domingo, 23 de septiembre de 2012

HUMUS, DE LESLIE LEE, EL RETRATO DE UN ARTISTA ETERNAMENTE ADOLESCENTE Por Hildebrando Pérez Grande


Antonin Artaud, aquel viejo dinamitero de los fatuos encantos  de la burguesía francesa, en medio de la zarza ardiente de sus delirios vanguardistas,  dijo una verdad irreprochable: todo artista no debería “tener miedo de enseñar el hueso”, es decir: su ética insoslayable es poner en evidencia, más allá de la engañosa piel, lo más  hondo, aquellos  huesos húmeros que se han puesto  a la mala como diría Vallejo.

Y esa es la primera impresión que suscita Humus (2011), de Leslie Lee (Lima, 1932), libro bellamente editado por La Casa de Cartón, bajo la responsabilidad editorial del poeta Sandro Chiri. Antes de expresar las bondades líricas de este poemario, que sin duda enriquece el paisaje de nuestra poesía contemporánea, quisiera contar la manera impagable cómo conocí a Leslie Lee.

En los últimos años de la década del 60’,  años de revueltas justicieras, de búsquedas infatigables, de hallazgos y extravíos, cierta tarde, conversando con los inolvidables hermanos Tamashiro, pregunté, en el patio de Letras de la Casona de San Marcos, quién es Leslie Lee, puesto que había visto su nombre como participante de una actividad pictórica. Uno de los Tamashiro   me respondió rápidamente con un tono nostálgico: es el último de los “beat” y ha decidido quedarse en el Perú. De inmediato yo emparenté a Leslie con aquellos legendarios poetas y narradores que, en medio de humos y humus,  enseñaban el camino, para decirlo como Kerouac, de la vida y el arte contemporáneos.

Luego tuve oportunidad de conocerlo y disfrutar de su arte y amistad, incluso compartí con él un viaje alucinante a La Habana para celebrar un festival de juventudes cuyas resonancias aún vibran entre nosotros.  Para ese entonces, la solvencia de su conversación sobre poetas ya me hacía sospechar que Leslie, como algunos artistas peruanos, que tienen conciencia  de que para decirlo todo, para expresar todo el remolino de sentimientos encontrados, rabias y penas que los laceran, no basta un solo lenguaje sino que requieren de varios registros, de diversos tonos y formas discursivas que se renuevan sin cesar. Y recordé que hay poetas peruanos como José María Eguren, César Moro, Jorge Eduardo Eielson, tan sólo para citar a los más emblemáticos,  que para dar curso al desborde de sus discursos recurren al lenguaje pictórico, así mismo, hay artistas plásticos que acuden a la escritura para expresar, con  patrones verbales en este caso, su riquísimo mundo interior. Quién sabe si en ellos, los pintores, las palabras de Rembrandt se hacen realidad calcinante: “El pintor persigue la línea y el color, pero su fin es la Poesía”.

 

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Lo primero que se me ocurre, frente a Humus, es que es el discurso de alguien que  a orillas del umbral de lo inefable, hace un sereno recuento de la maravilla y miseria de la vida, ese leve respirar que aún da curso a la vida que se le escapa de las manos como una bandada de pájaros furtivos. Dice el poeta con apagado humor: “La muerte / no es como la pintan…” (pág. 77) y con firmeza asegura que “la eternidad no existe / solo es un sueño…” (pag.78). Y a pesar de que “la belleza (es) ilusión pasajera /de un orden más allá de los sentidos…” (pag.65), resuelve su vida pintando, escribiendo, incluso ahora en vísperas de cualquier resolución, confiando en que es verdad lo que le dijo algún día un  amigo gitano: Leslie Lee es “un protegido del viento”.

Humus se cierra de manera estremecedora con una confidencia: “Ahora que vivo / al canto de la muerte,  / cerca de quienes ya partieron / (alimentado por su afecto, /que es el amor mío que hago suyo)…” (pag.131).  Humus nos lleva de la mano al mundo de los afectos, tópico que en la poesía peruana del siglo XX inauguran Valdelomar y Vallejo. Fueron ellos quienes introducen en nuestros registros literarios el núcleo familiar,  los hermanos, los amigos, el hogar, las calles, en fin, el vértigo de la vida contemporánea, y que Oquendo de Amat y Rose llevaron a horizontes insospechados en días más cercanos a nosotros.

Humus, pues, es el recuento no sólo de lo sagrado y lo profano,  del eros y tanatos, y de la poética con la que Leslie Lee se acerca al lienzo para pintar o se inclina sobre la página en blanco para dejar constancia de su valiosa existencia.  Esencialmente expresa su afecto insondable por los suyos, por su entorno, por las ciudades y aldeas  que lo vieron transcurrir como un hombre que ha sido y que ha sufrido, como diría Vallejo.

Humus no es una naturaleza muerta, es el retrato de un artista eternamente adolescente.  Y como el humus vegetal al cual alude, es materia orgánica que generosamente dará paso a otras vidas. Pocas veces en la poesía peruana se han consignado visiones dialécticas de nuestro paso por este mundo tan intensas: sus versos encierran, a la vez,  una contenida tristeza por dejar ser y la leve esperanza de renacer gloriosamente, transformado ya en otros seres luminosos.

 La vida no es una tierra baldía, dirá sabiamente  Leslie Lee, contemplando el lienzo blanco que presurosamente llenará de colores o inclinado sobre la página en blanco en la cual, con el cálido carboncillo de su humano vivir, escribe y escribe y escribe para iluminar nuestra existencia con la luz y la sabiduría de su humus fraterno.

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