miércoles, 8 de agosto de 2007

DE LA ORILLA DEL POEMA: la poesía también cuenta... (Desde la caverna de las palabras) por Rolando Gabrielli


PALABRAS

Es difícil que alguien en su adolescencia no haya sido tocado por algún verso, ni vivido un momento poético en su vida. Curioso, extraño, sorprendente destino el de la poesía en todo tiempo y época. Género más antiguo que la palabra, es ante todo lenguaje, una manera de ver, representar, interpretar, sentir el mundo. Poesía es vida y las palabras nuestro oxígeno. Las palabras derrumban toda pared y hacen de ese espacio un nuevo silencio: la comunicación perfecta. Muchas definiciones para una expresión que ha reinado con distinta eficacia por los siglos de los siglos. Los poetas realmente se tomaron la palabra y no han dejado tema sin asumir desde tiempos inmemoriales a estos tiempos que descreen del valor, significado y trascendencia de la palabra. De muchas formas y contenidos, la poesía entra en materia real, cotidiana, metafísica y se convierte en objeto de atención, lectura, reflexión desde luego.

Curiosamente la poesía pareciera también en la actualidad un objeto pringoso en manos de hacedores de banalidad (des), y el poema se impregna bajo el ombligo de la palabra, rastrea los insondables pensamientos como chatarra, como tiempo perdido, como buey sin yunta. Sin embargo, se realizan festivales de poesía, recorridos a tumbas sagradas, encuentros, recitales, editan revistas casi secretas y en Internet todo el mundo es poeta o un poco al menos. Los vernos, no obstante (disculpen como voy engarzando con el cliché), no son bien recibidos en las estanterías y los libros de poesía sueln brillar por su ausencia.

Los editores y editoriales abominan literalmente de los libros de poesía, de esa manera "absurda" de cortar las palabras, verticalizar el texto, en fin, decir las cosas al revés y para ser leídas con cuatro espejos. Los poetas se reúnen de Norte a Sur, Este a Oeste, y el universo continúa inimitable desmoronándose a pedazos de prosa. ¿Qué podría decir hoy un Manifiesto que la realidad no haya destruido a palos? Habría que volver a escribir desde la caverna de las palabras. Olfatear el verbo, comenzar allí, con las vísceras al aire a respirar, y arrastrar la cabellera de la poesía, porque es hembra. Empinarse al borde del precipicio y dar un sólo grito para aumentar el silencio de la palabra. Arrojar la muerte de un zapatazo y volver con una lluvia de palabras nuevas.

Todos los escritores y artistas, de una manera u otra, tienen una deuda, antecedente.

A veces esta deuda es con realidad, con el pasado contaminado que uno nace. Es difícil hacer algo nuevo sólo a partir de una burbuja. Tirar una primera piedra tiene sus consecuencias. La rueda es otra secuencia de las dos piernas humanas. Para un escritor inédito de casi toda una vida, el ejercicio del silencio impreso, es desde luego una postura. Es un acto salvaje de soledad, un doble compromiso con esa señal y ausencia que debiera tener todo poema. Ni siquiera un poeta inédito puede alegar no-contaminación de su palabra. La poesía puede llegar a ser un indomable puercoespín lanzado en las sábanas de la mujer amada, la eterna cohabitación de la rosa y la espina, un azul más rojo que una verde primavera y tus ojos, tus ojos que han leído estas palabras antes de ser escritas. Es mejor saber que todo está escrito, para comenzar con el pie derecho. La poesía está en todas partes y no siempre en un papel escrita de manera vertical. No siempre se mueve el poema ante nosotros, puede ser la voz secreta que alguna vez tuvieron las palabras. Un poema sabe que existe porque es un secreto revelado. Las palabras son cotidianas e inefables. Un poema lo volverá escribir cada nuevo lector. Es tal vez la mejor manera, única de superar realmente una página en blanco. En estos años de insomnio frente a la página en blanco, de pudor, olvido, temor, impotencia, frustración, dolor, rabia frente a la página impresa, la poesía nunca ha estado ausente, porque el papel no siempre hace al monje. La poesía es un hábito que no se ve, se calza, se habita así mismo, como los zapatos. El poema es un acto de amor sin temor un rumor que va creciendo en una circunferencia sobre el agua expandiéndose sin olvidar su centro y no tiene fin ni comienzo, porque es redondo como la punta de dos palabras.

