Escribir es como el agua (Sol Negro, 2023) es el primer libro de poesía publicado del escritor César Ruiz Ledesma. Aquí nos presenta una serie de poemas que abordan, como crónicas del cuerpo y del alma, las vicisitudes de ser poeta, del lector, del amante de la belleza y la música, de ser peruano y Latinoamericano, del exiliado del tiempo y de la geografía del espíritu. Es la narrativa de los caminos circulares de la memoria, en donde se retorna a la infancia, a la casa familiar, a las noches de bohemia y lujuria de una juventud en llamas (el poeta Novalis decía “el agua es una llama mojada”) y al paso obligado de una frontera en el desierto que no es solo como abrir un libro y entrar a otra dimensión, sino el descubrimiento deslumbrante de saber que allí es donde todas las dimensiones confluyen.
Empieza con la sección Historia de un burgués enajenado. Nos vemos en la ciudad de aguas turbias como el río Rímac, como un pantano de donde no se puede salir de esa ataraxia, del spleen de Baudelaire; en donde el alma se ve obligada a separarse del cuerpo, a abandonarlo. Evasión o viaje baudeleriano es por esa densidad del cemento de la ciudad que existe contra la levedad del alma, contra la liviandad del agua. Por eso la transformación es necesaria, cumplir con el paso de las edades, con el cambio del cuerpo para que sea como el flujo del agua que se amolda a nuevos cauces. El “Pienso luego existo” de Descartes sería mejor, dice el poeta, con el “siento” y “luego existo”. Pensar es lo denso, sentir es lo leve.
En El agua y los sueños, libro de 1952 de Gastón Bachelard, el filósofo francés decía: “La movilidad heracliteana es una filosofía concreta, una filosofía total. No nos bañamos dos veces en el mismo río, porque ya en su profundidad, el ser humano tiene el destino del agua que corre. El agua es realmente el elemento transitorio. Es la metamorfosis ontológica esencial entre el fuego y la tierra. El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo”.
Entonces, en el libro de César Ruiz Ledesma nos encontramos en ese vértigo del agua, entre las risas y reniegos como dice en el poema Insomnio negro, y en aquel “manantial de voz” y en los “arrecifes” y en las “gotas” del poema Aquino Quiroga, y así el agua discurre a lo largo del libro, entre el pensamiento del discurso poético y el sentir que evoca la memoria.
El color negro predomina en los primeros poemas, relacionados con la nocturnidad de los insomnios, con la memoria ardiente del hogar y de los juegos infantiles. Y todo atravesado por ríos, charcos, la humedad y el barro; a veces desembocando en la playa de San Bartolo. O cuando los ríos traen la música que será compartida con las amistades, iluminando al mundo junto al líquido del licor o del café, oyendo a Franz Zappa, King Crimson o a José José.
El cuerpo ve alejarse a su alma, y el alma ve a los aviones alejarse como ángeles sin territorio, en esa levedad que también es el poema como nube que aterriza y vuelve a despegar. Ya desde el poema One way ticket empieza a hablar el poeta migrante, más liviano, más transitorio. Las aguas ahora son de la lluvia que moja Paterson y del río Hudson; y ahí reverbera la memoria de la de “blancos muslos, rojos labios, negros ojos”, y de “papá Octavio” y del tío Fernando y del primo Miguel.
La segunda sección, La línea que separa continentalmente el cielo de la tierra, contiene poemas de la frontera de Estados Unidos con México, de las ciudades de El Paso-Texas y Juárez, de los inmigrantes ilegales, de los policías de la frontera buscando droga o devolver a los mojados al Sur. El ser transitorio se metaforiza en ese nombre de El Paso, es un latinoamericano tratando de borrar la línea que separa el idioma español del inglés, el tercer mundo y el primer mundo mirándose cara a cara. El río ahora es el Grande, como lo llaman los mexicanos chihuahuenses, o el Bravo, como lo llaman los gabachos o estadounidenses. Allí Eric Clapton toca magistralmente esa guitarra blusera y rockera en el velatorio de los cuerpos ilegales de Anita Ruelas, Oscar García y Lupita Ramos. Aquí el agua es roja como la sangre del poeta, la de sus “herencias” que tiñen cada una de sus oraciones y, a la vez, la frescura del amor en ese desierto calcinante.
La tercera y última sección lleva el título del libro. Aquí la musa es otra vez el spleen baudeleriano junto al hachís que, tras el hastío de la resaca (“el hastío de los dioses”, lo llama), dan inicio a la elevación definitiva del cuerpo. Es el tránsito de la densidad existencial a esta nueva era multidimensional, en donde todo fluye rápidamente. Primero es la humedad, luego el vapor y finalmente aquel éter señalado en el poema titulado Alonso Quijano. El peso de la existencia se diluye en nombres como en Pessoa, en heterónimos interculturales (llámese Garcilaso, Guamán Poma o Churata), o como aquello que es el signo de estos tiempos líquidos como diría Zygmunt Bauman, al definirnos como seres fragmentados, armonizándonos en el caos de una realidad virtual y bullente. Entonces de esas aguas pantanosas, que es la realidad, a veces sale un brillo que es el “pensamiento libre”, “la piel plateada de la luna”, el poema mismo. Porque si bien escribir es como el agua, vivir es una constante travesía a través de la frontera, es ese “como” ahí en medio de esas dos realidades aparentemente quietas, a veces. La poesía puede parecer algo quieto o estático, también, cuando la vemos como un libro. Pero no, siempre fluye.
Fuente: http://miguelildefonso.blogspot.com/2023/01/escribir-es-como-el-agua-de-cesar-ruiz.html#more
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