Iguana (Lima: Fondo de Cultura Económica, 2006) es un libro hecho a dos manos: una, con la pluma de Miguel Ángel Zapata, la otra, con el pincel de Jorge Valdivia Carrasco. Dos ideas distintas y un solo Libro verdadero. A ambos lo único, o lo que más parece unirlos, es la presencia de las aves. Retratos y palabras en un solo vuelo: unos, se quedan en el lienzo como figuras en color, otras, en la página como palabras musicales. Valdivia Carrasco parte para sus cuadros ante todo de pinturas renacentistas y las vuelve parte de su imaginación y sensibilidad. A la belleza de las imágenes de los óleos antiguos Valdivia Carrasco les otorga una nueva vida que llega volando. Vemos, entre otros, retratos de Rafael, de Piero Della Francesca o de Vermeer (la inolvidable "Niña de la perla"). En el prólogo del libro, publicado por el FCE peruano hace unos meses, Arturo Corcuera anota sobre el pintor y el poeta: "La palabra y el pincel remontan sus propios horizontes en un agitar de plumas. Cada cual afina su voz, su trazo, tocados por la fantasía y el delirio". O de otra manera dicho por Carlos Germán Belli sobre Iguana: "El hilo conductor es la presencia del reino animal en las composiciones de uno y otro creador, cada cual con su bestiario, y cada cual insertándolo en sus respectivos mundos personales".
Desde el siglo XIX, con Baudelaire (Pequeños poemas en prosa) y Rimbaud (Una temporada en el infierno), el poema en prosa se volvió tan importante en la tradición como el poema en verso, es decir, ambos poetas franceses le dieron carta de identidad moderna. Más: los libros antedichos se han visto, los vemos aún, como verdaderas obras maestras, y aun creo, por ejemplo, que los Pequeños poemas en prosa, son más cercanos a nuestra sensibilidad moderna que Las flores del mal. Tales libros, con el versículo whitmaniano, con el vers libre a la manera de Laforgue, abrieron las vías para la llegada del verso libre, la forma poética que dominó la poesía del siglo XX y domina los principios del XXI. En un principio podríamos señalar que en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire había más la vertiente objetiva y en la Temporada de Rimbaud la subjetiva. Es un decir. Si uno se adentra mínimamente en los libros llega un momento en donde hallamos pasajes objetivos y otros subjetivos o donde parecen comunicarse y combinarse unos y otros. El mismo Rimbaud, como saben hasta los que no saben, escribió otro libro de prosas breves, misterioso y deslumbrante (Iluminaciones), donde prevalece lo objetivo. En México, por ejemplo, han cultivado con singular brillantez el poema en prosa por diferentes vías Gilberto Owen (Línea), Octavio Paz (¿Aguila o sol?, El mono gramático), Jaime Sabines (Diario semanario), José Emilio Pacheco (la sección "Prosas" en su libro Islas a la deriva) y Francisco Hernández (Mascarón de prosa).
El poema en prosa es la forma favorita de Miguel Ángel Zapata y la cual se le da como agua en la hierba. En las piezas de Iguana cuenta pequeñas historias personales o de familia o con amigos. Amante de los bestiarios, Zapata ha creado aquí y allá el suyo en su obra, y en este libro, por ejemplo, oímos, nos hace oír, el canto del sinsonte, el cual es tan bienaventurado como la música que crean el laúd y el oboe, o el canario que tiene en vez de voz la música de la flauta, o el loro, que en lugar de repetir frases y palabras repite silencios y suelta silbidos. O hallamos del reino animal a la iguana, a la que quisiera dejarla ir para que regrese desnuda al desierto, al "rinoceronte feliz", en el que quisiera convertirse para la felicidad de las niñas, al venado, al que ve pasar entre "los elevados pinos de Tahoe", y al perro Terrier, al "que le gusta oír a Mozart cuando llueve".
En los poemas de Zapata hay pequeñas y continuas bellezas. Casi no hay pieza que no me guste, pero ninguna me encanta más que una de las más extensas, dedicada precisamente a Valdivia Carrasco, "Prosas de un tren nocturno a Luxemburgo", que es un itinerario europeo, que no deja de tener secretas correspondencias, muy probablemente no buscadas, con poemas de Contranatura de su paisano y amigo Rodolfo Hinostroza.
