Por Gustavo Reátegui Oliva
“Por todas partes los solitarios forzados empiezan a crear
las palabras del nuevo diálogo”
Octavio Paz
Hay una tradición poética liminar en nuestra poesía. La del habla castiza y cultivada por meandros oscuros, caminos poco transitados por lo difícil, pues el caminar descalzo a través de los andurriales libres de la palabra; deja llagas fieras bajo las plantas fantásticas y herméticamente cultivadas con primor de celosía, de un lenguaje alucinado. Pues para trabajar la palabra, el lenguaje; como los metales, se necesita de un rigor constante y avisado, un deshojar las láminas desgastadas de la realidad ya mentadas por los versos libres de toda pre-concepción. Estarse despiertos: “ese niño que vaga perdido jamás encontrará / el camino de regreso al vientre materno / un mismo infierno estarse confundido en la ciudad / esta travesía requiere el punto exacto / en donde los caminos se cortan / en donde los caminos acumulan sordas raíces / este sueño partido en dos” (II, Vestales, De la dulce infinita bóveda materna. p.33-34) o: “Acaso hablaré en el vacío de tu rostro / o buscaré tus pasos detrás de tu cabellera de fuego / o haré muchas cosas para encontrarte y no comprenderte/ tantos rostros y no comprender a ninguna / La vida es un vidrio desquiciado que nos entrega / sus fragmentos por minutos / y nos hinca los pies / La sangre sobre el pedrusco del camino / nos indica nuestro sexo / nuestro olor a animales muertos / y la fiebre que vino a rondar al séptimo día” (II, Vestales, Prelusión. p.28)
Paul Guillén (Ica, 1976), pertenece a la rara estirpe de poetas nacidos en esta tierra que construye su poética con una alquimia poco frecuentada e incunable. Poeta fino y sibarita, de gusto y aire cerrado. La Transformación de los metales, no es tanto un poemario como una experiencia: alucinada y religiosa, entre la vigilia y el sueño. Guillén conoce sus herramientas y acomete la tarea en plena madurez –si cabe decir esto de un creador que frisa la treintena de años- de sus facultades. Experimental no sólo en la forma, recurre a un legado greco-latino como piedra filosofal de su basamento, mas no se piense que lo suyo es un mero alarde erudito y efectista. Estás palabras relucientes que se copian y pro-crean así mismas encandiladas, guardan un fuego de aliteraciones, insólitas construcciones de luz oscura. Metáforas felices, ora mortecinas, que cuando se apagan es para mejor brillar desde el fondo de su significado y volverse, impenetrables, abstrusas. Balbucientes, significantes rayos de un sol negro: “El viento me arrastraba como una langosta / Sin esperanza alguna en dos principios y en ningún final / Mi poética es la de la rueda y el ciempiés / Del país más extraño de la lanza / Anubis prende su belleza en las lorigas del ruido / Posa sus garras / Tenemos avispas en las manos para el aserrín / Y por piedra principal a la máquina / Benefactora de las nubes y la nieve / Sólo comparable al anatmán budista: / GOOOOOOOOOOR! / GROOOOOOOOOOOOOOOOOOH! / GOOOOOOOO / ROOOOOOOOOOOH! / POWF!RAHH!BLAHHR!” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección V. p.75-76)
El yo poético muta –se transforma- en cada una de las IV partes en que está estructurada esta lámina de acero pulcro y trabajado, brilloso: “Las Ténebres Sirtes / un lugar donde / ves el cielo / descampado / de mayo / Un ajedrez / de estrellas / donde uno / puede moverse / como una princesa / que no existe / Un infierno azul / compuesto de alcohol / y augures de luz / -vacío” (III, La muerte del hombre amarillo, Las Ténebres Sirtes. p.53-54)
