AMARANTA CABALLERO PRADO (Guanajuato, México, 1973. Desde 2001 reside en Tijuana). Ha publicado: “Todas estas puertas”, (Tierra Adentro, 2008), “Okupas” (Ed. De Pasto Verde, 2009), “Entre las líneas de la mano” en el libro Tres Tristes Tigras -Desde esta esquina-, (Conaculta, 2005) y Bravísimas Bravérrimas (La eternidad en un paso. Un paso no en falso) Aforismos, (Ediciones de La Esquina / Anortecer, 2005). Estudió la licenciatura en diseño gráfico en la Universidad de Guanajuato. Su página electrónica: www.amarantacaballero.blogspot.com
INFRUTESCENCIA
Yo fui una higuera.
El tronco hecho un betún: confitería.
Corteza blanca en remolino constante.
Fui el tronco y ramas de una higuera
podadas una y otra vez por si las moscas,
por si los higos escurriendo
llanto o miel averanada.
Morácea, blanda y a veces de gusto dulce.
Yo fui.
Ah pero que no me tocaran las hojas.
(velludas, tupidas, grandes, verdes, lobuladas.
Como mi sexo: urdimbre y trama).
Saga: madera incorruptible: sicomora: yo fui.
CORRESPONDENCIAS
De a poco, los pájaros –con sigilo– dan cuenta del crepúsculo. Esa forma repetida de dar la espalda. Desde sus ramas, consecutivos, ladean cabeza para situar el ojo. Te miran. A través del vidrio de esa puerta que no es ventana. Que no es. Rubicunda la pesadilla por el tronco, trepa ávida. Incrusta las afiladas garras y el espasmo. Todas las alas se sacuden. El sueño es incierto. Refracción de la luz: sólo a veces la altura. El aura no es un síntoma ni tampoco un halo. El aura, sibila, posada sobre una rama besa acorde tu pesadilla. Millones de verdes estallan entre las hojas, contra las telas. El primer rayo de luz. Los pájaros abandonan sus lugares. Entre el enramado verde: el estruendo.
FASCINACIÓN
Era la manera de asomarse. Ojo avizor: el hueco que atraviesa el cuerpo de un hombre. Un hombre-perro. Hacia el fondo la cruz. Pequeñita. Sembrada sobre la tierra. Y luego aparte una casa, diminuta, en las fosas nasales. Pero era al fondo la pequeña cruz, que aparecía luego de un hueco, un hueco que antes ocupaban las vísceras. Las vísceras de un hombre-perro quizá dubitativo, quizá apenas intoxicado. Llantas, plásticos, zapatos, resorteras. Una navajita. Y la tierra. Todo lleno de tierra. Lodo seco. ¿Te acuerdas cuando la planta desnuda de un pie se pasa una y otra vez sobre la alfombra? La provocación: esa manera de atravesar el cuerpo. Era un vicio. Era un Perro Loco, Violento y Confundido, pero era un hombre. Era quedarse viendo la estrella fugaz. El tiempo y los espirales de ese cuerpo que emanaban –ese circuito– desde el pecho, bajo el pezón. Era poco a poco desangrarse pero era la mano derecha del hombre-perro, su índice, el que tocaba la cruz. Yo te estaba viendo. Era la manera de asomarse. Las vísceras que nunca. Era un corte transversal la fascinación.
FOTOGRAFÍAS CON F/RÍO Y BOSQUE
Era la neblina entre paredes amarillas. Rectangulares paredes de aspecto rancio y tribulación esplendorosa. Esa casa pequeñita. Minúscula caja donde las bailarinas, una tras otra, aprendieron a girar sin cuerda ni música ni público. Danza muda. Cabelleras hiedras. Poca la anchura del pasillo. Siempre hubo tiempo de sobra para limpiar el piso. Todavía un río rojo serpentea hacia un mar sin costa desde la diminuta puerta de esa casa. Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, ampliamente: el sofoco.
Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, se azota una puerta. Metálica y pintada de blanco. Un cable para jalar mejor. Desde la azotehuela nadie podía abrir la puerta por dentro. Y luego de la azotehuela: el cuarto. Un cuarto. Un piso de mosaicos color verde. Verde pistache más arbóreas franjas de betún. Fragmentos. La ventanita. Un bonsái. Un ropero. Un restirador. Detallitos de familia. Un hermano mayor que hace muchos muchos años dejó de ser tu padre.
Un hermano mayor que hace muchos muchos años aprendió a vivir en medio de lagos y bosques fríos. Fotografías. Una chamarra azul marino térmica de pluma de ganso y el nuevo idioma fue lo primero que adquirió. El francés alterado. Pero, ah esa sonrisa. Pero ah ese buen gusto por la música. Ah, cómo deseaste siempre haber sido él, don´t you?
Pero ah ese buen gusto por la música. Cómo deseaste. Sobre los mosaicos verdes, sobre el restirador. Todas las noches recorrer una y otra vez las atmósferas de un pasado en arpegios y rumorados ruidos. La bailarina danza. La bailarina –la primera de todas y una de tantas– salta sobre los hombros. La punta de una de sus zapatillas taladra un baúl. Musiquilla sorda y ciega. Al salir de la casa, esa bailarina: cal de arena y hueso roto. Murmullos dentro del hueco tibio de una mano. La marejada de sus cabellos. El miedo que aletea. El miedo que aletea. Aletea. El sueño impreciso. Tu debilidad. La bailarina baila. El serpentino río rojo. Los hijos, las hijas, crecen.
