1
Espejos,
marionetas y la chica que leía
en
Parque Las Heras
la desdicha cae sobre mí como un puente de espejos,
por él desfilan payasos criminales de gestos calcáreos
y jinetes aturdidos con sus gritos y venenos
que inyectan en mis espaldas o tobillos
como ecos de una música burlona
intento gritar “quiero
irme con ustedes
no vean lo que
hago, soy un hombre prudente”
pero mi boca muerde algo
que puede ser una gaviota o un recreo
o esa tarde en el parque
donde aquella chica lucía más hermosa que un aroma
con su blusa naranja y esa bincha y los cabellos
que era todo una música y el cielo,
o puede ser la pasta del veneno que
atravesó ya mi espalda mi corazón negro
y en mi boca hace espuma
o será la tarde en que ella leía tan radiante cual
aurora
un libro cuyo título secreto no quise averiguar
y esas manos y sus piernas y las medias claras
o el perfume que entonces tímido sentí
ahora pastoso invade mi boca y quiero encarnar,
o mastico espejos que rompieron los jinetes al pasar
con sus lanzas, marionetas y máscaras,
esquirlas que bajaron de mi pelo a mi lengua
en el traqueteo de la marcha
o será su voz lo que mastico…
la voz de la chica que leía:
tal vez música burlona o quizá música del cielo,
pero sin dudas música posible que no escuché
por las palabras que guardé
(Una tarde siendo adolescente, en el Parque Las
Heras de Palermo una chica llamó mi atención, tal vez por su belleza o por el
hecho de leer apaciblemente ajena al tumulto que la rodeaba. No me acerqué a
hablarle pero disfruté contemplándola, con prudencia. Hace algunos días volvía
del cine y pasé por el parque, era muy tarde pero saqué algunas fotos y recordé
el episodio, supongo que entonces el poema empezó a darme vueltas; lo escribí
unas noches después en mi depto. de La Plata)
2
Desviación
del primo al pez
El pez agoniza en la ribera del Río Salado,
yo me inclino a contemplarlo directo a los ojos
mientras quito el anzuelo que ambos
clavamos en su boca:
un botón suelto en mi chaleco
cae rozando su cara aún con vida;
pienso en devolverlo al agua.
Mi primo apunta con premura
y dispara contra una lejana lata vacía,
tiro por tiro,
su pistola semi-automática.
El arma caliente humea y descansa
junto a los aparejos de pesca;
él me asegura que está vacía.
La tomo, apunto a la altura de su cara
y disparo el último tiro que dormía en la recámara,
el proyectil zumba rozándole el ojo izquierdo
y lamenta en la lejanía su destino desviado.
“Francotirador”, me
nombra para no asustarme,
agradecido tal vez, pero sin inmutarme,
vuelvo a contemplar al pez: ha muerto.
(A mis 12 años casi
mato a un primo de un balazo en la cara, mientras pescábamos junto al Río
Salado. Por milímetros la bala no lo tocó. El recuerdo del episodio inspiró
este poema)
3
Dioses dietéticos
mi niño muere en la playa
partido por un rayo
y yo tengo un Dólar de plata
atravesado en las piernas
con todo el ímpetu necesario
para callarme;
tijeras, cremas, fragancias,
tabaco ya no son útiles,
nada alcanza porque nada
resucita,
ni el encendedor dorado que
arrojé contra la biblioteca
torciendo la tapa de su fuego
ahora muerto,
caído entre revistas y dioses
edulcorantes
enfoco mi vista hacia la costa
nuevamente:
un enjambre de ángeles rubios,
inverosímiles e imbéciles,
arropa el alma de mi niño con
prendas de moda,
llevándolo entre mieles y
almíbar
curan a mi niño
arropan a mi niño
abrazan a mi niño
elevan a mi niño montando un
rayo
(El 9 de enero de 2014 por la
tarde, un rayo cayó en Villa Gesell y produjo la muerte de cuatro jóvenes: Nicolás
Ellena (19), de Junín; Agustín Irustía (17), de San Luis; Gabriel
Rodríguez (20), de Henderson; Priscila Ochoa (16), de San Luis.
Escuché la terrible noticia de manera incompleta por radio AM. Percibí que un niño pudo morir en el accidente, y escribí este poema en forma inmediata, guiado por un profundo sentimiento de injusticia, bronca e impotencia. Murieron cuatro niños, lo eran de sus padres. Todos lo somos.
Un rayo nos trae, un rayo nos lleva: ¿acorde o contradictoria Divinidad?)
Escuché la terrible noticia de manera incompleta por radio AM. Percibí que un niño pudo morir en el accidente, y escribí este poema en forma inmediata, guiado por un profundo sentimiento de injusticia, bronca e impotencia. Murieron cuatro niños, lo eran de sus padres. Todos lo somos.
Un rayo nos trae, un rayo nos lleva: ¿acorde o contradictoria Divinidad?)
Juan Ramón Ortiz Galeano. Poeta y narrador
argentino nacido en Buenos Aires en 1975. Tiene estudios de Derecho (Universidad
Nacional de La Plata). Obtuvo distinciones en numerosos concursos literarios y
sus textos fueron incluidos en diversas antologías impresas, bitácoras
literarias y revistas culturales.
www.juanramonortizgaleano.blogspot.com
// @OrtizGaleano
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