Su búsqueda es la de un verso que –más allá de la índole genérica- se sienta más humano: es ese al género al que apunta, a la humanidad fundiéndose en el Uno. En el universo. Y para esto el poeta se sirve de Marco Valerio y por interpósita persona nos dice: “He vuelto la cabeza y no encontré perfección / Asido al corazón hallé un fluorescente / Que repetía en son de burla el muro es mi espejo / Cada hombre y alguna mujer son un relincho / Desde un monte escucharé algún día el gemido / A sus peñascos mi pie elidido sin refugio / Vuela oh gusano que el ave nos lleve en su pico / Sin peligro de abismo paracaídas puesto / Cómo saber si al morir terminará la muerte / Sus ojos aspergiados saben seducir no perder / Aquí el tiempo no importa sino el cosmos las nubes / No hay geometría que aguante este mundo / Máquina humana que habitas el mundo vano / Enseña a estos pobres inmortales la magia / Del artificio como el león ruge en el llano” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección I. p.67)
Su canto es como uno coral a la existencia toda. Su mirada aparentemente desencantada se posa en un pasado eterno e ideal. Por momentos asoma un humor fino que tantea negras ironías: “Un perro devora una ciudad / pensando que es un Uno / Cruza una pista una torre lo embiste / Su cuerpo ha alcanzado la perfección / No rinde sacrificios o hecatombes / Ni incienso ni mirra ni toca un bambú / No ha tenido que arrojarse a una fontana / Engañado por un vil reflejo / Aun así, él es un Uno” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección II. p.69) o: “y yo que caminaba por esta ciudad / sin recuerdo de uno mismo / y ahora las calles no son las mismas / y lo único que puedo recordar son los amigos y los viajes / para no volver nunca ni antes / maldito líquido violeta que te pusiste en tu velo / de novia / cuando me abandonaste en ese altar –en el cual no creo, / pero igual me dolió- entonces, / aún dudaba de las premoniciones / y te miraba fijamente / y de pronto me robaron la cartera!” (III, La muerte del hombre amarillo, La muerte... p.44)
Experiencia en contrapunto, el metal pulido relumbra desde lo oscuro contrastando su filo real: su mundo se abre en musical sordina: “Ore por la paz, Virgen Negra del Espanto, / Reina del cielo y del infierno, / Háganos orar con devoción / Y dirija nuestras almas hacia el Cosmos / Hacia el Hijo del Cosmos, / Acaso requiere de muchas personas / Para hacer notar que su sangre fluye? / Mientras siga la guerra oremos / Quién se podría cansar de oraciones? / Porque su Señor está débil y solo/ No puede ayudarlos en esta catástrofe; / Ore por la paz, verdadero tesoro de alegría. / Ore y simplemente ore” (III, La muerte del hombre amarillo, Plegaria por la paz. p. 49-50)
Está claro, de este mundo alucinado llegarán más hallazgos, más perlas de luz oscura, más apocalípticos presagios, que entrañan muerte y subsecuente vida. Sólo se le pediría al autor, menos cripticismo, y de cuando en vez; una ventana entreabierta por donde asomarnos a mirarnos mutuamente, y ser Uno en la Tierra en el presente, en las palabras del nuevo diálogo y siguiendo a su Marco Valerio: “Ninguna herencia que permanezca inmutable / ningún deseo de volver a ser lo de antes (…) y ya es tiempo de olvidar y de seguir adelante, hijo mío” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección III. p. 71-72)
* Guillén, Paul. La transformación de los metales. Lima: tRpode editores, 2005. pp.84.
