Gabriel Ruiz-Ortega / Siglo XXI
Para empezar, ¿Cómo nació el título de “Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen”?
Una amiga me contó de una serie de los años ochenta, olvidada ya, que tenía el mismo título, sólo que en vez de mi nombre aparecía el de la protagonista de la serie. Me gustó, sonaba bien, y tenía que ver con la idea central de proyecto.
Pero no faltaría quien califique a “Los días y las noches...” como un exceso de vanidad puesto que no estamos acostumbrados a encontrar libros titulados con el mismo nombre del autor.
Seguro, no es lo más común. Entiendo que a algunas personas les pueda parecer excesivo titular un libro con tu propio nombre. Sin embargo, creo que al leerse los poemas como si se tratara de una novela, de corrido, se comprende mejor el porqué del título: es el diario ficticio en verso de un yo poético que lleva mi nombre, y se supone que al leerse el libro de corrido es posible seguir la cronología de ciertos sucesos en la vida de este sujeto poético, como quien cuenta una historia. Una historia en la que la biografía ficticia y la real se confunden. De ahí que mi nombre aparezca en el título, como parte de ese juego. No descarto, desde luego, que exista cierta vanidad en mí; sin embargo creo que esta vez la cosa iba por otro lado.
¿Por qué no incluiste “El libro de las moscas” en este conjunto?
Simplemente porque no tiene que ver con el proyecto iniciado con “El libro de las señales”. Además, es un libro que escribí a los 18, 19 años, tanteando, demasiado empapado de poesía peruana, mal asimilada por la falta de experiencia. La Universidad de Lima publicó 250 ejemplares en 1997 y agradezco que no haya hecho un tiraje mayor. De sus quince o dieciocho poemas salvaría tan solo uno, “Man in Tasca”, que es el poema epílogo, y abre las puertas para la poesía que haría luego. Ese poema me sigue gustando, pero el resto no. Además es un libro que contradice la propuesta del proyecto que iniciaría luego, es menos vital que los libros posteriores, más retórico. Cierta retórica ampulosa es el peor defecto de ese poemario, retórica que creo está más amansada en los libros siguientes.
Rodolfo Hinostroza es el poeta al que no dejas de profesar admiración. ¿Cómo llegaste a él?
A Hinostroza lo leí en el colegio, cuando en una Feria del Libro me conseguí “Los Nuevos” (1967), la legendaria antología de Leonidas Cevallos. Recuerdo que la impresión más fuerte me la llevé con Cisneros, Lauer e Hinostroza; Henderson, Ortega y Martos me convencieron menos, y es un gusto que no ha cambiado hasta hoy (aunque “Cuaderno de Quejas y Contentamientos” (1969) me sigue pareciendo uno de los mejores libros de los años 60). Luego, en la universidad, me conseguí “Contra Natura”, un libro que me influyó mucho, y es probable que en mi poesía existan hasta ahora ciertos modos, aires y maneras hinostrozianas, pero también es cierto que libro a libro las siento menos. En “El libro de las señales” la tendencia a hablar de la Historia y de la guerra son evidentemente deudas de esas lecturas, pero creo que procesadas, diferentes. Tengo ciertas afinidades temáticas con la poesía de Rodolfo, pero sin duda escribimos distinto.
En “El libro de las señales” es evidente el uso que haces de tópicos como el homoerotismo y La historia. También tengo la impresión que en él es palpable el descubrimiento y el cuestionamiento existencial que se refleja en la tríada formada por Renzo, Santiago y Cristian, personajes del libro.
Es un libro que escribí a los 21 años, hace casi diez. Cualquier cosa que te diga ahora sería elaboración posterior. Ahora cuando lo leo me doy cuenta de que nunca podría volver a escribir de esa manera, tan crispada, salmódica (otro elemento hinostroziano), desesperada. Sé que cuando comencé a idearlo tenía la idea de hacer un poema largo con personajes envueltos en una atmósfera medio apocalíptica, urbana, con elementos dramáticos entre los que, como apuntas, está la sexualidad invertida y el cuestionamiento existencial, así como el descubrimiento de una realidad que no se desea, donde siempre se sufre. Luego se me ocurrió enmarcarlo todo en un ambiente medio fascista, porque desde muy niño siempre me atrajo la estética nacionalsocialista, toda esa cuestión teatral que tenían ellos. Y el humor negro, antisemita, que se cuela por algunas estrofas del libro, me pareció en ese momento una mejor forma de denuncia que quejarse lacrimosamente por las osamentas de Birkenau. Creo que ahí descubrí la importancia del humor corrosivo, el cual creo que es una constante en mis libros posteriores.
