RABBI BEN EZRA
¡Envejeced junto a mí!,
Todavía nos aguarda lo mejor,
el final de la vida, el origen del principio:
nuestros tiempos están en Su mano,
y El dice: "Todo lo he ordenado;
la juventud sólo muestra una parte; confiad en Dios:
mirad el todo sin temor".
Y no porque nuestra juventud, recogiendo flores,
suspire: ¿"Qué rosa abrazaremos?";
o ¿"Cuál de todos los lirios que abandonamos
recordaremos después como el mejor?";
ni tampoco porque anhele
admirando las estrellas: "Ni Júpiter ni Marte;
la mía será una llama cuyo resplandor
a todos abrazará".
No por esas esperanzas y temores
que ensombrecen los fugaces años de la juventud,
yo la condeno. ¡Bienvenida sea la locura!.
Y me satisface el ignorar
si otros seres, más elementales,
habitan fuera de nosotros,
fragmentos de tierra finita y acabada, imperturbables.
Pobre ostentación sería esto de la vida,
si el hombre sólo creciera
para alimentarse de goces y hacer de su existencia un festín:
pues acabado el deleite
nuevamente el ocaso se cierne sobre él.
¿Acecha el hastío al pájaro saciado? Y la duda: ¿acaso inquieta
las rebosantes fauces de las bestias?
Alegraos de estar cercanos
a Aquel que provee
y no participa, que entrega sin recibir.
Pues basta un ligero temblor para perturbar nuestras raíces.
Más cerca de Dios están los que dan
de aquellos que sólo reciben: eso debo creer.
Entonces, saludad las dificultades y penurias
que transforman en áspera la suave superficie de la tierra;
ellas son la estocada que nos impele a seguir adelante
antes que a rendirnos o a quedarnos inmóviles.
¡Seamos nuestras propias alegrías, con sus tres esferas de dolor!
Luchad, sin escatimar esfuerzos;
Aprended, apartando el sufrimiento;
Arriesgaos, sin tomar en cuenta las angustias.
Porque entonces - una paradoja cuya mofa nos alienta-
la vida vencerá allí donde parece fallar;
Aquello que quise ser y no fui me conforta;
Una bestia pude haber sido, pero no descendí en la escala.
¿No es una bestia
aquel cuya carne hace del alma un mero acomodo,
cuyo espíritu sólo trabaja por miedo
a que brazos y piernas quieran jugar?
Para el hombre, propongo esta medida:
¿cuán lejos puede su cuerpo proyectar lo mejor de su alma,
en su peregrinar solitario?
Los dones deben ser útiles:
reconozco al Pasado, profuso en perfección y poder;
ojos, oídos que tomaron su parte,
el todo atesorado por el cerebro;
¿No debe el corazón exclamar de una vez:
cuán hermoso es vivir y aprender?
Que exclame: "¡Os bendigo!,
ya veo el sentido de tus designios;
yo, que vi el poder, veo también ahora el perfecto amor.
Acabado es Vuestro plan:
gracias por hacer de mí un hombre.
Hacedor: cambiad o completad. ¡Confío en tu voluntad!".
Grata es esta carne.
Y nuestra alma, cautivada por esta tierra,
anhela un reposo:
Y si nosotros algún premio pudiésemos abrazar
para competir con todas esas innumerables posesiones
de las bestias, ¡ganar más porque fuimos mejores!
No digáis nunca:
"A pesar de esta carne
hoy combatí y avancé y gané terreno con respecto al todo"
Y así como el pájaro que vuela y canta,
debéis gritar: ¡"Todas las cosas buenas
son nuestras; ya el alma no necesita del cuerpo
más que lo que el propio cuerpo necesita del alma"
Por eso emplazo a la vejez
para que reconozca el legado de la juventud,
ahora que la lucha por la vida llega a su término;
Así avanzaré, estatuido como un hombre
por siempre alejado de las bestias; un dios seré,
aunque sólo en gestación.
