El mundo de las antologías de poesía es todo un mundo. El mundo está lleno de antologías. Para las editoriales, supuestamente, es una buena coartada para atraer lectores bajo la (también supuestamente) consigna de que las antologías son una muestra selecta y representativa de una determinada época, de una zona lingüística, de un país, de lo que sea, aunque debe ser un acto compilador marcado por las preferencias (no siempre bien estipuladas ni fundamentadas como correspondería) del antologador, la mayoría de las veces poeta también él o ella.
Desde que nuevas tecnologías fueron incorporadas a la industria editorial, las antologías proliferan como ranas después de la lluvia. Quien cruce la frontera norte y entre en alguno de los inmensos locales de las mega multinacionales Barnes & Noble o Borders, encontrara en la sección Poesía anaqueles completos dedicados a las antologías. No obstante, aunque el ojo avizor pueda suponer lo contrario (pues las antologías, a diferencia de los libros individuales de poetas, son expuestas en las mesas de novedades junto a los recientes best seller) muy raras veces, que es decir nunca, una antología se convierte en fenómeno de ventas, lo cual viene a demostrar que ni siquiera así, incluyendo en el paquete de lectura a nombres reconocibles allende el lectorado de poesía y teniendo masiva promoción en los grandes mercados de la palabra, la poesía vende.
En el mundo editorial anglosajón las antologías se publican por decenas, teniendo como destinatario principal y primario a estudiantes universitarios, quienes las compran para cumplir obligadamente con los requisitos de una clase. Las antologías pues, son un buen instrumento para hacer que la poesía circule con inmediatez entre quienes no suelen leerla o que sólo la leen por mandato docente. De esta forma se explica el boom de las antologías, no sólo de poesía. El lector quiere variedad, igual que en el supermercado. Quiere que le digan cuáles son los autores que debe leer. Y una antología no hace más que esto, argumentando otras cosas más.
Claro está, como era de esperarse, en este borbollón de antologías, en el idioma que sea, que todos los años salen al mercado, pocas logran establecer una diferencia y convertirse en punto de referencia para los momentos siguientes al momento de su publicación. Es decir, lo mismo que en el mercado intencional del best seller, también aquí entra en juego un compuesto de estrategias determinadas que distinguen a una antología de las restantes, aunque no siempre logre imponerla ni siquiera utilizando sofisticadas maniobras de marketing.
La coherencia en la selección y el trabajo bio-biográfico (la historiografía que relaciona a la persona literaria con la persona real), de rescate, antologización y de síntesis son, tal parece, requisitos imprescindibles, si no del éxito del libro, al menos de su valor documental. Además, está el detalle, también preponderante, de saber justificar con argumentos, sean ya emocionales o intelectuales, las inclusiones tanto como las exclusiones. No obstante, y vaya ironía editorial, hay antologías que lograron destacarse principalmente por privilegiar el ejercicio radical de una subjetividad lectora que depende más de sus gustos y preferencias poéticas que del delicado balance que posibilita el diálogo (con su época y sus excepcionalidades) de las voces recopiladas, tanto entre sí como con las otras estéticas incluidas.
En ocasiones, la desmesura de una subjetividad puede resultar más efectiva que la mesura analítica, aunque no cumpla con todos los requisitos de lo que sería el canon básico del buen antologador (como aquí previamente se ha sugerido). Ejemplos típicos al respecto son las muestras Laurel, antología de la poesía moderna en lengua española (llena de exclusiones y olvidos imperdonables), realizada en 1941 por Emilio Prados, Xavier Villaurrutia, Juan Gil Albert y Octavio Paz, y Antología de la poesía hispanoamericana, de José Olivio Jiménez, quizás la más popular muestra antológica en lengua hispana de todos los tiempos, publicada treinta años después de Laurel, en 1971, la cual ha tenido varias reediciones y generó buenas ganancias para la editorial, Alianza, y para el autor de la misma, tal como éste me lo comentó en una ocasión. Todavía sigue circulando. Hace tiempo que no aparece una antología tan exitosa, por más que ya se publicaron a posteriori varias con parecidos intentos y muy bien promocionadas, las cuales han entrado y salido de las estanterías sin pena ni gloria, pero trayendo más penas que glorias poéticas.
La amplia biblioteca de antologías de poesía mexicana incluye, entre otras, a las siguientes: Poesía en movimiento (1966), La poesía mexicana del siglo xx (1966), República de poetas (1985), Poetas de una generación 1950-1959 (1988), La rosa de los vientos. Antología de poesía mexicana actual (1992), La sirena en el espejo. Antología de nueva poesía mexicana 1972-1989 (1990), Where Words like monarcas (1998), y El manantial latente: muestra de poesía mexicana desde el ahora, 1986-2002 (2002). Ahora, dos poetas de reconocimiento internacional, Víctor Manuel Mendiola (mexicano, 1954) y Miguel Ángel Zapata (peruano, 1955), y un critico y ensayista con varios libros publicados, Miguel Gomes (venezolano, 1964) publican Tigre la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 (Madrid, Hiperión, 2006). Tres son los antologadores y tres también los prologuistas, pues Mendiola, Zapata y Gomes han escrito –tal vez por vivir en geografías aparte– tres prólogos diferentes, contrariando lo indicado como ideal para este tipo de libro, que sería presentar un prólogo único, el cual fungiría como ordenador y catalizador de las preferencias estéticas (o ideológicas: porque, vaya aberración, aún se publican antologías guiadas por esto) de los antologadores involucrados, en este caso, tres.