Zapata vive, le encanta vivir, en el resplandor de la niñez. Es un niño sin edad cuyos versos ligeros vuelan con las alas de las aves o en el aire de papel de las cometas. El libro tal vez quiere ser un regalo a sus hijos que en el ayer del tiempo viven en el hoy del arte. Ellos y él quedan, gracias a la magia de la poesía, gracias a esta obra, como sus contemporáneos a finales de los años ochenta del siglo XX. Iguana es un libro para que el corazón no olvide de la niñez agitada banderas ni juguetes, un libro que el autor lo escribió de pie o caminando o en un velocípedo o en el tren o en pleno vuelo entre el aire y las nubes, lleno de goces y delicadezas, de ternuras y suaves sensualidades, un libro que salió un día desde las aguas del Océano Pacífico en la California estadounidense y alguien lo encontró años después, dentro de una botella, en el puerto de Barcelona, en el mar Mediterráneo.
Desde el siglo XIX, con Baudelaire (Pequeños poemas en prosa) y Rimbaud (Una temporada en el infierno), el poema en prosa se volvió tan importante en la tradición como el poema en verso, es decir, ambos poetas franceses le dieron carta de identidad moderna. Más: los libros antedichos se han visto, los vemos aún, como verdaderas obras maestras, y aun creo, por ejemplo, que los Pequeños poemas en prosa, son más cercanos a nuestra sensibilidad moderna que Las flores del mal. Tales libros, con el versículo whitmaniano, con el vers libre a la manera de Laforgue, abrieron las vías para la llegada del verso libre, la forma poética que dominó la poesía del siglo XX y domina los principios del XXI. En un principio podríamos señalar que en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire había más la vertiente objetiva y en la Temporada de Rimbaud la subjetiva. Es un decir. Si uno se adentra mínimamente en los libros llega un momento en donde hallamos pasajes objetivos y otros subjetivos o donde parecen comunicarse y combinarse unos y otros. El mismo Rimbaud, como saben hasta los que no saben, escribió otro libro de prosas breves, misterioso y deslumbrante (Iluminaciones), donde prevalece lo objetivo. En México, por ejemplo, han cultivado con singular brillantez el poema en prosa por diferentes vías Gilberto Owen (Línea), Octavio Paz (¿Aguila o sol?, El mono gramático), Jaime Sabines (Diario semanario), José Emilio Pacheco (la sección "Prosas" en su libro Islas a la deriva) y Francisco Hernández (Mascarón de prosa).
El poema en prosa es la forma favorita de Miguel Ángel Zapata y la cual se le da como agua en la hierba. En las piezas de Iguana cuenta pequeñas historias personales o de familia o con amigos. Amante de los bestiarios, Zapata ha creado aquí y allá el suyo en su obra, y en este libro, por ejemplo, oímos, nos hace oír, el canto del sinsonte, el cual es tan bienaventurado como la música que crean el laúd y el oboe, o el canario que tiene en vez de voz la música de la flauta, o el loro, que en lugar de repetir frases y palabras repite silencios y suelta silbidos. O hallamos del reino animal a la iguana, a la que quisiera dejarla ir para que regrese desnuda al desierto, al "rinoceronte feliz", en el que quisiera convertirse para la felicidad de las niñas, al venado, al que ve pasar entre "los elevados pinos de Tahoe", y al perro Terrier, al "que le gusta oír a Mozart cuando llueve".
En los poemas de Zapata hay pequeñas y continuas bellezas. Casi no hay pieza que no me guste, pero ninguna me encanta más que una de las más extensas, dedicada precisamente a Valdivia Carrasco, "Prosas de un tren nocturno a Luxemburgo", que es un itinerario europeo, que no deja de tener secretas correspondencias, muy probablemente no buscadas, con poemas de Contranatura de su paisano y amigo Rodolfo Hinostroza.
Zapata vive, le encanta vivir, en el resplandor de la niñez. Es un niño sin edad cuyos versos ligeros vuelan con las alas de las aves o en el aire de papel de las cometas. El libro tal vez quiere ser un regalo a sus hijos que en el ayer del tiempo viven en el hoy del arte. Ellos y él quedan, gracias a la magia de la poesía, gracias a esta obra, como sus contemporáneos a finales de los años ochenta del siglo XX. Iguana es un libro para que el corazón no olvide de la niñez agitada banderas ni juguetes, un libro que el autor lo escribió de pie o caminando o en un velocípedo o en el tren o en pleno vuelo entre el aire y las nubes, lleno de goces y delicadezas, de ternuras y suaves sensualidades, un libro que salió un día desde las aguas del Océano Pacífico en la California estadounidense y alguien lo encontró años después, dentro de una botella, en el puerto de Barcelona, en el mar Mediterráneo.
TOMADO DE www.letras.s5.com
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