Y podré descansar
antes de partir otra vez
hacia mi nueva y desafiante aventura:
sin miedo ni perplejidad,
emprendiendo la próxima batalla,
eligiendo para ella armas y vestimentas.
Consumida la juventud
probaré mi ganancia o mi pérdida,
sin perturbar las cenizas que queden del fuego:
pues aquello que en ellas subsiste es sagrado;
y a mi vida juzgaré,
alabándola o censurándola.
Cuando se es joven, todo parece dudoso;
y cuando se es viejo, todo se da por sabido.
Y notad que al llegar el crepúsculo
hay un momento inevitable en el que
todo fulgor es arrebatado del horizonte;
Es entonces cuando un susurro del Oeste
nos punza: "Agregad esto a vuestro reposo,
recogedlo y poned a prueba su valor: aquí muere otro día".
Así, aún dentro de la vida,
alzándome por encima de sus disputas,
dejadme discernir, comparar y pronunciar al fin:
"Este ardor, en su raíz, era bueno;
aquella complacencia, en cambio, era vana:
puedo ahora, que ya conozco mi Pasado, encarar el Futuro".
Porque sólo eso le está reservado al hombre,
cuya alma apenas cincelada
sólo puede realizar en el Futuro lo que aprende en el Presente:
y ya aquí hay suficiente trabajo con apenas observar
la labor de los Maestros, entendiendo el óptimo desarrollo
del verdadero Arte y los secretos
del correcto juego de las herramientas.
Buscando lo mejor la juventud
debía batallar, aun con sus yerros
para realizar aquello cuyo cumplimiento
observaría luego en la quietud de la vejez;
así, al avanzar la edad, conocemos mejor,
sin luchas que nos pongan a prueba.
Aguardasteis la vejez: ¡pues ya es tiempo
de esperar la muerte sin temor!
Por ahora es suficiente con que lo Recto,
lo Justo y lo Infinito
sean nombrados por sus nombres,
así como vos llamáis tuya a vuestra mano,
con conocimiento absoluto,
no sujeto a las disputas
de los necios que acechaban vuestra juventud
sin dejaros juzgar por ti mismo.
¡Y que desde ahora y para siempre
los espíritus privilegiados se aparten de los indignos,
anunciando a cada cual el sitio que le corresponde en el Pasado!
Fui yo quien condenó al mundo
mientras los hombres mi alma desdeñaban;
¡Dejad que la vejez anuncie al fin la verdad
y traiga paz sobre nosotros!
Y ahora ¿Quién juzgará?
Diez hombres aman lo que aborrezco,
huyen de lo que busco
y desprecian lo que recibo;
Diez, que en ojos y en oídos
se miden conmigo; todos hacemos conjeturas,
ellos en esto y yo en lo otro:
¿en quién deberá confiar mi alma?
Como fuere, la sentencia no debe versar
sobre aquello que el vulgo llama "Mercancía",
sobre las cosas fabricadas que gustan a la vista
y cuya razón de ser es su precio;
sobre ellas, igualándose,
el bajo mundo posó sus manos,
tasándolas con rapidez.
Pero todo aquello que el tosco pulgar
y los dedos fallaron en apresar
fue obviado del resultado final;
y los impulsos inmaduros
o los propósitos inciertos,
cuya carga no era pesada como obra suya,
todavía engrosan la herencia del hombre.
Pensamientos difícilmente aprisionables
en recintos estrechos,
fantasías que avanzando a través del lenguaje
lograban escapar:
todo aquello que nunca pude ser,
todo aquello que los hombres desconocieron en mí
y que era valioso ante los ojos de Dios,
cuya rueda modeló mi arcilla.