Entonces hay una intención de provocar. Te lo digo porque no soy el único a quien le chocaron esas contadas estrofas de humor negro y antisemita.
Sé que se suele discutir la legitimidad del humor negro referido a hechos históricos delicados, como pueden ser la Revolución Cultural o el Holocausto. Me parece –y esto es algo en lo que mucha gente puede no estar de acuerdo conmigo, y lo respeto- que todo depende del contexto y las intenciones con las que se despliega ese humor negro. En Horoskop, hay un poema sobre mi matrimonio en el que meto, no sé si con fortuna o no, una referencia sobre un revisionista del Holocausto, creo que el más conocido de ellos, Ernst Zundel. Zundel argumenta que el exterminio nunca existió, lo cual es una ridiculez; pero tan ridículo como negar lo evidente es meter presa a la persona que lo hace. Vargas Llosa escribió un artículo sobre el asunto hace unos meses y me alegró mucho que mi posición y la suya coincidieran tanto. Zundel está condenado a cinco años de prisión por un delito de opinión; en el poema ironizo con el humor negro que mencionas, pero nunca me pongo del lado de Zundel: moralmente me es imposible. Lees sus delirios y te das cuenta de que es un sujeto bastante despreciable: sin embargo no entiendo cual es objeto de meterlo en una celda, incomunicado, y por eso escribí ese poema: un loco más o un loco menos en la calle no hace la diferencia.
Es innegable que “El libro de...” tiene un respiro narrativo. Pueda que suene muy antojadizo con la opinión, pero creo que has recogido mucho de libros de atmósfera poética, se me viene a la memoria Jorge Eduardo Eielson con El cuerpo de Giuliano.
Has mencionado un libro que me parece fundamental, que me encanta. Añadiría “Cobra” (1972) de Severo Sarduy, o el “Poema Sucio” (1975) de Ferreira Gullar, o “The materials” (1962) de George Oppen, o “María Nefeli” (1978) de Odiseas Elytis. Todos ellos son libros que de otra forma mezclan narrativa con poesía o viceversa, y de hecho me han marcado y me han hecho ver la poesía de otra manera. Es por estas lecturas que siempre me he resistido a escribir poemas sueltos que después acaban formando un libro: siempre debo tener antes un concepto, una atmósfera, un argumento que me brinde el pretexto para escribir los poemas que le den forma a mi idea general. No sé si esto es mejor o no que escribir poemas sueltos: sencillamente es mi forma de trabajo. En Horoskop, por ejemplo, la intención era escribir un libro con un ambiente algo sicodélico: por eso el discurso, los personajes las situaciones están tan difuminadas, son tan ambiguas: juego con el no-espacio dentro de varios textos de ese libro.
En “La balada del anormal” hay un cambio de registro estructural; pero a la vez no abandonas las bases del concepto, la atmósfera y el argumento en los que apoyas tu trabajo. ¿Este quiebre sirvió para que te afianzaras después en el verso de largo aliento?
Nunca me planteé un cambio formal o de estructura cuando escribía ese libro: simplemente salió así. Quizá no tenía muchas ganas de escribir cosas extensas. Además, si te fijas, casi todos esos poemas son más bien viñetas de situaciones límite –dentro de lo cotidiano- que le suceden al sujeto poético del libro. Creo que más que escoger la forma en que escribí este libro, ella salió sola por las circunstancias. Además la influencia de los epigramas latinos que leía por ese entonces, eso quizá tuvo mucho que ver. Lo que sí me queda claro es que nunca dudé que escribiría “Lesley Gore...” utilizando el verso largo. Incluso las primeras versiones tenían varios poemas en prosa, que al final quedaron reducidos a uno, que se llama “Lesión neural irreversible”.
Con “Lesley Gore en el infierno” tienes a la culpa como eje por el que vuelves a explorar los temas (sexo, historia, muerte, familia) que se dejan ver en tus otros libros, pero esta vez lo haces por medio de un protagonista mutante –como bien señala el crítico Jerónimo Pimentel.
Sí, un protagonista mutante, un yo dislocado: en realidad “Lesley Gore...” es una excusa para atrapar en un solo sujeto poético a los personajes y voces que habían protagonizado mis libros anteriores, publicados o no. Me llamaba la atención esa cantante adolescente, hija de inmigrantes rusos –su verdadero apellido era Goldman- que tuvo un par de éxitos comerciales rotundos y luego prácticamente desapareció para estudiar literatura. Quería que para agudizar la paradoja el personaje utilizado de máscara fuese heterosexual, pero justo en los años por los que escribí el libro “Lesley Gore...” anunció públicamente su lesbianismo. No todos los poemas del libro, empero, son necesariamente la voz del personaje mutante: pero es esa confusión lo que creo que le da la gracia al volumen.
