martes, 2 de noviembre de 2010

El paseo infinito: Una mesa en la espesura del bosque de Carlos López Degregori, por José Güich

El misterio de la palabra poética es uno de las más fascinantes de todas las experiencias del hombre. En manos de un artífice, la escritura nos instala en un espacio donde todos los contornos se perfilan como infinitos. Tal es la sensación que nos depara Una mesa en la espesura del bosque (Peisa, 2010), el reciente libro de Carlos López Degregori (Lima, 1952).

La ubicación de este gran poeta en la literatura peruana contemporánea resulta consensual y no admite discusiones bizantinas. Su ascenso a niveles canónicos quedó plenamente confirmado por la calidad de libros esenciales como Retratos de un caído resplandor (2002) y Flama y respiración (2005). La lucha por una limpia narratividad, al servicio exclusivo de la imagen, es digna de destacarse. Esta aventura se nutre de una búsqueda de transparencia poco habitual en los contemporáneos; son raros los creadores que logran hacer gala de un lenguaje depurado y, al mismo tiempo, de densa expresividad y simbolización.

Una mesa en la espesura del bosque no es mero apéndice de los hallazgos que habitan en volúmenes anteriores. La factura de los textos se anuncia hollada por una suerte de laconismo trabajado con rigor, al fin y al cabo imperceptible -como debe ser-. Así, nacen escenarios insólitos cuyo punto de apoyo es la voluntad de efectuar revelaciones partiendo para ello de la autonomía del poema. Los referentes intelectuales y estéticos se integran por igual a esa mirada. Tanto un autorretrato de Durero como un episodio de The Twilight Zone sirven para tales efectos. Nada de lo humano le es ajeno al poeta, parafraseando antiguas sentencias. En todos los casos, cada pieza de mitología personal se transfigura en un articulado universo, hecho de intuiciones y de compuertas que se abren hacia planos de significación apenas entrevistos, pero que seducen al lector por su honda belleza.

Sostener con ligereza que CLD se ha mimetizado respecto de otras voces es absurdo y esconde un ánimo reduccionista -de aplicación de plantillas-. Su identidad es única y debemos celebrar la nueva epifanía.

Fuente: Correo

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