YAWAR
MAYU
I
Cuando
duermes, sin que lo sepas me asomo
a verte,
me acerco y miro tus mejillas oscuras
y
rosadas, tus cabellos negros y castaños
y veo tus
arterias del cuello palpitando
e imagino:
brilla allí tu sangre
como los
ríos densos del verano en los valles
profundos
de los Andes, ¡yawar mayu!, entre las peñas
los
molles y las lambras. Yawar mayu la sangre
de tu
corazón, hija mía. No como mi sangre
sino la
sangre de las inabarcables montañas,
de los
límpidos cielos, de las cálidas tierras
del maíz
dulce, del pacae de corazón
suave:
¡la sangre de tu madre, hija mía!
II
Cuando
seas mayor y en la gravedad
de los
años con orgullo te preguntes
porqué
viste la luz
en esta
aldea
de
señoras que hablan en la lengua pura
de los
gentiles, y los hombres
en el
castellano de Guamán Poma; adonde
los altos
dignatarios del Estado rehúsan llegar;
sabe que
fue porque un día
tu padre
llegó “siguiendo la vereda del venado
y la
estela del halcón”, con el pecho
henchido
en busca de su patria ¡oh hija mía!
CORDILLERA DEL HUAYHUASH (II)
Cordillera
del Huayhuash, en el amanecer tus cumbres
resplandecen,
y en el ocaso aparecen aún más níveas.
Así desde
millones de años. De millones de años tus nieves
están
incólumes. ¿Qué edad tiene el tarugo que bebe
de tus
aguas, qué edad el cóndor que te sobrevuela?
Millares
de tus hijos fueron extinguidos
aquellos que educaron tus valles.
Cordillera
del Huayhuash, las tormentas a menudo
te
envuelven, pero no mellan tu esplendor y poderío.
Yo
recuerdo en la diáfana mañana de mayo a Exaltación
Huaynacanqui
y Severiano Ocrospuma descendiendo tus cerros
a la
asamblea de la Federación
y a los
comuneros agitando los brazos en la pampa.
EPITAFIO
PARA EZRA POUND
“La enorme tragedia del
sueño sobre las doblegadas espaldas
del campesino”
Así
cantaba Loomis, poeta
de los
mares de Occidente.
Con un
gastado laúd, con ritmo
provenzal,
compuso algunos aires según
las ideas
de los cremadores de hombres.
“Teme a
Dios y a la estupidez de la plebe”, entonaba.
Ahora sus
cenizas han vuelto a la tierra. Duerme
junto al
Duce. Sus cantos y sus sueños recorren
el mundo.
Inspiran a poetas y emperadores. Buscan
vanamente
arraigar donde sólo puede crecer la libertad.
Desconfiad
de quienes evocan sus aires o su metro.
Ninguno
que odie a Auschwitz o My Lai exhalará
un
suspiro. Ninguno que sufre, ninguno que espera.
Nadie que
anhele un mundo mejor.
CUESTIÓN
DE TALENTO
“Lector,
tú, eximio intelectual, no desdeñes
al gran Cicerón.
Míralo con piedad y no
con
reproche. Si aspiras, también tú
—como te
es lícito— al Poder y la gloria
no sólo
brillo sino también veleidad necesitas”.
Estas
palabras laten, se insinúan en los prólogos
el
admirable orador, retórico insuperado, político
hábil. Y
si la edición es moderna y del Perú
entre
líneas dirá: “Duro es luchar contra lo establecido.
¿Vale la
pena empeñar talento en sindicatos,
aldeas o
barrios marginales sin que de ti
comente
la gran prensa, ni de ti sepan cultas
y
encantadoras damas, ni de ti se hable en los cafés
más
eruditos? Mira: parte del talento es comprender
que
también desde una cátedra o un buffet puedes
bregar
por los oprimidos. ¿Qué de malo hay en reprobar
la
miseria y morar cerca de El Olivar, pasear
de tarde
en tarde por avenidas con aromas de Long Island,
explorar
almacenes? Fuerza es reconocer que Marx,
por su
excesivo genio, carecía de cierto sentido
de la
realidad, de la elegancia, de las proporciones”.
OH
VIAJEROS
En
Provenza hay una ciudad de piedra, Les Baux,
derruida
sobre un acantilado; los hugonotes
allí se
parapetaron; Luis XIII la demolió para rendirlos.
El viento
del mar ulula y brama en las desiertas torres.
Y también
en esa región de poesía, en las ciénagas
del sur,
hay una breve urbe amurallada
donde se
juntaban los cruzados para abordar las naves.
Cree uno
oír la algazara, maldiciones, murmullo
de
oraciones y ruido de sables, Más al norte está Verdún,
entre
colinas; la hondonada de Douamont
todavía
hiede a muerte —es un amasijo de cráneos,
fusiles y
botas claveteadas. Unas máquinas escarbando
debajo de
cascos y morteros allí desenterraron
broncíneos
escudos, lanzas, unos versos en piedra:
“Soy la lanza
victoriosa que combate
Soy el viento en el
océano
Soy el halcón en lo
alto de la roca”
Y de
haber proseguido las máquinas su labor
exhumaban
osamentas mezcladas a mazas, puntas
de hueso
y sílex, renegrida tierra, sin
término,
hasta el cansancio.
Las
hondonadas, las depresiones de los campos
de Europa
fueron cavadas por obuses (la hierba
lo
disimula); sus monumentos, puentes y edificios
están
punteados de metralla, aún sus cementerios:
las lozas
y los muros del Pere Lachaise.
Hablo de Europa y Francia
al acaso;
un país, una región cualquiera.
Bien
puede ser las mesetas del Pleiku, el valle de Urubamba.
