Las falsas actitudes del agua es el primer libro de Andrea Cabel, el título proviene de un poema de Américo Ferrari, se trata de un poema perteneciente a la serie Elementos (1949-1954) que se incluye en el libro Para esto hay que desnudar a la doncella. Obra poética 1949-1997 (Barcelona: Los Libros de la Frontera, El Bardo, 1998), uno de los pocos poemas de la serie que lleva titulo es “Las falsas actitudes del agua”, es un poema escrito “bajo la influencia de Moro”. El poema habla de ruinas, amor, silencio, vacío, esperanzas, ventana, color, etc., elementos que se desarrollan en el libro de Cabel con un lenguaje irracional que muestra claras conexiones con trabajos de Eielson, Varela, Belli, Lezama o Carroll. El libro se encuentra dividido en tres estancias: Las falsas actitudes del agua, Fruta partida y Todas las mujeres han sido tú. La crítica literaria coincide en que las emociones por las que transita el libro están relacionadas con el desgarro amoroso, el dolor, la soledad, la nostalgia, el despecho, la tristeza, la angustia, la pérdida, la lejanía, el deseo, en tanto, el símbolo de la ínsula estaría relacionado con la madre y la calma, y se constituiría en el lugar, desde donde se puede superar esas emociones, mediante el tratamiento del lenguaje para sí y desde sí. Luis Fernando Chueca anota que la primera sección del libro trabaja con los presupuestos de la “sensorialidad, sensualidad, plasticidad”, en suma, esta primera parte relaciona la poesía con la pintura, en una declaración Cabel afirma que a este nivel los “trazos expresionistas, abstractos e incluso los surrealistas están en muchos poemas”. En la segunda parte la actuación de personajes como Salvador, Isabel, Susana, Micaela, nos refiere el funcionamiento de una matriz narrativa de carácter dispersiva que se sirve de versos ambivalentes e indefinidos que juegan con los espacios, los tiempos y la fragmentación de los sujetos o como afirma Róger Santiváñez: “Nunca queda claro quién habla en el poema, ni a quien se lo dirige. Inclusive —a veces— los destinatarios son varios, están confundidos, o usan máscaras a la hora de la representación”. La tercera sección del libro se planteará como una síntesis y una potenciación de las dos primeras partes: referencias al lenguaje irracional, la pintura, la madre, el recuerdo, un otro que de preferencia es de género femenino (Mayana, Giulia, Constanza, Lejanas, Las chicas Vargas).
Le pedimos a Andrea Cabel, quien actualmente termina un doctorado en la Universidad de Pittsburgh, que responda un par de preguntas sobre esta nueva experiencia de publicación:
¿Qué piensas sobre la poesía mexicana?
La poesía mexicana siempre ha calado entre mis
lecturas personales. Además de que a mi parecer es una de las más prolíficas e
intensas en el mundo. Y a pesar de lo amplia de la pregunta, trataré de
circunscribir mi respuesta a lo que conozco, y disfruto profundamente. Comienzo,
por supuesto, con Sor Juana Inés de la Cruz y con su “Inundación Castálida”,
uno de los textos a los que siempre vuelvo. Y con su gran poema “El primero
sueño”, que me parece impresionante y que me inspira y conmueve. En general, la poesía mexicana con los
(hermosos) tonos azules de los “Nocturnos” de Villaurrutia, o con los
estridentistas, como Maples Arce o Arzubide, nos entregan una lírica visceral
cargada de historia, cargada de amor a la tierra, de amor a su tiempo, de amor
y odio al mismo tiempo. Ninguna media tinta, ninguna calma inmóvil, toda la
calma como susurros en la poesía mexicana, araña, empuja, trasciende. De hecho,
cada nombre de la poesía mexicana es como una estrella, y no es difícil
imaginar que juntándolos todos, tendríamos la noche más iluminada.
Además de
que todos los poetas que he tenido la suerte de leer, en su mayoría, me parecen
guerreros de la palabra, hábiles talladores que entienden como dar una forma
precisa, contundente, como un golpe en frío.
Más allá de eso, personalmente, cuando busco
un silencio brutal, uno capaz de generar armonía, no solo leo a Vallejo o a
Varela, o los cuentos y novelas de Arguedas (que para mí son profundamente
poéticos) sino que leo, y me encuentro en los poemas de Salvador Novo,
Pellicer, Sabines, Gutiérrez Nájera, Villaurrutia.
Y por supuesto con la prosa poética limpia y profunda de Rulfo. Rulfo, tantas
veces, es el autor al que puedo volver muchísimo solo para escuchar a la
naturaleza, a los corazones, a los cuerpos repartidos en mil partes, para
sentir la muerte desde la muerte misma mientras respiro. Rulfo, tan poeta y tan
buen narrador. Y ni qué decir de la calidad de los poemas (y textos críticos)
de Octavio Paz, y de nuestro querido José Emilio Pacheco, poeta universal.
De generaciones más actuales también hay
mucho que decir, y trataré de ser breve, conozco el trabajo incansable de Rocío
Cerón, talentosa mujer capaz de generar un lenguaje propio que dialoga con el
video y música creando lo que ella llamaría “espacios de transcreación”. Una
propuesta novedosa, interesante, y sobre todo, capaz de despertarnos y de
contagiarnos de su energía y vitalidad. También pienso en Marco Antonio Campos,
reconocido poeta, narrador y ensayista, además de traductor. Y confieso
sentirme últimamente atraída por nuevas propuestas, como la de Agustín Abreu,
de quien solo he leído su poemario “Los reflejos”, un poemario muy bien pensado,
con un ritmo casi narrativo por partes (mis favoritas); un libro que habla con
el teatro, que juega con sus influencias shakesperianas en varias partes del
libro y que incluso intersecta personajes de “Hamlet” y “Macbeth” combinándolos
con su propia historia. Es decir, es una propuesta compleja, cargada de
reflexividad, de una emoción controlada y rítmica, de gritos coloreados, una
poesía que es… como ver un corazón hecho un puño. En breve, lo que pienso de la
poesía mexicana pasa por estos nombres, y por muchísimos otros que por razón de
espacio no he colocado, pero que creo que están entre líneas, como siempre. De
hecho, creo que podría decir muchos nombres, y citar versos, y nombrar
poemarios, y sin embargo, no diría ni todo, ni la mitad de lo que pienso y
siento sobre la poesía mexicana, excepto que es brillante, humana, universal.
¿Qué sientes al publicar fuera de tu país?
Siento alegría porque creo que por diversos
avatares de la vida, de alguna manera, mi poesía está comenzando a escribir sus
propios caminos y está eligiendo a los que también lo eligen. Siempre quise
publicar en México, y me alegró mucho recibir la propuesta justamente de un
país en el que siempre he pensado y del que he leído todo lo que he podido.
Finalmente, son mis poemas los que encuentran, por ellos mismos, otro lugar
donde pueden sentirse como en casa; es la poesía la que rompe las fronteras, la
que busca un idioma universal. Publicar en México también es conocer otras
miradas, otro aire, y eso siempre enriquece y da mucho por aprender. Para mí es
un honor publicar en la tierra de todos esos grandes que han partido el mundo y
el tiempo en dos o en tres, y es una suerte inmensa además, ser parte de la
colección de la editorial Cuadrivio, a quienes les estaré eternamente agradecida
por leerme y por buscar que mi poesía siga abriéndose caminos. El Perú, que es
mi casa y mi corazón, se encuentra ahora acompañado. Y eso es algo que
agradezco muchísimo, la complicidad, la solidaridad, la mirada de vuelta.
Ficha del libro:
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