DANIELA CAMACHO (Culiacán, México, 1980) se graduó de ingeniería industrial y de sistemas por el ITESM y de lengua y literaturas hispánicas por la UNAM. Publicó los poemarios En la punta de la lengua (Tintanueva, 2007) y Plegarias para insomnes (Editorial Praxis, 2008); y el libro de palíndromos Aire sería (Editorial Praxis, 2008). Forma parte de la antología bilingüe, español-portugués, Tránsito de fuego (Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2009), La mujer rota (Literalia editores, 2008), Los siete pecados capitales. La lujuria (Alforja, 2008) y Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México (2008). Es fundadora y miembro del consejo editorial y de redacción de la revista El Puro Cuento. Sus poemas y ensayos han sido publicados en revistas y periódicos de distintos países de América latina; actualmente, vive en Tokio, Japón.
REMOLINO
entre paredes sin puertas
escondo mi cuerpo mudo
manchado
el día huele a orfandad
la medianoche es una hendidura en el muro
sé que no soy una sombra
sé que afuera hay guerrilleros
y hombres mutilados
que hay pájaros desnudos y hambrientos
hay guantes y gatos y gente
pero yo no soy la sombra:
soy el remolino
el huracán
la polvareda
o tal vez no
tal vez soy la huidiza tempestad de mis palabras
o solo una sonámbula que sueña
o no
LA VOZ EN RUINAS
I
Juntos mordíamos la carne de las uvas. La canicular mañana nos mostraba los espejos y el dolor multiplicaba los escombros. Debajo del amurallado corazón crecían larvas y palomas. Con el cuerpo lívido de tanto opio atravesábamos la puerta del amor y poco a poco nuestras manos se incendiaban como hulla. Nadie nunca supo descifrar la líquida caligrafía de nuestras sienes. Solos y desnudos abrazábamos la muerte. Yo, bañada por el fuego de tus aguas, con la carne amoratada y fresca, asistía al nacimiento de pequeñas flores en mi boca, flores que serían escama, cicatriz, libélula. Tú, herido por el láudano y la sal, hablabas de cruzar el puente, de sanar al fin todas sus grietas.
IV
La noche te pronuncia con un gesto de nieve sobre árboles enfermos. Hembras animales hacen del silencio un río, un gemido oscuro que inaugura la pavana de los muertos. Debajo de los párpados construyo un puente hacia el sudario de tu rostro y dejo entre tus labios un pétalo de carne, un rastro de niebla. No vuelvas la mirada ahora que la lluvia me resulta indescifrable. Déjame apagar tu luz sobre los astros, ser isla al centro de tus aguas. Cuida que el silencio de las aves no delate nuestra música, que la arena de tus ojos no revele la agonía en el corazón de los amantes. Canta con tu fracturada voz de arcángel y sea la negra luna de tu lengua una espada que me hiera en los jardines del ensueño.
MORIR DE PARAÍSO
Lavarás tu cuerpo poseída por la sombra. Al primer golpe de agua, la piel arrancará de tajo un nombre a la memoria. Querrás decir Leteo, canción del tenebroso, diamela, pero estarás muda de espanto. En la espera del que tañe mirlos en el aire, te descubrirás distinta a las demás hijas de Eva y hablarás por los desnudos.
Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance.
La desnuda
dicen ellos
la bestia descarriada.
¿A qué tanto ropaje si en la piel se me calcina un nombre?
¿Para qué vestir de nube, aturquesada, si de arder me estoy muriendo?
Busco acordes en la niebla que apacigüen mi silencio. Me abandono en el lenguaje de las barcas. Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes.
En las ramas del almendro, madura el corazón del oboísta.
INFRUTESCENCIA
Yo fui una higuera.
El tronco hecho un betún: confitería.
Corteza blanca en remolino constante.
Fui el tronco y ramas de una higuera
podadas una y otra vez por si las moscas,
por si los higos escurriendo
llanto o miel averanada.
Morácea, blanda y a veces de gusto dulce.
Yo fui.
Ah pero que no me tocaran las hojas.
(velludas, tupidas, grandes, verdes, lobuladas.
Como mi sexo: urdimbre y trama).
Saga: madera incorruptible: sicomora: yo fui.
CORRESPONDENCIAS
De a poco, los pájaros –con sigilo– dan cuenta del crepúsculo. Esa forma repetida de dar la espalda. Desde sus ramas, consecutivos, ladean cabeza para situar el ojo. Te miran. A través del vidrio de esa puerta que no es ventana. Que no es. Rubicunda la pesadilla por el tronco, trepa ávida. Incrusta las afiladas garras y el espasmo. Todas las alas se sacuden. El sueño es incierto. Refracción de la luz: sólo a veces la altura. El aura no es un síntoma ni tampoco un halo. El aura, sibila, posada sobre una rama besa acorde tu pesadilla. Millones de verdes estallan entre las hojas, contra las telas. El primer rayo de luz. Los pájaros abandonan sus lugares. Entre el enramado verde: el estruendo.