¡Ay, meditad en esa rueda de Dios, el Alfarero,
ese verdadero símbolo, y sentid
cuán rápido gira el tiempo y cuán quieta es la arcilla
de la que hemos sido hechos;
vos, a quién los insensatos fustigaron mientras
corría el vino: "Puesto que la vida es fugaz, todo cambia;
el Pasado se ha marchado; asentaos en el Presente"
¡Ignorante! Lo que existe, en su conjunto,
dura para siempre, revocando todo término;
que la tierra cambia, es cierto;
pero Dios y tu alma se mantienen firmes;
lo que en ti ha penetrado, eso fue, es y será;
el curso del tiempo retrocede o se detiene:
pero el Creador y su obra permanecen para siempre.
Fue El quién fijó vuestra alma en este baile
de circunstancias cambiantes,
en este Presente que vos gustosamente cesarías:
engranaje sólo encaminado
a retorcer vuestra alma, a probarla, a cambiarla,
a marcarla con fuerza.
¿Y qué más da si nada sellan en vos los alegres amores?
¿Y qué más da si bordeando vuestras orillas
crecen seres cadavéricos apilándose sombríamente
y obedeciendo ese apremio cada vez más severo?
¡Mirad el arriba y no el abajo!
La mesa del festín, el brillo de la lámpara,
el estruendo de las trompetas,
y la espuma rebosante del nuevo vino
mientras los labios del Maestro se encienden!
Vos, Maestro, copa consumada del cielo,
¿qué necesidad tenéis de esta tierra?
Pero yo os necesito, ahora y después,
Dios que moldeas al hombre:
porque cuando mi existencia comenzaba a
desbordarse, atado como estaba en la rueda de la vida
con abundancia de formas y colores,
malogré mi fortuna, que era saciar Vuestra sed;
Así pues, recoge y usa Vuestra obra:
enmienda las faltas que en ella se escondan,
las deformaciones de la materia, las torceduras que rompen la medida;
¡Mi tiempo está en Vuestra mano!
¡Y perfecto es mi destino, como Vos lo planeasteis!
¡Dejad que mi vejez apruebe mi juventud y que la muerte,
en su seno, a ambas reúna!.
¡Envejeced junto a mí!,
Todavía nos aguarda lo mejor,
el final de la vida, el origen del principio:
nuestros tiempos están en Su mano,
y El dice: "Todo lo he ordenado;
la juventud sólo muestra una parte; confiad en Dios:
mirad el todo sin temor".
Y no porque nuestra juventud, recogiendo flores,
suspire: ¿"Qué rosa abrazaremos?";
o ¿"Cuál de todos los lirios que abandonamos
recordaremos después como el mejor?";
ni tampoco porque anhele
admirando las estrellas: "Ni Júpiter ni Marte;
la mía será una llama cuyo resplandor
a todos abrazará".
No por esas esperanzas y temores
que ensombrecen los fugaces años de la juventud,
yo la condeno. ¡Bienvenida sea la locura!.
Y me satisface el ignorar
si otros seres, más elementales,
habitan fuera de nosotros,
fragmentos de tierra finita y acabada, imperturbables.
Pobre ostentación sería esto de la vida,
si el hombre sólo creciera
para alimentarse de goces y hacer de su existencia un festín:
pues acabado el deleite
nuevamente el ocaso se cierne sobre él.
¿Acecha el hastío al pájaro saciado? Y la duda: ¿acaso inquieta
las rebosantes fauces de las bestias?
Alegraos de estar cercanos
a Aquel que provee
y no participa, que entrega sin recibir.
Pues basta un ligero temblor para perturbar nuestras raíces.
Más cerca de Dios están los que dan
de aquellos que sólo reciben: eso debo creer.
Entonces, saludad las dificultades y penurias
que transforman en áspera la suave superficie de la tierra;
ellas son la estocada que nos impele a seguir adelante
antes que a rendirnos o a quedarnos inmóviles.
¡Seamos nuestras propias alegrías, con sus tres esferas de dolor!
Luchad, sin escatimar esfuerzos;
Aprended, apartando el sufrimiento;
Arriesgaos, sin tomar en cuenta las angustias.
