Augusto Lunel (Lima, 1925), seudónimo de Augusto Sánchez del Ottre. Escribió un Manifiesto del cual suele citarse la frase: «Estamos contra todas las leyes, empezando por la ley de la gravedad». Felipe Buendía escribe: «Lunel se paseaba con su cara de horrido plenilunio y terno negro y sus maneras de sierpe, con gafas que en vez de cristales tenían apuntalados palillos de fósforo y así contemplaba la estupidez pictórica del academicismo criollo. Dadá-Breton, pasaba de mano en mano, venían a la Biblioteca Nacional a sacarme bajo el guardapolvo bibliotecológico, el Ulises, Una temporada en el infierno de Rimbaud, Les Chants de Maldoror de Lautreámont y algunas tripas de Sade. Lunel era Sade. Se parecían incluso». En los años 50 viajó a México, y al parecer por intercesión de Octavio Paz publicó su libro Los puentes (1955), con ilustraciones de Leonora Carrington. El crítico Hugo J. Verani en su libro La hoguera y el viento. José Emilio Pacheco ante la crítica (México DF: Era, 1994), apunta este hecho: «A las doce del día, Octavio Paz salía de la Secretaría de Relaciones Exteriores a tomarse un café al Kikos, con Tomás Segovia, Ramón Xirau o Augusto Lunel, un peruano siempre hambriento y muy buen poeta» (p. 20). Lunel tiempo después viaja a Francia, y se instala al sur, algunos poetas peruanos como Elqui Burgos lo conocieron y lo recuerdan como todo «un personaje». En 1971 entrega a la imprenta su segundo poemario, esta vez editado en Lima, con el título Espejos paralelos. En el artículo «La fantasía sediciosa» (Letras Libres, Nº 11, 1999), Mario Vargas Llosa afirma sobre Lunel —aunque este dato no ha sido corroborado fehacientemente— que era «un versátil poeta peruano que terminó ejerciendo el sorprendente oficio de guardaespaldas del general De Gaulle». Fue parte del grupo surrealista peruano de los años 50 al lado de Ricardo Milla, Fernando Quíspez Asín Roca, Luciano Herrera, etc.
Libros: Los puentes (México: Talleres de Periódicos y Revistas S.A., Serie Los Presentes, 1955); Espejos paralelos (Chosica: Ediciones Universidad Nacional de Educación, Serie La Flor de la Cantuta, 1971).
Fuente de la foto: http://imaginariotranseunte.blogspot.com.ar/2009/02/espejos-paralelos-augusto-lunel.html
INSOMNIO EN EL ATAÚD
Mi cadáver
se pudre conscientemente,
recuerdo la
tierra agusanándose de hombres,
me devora
una bandada de pájaros subterráneos,
Veo la
niebla –mi casa abandonada–
donde
pedazos de hada, las gaviotas,
alumbran
dulcemente
niños que
entierran vivos sus palotes.
Siento allá
mis muletas inválidas,
de quietud
vertiginosa,
en el
océano mis ojos, burbujas estallando.
¿Podré
levantar mis párpados, pesados de negrura?
¿Saldré a
la luz, que cicatrice mi corrupción,
que
reemplace mi piel destruida por la oscuridad,
que llene
mis vacías cuencas
de sendos
ojos para ver por dentro y por fuera?
*
Un rayo de
oscuridad ha partido la tierra
–¡sonidos
destilados en lentas telarañas,
bañaban
pájaros de cabezas apagadas!–.
Miedo de
oír cuartearse la oscuridad.
Miedo a que
un rayo de luz rompa todos los cristales.
Estas
tinieblas nos llegan de algún astro.
¡Sólo
sedimento de luz molida, en el fondo del mar!
¡Sólo
cabellos de náufragos despiertos
ardiendo
bajo el agua!
Oscuridad
con los ojos abiertos,
oscuridad
que penetra en el sol;
ciénagas
dormidas le abren las entrañas,
cuervos
pulverizados baten las alas.
Mas la
claridad de la brisa, que la piel percibe,
lo que
queda de luna en el rostro de la amada,
y la luz
exprimida a los cristales
(aún son
los cabellos del hada del estanque)
harán
abrirse auroras en las naves.
*
Flora
mineral que penetramos
para coger
frutas de gusto transparente.
Días que se
suceden en el interior vacío de un gran ojo.
Un súbito
silencio rompería los cristales.