FASCINACIÓN
Era la manera de asomarse. Ojo avizor: el hueco que atraviesa el cuerpo de un hombre. Un hombre-perro. Hacia el fondo la cruz. Pequeñita. Sembrada sobre la tierra. Y luego aparte una casa, diminuta, en las fosas nasales. Pero era al fondo la pequeña cruz, que aparecía luego de un hueco, un hueco que antes ocupaban las vísceras. Las vísceras de un hombre-perro quizá dubitativo, quizá apenas intoxicado. Llantas, plásticos, zapatos, resorteras. Una navajita. Y la tierra. Todo lleno de tierra. Lodo seco. ¿Te acuerdas cuando la planta desnuda de un pie se pasa una y otra vez sobre la alfombra? La provocación: esa manera de atravesar el cuerpo. Era un vicio. Era un Perro Loco, Violento y Confundido, pero era un hombre. Era quedarse viendo la estrella fugaz. El tiempo y los espirales de ese cuerpo que emanaban –ese circuito– desde el pecho, bajo el pezón. Era poco a poco desangrarse pero era la mano derecha del hombre-perro, su índice, el que tocaba la cruz. Yo te estaba viendo. Era la manera de asomarse. Las vísceras que nunca. Era un corte transversal la fascinación.
FOTOGRAFÍAS CON F/RÍO Y BOSQUE
Era la neblina entre paredes amarillas. Rectangulares paredes de aspecto rancio y tribulación esplendorosa. Esa casa pequeñita. Minúscula caja donde las bailarinas, una tras otra, aprendieron a girar sin cuerda ni música ni público. Danza muda. Cabelleras hiedras. Poca la anchura del pasillo. Siempre hubo tiempo de sobra para limpiar el piso. Todavía un río rojo serpentea hacia un mar sin costa desde la diminuta puerta de esa casa. Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, ampliamente: el sofoco.
Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, se azota una puerta. Metálica y pintada de blanco. Un cable para jalar mejor. Desde la azotehuela nadie podía abrir la puerta por dentro. Y luego de la azotehuela: el cuarto. Un cuarto. Un piso de mosaicos color verde. Verde pistache más arbóreas franjas de betún. Fragmentos. La ventanita. Un bonsái. Un ropero. Un restirador. Detallitos de familia. Un hermano mayor que hace muchos muchos años dejó de ser tu padre.
Un hermano mayor que hace muchos muchos años aprendió a vivir en medio de lagos y bosques fríos. Fotografías. Una chamarra azul marino térmica de pluma de ganso y el nuevo idioma fue lo primero que adquirió. El francés alterado. Pero, ah esa sonrisa. Pero ah ese buen gusto por la música. Ah, cómo deseaste siempre haber sido él, don´t you?
Pero ah ese buen gusto por la música. Cómo deseaste. Sobre los mosaicos verdes, sobre el restirador. Todas las noches recorrer una y otra vez las atmósferas de un pasado en arpegios y rumorados ruidos. La bailarina danza. La bailarina –la primera de todas y una de tantas– salta sobre los hombros. La punta de una de sus zapatillas taladra un baúl. Musiquilla sorda y ciega. Al salir de la casa, esa bailarina: cal de arena y hueso roto. Murmullos dentro del hueco tibio de una mano. La marejada de sus cabellos. El miedo que aletea. El miedo que aletea. Aletea. El sueño impreciso. Tu debilidad. La bailarina baila. El serpentino río rojo. Los hijos, las hijas, crecen.
DANIELA CAMACHO (Culiacán, México, 1980) se graduó de ingeniería industrial y de sistemas por el ITESM y de lengua y literaturas hispánicas por la UNAM. Publicó los poemarios En la punta de la lengua (Tintanueva, 2007) y Plegarias para insomnes (Editorial Praxis, 2008); y el libro de palíndromos Aire sería (Editorial Praxis, 2008). Forma parte de la antología bilingüe, español-portugués, Tránsito de fuego (Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2009), La mujer rota (Literalia editores, 2008), Los siete pecados capitales. La lujuria (Alforja, 2008) y Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México (2008). Es fundadora y miembro del consejo editorial y de redacción de la revista El Puro Cuento. Sus poemas y ensayos han sido publicados en revistas y periódicos de distintos países de América latina; actualmente, vive en Tokio, Japón.
REMOLINO
entre paredes sin puertas
escondo mi cuerpo mudo
manchado
el día huele a orfandad
la medianoche es una hendidura en el muro
sé que no soy una sombra
sé que afuera hay guerrilleros
y hombres mutilados
que hay pájaros desnudos y hambrientos
hay guantes y gatos y gente
pero yo no soy la sombra:
soy el remolino
el huracán
la polvareda
o tal vez no
tal vez soy la huidiza tempestad de mis palabras
o solo una sonámbula que sueña
o no
LA VOZ EN RUINAS
I
Juntos mordíamos la carne de las uvas. La canicular mañana nos mostraba los espejos y el dolor multiplicaba los escombros. Debajo del amurallado corazón crecían larvas y palomas. Con el cuerpo lívido de tanto opio atravesábamos la puerta del amor y poco a poco nuestras manos se incendiaban como hulla. Nadie nunca supo descifrar la líquida caligrafía de nuestras sienes. Solos y desnudos abrazábamos la muerte. Yo, bañada por el fuego de tus aguas, con la carne amoratada y fresca, asistía al nacimiento de pequeñas flores en mi boca, flores que serían escama, cicatriz, libélula. Tú, herido por el láudano y la sal, hablabas de cruzar el puente, de sanar al fin todas sus grietas.