Porque entonces - una paradoja cuya mofa nos alienta-
la vida vencerá allí donde parece fallar;
Aquello que quise ser y no fui me conforta;
Una bestia pude haber sido, pero no descendí en la escala.
¿No es una bestia
aquel cuya carne hace del alma un mero acomodo,
cuyo espíritu sólo trabaja por miedo
a que brazos y piernas quieran jugar?
Para el hombre, propongo esta medida:
¿cuán lejos puede su cuerpo proyectar lo mejor de su alma,
en su peregrinar solitario?
Los dones deben ser útiles:
reconozco al Pasado, profuso en perfección y poder;
ojos, oídos que tomaron su parte,
el todo atesorado por el cerebro;
¿No debe el corazón exclamar de una vez:
cuán hermoso es vivir y aprender?
Que exclame: "¡Os bendigo!,
ya veo el sentido de tus designios;
yo, que vi el poder, veo también ahora el perfecto amor.
Acabado es Vuestro plan:
gracias por hacer de mí un hombre.
Hacedor: cambiad o completad. ¡Confío en tu voluntad!".
Grata es esta carne.
Y nuestra alma, cautivada por esta tierra,
anhela un reposo:
Y si nosotros algún premio pudiésemos abrazar
para competir con todas esas innumerables posesiones
de las bestias, ¡ganar más porque fuimos mejores!
No digáis nunca:
"A pesar de esta carne
hoy combatí y avancé y gané terreno con respecto al todo"
Y así como el pájaro que vuela y canta,
debéis gritar: ¡"Todas las cosas buenas
son nuestras; ya el alma no necesita del cuerpo
más que lo que el propio cuerpo necesita del alma"
Por eso emplazo a la vejez
para que reconozca el legado de la juventud,
ahora que la lucha por la vida llega a su término;
Así avanzaré, estatuido como un hombre
por siempre alejado de las bestias; un dios seré,
aunque sólo en gestación.
Y podré descansar
antes de partir otra vez
hacia mi nueva y desafiante aventura:
sin miedo ni perplejidad,
emprendiendo la próxima batalla,
eligiendo para ella armas y vestimentas.
Consumida la juventud
probaré mi ganancia o mi pérdida,
sin perturbar las cenizas que queden del fuego:
pues aquello que en ellas subsiste es sagrado;
y a mi vida juzgaré,
alabándola o censurándola.
Cuando se es joven, todo parece dudoso;
y cuando se es viejo, todo se da por sabido.
Y notad que al llegar el crepúsculo
hay un momento inevitable en el que
todo fulgor es arrebatado del horizonte;
Es entonces cuando un susurro del Oeste
nos punza: "Agregad esto a vuestro reposo,
recogedlo y poned a prueba su valor: aquí muere otro día".
Así, aún dentro de la vida,
alzándome por encima de sus disputas,
dejadme discernir, comparar y pronunciar al fin:
"Este ardor, en su raíz, era bueno;
aquella complacencia, en cambio, era vana:
puedo ahora, que ya conozco mi Pasado, encarar el Futuro".
Porque sólo eso le está reservado al hombre,
cuya alma apenas cincelada
sólo puede realizar en el Futuro lo que aprende en el Presente:
y ya aquí hay suficiente trabajo con apenas observar
la labor de los Maestros, entendiendo el óptimo desarrollo
del verdadero Arte y los secretos
del correcto juego de las herramientas.
Buscando lo mejor la juventud
debía batallar, aun con sus yerros
para realizar aquello cuyo cumplimiento
observaría luego en la quietud de la vejez;
así, al avanzar la edad, conocemos mejor,
sin luchas que nos pongan a prueba.
Aguardasteis la vejez: ¡pues ya es tiempo
de esperar la muerte sin temor!
