La poesía mexicana reciente, digamos de los últimos diez años, parece debatirse en una necesidad estructural por encontrar formas, procedimientos, modos de representación que desborden las maneras tradicionales de aquello que es considerado como ‘lo poético’, ese viso inefable pero reconocible en dicciones, imágenes y temas más o menos estables al menos durante el siglo XX, de Contemporáneos en adelante. En este sentido, al margen de juicios subjetivos, debemos reconocer en Yaxkin Melchy una voz acorde con esta realidad difusa pero evidente de nuestra poesía. Su libro Los poemas que vi por un telescopio, con el cual ganó el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino del 2009, constituye sin duda una propuesta por ensanchar las posibilidades del discurso lírico nacional.
¿Cómo leer este poemario? Las rutas de acceso a él pasan lo mismo por los hallazgos de las vanguardias que por la interdisciplinariedad, no sólo con otras artes sino también con diversos campos del conocimiento humano. La fuerte égida del Creacionismo huidobriano se entrelaza con las apuestas visuales (ecos que van de Apollinaire a Juarroz), como a la presencia de la física, las matemáticas y, obvio, la astronomía. Más el añadido de Mario Santiago, Nicanor Parra o el concretismo brasileño. Pese a este conglomerado de presencias e influencias, la obra de Melchy se presenta como un adelanto temporal que busca los nuevos modos en que la poesía debe recrearse como sentido más de futuro que de presente. Este libro se inscribe, a decir del autor, en un ciclo poético mayor cuyo nombre general es El nuevo mundo, al cual por cierto pertenece también Ciudades electrodomésticas, obra con la que ganó el segundo lugar del Concurso 39 de la revista Punto de partida en el 2008.
Estamos entonces ante una propuesta a la que debemos reconocerle, cuando menos, la voluntad y la conciencia creativa. La voz lírica de Melchy, me parece, es de una intuición poética encomiable. El ritmo poético, parafraseando a Alfonso Reyes, los dioses (en este caso, las estrellas) “se lo otorgan de balde”. Acaso sea también su juventud lo que le permite ciertos atrevimientos que, sin estar necesariamente logrados, al menos balbucen los tonos a los que quizá debamos acostumbrarnos si queremos entender la poesía de los años venideros.
Dicho todo lo anterior, reconozcamos también que un poeta tan joven requiere madurar aún su talento. No basta la mera inclusión de diagramas, dibujos o notaciones binarias para leer una transformación poética. Estos procedimientos, que como ya dije provienen de las vanguardias, se vienen utilizando desde hace mucho tiempo. No es tampoco la ausencia de signos de puntuación o el juego con la diagramación de la página algo novedoso en sentido estricto. Me parece que los mejores logros del poema están más en los tratamientos del tema que en la forma per se. La recurrencia temática es susceptible de reducirse a dos tópicos: la familia (el padre, la madre, el ‘personaje’ Meme Rocha, presunto abuelo) y el espacio exterior (extraterrestres, estrellas, constelaciones, el Big Bang). Ambos temas están mediados por un lenguaje que evidencia un lenguaje que creció con la ciencia y la tecnología como algo natural en su cotidianeidad. En este sentido, es de resaltar el poema Relación virtual de Astor 45, donde el desarrollo vital de la voz lírica ocurre en una página de Internet, que sin embargo nunca aparece nombrada como tal.
Las tres partes del libro, IEU Inscripciones, C Los poemas que vi por un telescopio y D Los sueños los viajes, cumplen cada una su función programática: la primera, que abre el poemario, es un manifiesto en la mejor tradición vanguardista, al interior del cual la serie de Arco Iris de diversos colores recuerda inevitablemente, aunque en menor escala, la serie de los molinos en el canto V de Altazor, y el ‘delirio de literatura’ del poema instaura la perspectiva poética propuesta en el libro. La segunda parte, la más amplia del poemario, constituye el desarrollo del tema del libro: los poemas “dictados por Andrómeda” empatan las dos experiencias presentes en el libro, la familiar y la sideral. En particular, en Dictado por Andrómeda III, la combinación de versos en mayúsculas alineados a la izquierda y versos en minúsculas alineados a la derecha, permite leer cada serie por separado o en su combinatoria; pero me inclino a pensar que ambos textos conservan mayor fuerza poética por separado que en la lectura mezclada.
Finalmente, la tercera parte del libro conlleva una disolución de lo que típicamente aceptamos como poético, pues el uso de signos gráficos remplaza en gran medida al texto; esto, que ya aparece en la segunda sección, por ejemplo en la “intervención” de figuras exagonales sobre el cuerpo del poema, constituye la mayor carga simbólica a desentrañar, si es que estamos dispuestos a entender la propuesta del autor, sea que la compartamos o no. En este sentido, la serie de “sueños” dislocan al extremo el texto de la imagen; no proponen écfrasis alguna, sino una mera percepción visual de lo poético.
En suma, Los poemas que vi por un telescopio es, entanto voluntad de transformación, una propuesta interesante. Permite también conocer una voz cuya fuerza rítmica anima a seguir leyendo a este autor. Más sugestivos como provocación que como logro, los recursos de Yaxkin Melchy deben ser considerados y evaluados en perspectiva. Ya sabemos que muchas apuestas estéticas minusvaluadas en su inmediatez adquirieron con el tiempo valor de canon, pero también muchas otras se perdieron como ocurrencias transitorias. Si las combinaciones binarias con que cierra el poema, por ejemplo, serán interpretadas o no, como parte orgánica de la poesía, sólo el tiempo lo dirá. Por ahora, observemos e intentemos entender, sin reservas obtusas ni entusiasmos desmedidos, qué está pasando con la poesía mexicana de nuestros días, y discutamos sus nuevas propuestas, sin desechar ni celebrar obras a priori. La lectura de este poemario, me parece, es un buen modo de iniciar el debate.