IV
La noche te pronuncia con un gesto de nieve sobre árboles enfermos. Hembras animales hacen del silencio un río, un gemido oscuro que inaugura la pavana de los muertos. Debajo de los párpados construyo un puente hacia el sudario de tu rostro y dejo entre tus labios un pétalo de carne, un rastro de niebla. No vuelvas la mirada ahora que la lluvia me resulta indescifrable. Déjame apagar tu luz sobre los astros, ser isla al centro de tus aguas. Cuida que el silencio de las aves no delate nuestra música, que la arena de tus ojos no revele la agonía en el corazón de los amantes. Canta con tu fracturada voz de arcángel y sea la negra luna de tu lengua una espada que me hiera en los jardines del ensueño.
MORIR DE PARAÍSO
Lavarás tu cuerpo poseída por la sombra. Al primer golpe de agua, la piel arrancará de tajo un nombre a la memoria. Querrás decir Leteo, canción del tenebroso, diamela, pero estarás muda de espanto. En la espera del que tañe mirlos en el aire, te descubrirás distinta a las demás hijas de Eva y hablarás por los desnudos.
Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance.
La desnuda
dicen ellos
la bestia descarriada.
¿A qué tanto ropaje si en la piel se me calcina un nombre?
¿Para qué vestir de nube, aturquesada, si de arder me estoy muriendo?
Busco acordes en la niebla que apacigüen mi silencio. Me abandono en el lenguaje de las barcas. Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes.
En las ramas del almendro, madura el corazón del oboísta.
INGRID VALENCIA (Ciudad de México, 1983). Poeta y gestora cultural. En 2005 funda y dirige la publicación cultural La Manzana, arte & psique. Obra suya ha sido compilada en: Del silencio hacia la luz, mapa poético de México (Yucatán, 2008), La mujer rota (Literalia Editores, 2008) Anuario de poesía mexicana 2006 (Fondo de Cultura Económica, 2006; coord. Pura López Colomé), Agenda, Diario, Antología, Poetas de Jalisco 2006, Verbo del Cirio V y Memoria del relevo (Literaria Editores/SCJ, 2005); y en las revistas: Crítica, Acequias y Tierra Adentro, entre otras. Es autora del poemario La inacabable sombra (Literalia Editores, 2009).
DÍAS
Dejaba de pertenecerme
La inabarcable sombra en la ciudad
El permanente exilio de los pájaros azules
La ventana rota de una garganta
a punto de encajarse
en un mar que se ennegrece
El infinito
descansando en el borde
de una pregunta
El sabor de un paréntesis
Dejaban de pertenecerme
las cosas muertas
Los días
Las cosas muertas.
Preanestesia en el piso 11
La mujer de blanco
me observa zurcir el precipicio
de aguja y vena
Los segundos gotean
hacia la sangre
Bajo sábanas
escucho el rumor del tiempo
casi ajeno
La luz levanta un muro
de siluetas húmedas
Hay un anciano
que aferra a su piel
la delgada línea del sol
como una espada
que lacera al cuerpo inerte
Sólo intento
tocar un ojo
antes de
Desaparecer.
INTACTO
Certeza es la piel reflejada en el agua
Son las manos que navegan en lo profundo
hasta que alguno niegue el horizonte
sentado en la piedra blanca de la vejez
Aún hay tiempo para nombrar
bajo la montaña
la luz que se escurre en el polvo
Los árboles fugaces
comienzan a teñir el paisaje
de afiladas grietas como venas en la noche
La ciudad se repite
con su constelación hostil de ojos
negando el pulso del sol en las sienes
También
el amanecer
se conserva intacto
contra el mar.
LA CÁRCEL
1.
De un pasillo largo e interminable, la última casa. La infancia entre macetas en fila y puertas cerradas. Nadie habló. No conmigo. Mi madre conversaba con una pareja de ancianos de espalda encorvada, de ojos ausentes. Entre jaulas y voces yo miraba a los pájaros detenidamente, con la boca llena de sal y tortilla.
El vecino sordo, esquizofrénico, me miraba también detenidamente.
2.
Entre las nubes cerradas del pecho, una niña transita libremente por la cuidad. Las noches no terminan porque ella apaga todo lo que toca. Las paredes de tiempo y polvo extravían la blancura. Ella tendría que partir siempre a otros sitios, inventar nombres, coincidir con ellos o renunciar, como una piedra pequeña que repliega sus alas con inofensiva gravedad.
3.
Dentro del vagón podía sentir la velocidad, junto a una luz de neón, que lentamente se fragmentaba hasta llegar a casa. El amor era como esa delgada línea de luz, casi innombrable. Mi madre parió de frente al sol. Pero la luz fue más letal que el invierno.
4.
Las angostas camas que se contagian de caricias. Las luces que rodean esta cárcel habitada por la sed. La humedad de la oración que se esparce en el muro de las mañanas. La niñez hinchada de preguntas.
Bastaba con recordar al origen, ser nombrado sin titubeo.
Mañana habrá un hogar en el vértigo.
5.
Avanza el polvo
Mejor sería confundir la piedra con un llanto
creer que esa casa conservará las palabras, los silencios, cada golpe y herida
Sólo las sombras se dispersan
Una casa es una casa cuando susurra cada objeto, cuando canta una luz
cuando alguien muere al salir de ella o en ella
Una casa es un vacío que ha de llenarse de pretextos
6.