“Horoskop”, tu última entrega. Tengo la sensación de que es tu libro más arriesgado, tanto en tema como en estructura. ¿Desde cuándo lo venías trabajando y cuánto tiempo te demandó?
“Horoskop” es una idea que tenía desde el año 98, un poco antes de escribir “El libro de las señales”. Tenía hasta una trama bastante narrativa que cada vez se fue transformando más en la idea de este libro, que es quizá el menos narrativo que he escrito. Lo empecé en agosto de 2005 y lo terminé a finales de 2006, aunque el núcleo en sí del volumen, unos cinco poemas, salieron en el primer mes de trabajo al menos como bosquejos. El resto fue algo más arduo, porque la idea del libro fue cambiando en el proceso, y el tono celebratorio que quise imprimirle al conjunto acabó en una reflexión sobre el fracaso de los años noventa, un fracaso poco heroico. Así son las cosas.
Los temas que pueden rastrearse en tu obra son los de la familia, la historia, la marginalidad y el fracaso. Pero en “Horoskop”, estos dos últimos son el soporte de todo.
Sí, en lo del fracaso estoy de acuerdo, pero no sé si estoy tan seguro en lo que se refiere a lo de la marginalidad. En los libros anteriores de hecho que sí, creo que el personaje, el sujeto poético que le dicen, tenía todas esas características de las que hablas. En “Horoskop” no creo: el que habla casi siempre es un tipo casado, con amigos de barrio, cuyo principal peso vital es el tedio, la abulia. En todo caso quizá el fracaso tenga inevitablemente que ver, de alguna u otra forma, con la marginalidad.
Algo así a una clase de marginalidad existencial.
No lo sé. Eso depende de si la marginalidad tiene que ver con dónde paramos, qué consumimos, a quienes frecuentamos, o si eso se lleva adentro independientemente de todo lo anterior. En todo caso, no me corresponde a mí definirlo, hay un montón de gente más autorizada para eso.
Para empezar, ¿Cómo nació el título de “Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen”?
Una amiga me contó de una serie de los años ochenta, olvidada ya, que tenía el mismo título, sólo que en vez de mi nombre aparecía el de la protagonista de la serie. Me gustó, sonaba bien, y tenía que ver con la idea central de proyecto.
Pero no faltaría quien califique a “Los días y las noches...” como un exceso de vanidad puesto que no estamos acostumbrados a encontrar libros titulados con el mismo nombre del autor.
Seguro, no es lo más común. Entiendo que a algunas personas les pueda parecer excesivo titular un libro con tu propio nombre. Sin embargo, creo que al leerse los poemas como si se tratara de una novela, de corrido, se comprende mejor el porqué del título: es el diario ficticio en verso de un yo poético que lleva mi nombre, y se supone que al leerse el libro de corrido es posible seguir la cronología de ciertos sucesos en la vida de este sujeto poético, como quien cuenta una historia. Una historia en la que la biografía ficticia y la real se confunden. De ahí que mi nombre aparezca en el título, como parte de ese juego. No descarto, desde luego, que exista cierta vanidad en mí; sin embargo creo que esta vez la cosa iba por otro lado.
¿Por qué no incluiste “El libro de las moscas” en este conjunto?
Simplemente porque no tiene que ver con el proyecto iniciado con “El libro de las señales”. Además, es un libro que escribí a los 18, 19 años, tanteando, demasiado empapado de poesía peruana, mal asimilada por la falta de experiencia. La Universidad de Lima publicó 250 ejemplares en 1997 y agradezco que no haya hecho un tiraje mayor. De sus quince o dieciocho poemas salvaría tan solo uno, “Man in Tasca”, que es el poema epílogo, y abre las puertas para la poesía que haría luego. Ese poema me sigue gustando, pero el resto no. Además es un libro que contradice la propuesta del proyecto que iniciaría luego, es menos vital que los libros posteriores, más retórico. Cierta retórica ampulosa es el peor defecto de ese poemario, retórica que creo está más amansada en los libros siguientes.
Rodolfo Hinostroza es el poeta al que no dejas de profesar admiración. ¿Cómo llegaste a él?