Fuente: Periódico de Poesía
¿Cómo leer este poemario? Las rutas de acceso a él pasan lo mismo por los hallazgos de las vanguardias que por la interdisciplinariedad, no sólo con otras artes sino también con diversos campos del conocimiento humano. La fuerte égida del Creacionismo huidobriano se entrelaza con las apuestas visuales (ecos que van de Apollinaire a Juarroz), como a la presencia de la física, las matemáticas y, obvio, la astronomía. Más el añadido de Mario Santiago, Nicanor Parra o el concretismo brasileño. Pese a este conglomerado de presencias e influencias, la obra de Melchy se presenta como un adelanto temporal que busca los nuevos modos en que la poesía debe recrearse como sentido más de futuro que de presente. Este libro se inscribe, a decir del autor, en un ciclo poético mayor cuyo nombre general es El nuevo mundo, al cual por cierto pertenece también Ciudades electrodomésticas, obra con la que ganó el segundo lugar del Concurso 39 de la revista Punto de partida en el 2008.
Estamos entonces ante una propuesta a la que debemos reconocerle, cuando menos, la voluntad y la conciencia creativa. La voz lírica de Melchy, me parece, es de una intuición poética encomiable. El ritmo poético, parafraseando a Alfonso Reyes, los dioses (en este caso, las estrellas) “se lo otorgan de balde”. Acaso sea también su juventud lo que le permite ciertos atrevimientos que, sin estar necesariamente logrados, al menos balbucen los tonos a los que quizá debamos acostumbrarnos si queremos entender la poesía de los años venideros.
Dicho todo lo anterior, reconozcamos también que un poeta tan joven requiere madurar aún su talento. No basta la mera inclusión de diagramas, dibujos o notaciones binarias para leer una transformación poética. Estos procedimientos, que como ya dije provienen de las vanguardias, se vienen utilizando desde hace mucho tiempo. No es tampoco la ausencia de signos de puntuación o el juego con la diagramación de la página algo novedoso en sentido estricto. Me parece que los mejores logros del poema están más en los tratamientos del tema que en la forma per se. La recurrencia temática es susceptible de reducirse a dos tópicos: la familia (el padre, la madre, el ‘personaje’ Meme Rocha, presunto abuelo) y el espacio exterior (extraterrestres, estrellas, constelaciones, el Big Bang). Ambos temas están mediados por un lenguaje que evidencia un lenguaje que creció con la ciencia y la tecnología como algo natural en su cotidianeidad. En este sentido, es de resaltar el poema Relación virtual de Astor 45, donde el desarrollo vital de la voz lírica ocurre en una página de Internet, que sin embargo nunca aparece nombrada como tal.
Las tres partes del libro, IEU Inscripciones, C Los poemas que vi por un telescopio y D Los sueños los viajes, cumplen cada una su función programática: la primera, que abre el poemario, es un manifiesto en la mejor tradición vanguardista, al interior del cual la serie de Arco Iris de diversos colores recuerda inevitablemente, aunque en menor escala, la serie de los molinos en el canto V de Altazor, y el ‘delirio de literatura’ del poema instaura la perspectiva poética propuesta en el libro. La segunda parte, la más amplia del poemario, constituye el desarrollo del tema del libro: los poemas “dictados por Andrómeda” empatan las dos experiencias presentes en el libro, la familiar y la sideral. En particular, en Dictado por Andrómeda III, la combinación de versos en mayúsculas alineados a la izquierda y versos en minúsculas alineados a la derecha, permite leer cada serie por separado o en su combinatoria; pero me inclino a pensar que ambos textos conservan mayor fuerza poética por separado que en la lectura mezclada.
Finalmente, la tercera parte del libro conlleva una disolución de lo que típicamente aceptamos como poético, pues el uso de signos gráficos remplaza en gran medida al texto; esto, que ya aparece en la segunda sección, por ejemplo en la “intervención” de figuras exagonales sobre el cuerpo del poema, constituye la mayor carga simbólica a desentrañar, si es que estamos dispuestos a entender la propuesta del autor, sea que la compartamos o no. En este sentido, la serie de “sueños” dislocan al extremo el texto de la imagen; no proponen écfrasis alguna, sino una mera percepción visual de lo poético.
En suma, Los poemas que vi por un telescopio es, entanto voluntad de transformación, una propuesta interesante. Permite también conocer una voz cuya fuerza rítmica anima a seguir leyendo a este autor. Más sugestivos como provocación que como logro, los recursos de Yaxkin Melchy deben ser considerados y evaluados en perspectiva. Ya sabemos que muchas apuestas estéticas minusvaluadas en su inmediatez adquirieron con el tiempo valor de canon, pero también muchas otras se perdieron como ocurrencias transitorias. Si las combinaciones binarias con que cierra el poema, por ejemplo, serán interpretadas o no, como parte orgánica de la poesía, sólo el tiempo lo dirá. Por ahora, observemos e intentemos entender, sin reservas obtusas ni entusiasmos desmedidos, qué está pasando con la poesía mexicana de nuestros días, y discutamos sus nuevas propuestas, sin desechar ni celebrar obras a priori. La lectura de este poemario, me parece, es un buen modo de iniciar el debate.
Fuente: Periódico de Poesía
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