Regresar la mirada al techo, a las cicatrices, a los ojos de un gato muerto, suicida. A la guerra en lo callado. A la hormiga, al pan, a la mesa. Al padre, a su perro también muerto, a sus hijos suicidas. Al muelle. A nunca más.
7.
El asco carcome
lento
a pasos intermitentes
El suero gotea
los peces respiran
mi madre respira
La vida recorre angostos túneles de transparencia artificial
La piel es más veloz que la calle
Avanza el polvo. Avanza
LOS MUROS
1.
La llama en el rostro
tiembla como el árbol
que se resiste a caer.
Le debo a la luz
la nausea y los espasmos.
A la sangre
y sus demonios
debo las raíces epilépticas
que niegan el invierno.
Hablo del instante en paz
Al que no volveré.
2.
Supongamos que es cierto. Uno sale
de casa, mira rostros
en el puente
o la avenida. Alguien duerme en el vagón.
Uno escucha. Y todos vamos hablándonos en secreto.
signos queloides
acertijos
que atraviesan con prisa la mirada
Muy pronto ardemos
entre atardeceres de alquitrán y polilla.
Los monólogos sobre los rieles del cuerpo
dejan a su paso un sonido que recae
en las ausencias que se acumulan
en alguna parte
Un lugar al que llegaremos
con el bolsillo hinchado
con la mano vacía.
DÍAS
Dejaba de pertenecerme
La inabarcable sombra en la ciudad
El permanente exilio de los pájaros azules
La ventana rota de una garganta
a punto de encajarse
en un mar que se ennegrece
El infinito
descansando en el borde
de una pregunta
El sabor de un paréntesis
Dejaban de pertenecerme
las cosas muertas
Los días
Las cosas muertas.
Preanestesia en el piso 11
La mujer de blanco
me observa zurcir el precipicio
de aguja y vena
Los segundos gotean
hacia la sangre
Bajo sábanas
escucho el rumor del tiempo
casi ajeno
La luz levanta un muro
de siluetas húmedas
Hay un anciano
que aferra a su piel
la delgada línea del sol
como una espada
que lacera al cuerpo inerte
Sólo intento
tocar un ojo
antes de
Desaparecer.
INTACTO
Certeza es la piel reflejada en el agua
Son las manos que navegan en lo profundo
hasta que alguno niegue el horizonte
sentado en la piedra blanca de la vejez
Aún hay tiempo para nombrar
bajo la montaña
la luz que se escurre en el polvo
Los árboles fugaces
comienzan a teñir el paisaje
de afiladas grietas como venas en la noche
La ciudad se repite
con su constelación hostil de ojos
negando el pulso del sol en las sienes
También
el amanecer
se conserva intacto
contra el mar.
LA CÁRCEL
1.
De un pasillo largo e interminable, la última casa. La infancia entre macetas en fila y puertas cerradas. Nadie habló. No conmigo. Mi madre conversaba con una pareja de ancianos de espalda encorvada, de ojos ausentes. Entre jaulas y voces yo miraba a los pájaros detenidamente, con la boca llena de sal y tortilla.
El vecino sordo, esquizofrénico, me miraba también detenidamente.
2.
Entre las nubes cerradas del pecho, una niña transita libremente por la cuidad. Las noches no terminan porque ella apaga todo lo que toca. Las paredes de tiempo y polvo extravían la blancura. Ella tendría que partir siempre a otros sitios, inventar nombres, coincidir con ellos o renunciar, como una piedra pequeña que repliega sus alas con inofensiva gravedad.
3.
Dentro del vagón podía sentir la velocidad, junto a una luz de neón, que lentamente se fragmentaba hasta llegar a casa. El amor era como esa delgada línea de luz, casi innombrable. Mi madre parió de frente al sol. Pero la luz fue más letal que el invierno.
4.
Las angostas camas que se contagian de caricias. Las luces que rodean esta cárcel habitada por la sed. La humedad de la oración que se esparce en el muro de las mañanas. La niñez hinchada de preguntas.
Bastaba con recordar al origen, ser nombrado sin titubeo.
Mañana habrá un hogar en el vértigo.
5.
Avanza el polvo
Mejor sería confundir la piedra con un llanto
creer que esa casa conservará las palabras, los silencios, cada golpe y herida
Sólo las sombras se dispersan
Una casa es una casa cuando susurra cada objeto, cuando canta una luz
cuando alguien muere al salir de ella o en ella
Una casa es un vacío que ha de llenarse de pretextos
6.
Regresar la mirada al techo, a las cicatrices, a los ojos de un gato muerto, suicida. A la guerra en lo callado. A la hormiga, al pan, a la mesa. Al padre, a su perro también muerto, a sus hijos suicidas. Al muelle. A nunca más.
7.
El asco carcome
lento
a pasos intermitentes
El suero gotea
los peces respiran
mi madre respira
La vida recorre angostos túneles de transparencia artificial
La piel es más veloz que la calle
Avanza el polvo. Avanza
LOS MUROS
1.
La llama en el rostro
tiembla como el árbol
que se resiste a caer.
Le debo a la luz
la nausea y los espasmos.
A la sangre
y sus demonios
debo las raíces epilépticas
que niegan el invierno.
Hablo del instante en paz
Al que no volveré.
2.