A Hinostroza lo leí en el colegio, cuando en una Feria del Libro me conseguí “Los Nuevos” (1967), la legendaria antología de Leonidas Cevallos. Recuerdo que la impresión más fuerte me la llevé con Cisneros, Lauer e Hinostroza; Henderson, Ortega y Martos me convencieron menos, y es un gusto que no ha cambiado hasta hoy (aunque “Cuaderno de Quejas y Contentamientos” (1969) me sigue pareciendo uno de los mejores libros de los años 60). Luego, en la universidad, me conseguí “Contra Natura”, un libro que me influyó mucho, y es probable que en mi poesía existan hasta ahora ciertos modos, aires y maneras hinostrozianas, pero también es cierto que libro a libro las siento menos. En “El libro de las señales” la tendencia a hablar de la Historia y de la guerra son evidentemente deudas de esas lecturas, pero creo que procesadas, diferentes. Tengo ciertas afinidades temáticas con la poesía de Rodolfo, pero sin duda escribimos distinto.
En “El libro de las señales” es evidente el uso que haces de tópicos como el homoerotismo y La historia. También tengo la impresión que en él es palpable el descubrimiento y el cuestionamiento existencial que se refleja en la tríada formada por Renzo, Santiago y Cristian, personajes del libro.
Es un libro que escribí a los 21 años, hace casi diez. Cualquier cosa que te diga ahora sería elaboración posterior. Ahora cuando lo leo me doy cuenta de que nunca podría volver a escribir de esa manera, tan crispada, salmódica (otro elemento hinostroziano), desesperada. Sé que cuando comencé a idearlo tenía la idea de hacer un poema largo con personajes envueltos en una atmósfera medio apocalíptica, urbana, con elementos dramáticos entre los que, como apuntas, está la sexualidad invertida y el cuestionamiento existencial, así como el descubrimiento de una realidad que no se desea, donde siempre se sufre. Luego se me ocurrió enmarcarlo todo en un ambiente medio fascista, porque desde muy niño siempre me atrajo la estética nacionalsocialista, toda esa cuestión teatral que tenían ellos. Y el humor negro, antisemita, que se cuela por algunas estrofas del libro, me pareció en ese momento una mejor forma de denuncia que quejarse lacrimosamente por las osamentas de Birkenau. Creo que ahí descubrí la importancia del humor corrosivo, el cual creo que es una constante en mis libros posteriores.
Entonces hay una intención de provocar. Te lo digo porque no soy el único a quien le chocaron esas contadas estrofas de humor negro y antisemita.
Sé que se suele discutir la legitimidad del humor negro referido a hechos históricos delicados, como pueden ser la Revolución Cultural o el Holocausto. Me parece –y esto es algo en lo que mucha gente puede no estar de acuerdo conmigo, y lo respeto- que todo depende del contexto y las intenciones con las que se despliega ese humor negro. En Horoskop, hay un poema sobre mi matrimonio en el que meto, no sé si con fortuna o no, una referencia sobre un revisionista del Holocausto, creo que el más conocido de ellos, Ernst Zundel. Zundel argumenta que el exterminio nunca existió, lo cual es una ridiculez; pero tan ridículo como negar lo evidente es meter presa a la persona que lo hace. Vargas Llosa escribió un artículo sobre el asunto hace unos meses y me alegró mucho que mi posición y la suya coincidieran tanto. Zundel está condenado a cinco años de prisión por un delito de opinión; en el poema ironizo con el humor negro que mencionas, pero nunca me pongo del lado de Zundel: moralmente me es imposible. Lees sus delirios y te das cuenta de que es un sujeto bastante despreciable: sin embargo no entiendo cual es objeto de meterlo en una celda, incomunicado, y por eso escribí ese poema: un loco más o un loco menos en la calle no hace la diferencia.
Es innegable que “El libro de...” tiene un respiro narrativo. Pueda que suene muy antojadizo con la opinión, pero creo que has recogido mucho de libros de atmósfera poética, se me viene a la memoria Jorge Eduardo Eielson con El cuerpo de Giuliano.
Has mencionado un libro que me parece fundamental, que me encanta. Añadiría “Cobra” (1972) de Severo Sarduy, o el “Poema Sucio” (1975) de Ferreira Gullar, o “The materials” (1962) de George Oppen, o “María Nefeli” (1978) de Odiseas Elytis. Todos ellos son libros que de otra forma mezclan narrativa con poesía o viceversa, y de hecho me han marcado y me han hecho ver la poesía de otra manera. Es por estas lecturas que siempre me he resistido a escribir poemas sueltos que después acaban formando un libro: siempre debo tener antes un concepto, una atmósfera, un argumento que me brinde el pretexto para escribir los poemas que le den forma a mi idea general. No sé si esto es mejor o no que escribir poemas sueltos: sencillamente es mi forma de trabajo. En Horoskop, por ejemplo, la intención era escribir un libro con un ambiente algo sicodélico: por eso el discurso, los personajes las situaciones están tan difuminadas, son tan ambiguas: juego con el no-espacio dentro de varios textos de ese libro.