La opción elegida en esta ocasión presenta riesgos, pues los tres prólogos no están al mismo nivel ni tienen la misma capacidad de convencimiento analítico. Veamos. Para un lector compenetrado con la propuesta, las introducciones de Mendiola (Una poesía con monstruo) y Zapata (Poesía Mexicana: la subversión de la vanguardia) pueden parecer demasiado breves, sobre todo porque ambos poetas tienen un buen bagaje crítico como también experiencia publicando antologías valiosas (Mendiola, Sol de antojo. Antología poética de erotismo gay, y Zapata, Nueva poesía latinoamericana), y podrían haber articulado sus presentaciones con mayor variedad de argumentos de los discernidos en esta ocasión. ¿La brevedad se debe a una exigencia de la editorial para acotar el número de páginas totales del libro? Cualquiera que sea la respuesta, la defensa (necesaria) de las inclusiones y exclusiones, si bien resulta apenas sugerida, es claramente entendida por el lector. No obstante, una mayor elaboración de los argumentos críticos utilizados hubiera estado más de acuerdo con el plan de rigor que el libro propone y en términos generales consigue.
Trascendida esta observación, el resultado de ambas introducciones debe considerarse valioso, principalmente por lo que aportan respecto al abanico de afinidades que relaciona al antologador con los períodos elegidos y con los poetas incluidos. En este aspecto, el orden contrastante que presenta Mendiola para defender su visión de la poesía mexicana resulta muy útil y responsable (aspecto esencial para justificar cualquier antología), puesto que permite comprender con más claridad las necesarias discrepancias de frente y de fondo que toda muestra compilatoria exigente debe generar. Mendiola logra sintetizar efectivamente el campo de acción poética sobre el que trabajaron los tres antologadores, el cual corría el riesgo de disiparse por la presencia de prólogos diferentes que sólo tangencialmente se complementan.
Mendiola defiende una determinada forma de escribir poesía y lo hace bien, como ya lo hizo antes, sosteniendo el pulso de una traza estética (la poética en cuestión) que se quiere identificar como esa "minuciosa complejidad ensimismada" de la poesía mexicana del siglo xx (la cual, "sin dejar de mirar hacia adelante nunca deja de mirar hacia atrás"), un siglo pasado que aún parece ser este, el xxi, al menos en las peculiaridades retóricas del discurso poético en desarrollo en México actualmente (el de los nacidos en la década de 1960), que abrevan en el "corazón retrógrado" aún en vigencia. La tradición, al menos en ese aspecto, tiene continuadores diversos.
El prólogo de Zapata, mientras tanto, dejadas a un lado las discutibles vaguedades del último párrafo ("una poesía que tiene una entrañable relación con la vida y el lenguaje subversivo"), articula bien las preferencias formales del antologador, las cuales, también tangencialmente, se verifican en su obra poética. Guste o no, Zapata sabe ir al grano y esa honestidad, más allá de las discrepancias estéticas que pueda generar, debe agradecerse, sobre todo en una época de antologadores patéticamente camaleónicos, oportunistas prêt-à-porter del genero.
En cambio, el prólogo de Gomes (Después de los ismos: la voluntad de historia en la poesía mexicana reciente), resulta una sorpresa fallida, sobre todo para quienes conocemos y respetamos su buena labor como ensayista. El informe sobre la época "después de los ismos" resulta tedioso y excesivo, caracterizado por una inflación de referencias que poco o nada aportan al proyecto en cuestión. Cargado de lugares comunes y de términos objetables ("imaginería", ¿qué es eso?), este (tercer) prólogo parece estar fuera de contexto; incluido en el libro equivocado. Es un prólogo pomposo y pretencioso, más propicio para una revista académica estadunidense de escasa lectura, que para este libro dirigido a un público con más aspiraciones de claridad.
También deberían haberse evitado algunos errores de edición, debidos tal vez al hecho de que el trabajo fue realizado a la distancia (Mendiola vive en México df, Zapata en Nueva York, y Gomes en Connecticut). Por ejemplo, Zapata dice en la página 31 que Francisco Cervantes murió en 2004, pero en la página 199 se informa que falleció "en 2005". ¿Vivió otro año sin que Zapata lo supiera, o solamente en la página 199 vivió 365 días más? En la página 36 se dice: "Loyola es tal vez el poeta más dotado de su generación". ¿Loyola, san Ignacio? ¿O Noyola, Samuel? En la página 20 se refiere a "los poetas que nacen entre 1953 y 1957", mencionándose al poeta "Javier (1956)". ¿Es ese su nombre completo, Javier, como si fuera un cantante pop estilo Luis Miguel, o falta el apellido? ¿Por qué en la página 26 se refiere al "siglo xxi" (en números romanos) y dos párrafos después se menciona "la primera mitad del siglo veinte (en letras)". ¿Por qué no mantener el mismo estilo? Por otra parte, las bibliografías están incompletas. La de Gerardo Deniz llega apenas hasta el año 1996. La de Pacheco, por su parte, hasta el presente. ¿Por que? Las salvedades, empero, son menores.