Supongamos que es cierto. Uno sale
de casa, mira rostros
en el puente
o la avenida. Alguien duerme en el vagón.
Uno escucha. Y todos vamos hablándonos en secreto.
signos queloides
acertijos
que atraviesan con prisa la mirada
Muy pronto ardemos
entre atardeceres de alquitrán y polilla.
Los monólogos sobre los rieles del cuerpo
dejan a su paso un sonido que recae
en las ausencias que se acumulan
en alguna parte
Un lugar al que llegaremos
con el bolsillo hinchado
con la mano vacía.
JUDITH SANTOPIETRO (Córdoba, México, 1983). Poemas suyos se han publicado en Anuario de Poesía Mexicana 2006 del Fondo de Cultura Económica, en la Memoria del Encuentro Nacional de Literatura en Lenguas Indígenas; en la antología literaria Musa de Musas, Poesía de Mujeres desde la Ciudad de México, Conaculta; en Del Silencio hacia la Luz: Mapa Poético de México y la plaquette individual Raíz de Vuelo (El Barco Ebrio Nueva York-HomoScriptum) y Se incendia la Palabra (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla IMACP). Actualmente es directora de Radio Nómada y Revista Iguanazul: literatura en lenguas originarias.
IZCALTITLA
Los hombres de la loma taciturna
se desvisten ante una fogata de sabiduría
sueltan en la oscuridad las formas
de un ojo lleno de costumbre
cada uno en la danza pega el cuerpo al corazón de la tierra,
pide al ave sus alas desplegadas,
desea los negros ojos del mapache
alguna vez seremos la mirada del nahual
que sobrevuela la barranca
y pariremos maíz por la boca
para arroparlo en el chisporroteo del brasero.
ESTELA DE VOCES
Monumento de la palabra,
la génesis en las paredes,
tan antigua
como la vírgula de roca
tormenta de guijarros que caen de la montaña.
INVOCACIÓN
El día que saliste de mí
el sol era un círculo manso,
inundabas las rendijas
de esta húmeda pocilga
con un llanto prolongado
Tus ojos,
grandes en esta habitación de grillos
para mirar una casa de pequeños muros;
y mi vieja razón,
esa piedra de filos indeseables,
preguntaba a dónde ir
Con el vendaval,
las chozas se balanceaban
y eran menos que toda la miseria
de la gente astillada en la ciudad
Te fuiste un día de soplos
y el resquemor sobrevino
para siempre;
las casas parecían no soportarlo
bullían de luz las tiendas
el desierto era frío
después el sol doró las ramas y la arena,
el calor fue espada ardiente
que acuchilla la piel
nadie
bajo este halo de cristales negros
nadie
en esta oscuridad que golpea con su nombre y su cuerpo
nadie
retorna a beber su aliento
Esta madrugada
la muerte pringa sobre la ventana
despierto con la sonrisa de tu vida entre las manos
hace varios minutos de minutos
que no veo nada igual
PIEDRAS Y ALACRANES
En días tan áridos
el aire trae el movimiento de los huesos polvo
hasta la lóbrega estría de la calle
Amanecemos agónicas de frío
aradas en la tierra estéril
por las filas de este mineral
que calcina esqueletos
Tragamos la roca desgranada
mientras los pechos se desgajan
en precipicios de sangre que humedecen el desierto
Al paso de los meses
las grietas de la ciudad cimbran
entre las montañas de arena,
y la polvareda de los huesos
es la voz perdida en una cueva
Dormimos
junto al lastimero aullido de perros
con la mortaja de piedras y alacranes
Si un día las piedras te hablan,
emprende un camino de agua conmigo.
Uh-mee-buh piensa en las pausas.
Uh-mee-buh cuenta los trazos antes de dormir.
Uh-mee-buh quiere atravesar los puntos suspensivos.
Uh-mee-buh es la coma de luz en el Templo.
Uh-mee-buh son las voces congregadas, los lunares del sí.
Uh-mee-buh es el estigma a la derecha del punto final.
Uh-mee-buh es la agrafía en muslo de agua.
Uh-mee-buh, palimpsesto de los cirros de la Araña.
Uh-mee-buh, silencio magro, tinta lacia.
IZCALTITLA
Los hombres de la loma taciturna
se desvisten ante una fogata de sabiduría
sueltan en la oscuridad las formas
de un ojo lleno de costumbre
cada uno en la danza pega el cuerpo al corazón de la tierra,
pide al ave sus alas desplegadas,
desea los negros ojos del mapache
alguna vez seremos la mirada del nahual
que sobrevuela la barranca
y pariremos maíz por la boca
para arroparlo en el chisporroteo del brasero.
ESTELA DE VOCES
Monumento de la palabra,
la génesis en las paredes,
tan antigua
como la vírgula de roca
tormenta de guijarros que caen de la montaña.