En “La balada del anormal” hay un cambio de registro estructural; pero a la vez no abandonas las bases del concepto, la atmósfera y el argumento en los que apoyas tu trabajo. ¿Este quiebre sirvió para que te afianzaras después en el verso de largo aliento?
Nunca me planteé un cambio formal o de estructura cuando escribía ese libro: simplemente salió así. Quizá no tenía muchas ganas de escribir cosas extensas. Además, si te fijas, casi todos esos poemas son más bien viñetas de situaciones límite –dentro de lo cotidiano- que le suceden al sujeto poético del libro. Creo que más que escoger la forma en que escribí este libro, ella salió sola por las circunstancias. Además la influencia de los epigramas latinos que leía por ese entonces, eso quizá tuvo mucho que ver. Lo que sí me queda claro es que nunca dudé que escribiría “Lesley Gore...” utilizando el verso largo. Incluso las primeras versiones tenían varios poemas en prosa, que al final quedaron reducidos a uno, que se llama “Lesión neural irreversible”.
Con “Lesley Gore en el infierno” tienes a la culpa como eje por el que vuelves a explorar los temas (sexo, historia, muerte, familia) que se dejan ver en tus otros libros, pero esta vez lo haces por medio de un protagonista mutante –como bien señala el crítico Jerónimo Pimentel.
Sí, un protagonista mutante, un yo dislocado: en realidad “Lesley Gore...” es una excusa para atrapar en un solo sujeto poético a los personajes y voces que habían protagonizado mis libros anteriores, publicados o no. Me llamaba la atención esa cantante adolescente, hija de inmigrantes rusos –su verdadero apellido era Goldman- que tuvo un par de éxitos comerciales rotundos y luego prácticamente desapareció para estudiar literatura. Quería que para agudizar la paradoja el personaje utilizado de máscara fuese heterosexual, pero justo en los años por los que escribí el libro “Lesley Gore...” anunció públicamente su lesbianismo. No todos los poemas del libro, empero, son necesariamente la voz del personaje mutante: pero es esa confusión lo que creo que le da la gracia al volumen.
“Horoskop”, tu última entrega. Tengo la sensación de que es tu libro más arriesgado, tanto en tema como en estructura. ¿Desde cuándo lo venías trabajando y cuánto tiempo te demandó?
“Horoskop” es una idea que tenía desde el año 98, un poco antes de escribir “El libro de las señales”. Tenía hasta una trama bastante narrativa que cada vez se fue transformando más en la idea de este libro, que es quizá el menos narrativo que he escrito. Lo empecé en agosto de 2005 y lo terminé a finales de 2006, aunque el núcleo en sí del volumen, unos cinco poemas, salieron en el primer mes de trabajo al menos como bosquejos. El resto fue algo más arduo, porque la idea del libro fue cambiando en el proceso, y el tono celebratorio que quise imprimirle al conjunto acabó en una reflexión sobre el fracaso de los años noventa, un fracaso poco heroico. Así son las cosas.
Los temas que pueden rastrearse en tu obra son los de la familia, la historia, la marginalidad y el fracaso. Pero en “Horoskop”, estos dos últimos son el soporte de todo.
Sí, en lo del fracaso estoy de acuerdo, pero no sé si estoy tan seguro en lo que se refiere a lo de la marginalidad. En los libros anteriores de hecho que sí, creo que el personaje, el sujeto poético que le dicen, tenía todas esas características de las que hablas. En “Horoskop” no creo: el que habla casi siempre es un tipo casado, con amigos de barrio, cuyo principal peso vital es el tedio, la abulia. En todo caso quizá el fracaso tenga inevitablemente que ver, de alguna u otra forma, con la marginalidad.
Algo así a una clase de marginalidad existencial.
No lo sé. Eso depende de si la marginalidad tiene que ver con dónde paramos, qué consumimos, a quienes frecuentamos, o si eso se lleva adentro independientemente de todo lo anterior. En todo caso, no me corresponde a mí definirlo, hay un montón de gente más autorizada para eso.
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