el deseo, mediante la crítica sibilina, hasta sus ultimas consecuencias. Algunas veces sorprendentes imágenes o sentencias cisnerianas, otras veces del Luis Hernández social, podemos rastrear a través de un nuevo desenfado.

El tema amoroso, con fina plasticidad y sensualidad en las imágenes, se encuentra en: Gloria Ramos, I. Sabogal, A. Málaga, W. Espinoza, D. Castañeda, F. Retamozo, M. Vargas, D. Jiménez, Gimena María, Virginia Benavides, A. M. Falconí y A. Torres. Una sensibilidad que desafía a la realidad con su lirismo, impulsada por el Eros y apoyándose en la memoria de los ámbitos cercanos. Perú ha desarrollado una rica tradición en este campo, con, por ejemplo, Francisco Bendezú o César Calvo; lo mismo que con la agudeza de Blanca Varela, y la poesía erótica femenina de los años 80.

Este es el grupo más grande: S. Risso, R. Salas, Astorga, O. Granda, P. Perales, E. Altamirano, H. Alva, John López, M. Blásica, F. Rebatta, W. Moreno, E. Munárriz, M. Ponce, Gonzalo Málaga, A. Morillo, F. Turlis, J. P. Mejía, D. Perea, A. Rubio, S. Vega y R. Paulino. Poesía de la urbe, en donde colectividades desarticuladas se enfrentan al mito de la Modernidad deshumanizadora, un conjunto de héroes solitarios que se recrean no sólo en ese spleen (antes Ojeda o Verástegui), sino también en el ámbito familiar y cotidiano, cuando la existencia se vuelve una forma de mantener en pie el prístino anhelo de armonía y la recomposición del sujeto posmoderno (Eielson).

El eje poético más reflexivo y que hurga en los discursos de la Historia es el de Víctor Ruiz, Inakapalla Chávez, Reinhard Huamán, Martín Zúñiga y Cecilia Podestá. El ritmo versal se ajusta a la contemplación de los vastos campos del tiempo, el mar y la cultura, por el que todo lo poetizado cobra una dimensión simbólica, casi mítica (veamos la poesía de Hinostroza o Montalbetti). El ser humano se reinventa en cada precario ciclo de la evolución del conocimiento (tal las eras de S. J. Perse). O como en el eterno retorno nietzscheano: los mitos del origen, del pecado y de la muerte se suceden, en esta poética, pero con un lenguaje más sereno y elevado, en un proceso que nos lleva si bien no tanto a la perfección humana, sí a la conciencia de nuestro devenir.

El mito andino de Yacana habla de una llama que va a beber agua de un manantial, y que de ahí surge la fuerza vital de su cosmos. El presente libro invita a entrar a este otro nuevo mito (colectivo como debe ser): el Café-Bar-Libro Yacana, donde sólo nos queda empezar a beber de estas nuevas aguas.

1 comentario:

Amalia Gieschen dijo...

Paul! Que bueno haberte conocido.
El Yacana fue lo que más me gustó de toda la semana en cuanto a lecturas se refiere, y a pesar del barullo. País imaginario son los poetas que lo conforman. Y ese día eso se sintió. El agua se bebe en una rana, las ranas traen agua y traen junquitos.

Delirios nomás.

Besos, Amalia.

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