INVOCACIÓN
El día que saliste de mí
el sol era un círculo manso,
inundabas las rendijas
de esta húmeda pocilga
con un llanto prolongado
Tus ojos,
grandes en esta habitación de grillos
para mirar una casa de pequeños muros;
y mi vieja razón,
esa piedra de filos indeseables,
preguntaba a dónde ir
Con el vendaval,
las chozas se balanceaban
y eran menos que toda la miseria
de la gente astillada en la ciudad
Te fuiste un día de soplos
y el resquemor sobrevino
para siempre;
las casas parecían no soportarlo
bullían de luz las tiendas
el desierto era frío
después el sol doró las ramas y la arena,
el calor fue espada ardiente
que acuchilla la piel
nadie
bajo este halo de cristales negros
nadie
en esta oscuridad que golpea con su nombre y su cuerpo
nadie
retorna a beber su aliento
Esta madrugada
la muerte pringa sobre la ventana
despierto con la sonrisa de tu vida entre las manos
hace varios minutos de minutos
que no veo nada igual
PIEDRAS Y ALACRANES
En días tan áridos
el aire trae el movimiento de los huesos polvo
hasta la lóbrega estría de la calle
Amanecemos agónicas de frío
aradas en la tierra estéril
por las filas de este mineral
que calcina esqueletos
Tragamos la roca desgranada
mientras los pechos se desgajan
en precipicios de sangre que humedecen el desierto
Al paso de los meses
las grietas de la ciudad cimbran
entre las montañas de arena,
y la polvareda de los huesos
es la voz perdida en una cueva
Dormimos
junto al lastimero aullido de perros
con la mortaja de piedras y alacranes
ZAZIL ALAÍDE COLLINS (Ciudad de México, 1984). Autora del libro Junkie de nada (Lenguaraz, 2009) y del poemario inédito Valva maresia, entre otros proyectos. Es guionista y locutora de radio. Ha publicado artículos, crónicas y poemas en El Universal, Metapolítica, Tierra Adentro, entre otros medios impresos y electrónicos. Dos de sus más recientes ensayos están compilados en Deniz y mansalva y La conciencia imprescindible. Ensayos sobre Carlos Monsiváis, del Fondo Editorial Tierra Adentro, Conaculta.
TUMBLING
La fiera bonza
se me lanza con colmillos de alcanfor.
Toma mis manos.
Amanece
con la tonada callejera
de una añorada ninfómana
que levanta
el anhelo de la paloma
temblorosa
por su canción infantil.
Heme, bajo el búnker
con un desdén de fantasías.
Soledad de lupanar.
Y por el tracto, la nausea en brasas.
Bajo el brassiere, la tentación del mordisco
de un guillotinado san Martín de Porres
o un lechero en engorda
en los pechos de la poliandria;
las mieles de la gesta,
en la imaginación del retraso,
en la espera y el rechazo
de una vida.
Mi vientre se acomoda.
Impávido y ufano
quiere parir en la nausea.
No,
que no.
No al filo del acantilado
del cronotopo sin hambre;
de frente a frente al oficio
por sexo no amor primero
en la tripa, vámonos
antes de preferir el escozor,
lo movedizo del cielo que miramos,
desde los estambres,
degustando la sutil ventisca
al pronunciar los soplos.
Somos el germen del no
o el éxito de todos los fracasos.
—No llores, Ángel González—
Vámonos, vámonos, como putillos, al diablo.
Cojamos entre las piernas
lo que deba sostenerse,
con el ahínco,
en el acorde
y sus veintiún consonantes.
LA AMIBA EN MI CORAZÓN
TUMBLING
La fiera bonza
se me lanza con colmillos de alcanfor.
Toma mis manos.
Amanece
con la tonada callejera
de una añorada ninfómana
que levanta
el anhelo de la paloma
temblorosa
por su canción infantil.
Heme, bajo el búnker
con un desdén de fantasías.
Soledad de lupanar.
Y por el tracto, la nausea en brasas.
Bajo el brassiere, la tentación del mordisco
de un guillotinado san Martín de Porres
o un lechero en engorda
en los pechos de la poliandria;
las mieles de la gesta,
en la imaginación del retraso,
en la espera y el rechazo
de una vida.
Mi vientre se acomoda.
Impávido y ufano
quiere parir en la nausea.
No,
que no.
No al filo del acantilado
del cronotopo sin hambre;
de frente a frente al oficio
por sexo no amor primero
en la tripa, vámonos
antes de preferir el escozor,
lo movedizo del cielo que miramos,
desde los estambres,
degustando la sutil ventisca
al pronunciar los soplos.
Somos el germen del no
o el éxito de todos los fracasos.
—No llores, Ángel González—
Vámonos, vámonos, como putillos, al diablo.
Cojamos entre las piernas
lo que deba sostenerse,
con el ahínco,
en el acorde
y sus veintiún consonantes.
LA AMIBA EN MI CORAZÓN
Si un día las piedras te hablan,
emprende un camino de agua conmigo.
Uh-mee-buh piensa en las pausas.
Uh-mee-buh cuenta los trazos antes de dormir.
Uh-mee-buh quiere atravesar los puntos suspensivos.
Uh-mee-buh es la coma de luz en el Templo.
Uh-mee-buh son las voces congregadas, los lunares del sí.
Uh-mee-buh es el estigma a la derecha del punto final.
Uh-mee-buh es la agrafía en muslo de agua.
Uh-mee-buh, palimpsesto de los cirros de la Araña.
Uh-mee-buh, silencio magro, tinta lacia.
,
MONÓLOGO DE AMAZONA
a la partida de Thomas Cavendish con Leucótea
Cavendish prometió volver.
A babor y estribor,
sostenidos por obenques
y amantillos,
vamos a construir una nave
a la que no pueda sajársele el mascarón.
Amazona perdió la razón.
Inmolé al cimarrón
en honor a las gigantas
de las múrices cuevas del Ado.