las palabras del nuevo diálogo”
Octavio Paz
Hay una tradición poética liminar en nuestra poesía. La del habla castiza y cultivada por meandros oscuros, caminos poco transitados por lo difícil, pues el caminar descalzo a través de los andurriales libres de la palabra; deja llagas fieras bajo las plantas fantásticas y herméticamente cultivadas con primor de celosía, de un lenguaje alucinado. Pues para trabajar la palabra, el lenguaje; como los metales, se necesita de un rigor constante y avisado, un deshojar las láminas desgastadas de la realidad ya mentadas por los versos libres de toda pre-concepción. Estarse despiertos: “ese niño que vaga perdido jamás encontrará / el camino de regreso al vientre materno / un mismo infierno estarse confundido en la ciudad / esta travesía requiere el punto exacto / en donde los caminos se cortan / en donde los caminos acumulan sordas raíces / este sueño partido en dos” (II, Vestales, De la dulce infinita bóveda materna. p.33-34) o: “Acaso hablaré en el vacío de tu rostro / o buscaré tus pasos detrás de tu cabellera de fuego / o haré muchas cosas para encontrarte y no comprenderte/ tantos rostros y no comprender a ninguna / La vida es un vidrio desquiciado que nos entrega / sus fragmentos por minutos / y nos hinca los pies / La sangre sobre el pedrusco del camino / nos indica nuestro sexo / nuestro olor a animales muertos / y la fiebre que vino a rondar al séptimo día” (II, Vestales, Prelusión. p.28)
Paul Guillén (Ica, 1976), pertenece a la rara estirpe de poetas nacidos en esta tierra que construye su poética con una alquimia poco frecuentada e incunable. Poeta fino y sibarita, de gusto y aire cerrado. La Transformación de los metales, no es tanto un poemario como una experiencia: alucinada y religiosa, entre la vigilia y el sueño. Guillén conoce sus herramientas y acomete la tarea en plena madurez –si cabe decir esto de un creador que frisa la treintena de años- de sus facultades. Experimental no sólo en la forma, recurre a un legado greco-latino como piedra filosofal de su basamento, mas no se piense que lo suyo es un mero alarde erudito y efectista. Estás palabras relucientes que se copian y pro-crean así mismas encandiladas, guardan un fuego de aliteraciones, insólitas construcciones de luz oscura. Metáforas felices, ora mortecinas, que cuando se apagan es para mejor brillar desde el fondo de su significado y volverse, impenetrables, abstrusas. Balbucientes, significantes rayos de un sol negro: “El viento me arrastraba como una langosta / Sin esperanza alguna en dos principios y en ningún final / Mi poética es la de la rueda y el ciempiés / Del país más extraño de la lanza / Anubis prende su belleza en las lorigas del ruido / Posa sus garras / Tenemos avispas en las manos para el aserrín / Y por piedra principal a la máquina / Benefactora de las nubes y la nieve / Sólo comparable al anatmán budista: / GOOOOOOOOOOR! / GROOOOOOOOOOOOOOOOOOH! / GOOOOOOOO / ROOOOOOOOOOOH! / POWF!RAHH!BLAHHR!” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección V. p.75-76)
El yo poético muta –se transforma- en cada una de las IV partes en que está estructurada esta lámina de acero pulcro y trabajado, brilloso: “Las Ténebres Sirtes / un lugar donde / ves el cielo / descampado / de mayo / Un ajedrez / de estrellas / donde uno / puede moverse / como una princesa / que no existe / Un infierno azul / compuesto de alcohol / y augures de luz / -vacío” (III, La muerte del hombre amarillo, Las Ténebres Sirtes. p.53-54)
Su búsqueda es la de un verso que –más allá de la índole genérica- se sienta más humano: es ese al género al que apunta, a la humanidad fundiéndose en el Uno. En el universo. Y para esto el poeta se sirve de Marco Valerio y por interpósita persona nos dice: “He vuelto la cabeza y no encontré perfección / Asido al corazón hallé un fluorescente / Que repetía en son de burla el muro es mi espejo / Cada hombre y alguna mujer son un relincho / Desde un monte escucharé algún día el gemido / A sus peñascos mi pie elidido sin refugio / Vuela oh gusano que el ave nos lleve en su pico / Sin peligro de abismo paracaídas puesto / Cómo saber si al morir terminará la muerte / Sus ojos aspergiados saben seducir no perder / Aquí el tiempo no importa sino el cosmos las nubes / No hay geometría que aguante este mundo / Máquina humana que habitas el mundo vano / Enseña a estos pobres inmortales la magia / Del artificio como el león ruge en el llano” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección I. p.67)