Por ahora es suficiente con que lo Recto,
lo Justo y lo Infinito
sean nombrados por sus nombres,
así como vos llamáis tuya a vuestra mano,
con conocimiento absoluto,
no sujeto a las disputas
de los necios que acechaban vuestra juventud
sin dejaros juzgar por ti mismo.
¡Y que desde ahora y para siempre
los espíritus privilegiados se aparten de los indignos,
anunciando a cada cual el sitio que le corresponde en el Pasado!
Fui yo quien condenó al mundo
mientras los hombres mi alma desdeñaban;
¡Dejad que la vejez anuncie al fin la verdad
y traiga paz sobre nosotros!
Y ahora ¿Quién juzgará?
Diez hombres aman lo que aborrezco,
huyen de lo que busco
y desprecian lo que recibo;
Diez, que en ojos y en oídos
se miden conmigo; todos hacemos conjeturas,
ellos en esto y yo en lo otro:
¿en quién deberá confiar mi alma?
Como fuere, la sentencia no debe versar
sobre aquello que el vulgo llama "Mercancía",
sobre las cosas fabricadas que gustan a la vista
y cuya razón de ser es su precio;
sobre ellas, igualándose,
el bajo mundo posó sus manos,
tasándolas con rapidez.
Pero todo aquello que el tosco pulgar
y los dedos fallaron en apresar
fue obviado del resultado final;
y los impulsos inmaduros
o los propósitos inciertos,
cuya carga no era pesada como obra suya,
todavía engrosan la herencia del hombre.
Pensamientos difícilmente aprisionables
en recintos estrechos,
fantasías que avanzando a través del lenguaje
lograban escapar:
todo aquello que nunca pude ser,
todo aquello que los hombres desconocieron en mí
y que era valioso ante los ojos de Dios,
cuya rueda modeló mi arcilla.
¡Ay, meditad en esa rueda de Dios, el Alfarero,
ese verdadero símbolo, y sentid
cuán rápido gira el tiempo y cuán quieta es la arcilla
de la que hemos sido hechos;
vos, a quién los insensatos fustigaron mientras
corría el vino: "Puesto que la vida es fugaz, todo cambia;
el Pasado se ha marchado; asentaos en el Presente"
¡Ignorante! Lo que existe, en su conjunto,
dura para siempre, revocando todo término;
que la tierra cambia, es cierto;
pero Dios y tu alma se mantienen firmes;
lo que en ti ha penetrado, eso fue, es y será;
el curso del tiempo retrocede o se detiene:
pero el Creador y su obra permanecen para siempre.
Fue El quién fijó vuestra alma en este baile
de circunstancias cambiantes,
en este Presente que vos gustosamente cesarías:
engranaje sólo encaminado
a retorcer vuestra alma, a probarla, a cambiarla,
a marcarla con fuerza.
¿Y qué más da si nada sellan en vos los alegres amores?
¿Y qué más da si bordeando vuestras orillas
crecen seres cadavéricos apilándose sombríamente
y obedeciendo ese apremio cada vez más severo?
¡Mirad el arriba y no el abajo!
La mesa del festín, el brillo de la lámpara,
el estruendo de las trompetas,
y la espuma rebosante del nuevo vino
mientras los labios del Maestro se encienden!
Vos, Maestro, copa consumada del cielo,
¿qué necesidad tenéis de esta tierra?
Pero yo os necesito, ahora y después,
Dios que moldeas al hombre:
porque cuando mi existencia comenzaba a
desbordarse, atado como estaba en la rueda de la vida
con abundancia de formas y colores,
malogré mi fortuna, que era saciar Vuestra sed;
Así pues, recoge y usa Vuestra obra:
enmienda las faltas que en ella se escondan,
las deformaciones de la materia, las torceduras que rompen la medida;
¡Mi tiempo está en Vuestra mano!
¡Y perfecto es mi destino, como Vos lo planeasteis!
¡Dejad que mi vejez apruebe mi juventud y que la muerte,
en su seno, a ambas reúna!.
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