Durante todos estos años he reconocido mis deudas literarias con todos los autores que he mencionado una y otra vez. Mis lecturas. Trakl, toda la poesía chilena , clásicos españoles, los surrealistas, J. Donne, Rimbaud, Baudalaire, William Blake, Lautreamont, Pound, Essenin, Whitman, Apollinaire, Kavafis, Prevert, T.S. Eliot, Celan, Michaux, Vallejo, Dylan Thomas, Lezama Lima, Eliseo Diego, Cardenal, Borges, Gelman, la mujer, mis amigos, la geografía, la ciudad, el amor, la muerte, la vida, Kafka, Kafka, Kafka... y la Musa que siempre está detrás, dentro del poema... La lista es sin duda, mayor y no se agota como las palabras.

He sido fiel a mis maestros, escribir, escribir en cualquier estación, lugar, hora y revisar sin tiempo. La poesía tiene muchas motivaciones, siempre está presente, es un acto solitario, un ruido que no se sabe y se sabe de donde viene. El poema es un viejo caracol, un laberinto ciego, siempre una puerta. Mis poemas pertenecen a tu corazón ardiente, siempre son mi último verano y reviven las hojas secas. Apuestan a tus insomnios, horas muertas, a tu pasión, mi desconocido lector.

Con mi admirado Jack Prevert, quien cumplió este 2007, 30 años de ausencia física, quiero homenajear a mis maestros y poetas de todos los tiempos, a quienes creen en este oficio, ejercicio de vida que vive por las palabras. (Paroles, decía Prevert) Un poeta verdaderamente popular es aquel que siempre leemos, recordamos y asociamos con nuestros actos cotidianos y sueños.

Sin generación, sin país, sin parar...
(desde mi domingo)

"En el náufrago día de mi nave más bella/ me encaramé sobre su mastelero/ para mirar el mar./ No había mar: no había ni su huella: /no había ni el vacío dese día postrero/ sólo había mirar./ Miré el mirar del navegar que espero". Rosenmann-Taub (Auge)

Con frecuencia me preguntan periodistas, poetas, amigos, personas, pasajeros de la palabra, cómo “hago” poesía, por qué, cuáles son mis influencias, de dónde viene el poema, “la inspiración”, qué empuja la piedra al vacío sin caer en el vacío. Cuáles son, en verdad, mis intenciones. Miro hacia los puntos cardinales que no encuentro, cada vez que doblo una esquina y me digo: la Musa es de carne y hueso, existe. Es tibia, secreta, secretísima, geógrafa con su geografía hermosa que no tiene principio ni fin, es el cuerpo de su palabra y largas piernas que me llevan y traen a un sitio desconocido: el poema. Pero el viaje es largo, continuo, viene de muy atrás, una orilla sin fin, como una cadera huérfana que busca un dueño. Detrás de cada palabra se agita la vida. Las cosas integradas por más cosas tienen cosas por dentro, por fuera, sobre el aire, adentro de las cosas, así las personas y las palabras, poseen un adentro y un afuera, donde se respira libremente. La cosa respira en la cosa y también en el poema. Es un ruido tan profundo como el silencio. Una interminable ola que no cesa. Memoria es todo mi presente, mi pasado casi olvido. En el futuro está la respuesta latiendo. Las cosas pasan, suceden, son.

La que no pasa es esta Musa dulcemente instalada en la memoria, arbitraria, silenciosa, carnal en la palabra, misteriosa, profundamente bella, de largas piernas insuperables, Ella es trono de esta libertad, dueña misteriosa del aire que son mis vocales, todo este abecedario que empuja en la última rama de la palabra.

El poema es la libertad y se ha dicho tanto entorno a lo que es y no es poesía. Se escribe desde el insomnio, donde los demonios son solitarios espantapájaros que saben que los gorriones mueren lejanos al atardecer porque nunca nos pertenecieron. Uno parte del alba, lo primero es el silencio, un ruido en el rodar de la palabra, ovillo, tejido de un fruto apenas visible. La hoja contamina con su atmósfera silenciosa la palabra que recibe. No hay atajo para el poema. El poema tiene sus propios pasos, principio y fin.

Algo comienza a respirar alrededor de uno, una atmósfera nueva, obsesiva, la carga del silencio evacua palabras tal vez dichas pero que irán articulándose de una manera diferente. Es un zumbido sin estridencia alguna que sólo busca su lugar por un tiempo que es el poema y después se apaga, no sin antes dejar una estela que es señal que todo tiene un comienzo inesperado y lo nuevo realmente es así. La palabra viaja desde su propia intangible realidad, su ingrávida musculatura mueve el cuerpo, naufraga, gira en su redondel de luz oscura. Inefable, inefable. Todo lo inalcanzable es el poema.

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