martes, 9 de noviembre de 2010

LA CIUDAD DEL LIRIO Y EL DELIRIO-POR HELÍ PAREDES

En Ciudadelirio (Sol negro editores, 2010) de Mario Morquencho algo se asoma, algo que es inevitable no sentir y ver, y que me atrevería a decir que no es animal ni persona, sino un mestizaje de ambos, una especie de bestia fascinante como las que nos mostraban los griegos en sus mitos: minotauros, pegasos, medusas, sirenas, hidras de un sin fin de cabezas, por mencionar algunas donde la belleza y lo terrible se junta en una precisa medida y que se nos revela ya desde el título en el poemario. Eso mismo sucede en Ciudadelirio, donde podemos encontrar la tragedia y la esperanza entrelazadas y expresadas de manera angustiante, y a veces desesperada, por un hombre que no ha nacido en esta ciudad limeña pero que deambula por estas calles a las que todavía no se acostumbra. Mario, con un derrame poético exquisito, nos muestra esa ciudad en la que nosotros vivimos, pero nos la muestra después de haberla pasado por el filtro de su ojo: una ciudad siniestra, gris, donde el delirio parece habitar cada rincón donde un loco es virrey.

Así tenemos, por ejemplo, la descripción del río Rimac, ése río que es el portal que nos aborta hacia el vómito infinito de Dios. Y además están las afueras de esta ciudad, esos sitios donde todavía gobierna el arenal y lo adverso, donde no existe la tregua, como si ahí alguna divinidad macabra se esforzara en no dejar que nada crezca ni se expanda. Mario dice en A las afueras de una ciudad peruana: "Y pues a veces queda como jugando / con las manos vacías y llenas de callos multiformes / que no hacen nada por darle algún guarismo a ese 0 / que se agranda en el pecho enfermo que al toser sangra / en ese pecho hondo como un silo / ese pecho de un pobre que muere junto a los perros y gatos que tísicos van entre pugilatos de ratas / montadas por aquellos señores del poder: / Allá mueren miles / en los basurales de las afueras de la ciudad / ¡Tosiendo sangre! / ¡Tosiendo hijos! / ¡Tosiendo remordimientos! ". El parque universitario, lugar que en décadas pasadas fue un sitio emblemático por toda la historia, las huellas y las gotas de sudor que derramaron los jóvenes de aquellos años seducidos por la política y las ganas de cambio y de revolución, hoy es una feria donde se juntan esos seres que crecen entre la hierba y la maleza como algo que debe ser quemado y no queman, y no pueden y no podrán, feria de provincianos cuyos hombros rozan como dos piedras que chocan y no hay problema porque vienen del mismo cerro o arenal, vienen de la misma suerte. Hoy se busca labrarse el pan de cada día de diversa manera y en aquella feria podemos encontrar a esos malabaristas, ingeniosos creadores que han tomado por asalto las calles de un lugar olvidado para volverlo a llenar de ruido, de voces de niños, de música chicha o cumbia, de vida finalmente, a pesar que en las horas de silencio ellos también recuerden como Mario: "el recuerdo de la casa madera al norte de mi infancia / meciéndose en el columpio / sobre la cresta de una ola de colores / de un mar que me revuelca y devuelve a este naufragio / de mis ojos en una pileta remojados".

Aquella feria y sus alrededores nos hace recordar nuestra realidad tercermundista y no obstante, como la higuerilla, esa planta costeña que se resiste a cualquier adversidad, el cansancio y la nostalgia no son suficientes para aplacar las ansias de vivir, por lo menos hasta que el cielo cambie su piel amarilla y la noche nos devuelva a resucitar la habitación desconocida. Hay una preocupación, entonces, por la ciudad y la gente que lo habita, por la situación actual que viven los peruanos. La mayoría de personas, por no decir todas, estamos supeditados a la rutina, a un quehacer diario que demasiadas veces nos tortura pero que no abandonamos por la necesidad de subsistencia, algún familiar enfermo, los hijos. Mario lo explica mejor en el poema Asesinato en la calle Omicrón, aunque con delirios sicópatas: "Lo he matado. Me he vengado de los meses de invisibilidad. De ser como cualquiera. De ir a trabajar un día como hoy, de estar afeitado tener el cabello recortado, con el rostro impecable, el piqué y el pantalón de color azul pulcros y planchados, los zapatos negros brillantes como un charco que la lluvia ha creado en mis pies… y la cara de loco olvidado en la maquinaria cotidiana de las horas de ser un empleado con el sueldo mínimo". Pero no es sólo eso, también hay una preocupación por el sistema económico, social y político: "Me he cansado de ver su rostro, de ver los restos inmóviles, la incertidumbre de la muerte y el crimen. He optado por envolverlo con los periódicos pasados, envolver los restos, al cadáver cotidiano envolverlo con las noticias de la semana pasada, con el suicidio de ayer en un hostal perdido en la bruma de la madrugada de Lima, envolver sus extremidades con el abuso policial y la corrupción de los ministerios y el puto sistema capitalista, envolver su dorso en las estadísticas económicas y en las encuestas políticas, volverlo a envolver con la injusticia social, con los jubilados que mueren haciendo cola, con los enfermos y los niños que lo único que tienen en la vida es una enfermedad extraña que se llama olvido, con los jueces que se hacen ricos y los clérigos prostituyendo el paraíso. Los buenos son pocos y contaditos".
Evidentemente, la preocupación del poeta va especialmente por el lado de la violencia, la corrupción, el robo, la impunidad, la decadencia.