Su canto es como uno coral a la existencia toda. Su mirada aparentemente desencantada se posa en un pasado eterno e ideal. Por momentos asoma un humor fino que tantea negras ironías: “Un perro devora una ciudad / pensando que es un Uno / Cruza una pista una torre lo embiste / Su cuerpo ha alcanzado la perfección / No rinde sacrificios o hecatombes / Ni incienso ni mirra ni toca un bambú / No ha tenido que arrojarse a una fontana / Engañado por un vil reflejo / Aun así, él es un Uno” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección II. p.69) o: “y yo que caminaba por esta ciudad / sin recuerdo de uno mismo / y ahora las calles no son las mismas / y lo único que puedo recordar son los amigos y los viajes / para no volver nunca ni antes / maldito líquido violeta que te pusiste en tu velo / de novia / cuando me abandonaste en ese altar –en el cual no creo, / pero igual me dolió- entonces, / aún dudaba de las premoniciones / y te miraba fijamente / y de pronto me robaron la cartera!” (III, La muerte del hombre amarillo, La muerte... p.44)
Experiencia en contrapunto, el metal pulido relumbra desde lo oscuro contrastando su filo real: su mundo se abre en musical sordina: “Ore por la paz, Virgen Negra del Espanto, / Reina del cielo y del infierno, / Háganos orar con devoción / Y dirija nuestras almas hacia el Cosmos / Hacia el Hijo del Cosmos, / Acaso requiere de muchas personas / Para hacer notar que su sangre fluye? / Mientras siga la guerra oremos / Quién se podría cansar de oraciones? / Porque su Señor está débil y solo/ No puede ayudarlos en esta catástrofe; / Ore por la paz, verdadero tesoro de alegría. / Ore y simplemente ore” (III, La muerte del hombre amarillo, Plegaria por la paz. p. 49-50)
Está claro, de este mundo alucinado llegarán más hallazgos, más perlas de luz oscura, más apocalípticos presagios, que entrañan muerte y subsecuente vida. Sólo se le pediría al autor, menos cripticismo, y de cuando en vez; una ventana entreabierta por donde asomarnos a mirarnos mutuamente, y ser Uno en la Tierra en el presente, en las palabras del nuevo diálogo y siguiendo a su Marco Valerio: “Ninguna herencia que permanezca inmutable / ningún deseo de volver a ser lo de antes (…) y ya es tiempo de olvidar y de seguir adelante, hijo mío” (IV, Salmos de Marco Valerio, Salmos, sección III. p. 71-72)
* Guillén, Paul. La transformación de los metales. Lima: tRpode editores, 2005. pp.84.
Publicado originalmente en www.lospoetasdelcinco.cl
3 comentarios:
Me gusta este acercamiento al libro, pero no entiendo muy bien eso de pedir "menos cripticismo" al poeta. Si no hay un reproche promercadista y en el fondo populista en ello, entonces estamos frente a una demanda, ella sí, críptica.
Felicitaciones por el libro Paul. Este texto me ha llevado a chequearlo de nuevo.
Estimado Victor Coral coincido con tu apreciacion. Yo tambien encuentro un poco extraño que un critico pida al texto literario algo que por logica de sentido recusa, sobre todo, cuando ahora mis nuevos poemas son mas cripticos y se niegan a entrar en el circuito de la comunicacion, lo que si creo es que el poeta debe ser fiel a sí mismo, aunque nadie lo "entienda".
Buen amigo, y mejor poeta Paul Guillén ( es evidente que algunas personas tienen la rara capacidad de encontrar tres pies al gato, y ningún búho):
Por supuesto poeta, que eres libre de crearte una poética y un sueño alucinado a tu medida, de formar tu estética y una ética muy acorde a tu persona y temperamento. Sabes muy bien por dónde van las palabras…
Que el 2007 y muchos más; el Sol negro siga brillando persistente y eterno desde el fondo de sí mismo, fiel a su significado. Me despido hermano, con las palabras de un maestro genial, deseando que todo fluya:
"Allí donde resuenan múltiples las contradicciones
deambulo yo con preferencia.
Nadie cede a otro – ¡oh placer!-
el derecho a errar ”.
Goethe.
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