Una
transfusión de savia en el otoño
provocaría
la caída de las manos.
*
Hasta
nosotros los escualos caíamos
en las
finas redes tendidas por la luna.
Como soles
mojados,
se
dilataban medusas en lugar de pupilas,
arpas
líquidas se derramaban en la costa,
la música
granaba entre las piedras.
Los mil
oídos rotos abierto a la luz,
las
estrellas cortando los guijarros,
en las
arenas disperso el firmamento.
LA MAGIA DORADA
¡Magia
dorada!
¡Ciudades
siempre en llamas,
en cuyas
torres la inocencia nos devora!
Alimentemos
el verano que provocan los tigres en su lucha,
golfos del
mar de fuego, nuestros ojos
acojan las
escuadras, incendiadas al hender el cielo.
El canto de
las tripulaciones de oro abrasa el horizonte.
¡Todo
resplandor es la araña que hila la red en que caigo!
Las
ternuras del sol, que ya es nuestra garra derecha,
hacen arder
la sombra con una cabellera;
los
jardines absortos con que miras;
tus manos,
que las
grandes verdades se descubren con las manos.
El más
oscuro bosque tan sólo es llamarada detenida.
EL DÍA TIENE VEINTICUATRO VERANOS
Siempre
despertamos a un nuevo sueño.
El mar es
la otra cara del sol,
Y el aire
sigue siendo el océano.
Llena de
alondra el agua en los rompientes.
Entre sus
llamas, súbitos aposentos
donde el
eco de nuestros pasos abre la tierra, el cielo.
Todo el fondo
del mar nos llega en una ola.
¡Los
propios ojos son castillos
de la
hechicera de cristal!
En el reino
del agua que salta embravecida,
¿qué
pantera es la ola más alta?
¿qué
puñalada azul la más profunda?
*
Mi amada es
un día de dos soles,
su mirada es
la estación de los metales.
Viajo por
su garganta,
por
desnudos planetas que habito con los labios.
Mis manos
sueñan,
atraviesan
jardines donde las flores son aves.
Sus
hombros, ángeles atrapados en el vuelo,
me raptan
en la huida.
Su corazón
y el mío palpitan entre sus muslos.
Viajo por
sus cabellos hasta el estanque de los peces de oro,
por aguas
de otro planeta, cuando me mira.
Mi amada es
la ciudad
donde por
todas las calles se llega a la luna,
hermosos
tigres se asoman a las ventanas.
7
En las siete ciudades de
la
princesa de siete años
En la
ciudad cuyo silencio confina con su pelo de niña.
En las dos
ciudades sumergidas bajo las aguas.
En la
ciudad donde hay una niñita siempre enamorada a quien devoro dulcemente.
En las dos
ciudades, en la cumbre de cuyas cúpulas repletas de palomas, crecen los botones
de dos rosas, cuando llega el amor.
Y en la
flor más amorosa del mundo, donde habita el niño más amoroso del mundo, al
centro del universo.
EL QUE PUEDE MIRARSE SIN QUEDAR CIEGO
La música
herirá los ojos del durmiente,
¡tan blanco
será el rumor de su vuelo!
Todo el
cielo a su paso se poblará de glaciares.
Un solo
cisne: la nieve
–las
comarcas de armiño que se anexa a la luna–,
las albas
plumas que nacen a las olas al intentar el vuelo,
y la
bandada nívea que purifica el aire.
Aún hendido
el azul que en otra edad
cruzamos
los albatros.
El eco de
nuestro grito tiende estepas como ángeles,
y el candor
de la espuma
que hace
nuestra imagen, reflejada en el agua,
provoca los
aludes.
Su reino se
abre,
Siempre que
se abren las alas de los cisnes.
La pradera
de alabastro es una rosa de pétalos compactos.
Con su
implacable bondad
clavará en
tu corazón la estrella de mil puntas.
Mi osamenta
dispersa levantará los brazos, hará señas,
con un brazo
en la tierra, otro en un lácteo planeta.
*
Entre
dos albas corre un jinete negro,
su
propia lengua le quema el paladar,
un
cuervo ciego muere en su garganta.
*
Algo
queda de tus ojos en lo que miras;
el
pájaro deja en el espacio un vacío
que
me arrastra a los abismos del cielo.
*
Voz negra
que deja
amarga la boca
*
El hacha
del resplandor cae sobre tu cuello.
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