Antonin Artaud,
aquel viejo dinamitero de los fatuos encantos
de la burguesía francesa, en medio de la zarza ardiente de sus delirios
vanguardistas, dijo una verdad
irreprochable: todo artista no debería “tener miedo de enseñar el hueso”, es
decir: su ética insoslayable es poner en evidencia, más allá de la engañosa
piel, lo más hondo, aquellos huesos húmeros que se han puesto a la mala como diría Vallejo.
Y esa es la
primera impresión que suscita Humus (2011), de Leslie Lee (Lima,
1932), libro bellamente editado por La
Casa de Cartón, bajo la responsabilidad editorial del poeta Sandro Chiri.
Antes de expresar las bondades líricas de este poemario, que sin duda enriquece
el paisaje de nuestra poesía contemporánea, quisiera contar la manera impagable
cómo conocí a Leslie Lee.
En los últimos
años de la década del 60’, años de
revueltas justicieras, de búsquedas infatigables, de hallazgos y extravíos,
cierta tarde, conversando con los inolvidables hermanos Tamashiro, pregunté, en
el patio de Letras de la Casona de San Marcos, quién es Leslie Lee, puesto que
había visto su nombre como participante de una actividad pictórica. Uno de los
Tamashiro me respondió rápidamente con
un tono nostálgico: es el último de los “beat” y ha decidido quedarse en el
Perú. De inmediato yo emparenté a Leslie con aquellos legendarios poetas y
narradores que, en medio de humos y humus, enseñaban el camino, para decirlo como
Kerouac, de la vida y el arte contemporáneos.
Luego tuve
oportunidad de conocerlo y disfrutar de su arte y amistad, incluso compartí con
él un viaje alucinante a La Habana para celebrar un festival de juventudes
cuyas resonancias aún vibran entre nosotros.
Para ese entonces, la solvencia de su conversación sobre poetas ya me
hacía sospechar que Leslie, como algunos artistas peruanos, que tienen
conciencia de que para decirlo todo,
para expresar todo el remolino de sentimientos encontrados, rabias y penas que
los laceran, no basta un solo lenguaje sino que requieren de varios registros,
de diversos tonos y formas discursivas que se renuevan sin cesar. Y recordé que
hay poetas peruanos como José María Eguren, César Moro, Jorge Eduardo Eielson,
tan sólo para citar a los más emblemáticos,
que para dar curso al desborde de sus discursos recurren al lenguaje
pictórico, así mismo, hay artistas plásticos que acuden a la escritura para
expresar, con patrones verbales en este
caso, su riquísimo mundo interior. Quién sabe si en ellos, los pintores, las
palabras de Rembrandt se hacen realidad calcinante: “El pintor persigue la línea y el color, pero su fin es la Poesía”.
2
Lo primero que se
me ocurre, frente a Humus, es que es el discurso de alguien que a orillas del umbral de lo inefable, hace un
sereno recuento de la maravilla y miseria de la vida, ese leve respirar que aún
da curso a la vida que se le escapa de las manos como una bandada de pájaros furtivos.
Dice el poeta con apagado humor: “La muerte / no es como la pintan…” (pág. 77)
y con firmeza asegura que “la eternidad no existe / solo es un sueño…”
(pag.78). Y a pesar de que “la belleza (es) ilusión pasajera /de un orden más
allá de los sentidos…” (pag.65), resuelve su vida pintando, escribiendo,
incluso ahora en vísperas de cualquier resolución, confiando en que es verdad
lo que le dijo algún día un amigo
gitano: Leslie Lee es “un protegido del viento”.
Humus se cierra de manera estremecedora con una
confidencia: “Ahora que vivo / al canto de la muerte, / cerca de quienes ya partieron / (alimentado
por su afecto, /que es el amor mío que hago suyo)…” (pag.131). Humus nos lleva de la mano al mundo
de los afectos, tópico que en la poesía peruana del siglo XX inauguran
Valdelomar y Vallejo. Fueron ellos quienes introducen en nuestros registros
literarios el núcleo familiar, los
hermanos, los amigos, el hogar, las calles, en fin, el vértigo de la vida
contemporánea, y que Oquendo de Amat y Rose llevaron a horizontes insospechados
en días más cercanos a nosotros.
Humus, pues, es el recuento no sólo de lo
sagrado y lo profano, del eros y
tanatos, y de la poética con la que Leslie Lee se acerca al lienzo para pintar
o se inclina sobre la página en blanco para dejar constancia de su valiosa
existencia. Esencialmente expresa su
afecto insondable por los suyos, por su entorno, por las ciudades y aldeas que lo vieron transcurrir como un hombre que
ha sido y que ha sufrido, como diría Vallejo.
Humus no es una naturaleza muerta, es el retrato
de un artista eternamente adolescente. Y
como el humus vegetal al cual alude,
es materia orgánica que generosamente dará paso a otras vidas. Pocas veces en
la poesía peruana se han consignado visiones dialécticas de nuestro paso por
este mundo tan intensas: sus versos encierran, a la vez, una contenida tristeza por dejar ser y la
leve esperanza de renacer gloriosamente, transformado ya en otros seres
luminosos.
La vida no es una tierra baldía, dirá
sabiamente Leslie Lee, contemplando el
lienzo blanco que presurosamente llenará de colores o inclinado sobre la página
en blanco en la cual, con el cálido carboncillo de su humano vivir, escribe y
escribe y escribe para iluminar nuestra existencia con la luz y la sabiduría de
su humus fraterno.
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