Desnuda, en la tierra del cristal,
dormí en el gamellón del moro,
Cavendish no retornó.
Arrojemos la brújula al mar,
que se pierda en la panza de la ballena
cuando el sol tramonte;
mientras, aireemos la guerra
que sorbe a las gigantas.
Amazona sola.
En el arcón de mi ósculo demente
se vislumbra el himeneo
ante el que nombro al que bien quiero,
si lo añoro,
las olas me prometen verlo volver.
Amazona aguarda en un muelle de Cabo Pulmo.
YO PIEDRA
26°10’05.57’’N 111°32’56.28’’O
Un nardo compañero tengo,
cuatro espinas de cacto;
un tallo polvoriento
de biznaga en el bolsillo.
Piel de damiana tengo,
un invierno ilusionado;
centro de esporas dentro
del pecho de este sereno.
Zumo en los puños tengo,
carrizo en alforja;
una pitahaya peregrina
que, aunque espinada, cae
a la misión en ruinas
de mi Vigge Biaundó.
CONCHA CHOCOLATA
Vístete de carey y coral
arrecife de estrellas marinas,
la caracola cantá la despedida,
el mar le arrancá a mi
concha chocolata su perfume
de alga.
Mi concha chocolata
suda color perla,
se llena de espuma
con cada atardecer,
mareas bravas de verdesflores.
Mi concha chocolata
hierve leche en las madrugadas,
humea a las seis de la mañana,
se abre con el sonido de mis dedos.
Tu mirada,
sombra pendular
mareabrava,
me ahoga como
lo hace la saliva
que tragamos en
el beso sepulcral,
gorgojo arenal
que traspasa poroslluviosos,
remorita grácil,
chulada babosa,
la caricia de tus ojos
embebe el sudor
perla de mi piel,
tal vez la luz de puerto
encienda tu faro
e irradie a las conchasmadre,
tal vez la mano en el sexo
guarde tu frágil vaso,
pero el péndulo chilla
cada hora,
pero el péndulo silba
sin cesar.
MONÓLOGO DE AMAZONA
a la partida de Thomas Cavendish con Leucótea
Cavendish prometió volver.
A babor y estribor,
sostenidos por obenques
y amantillos,
vamos a construir una nave
a la que no pueda sajársele el mascarón.
Amazona perdió la razón.
Inmolé al cimarrón
en honor a las gigantas
de las múrices cuevas del Ado.
Desnuda, en la tierra del cristal,
dormí en el gamellón del moro,
Cavendish no retornó.
Arrojemos la brújula al mar,
que se pierda en la panza de la ballena
cuando el sol tramonte;
mientras, aireemos la guerra
que sorbe a las gigantas.
Amazona sola.
En el arcón de mi ósculo demente
se vislumbra el himeneo
ante el que nombro al que bien quiero,
si lo añoro,
las olas me prometen verlo volver.
Amazona aguarda en un muelle de Cabo Pulmo.
YO PIEDRA
26°10’05.57’’N 111°32’56.28’’O
Un nardo compañero tengo,
cuatro espinas de cacto;
un tallo polvoriento
de biznaga en el bolsillo.
Piel de damiana tengo,
un invierno ilusionado;
centro de esporas dentro
del pecho de este sereno.
Zumo en los puños tengo,
carrizo en alforja;
una pitahaya peregrina
que, aunque espinada, cae
a la misión en ruinas
de mi Vigge Biaundó.
CONCHA CHOCOLATA
Vístete de carey y coral
arrecife de estrellas marinas,
la caracola cantá la despedida,
el mar le arrancá a mi
concha chocolata su perfume
de alga.
Mi concha chocolata
suda color perla,
se llena de espuma
con cada atardecer,
mareas bravas de verdesflores.
Mi concha chocolata
hierve leche en las madrugadas,
humea a las seis de la mañana,
se abre con el sonido de mis dedos.
Tu mirada,
sombra pendular
mareabrava,
me ahoga como
lo hace la saliva
que tragamos en
el beso sepulcral,
gorgojo arenal
que traspasa poroslluviosos,
remorita grácil,
chulada babosa,
la caricia de tus ojos
embebe el sudor
perla de mi piel,
tal vez la luz de puerto
encienda tu faro
e irradie a las conchasmadre,
tal vez la mano en el sexo
guarde tu frágil vaso,
pero el péndulo chilla
cada hora,
pero el péndulo silba
sin cesar.
8 comentarios:
Linda selección. A Daniela y a Zazil las cuento entre mis favoritas.
Gracias por esta mini anotogía, representativa como muestra, sin duda.
Saludos...
Vaya, que en nuestro México tenemos buenisimas autoras excritoras la verdad todas en sus formas diferentes con sus letras exquisitas en especial me gusto Ingrid,aunque es dificil decidir puesto que las tres tienen excelentes formas de comunicar ...
Bravo poetas!!
Nicolas Roga.Poeta y Novelista.
Con todo respeto,estas muchachitas
manejan el lenguaje gastado y mecanico de Escuela,no de lo mas
profundo de su Alma.La Poesia para
mi es un lenguaje abierto,directo, con grito y unico;amen de la elegancia
en su estetica.
El verdadero talento no se aprende
en las Escuelas;es libre y espontaneo;como Yo.
Tal vez les interese conocer mis versos, Poesía de Mary C. López FB
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