Por
doquier es igual
como una ley
(En la
sierra de Ancash hay un risco
con
restos de guerreros Willkas e infantes
andaluces
—unas macanas, una cabellera castaña,
una honda
de color lana, girones de una braga
bombacha—.
En una honda grieta de la montaña
agolpadas
yacen carcazas de montoneros. Al borde
contra
Gamarra. Y allí mismo, escudado en las troneras,
repelió
Cáceres un asalto por retaguardia.
A orillas
del río hay cuatro tumbas anónimas
de
comuneros y una inscripción en una peña:
“Caieron por
su pueblo”.)
Por
doquier ahora, en cualquier punto
de la
tierra, bate el picor de la pólvora,
se
agolpan los muertos en grietas y tumbas anónimas.
No nos
lamentamos
(Ellos no se lamentaron)
Es la
ley. Pero una ley
distinta
a esa que rige la colisión
inexorable
de los cuerpos en el espacio sideral,
diversa a
esa que dice que la muerte
palpita
en nuestros corazones.
En el
mundo de los hombres
tal
parece que mayor es el bramido del viento
y el
rugido del trueno, conforme avanzamos a la cima
de paz de
la gran montaña.
Por eso
el grito del comandante cuando exhortó
a su
haraposa columna al avecinarse el combate:
“¡Adelante, oh viajeros!”.
De Caminos de la Montaña
EL OTRO
UNIVERSO
J’ai l’envie d’ habitar
chez vous
S.J. Perse
Se
avecinaban las lluvias. Con mi carga de remoto dolor
y de
esperanza —puras como el agua de nieve fundida—
tomé el
sendero que dejaba la ciudad. En la más lejana
montaña
—más allá de la cual se presiente otro universo—
serenas
yacían la nieve y las sementeras. Mis esperanzas
quemaban
como el fuego de los valles profundos. Llegué
sudoroso
y dije: “Tengo el deseo de vivir entre vosotros”
Las
sonrisas no fueron menos cálidas que los sueños.
Y se
precipitó la primera lluvia de la temporada.
LAS
CAPIRONAS
Me tendí
una tarde de vacaciones
a orillas
del vasto río, entre los gramalotes.
Era
tiempo de lluvias. Crecido, turbio y sombrío
bajaba el
Marañón, cargado de espuma y animales muertos.
En medio
de las aguas un islote resplandecía
bajo la
luz estival, con sus miles de lozanas capironas.
Pero el
gran río lamía obsesivamente sus bordes;
olas
coronadas de espuma lo azotaban.
En el
aire blancas aves zancudas piaban agitadas.
Mas la
selva estaba extrañamente callada.
Con mis
apenas siete años yo presentí
algo
grave y también callé, sobrecogido.
De pronto
un estruendo estremeció la soleada tarde:
el
Marañón desbarataba el islote
devorándolo implacable.
Las
enhiestas capironas sucumbían estoicas,
y ya
muertas, con sus tallos robustos,
sus
lozanas hojas y sus flores, eran arrastradas
resplandeciendo en la
luz.
El piar
de las aves se había vuelto chillidos
impotentes
por sus nidos en las capironas,
que como
muertos venerables flotaban en las turbias aguas
entre
animales pútridos, la espuma y
el grito
de los pájaros.
El vasto
río fluía raudo hacia el mar.
LA
INSONDABLE NOCHE
Me preguntan por qué
habito la verde montaña.
Sonriente, me callo,
tranquilo el corazón.
Cuando las flores
caigan, cuando el agua pase,
mi universo ya no será
el de los hombres
Li Po
Algunos
amigos urbanos (“varones áticos, elocuentes
y
urbanos”) se consternan de que yo haya vivido
tantos
años en una remota aldea. Y me inquieren.
Pero es
imposible expresar la dicha de manejar el azadón
entre
doscientos braceros en una faena comunal.
El brío
del universo en tu cuerpo húmedo.
Las
bromas cristalinas del almuerzo bajo el azur
y el
aroma de los montes en la gélida brisa.
Nuevamente
el fuego del cosmos con el azadón en tus manos.
Y más
tarde el retorno en el sosiego del ocaso
(en la
intensa y dolorosa paz que precede a la noche
en una
aldea). La insondable noche
bajo las
estrellas y la vigilia de los montes.
Y los
sueños con los montes de antaño.
Por eso
yo no respondo a esos amigos; sonrío,
me hago
el desentendido y les hablo de los mares,
los
puertos, los navíos.
De El otro universo
Julio Nelson Montero (Iquitos, 1943) hizo estudios de
Literatura en Lima, Múnich y París, allí lee a José María Arguedas y a los
indigenistas, es por eso que, cuando retorna al Perú en 1970, maravillado por
la naturaleza y la humanidad que encuentra en los relatos de estos escritores,
decide vivir en la cordillera de los Andes del departamento de Ancash, donde
forma familia. En 1980 se traslada a Lima. Cuando era estudiante en la
Universidad de San Marcos publicó, en 1964, sus primeros poemas en las revistas
Haraui y Piélago. Cuatro años más tarde la prestigiosa revista Amaru publicó
otros de sus poemas. Su primer poemario integral Caminos de la Montaña (Lima:
Editorial La Escena Contemporánea, 1982), está conformado por poemas escritos
durante su estadía en los Andes, y otros escritos en Lima, pero siempre
inspirados en el mundo andino. Estos poemas comprenden el lapso 1965-1981. La
crítica especializada lo señaló como la más brillante poetización del universo
andino. Luego publica su segundo poemario El otro universo (Lima: Arteidea
Editores, 1994), y reúne su obra poética integral en Summa poética (Lima:
Arteidea Editores, 2002). También cultiva el cuento y ha publicado el volumen
La tierra del sol (1998). Juan Ojeda le dedica su poema «Elogio de la
infancia».
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