En Galería (2002) Miguel Ángel Malpartida recreaba la tradición pictórica (Yves Tanguy, Monet, Dalí, etc.) para sus lienzos con la palabra, adentrándonos en un despliegue imaginativo, (casi abstractos, cubistas, surrealistas) que reflejaba los estragos existenciales de sus propios demonios. El tratamiento lúdico y sin culpas con un tema específico y con un aspecto de la cultura que dan unidad al libro es uno de los rasgos más notorios de la nueva poesía del 2000. El poeta delimita un objetivo claro antes de arrojarse de “nariz” (poemarios de Diego Lazarte o Manuel Fernández, p. e.).
Italo Calvino, en Seis propuestas para el próximo milenio, donde desarrollaba los conceptos de levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad, decía: "Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar.” Es a la luz de esta idea que se puede acceder a una lectura de Arte de nariz (Editorial Mesa Redonda, 2007); es decir, la poesía (en este caso) ante un tema bélico nos puede brindar lo que no nos da la historia o el ensayo, quizás debido a que, en palabras del poeta, “el alma se nos va en ello hasta despertar”.
La preocupación del tema bélico en Malpartida no es sólo de tipo ético, va más allá y más acá. Ensaya el riesgoso vuelo alto de la metafísica de la muerte (“ahora dormita desde su copa de vino,/ tan roja como un mar empozado,/ tan cierta”, recuerda el recipiente de Muerte sin fin de José Gorostiza), la belleza (“La habitación oscura ocultará tu lumbre,/ la lumbre/ que sufre el roce de tus piernas/ mientras sonríen las flores/ que adornan tus sienes”) y el éxtasis (“Sus brazos van contra la bruma,/ su sexo es un viento atravesado.”), y al ras de la tierra los nostálgicos flashes de la memoria familiar (“Las manos marítimas/ o subterráneas de mi padre/ atraen el olvido”). Antes de que alce vuelo el aviador militar o el poeta, besa la imagen femenina (extraída de las legendarias chicas del ilustrador peruano Alberto Vargas, 1896-1982) que había puesto en la punta de la nave (de matar y de morir). Hará un viaje hacia la muerte, hacia la muerte de otros, a la vez que el apego a la vida se hace más fuerte, lo que le hacer hurgar en sus recuerdos de infancia. Recobrar el sentido de la vida, entonces, implica vivir el vértigo previo de afrontar la muerte: ese es el despertar que mencionaba al inicio. La lección cruda que recogemos no es sólo aquella que recién conocemos lo que es la vida en el último tramo de nuestro destino, lo peor es ver lo fácil que podemos caer en la guerra, y repetirla tantas veces (un eterno retorno). Y esto último sí se puede interpretar como un mensaje antibélico.
Malpartida traza la trayectoria de su vuelo: de la levedad a lo pesado (tal su propuesta ética y estética), como el kamikase de Kyoto de su poema. Para Parménides la levedad era positiva y el peso negativo; para Nietzsche el peso era terrible y la levedad maravillosa. En la novela de Kundera, La insoportable levedad del ser, se niega esos juicios; si bien lo pesado nos destroza y aplasta, es también la “imagen más intensa de la plenitud de la vida. Cuanto más pesada es la carga nuestra vida será más real y verdadera.” Por otro lado, la levedad hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire a tal punto de volverse insignificante. Por tanto “el peso y la levedad no son una contradicción”. “El peso por sí no tiene cualidad de peso, dentro de él existe levedad; al igual la levedad no carece de peso; son estados complementarios, que se pueden transformar uno en otro.” Es así que vemos en la poesía de Malpartida que “Las flores del cerezo caen/ sin cesar sobre el monte de Kyoto”, y junto a esa caída cae su corazón “abatido en llamas”.
El poeta y el aviador militar han emprendido su último vuelo atraído por el sueño que le “ofrece” una mujer, la plasmada en la punta de la nave. Eros y tánatos embarcados en una “sagrada ceremonia”, para la que se lleva “lápices de color en las manos”. En, para mí, el mejor poema del libro, Dado al sol, el viaje significa también el retorno del hombre (“viajando hacia el corazón/ de la tierra”), fusionado - “deberás decirle muy despacio/ mientras te observa (como al abuelo y al bisabuelo/ en la tarde del novecientos)” -, y que ha recobrado su unidad (“Solo así, la tarde podrá recuperar/ su aroma melodioso, las astillas serán sillas,/ florecerá el viejo árbol de carcoma”). Este SOL-DADO DADO AL SOL habrá de iniciar algo nuevo (cuando “un rayo de viento” fije “la ventana y el plomo derrite sus botas”), distinto a lo pesado que significa toda guerra (“hasta convertirlo en pequeño fuego fatuo/ sobre la hierba”). Esa es la esperanza que nos revela siempre la poesía desde adentro del ser, revelándonos ante la muerte lo que nosotros mismos hemos dejado de lado. Y este es el fin del vuelo y su entrega a la belleza de Arte de nariz.
