La bibliografía de la literatura peruana recoge muy pocas anécdotas y es parca en el sabroso tipo de materiales con los que se teje, en otras menos adustas, esa pequeña historia tan útil para aprehender algo de lo que fue la vida literaria de otros tiempos y los climas en los que transcurrió. Aparte de Luis Alberto Sánchez hay poquísimas excepciones a este temperamento que rehúye lo que puede parecer banal, quizá para asegurarse mediante esa exclusión una apariencia más rigurosa y académica.
Así, el surrealismo asumido por algunos jóvenes de la Lima de los primeros años 50 ha sido desdeñado por nuestros estudiosos: no hay textos suficientes que justifiquen la dedicación de su tiempo a escudriñar sucesos sin trascendencia. Hueso húmero ha querido rescatar un documento referido a uno de esos sucesos, escrito por un muchacho que sobrepasaba apenas los veinte años, líder y animador de un movimiento que valoraba más el impacto de ciertos actos que los productos del arte o de la poesía en un medio cultural más bien sin filo ni sorpresas como el limeño de entonces.
Los surrealistas de esos años existen casi únicamente en la anécdota, en el escándalo y su carcajada. El movimiento de los 50 es mucho menos literario (textual) que el de los años 20 - 30, y parece resolverse en un activismo que en buena medida niega la idea de arte y de literatura, pese a que Rodolfo Milla, quien lo lideró, practicaba la plástica y la poesía. No es casual que los dos actos más sonados protagonizados por Milla hayan sido contra obras literarias: el asalto a la ANEA y la asonada en el estreno de La anunciación a María, de Paul Claudel, en el Teatro Municipal de Lima.
En la revista Idea, donde el grupo surrealista ocupó durante un tiempo una página autónoma a la que denominó ʺLa pistola de señalesʺ, Milla publicó poco después del asalto a la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA) un texto con precisiones al respecto1. El hecho produjo un revuelo en los medios culturales y aunque la prensa lo recogió como noticia policial, el Dr. Manuel Beltroy, catedrático de San Marcos que entonces presidía la ANEA, hizo pública una carta sobre el acontecimiento y hasta convocó al periodismo para abundar sobre el tema.
© Institut français d’études andines, 1992
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