A Ciudadelirio no se le puede reclamar empañaduras ni silencios, ve las cosas tal cual son y las estampa en el lienzo sin vergüenzas, aunque sí con pena. Sin embargo, a pesar de todo aquello, siempre puede verse una luz a través de los barrotes y en la tierra más abandonada puede observarse crecer un solitario lirio como la esperanza que se abre paso desde el inframundo. Ya vimos la parte terrible de la bestia, ahora nos toca la belleza. Mario nos canta así en Corazón Negro: "Es que hoy es posible hacer un trueque con el tiempo / dejar flotar la vida en un tierno consuelo / susurrar al lado de un azulado riachuelo / o al frente del océano quieto: sonriendo / Y es posible sentir columpiarse los segundos en las ramas de un edén despierto / escuchar las aves retoñar multicolores deshojando al desierto / a la gente alcanzando las nubes en cometas dispersas como niños quienes lanzan en aviones de papel sus sueños / Es que hoy como sea el sol con mucho anhelo entró entre las grietas de mi corazón negro / y entre la habitación desordenada, muy desordenada / sobrevivió un paisaje sobre un libro abierto".

Pero para Mario, así como para muchos de nosotros, la luz y la esperanza están representadas especialmente en el amor, que es finalmente por lo que nace el arte: el amor a una mujer, el amor a la vida, el amor a la belleza. Por eso la última parte del libro, extracto de una noche chaskera, está íntegramente dedicada al amor. Lo vemos desde el primer poema, que para mí es acaso el más hermoso porque una vez, hace algún tiempo ya, me hicieron entender que el amor era bailar (y lo hicieron al compás de una canción de Café Tacuba). Así, danza a la medianoche, se vuelve canto y melodía donde uno puede cerrar los ojos y dejarse llevar por la marea de la imaginación y la fantasía y el erotismo: "Ella baila a tientas en el universo / Baila y acaricia el muro adornado de sombras que danzan con malicia / Danza a la medianoche / la dama sin nombre, sin rostro: / frenética y delirante como una incógnita sensación de enloquecer enamorado… Danza la dama sin nombre / perdida y libre / ¡Ella existe! / rebelde e inquieta / respira locuras insaciables y recorta la medianoche en orgasmos plateados".

Por último, debo rescatar especialmente el poema “Laberinto”, por la ternura que ahí se expresa y que es una ternura dirigida a las cosas cotidianas, esas entidades que nos acompañan en el trajín del día a día, que nos esperan fieles en el cuarto que abandonamos y al cual solo volvemos al caer la noche: "Tengo una TV que se enciende cuando sueño, una TV que de grande quiso ser máquina de escribir y no pudo porque el mundo no va hacia atrás como un cangrejo". Pero también en ese poema Mario nos permite entrar a su mundo privado, nos abre la única puerta de su pequeño cuarto para contarnos de una cama como un abismo, una gotera incierta, una puerta secreta, un sub-mundo y sobre todo un saco prestado que no devuelve. Es un mundo arduo, complicado, donde la única posibilidad de sobrevivencia es la necesidad de violar la naturaleza de las cosas, como la agenda que le regaló su padre que no es usada como tal, sino como una bitácora de versos.

Finalmente, es importante mencionar que sería un error pensar que este poemario sólo habla de Lima, en cierta manera esta ciudad es todas las ciudades latinoamericanas, así como un solo hombre es en realidad todos los hombres. Ciudadelirio nos muestra las dos caras de una misma moneda, dos caras que están trágicamente ligadas, que se tocan y a veces hasta se funden, pero que en ningún momento pierden su autonomía. Lima la gris, la llamó el poeta Salazar Blondy, pero incluso la más terrorífica penumbra puede dejar de serlo para convertirse en el cobijo ideal de dos amantes que se roban besos furtivos apañados por la cómplice dama pálida de los cielos. Mario nos confirma esto de una manera maravillosa, siendo su visión sumamente importante porque su óptica es de habitante y extranjero a la vez, que es lo que seríamos nosotros si fuéramos a vivir otras ciudades distintas a la natal. Definitivamente ha sido un delirio, como el de enamorarse, haberse sumergido en un viaje por las páginas de Ciudadelirio. Viaje que me atrevo a decir que toda persona debería hacer, pero especialmente los habitantes de esta tormentosa y gris ciudad.

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