domingo, 3 de noviembre de 2013

El infinito verbal en la poesía de Víctor Toledo, por Blanca Luz Pulido

Para hablar de la poesía de Víctor Toledo es necesario despojar a la mente de cualquier esbozo anticipado, de cualquier idea previa que pudiera tenerse sobre la materia y las apariciones del lenguaje. Podemos encontrar, en las páginas de su más reciente reunión poética, Abla o nadA, por ejemplo, los versos de una canción de cuna donde se tocan, fundiéndose en una sola realidad, palabras rusas, zapotecas y castellanas; páginas más adelante, nos esperan los Presagios de una hechicera rusa, Baba Yagá que, entre burlas y veras, enciende la antorcha verbal bajo cuya luz Víctor Toledo, aprendiz de brujo, poeta, traductor y lector de la realidad y sus continuos prodigios, escribe sus caligramas, sus palíndromos, sus imágenes, sus artificios metafísicos y verbales que talla como aristas de cuarzo, como esquirla de ola, como fragmento de un todo al mismo tiempo lejano e inaplazable.

A través de su trabajo poético, iniciado en 1985, Toledo ha ido evolucionando hasta conquistar una progresiva libertad en su lenguaje y en sus temas, pero esto no se ha traducido, en su caso, en un experimentalismo azaroso y vacuo, sino en una verdadera aventura fundada en la naturaleza misma de las realidades –tanto del mundo como del lenguaje mismo– que constituyen el eje rector de su mirada. La naturaleza de la realidad, parecería decirnos el poeta, es intrínsecamente plural, inabarcable, mágica, saltarina, apasionada, honda y fulgurante. Y su objetivo, su obsesión, es pintar, hablar, recrear, comunicar y erigir esa incandescencia con palabras. Para ello dispone sus armas sobre la página: el lenguaje, los idiomas, el recuerdo, las vivencias, las lecturas, las anécdotas, la realidad misma en su caleidoscopio mutante, y con ellas arma su persecución de la belleza.

“La audacia es la raíz de la belleza”, se lee en un poema de Abla o nadA, Adán o alba, si lo leemos al revés. Y audacia es aquí el nombre del juego, audacia y constancia. “A las puertas de la belleza se encontró con el vacío/y sentado a su vera vio una auténtica zorra azul [...] ‘La belleza nos salvará’ con su voz cautiva –resina solar– gritaba el ámbar desde el fondo”. Así, estos poemas labran –con materias verbales polimorfas, con juegos donde se entrelazan el sonido y el sentido, con referencias constantes a mundos que coexisten en galaxias paralelas y sincrónicas– un ámbar verbal en cuya resina quedan atrapados el cuarzo, el canto, el caracol, la literatura rusa, la infancia del poeta, la hierba, los pájaros, el zapoteco, la linfa de los días y el polvo astral de cada noche.

El mundo vegetal se anima en estos poemas, el mineral tiende ramificaciones en la carne, mientras la lengua del poeta-vidente-mago toca todo con su inquietud en vela, con su quietud velada, con la alta aspiración metafísica de fundir poesía y realidad, imaginación y materia, huidobrianamente.

De la plenitud al caos, la poesía de Víctor Toledo oscila entre la experimentación y la ruptura con el orden establecido del lenguaje (y, por ello, del mundo), instaurando nuevos sonidos y sentidos que atraviesen la mirada y destilen sus nuevos colores y olores ante el lector. Por otra parte, tiene también una vena más clásica, una vocación filosófica, que labra en los poemas intensidades definidas mediante imágenes transparentes, fruto de un conocimiento a la vez sensitivo y racional. Transcribo, como un ejemplo de ello, un fragmento del poema dedicado al hijo del poeta, Bedzhe Manuel:

[...] Solríe la plenitud
y las cosas desbordadas
                                         con la larga luz del día
inflamadas en el salto
del ciervo que cruzó el asombro
–la sombra errante del edén–
                                                         quedan calladas
         ardiendo encalladas en el instante
          [...] para incendiar la página
         la hoja azul del día [...]

La imagen del día como una hoja azul es tan deslumbrante como las que nos aguardan en el poema “Paráfrasis sufí”, donde Toledo nos da una definición de la poesía, una entre varias, de este libro que abunda en poéticas, en introspecciones y confesiones, en miradas donde la serpiente o el sol del conocimiento se mira constantemente en el espejo de su propia mirada:

         La poesía:
                                Forma del silencio
         Silicio de la forma
         En que labra conciencia
         Un viento de oro.

Podría decirse que Víctor Toledo no es un poeta con una voz, sino con muchas voces. Podría repetirse también lo que una vez afirmó José Homero, escritor veracruzano, sobre su escritura: “[En su mundo], las cosas están cerca porque las voces se acercan, se rozan y procrean nuevos  vástagos. En sus libros, hay una senda que conduce al bosque y al encuentro con la verdad secreta que esconden veneros y manantiales, pero también está un poeta moderno que [...] enfatiza los poderes de la vida y de la lengua”.

Pero más allá de cualquier consideración crítica, el lector debe descubrir por sí mismo las sorpresas, los descubrimientos que le aguardan en estos poemas, porque en primer lugar, Víctor Toledo es un poeta del permanente asombro, de la perpetua interrogación y duda, con la mirada intensamente prendida del pozo abundante, infinito, del mundo. Miremos con él los desiertos azules, escuchemos el viento de oro y la cuenta de la arena luminosa y las estrellas, de la mano de este poeta, que nos entrega su libro como un búmerang de palabras que debemos hacer nuestro, lanzarlo al aire de nuestros sueños y dejarlo que regrese a la playa del sentido, transfigurado.
Víctor Toledo, Abla o nadA (Fábulas del universo), BUAP, Dirección General de Fomento Editorial, Colección Asteriscos, Puebla, 2002, 176 pp.

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