Italo Calvino, en Seis propuestas para el próximo milenio, donde desarrollaba los conceptos de levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad, decía: "Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar.” Es a la luz de esta idea que se puede acceder a una lectura de Arte de nariz (Editorial Mesa Redonda, 2007); es decir, la poesía (en este caso) ante un tema bélico nos puede brindar lo que no nos da la historia o el ensayo, quizás debido a que, en palabras del poeta, “el alma se nos va en ello hasta despertar”.
La preocupación del tema bélico en Malpartida no es sólo de tipo ético, va más allá y más acá. Ensaya el riesgoso vuelo alto de la metafísica de la muerte (“ahora dormita desde su copa de vino,/ tan roja como un mar empozado,/ tan cierta”, recuerda el recipiente de Muerte sin fin de José Gorostiza), la belleza (“La habitación oscura ocultará tu lumbre,/ la lumbre/ que sufre el roce de tus piernas/ mientras sonríen las flores/ que adornan tus sienes”) y el éxtasis (“Sus brazos van contra la bruma,/ su sexo es un viento atravesado.”), y al ras de la tierra los nostálgicos flashes de la memoria familiar (“Las manos marítimas/ o subterráneas de mi padre/ atraen el olvido”). Antes de que alce vuelo el aviador militar o el poeta, besa la imagen femenina (extraída de las legendarias chicas del ilustrador peruano Alberto Vargas, 1896-1982) que había puesto en la punta de la nave (de matar y de morir). Hará un viaje hacia la muerte, hacia la muerte de otros, a la vez que el apego a la vida se hace más fuerte, lo que le hacer hurgar en sus recuerdos de infancia. Recobrar el sentido de la vida, entonces, implica vivir el vértigo previo de afrontar la muerte: ese es el despertar que mencionaba al inicio. La lección cruda que recogemos no es sólo aquella que recién conocemos lo que es la vida en el último tramo de nuestro destino, lo peor es ver lo fácil que podemos caer en la guerra, y repetirla tantas veces (un eterno retorno). Y esto último sí se puede interpretar como un mensaje antibélico.
Malpartida traza la trayectoria de su vuelo: de la levedad a lo pesado (tal su propuesta ética y estética), como el kamikase de Kyoto de su poema. Para Parménides la levedad era positiva y el peso negativo; para Nietzsche el peso era terrible y la levedad maravillosa. En la novela de Kundera, La insoportable levedad del ser, se niega esos juicios; si bien lo pesado nos destroza y aplasta, es también la “imagen más intensa de la plenitud de la vida. Cuanto más pesada es la carga nuestra vida será más real y verdadera.” Por otro lado, la levedad hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire a tal punto de volverse insignificante. Por tanto “el peso y la levedad no son una contradicción”. “El peso por sí no tiene cualidad de peso, dentro de él existe levedad; al igual la levedad no carece de peso; son estados complementarios, que se pueden transformar uno en otro.” Es así que vemos en la poesía de Malpartida que “Las flores del cerezo caen/ sin cesar sobre el monte de Kyoto”, y junto a esa caída cae su corazón “abatido en llamas”.
El poeta y el aviador militar han emprendido su último vuelo atraído por el sueño que le “ofrece” una mujer, la plasmada en la punta de la nave. Eros y tánatos embarcados en una “sagrada ceremonia”, para la que se lleva “lápices de color en las manos”. En, para mí, el mejor poema del libro, Dado al sol, el viaje significa también el retorno del hombre (“viajando hacia el corazón/ de la tierra”), fusionado - “deberás decirle muy despacio/ mientras te observa (como al abuelo y al bisabuelo/ en la tarde del novecientos)” -, y que ha recobrado su unidad (“Solo así, la tarde podrá recuperar/ su aroma melodioso, las astillas serán sillas,/ florecerá el viejo árbol de carcoma”). Este SOL-DADO DADO AL SOL habrá de iniciar algo nuevo (cuando “un rayo de viento” fije “la ventana y el plomo derrite sus botas”), distinto a lo pesado que significa toda guerra (“hasta convertirlo en pequeño fuego fatuo/ sobre la hierba”). Esa es la esperanza que nos revela siempre la poesía desde adentro del ser, revelándonos ante la muerte lo que nosotros mismos hemos dejado de lado. Y este es el fin del vuelo y su entrega a la belleza de Arte de nariz.
2 comentarios:
Esta muy bueno el libro de Malpartida.Me ha gustado tamibien la reseña de M. Idelfonso
Una de las mejores voces jovenes
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