miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Transformación de los metales de Paul Guillén, por Enrique Verástegui (*)

En realidad, no leo poesía peruana hace años, aunque, a veces, he hojeado tanto como leído los poemas que aparecen en revistas universitarias, donde encuentro ese candor de la juventud, pero ahora Paul Guillén —que tiene la generosidad y la paciencia de hacer una tesis de grado sobre el primer libro de mi proyecto titulado Ética— me invita a presentar su libro en nada menos que la Universidad Ruiz de Montoya; universidad que admiro por ser el lugar donde la sabiduría tiene su asiento. Debo decir, y ya que estoy en este sacrosanto lugar, que yo apenas he escrito algunos libros de poemas, algunos ensayos, algunas novelas y que, ya en el Siglo XXI, se me considera el fundador de una moderna corriente de filosofía y matemáticas que tienen por fin inaugurar un mundo lleno de paz y armonía, un mundo donde los jóvenes vivan la vida dedicados a sus propios trabajos. Ahora Paul me trae un libro, y creo que ha publicado otros libros de poesía, en que ha puesto todas sus ilusiones de poeta que frecuenta los poetas malditos precisamente porque en esa malditez hay un ansia de absoluto, una búsqueda del bien que gobierna a los hombres honestos y probos. No soy muy afín a las diferencias generacionales, aunque sé que los jóvenes poetas luchan por denostar otras generaciones y por celebrar las suyas propias. Así, no sé en qué generación prefiere situarse Paul pero este libro, que se llama La transformación de los metales, está en el centro de toda actualidad sin que ello quiera decir que lo actual sea lo contemporáneo precisamente porque la actualidad nuestra atraviesa una crisis (que no es de identidad sino de valores) y que se patentiza en la conciencia del poeta que, como tal, no hace sino transcribir a sus versos, aunque esa crisis se patentiza, sobre todo, en los primeros capítulos del libro y se soluciona precisamente en el capítulo final. Así, por ejemplo, en el primer poema dice:

“realmente esa es nuestra añorada esperanza:
la destrucción colmada en los campos”

como si la añoranza hubiera trastocado el significado de un significante y como si la energía no se iluminara en la vastedad de los campos. Por eso dice:

“y sólo ver sombras
pequeños indicios de luz prístina
espejos como sombras
sombras como quimeras de dioses muertos
no ser nada y frente a la muerte poderlo todo”

ya que los dioses —esto es: los dioses del confort y el reposo— han muerto, aunque los pequeños indicios de luz son también signos de esperanza en un mundo cuyos valores deben realizarse. Sin embargo, en el poema que da precisamente título al libro se produce la esperada transmutación de la sombra en luz, por eso, podemos decir: Paul, gracias por el libro que has escrito.

(*) Palabras leídas el jueves 25 de mayo de 2006 en la presentación de La transformación de los metales de Paul Guillén, en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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