Una antología de poesía se hunde o se salva –como ésta– por el propio material recopilado. Ha habido algunas, varias, con prólogos excelentes que han sido desastrosas y que hoy están olvidadas (las bibliotecas del mundo anglosajón están llenas de ellas: sólo se salva el prologuista), y hay otras que incluso con ausencia de palabras liminares se han transformado en muestras recomendables, canonizadoras de sí mismas. Las de Alberto Girri, sus varias antologías de poesía norteamericana son un ejemplo fiel al respecto.
Así, pues, a diferencia de tantas antologías hispanoamericanas y transatlánticas recientes donde, por la superficialidad de los criterios empleados y los obvios pecados de amiguismo, resulta casi imposible justificar la presencia de la tercera parte de los incluidos, Tigre la sed se destaca por la coherencia utilizada para fundamentar sus distinguibles códigos de elección y al mismo tiempo distanciarse de un plan totalizante, tan nefasto y común en este tipo de libro, el cual suele convertir a las antologías en clones de la guía telefónica.
Por fortuna, para el lector y para el criterio general del libro, aquí esos excesos debidos a la falta de rigor y perspectiva estética, y por el uso recurrente del "amiguismo", son sorteados mediante el ejercicio de un plan de lectura honesta, en tanto sólo se incluyen voces afines con la estética defendida por las antologadores. Una antología, una buena antología, no debe ser ni más ni menos que esto, y ser esto sin pretender impostar otra cosa; ni la verdad definitiva ni tampoco convertirse en heraldo de una dudosa imposición de canon que nunca llega a resultar contundente ni convincente.
En Tigre la sed han quedado marginadas algunas –no muchas– voces cuyo discurso, por la personalidad de su diseño retórico, merecían la inclusión. Faltan Coral Bracho (1951), Minerva Margarita Villarreal (1957), José Homero (1965) y Ernesto Lumbreras (1966). Si está incluido Jorge Fernández Granados, estos dos últimos, compañeros de generación con similar vuelo de intensidad y de aciertos formales, deberían estar presentes. A los excluidos conviene recordarles lo que dice Zapata en su prólogo: "Eduardo Lizalde, quien curiosamente no fue incluido en Poesía en movimiento (1966), es un poeta notable. Paz cometió un grave error (que levante la mano quien esté libre de tales errores) conjuntamente con los otros poetas que participaron en esa empresa al ignorar la presencia del joven poeta Lizalde." En síntesis, incluso los poetas notables pueden quedar excluidos de una antología. Por otra parte, aquí se incluye a Gerardo Deniz, quien practica una escritura de "lenguaje que se vierte en más lenguaje" (observación utilizada por Mendiola para referirse a Jaime Reyes, David Huerta y Coral Bracho, excluidos los tres), y es un poeta en línea directa con el escribir laberíntico de Sor Juana y José Gorostiza.
Sin embargo, más allá de las valiosas y necesarias discrepancias que pueda generar, Tigre la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 cumple afirmativamente su cometido de síntesis, rescate y afirmación de un determinado tipo de lenguaje lírico, satisfaciendo la prueba del rigor no sólo por la coherencia de criterios empleados en el trabajo recopilatorio, sino también por el corpus poético seleccionado, detalle nada menor en este tipo de libro donde el valor documental hace recordar a esos discos de "Grandes Hits", en los cuales uno recomienda a un amigo: "Escucha esta canción, y aquella también, la otra no, aunque la siguiente sí." El público en España ha captado la propuesta: esta semana la antología saltó del noveno al séptimo lugar en el ranking de libros de poesía más vendidos del diario El Mundo.
En Tigre la sed, a decir verdad, hay muchas voces y canciones buenas. De antología. La opción es variada y cumple con efectividad su objetivo de presentar una rigurosa visión de la poesía mexicana contemporánea según determinadas preferencias estéticas articuladas por la subjetividad y justificadas por un criterio unificador. Las notas introductorias de cada poeta son informativas, precisas, y no caen en estúpidas adulaciones con afán exegético, tan comunes en estos días al genero recopilatorio. Es otro de los aspectos positivos de una muestra muy destacable, llamada a ser referente y con vida propia en el proliferante mundo de las antologías.
Desde que nuevas tecnologías fueron incorporadas a la industria editorial, las antologías proliferan como ranas después de la lluvia. Quien cruce la frontera norte y entre en alguno de los inmensos locales de las mega multinacionales Barnes & Noble o Borders, encontrara en la sección Poesía anaqueles completos dedicados a las antologías. No obstante, aunque el ojo avizor pueda suponer lo contrario (pues las antologías, a diferencia de los libros individuales de poetas, son expuestas en las mesas de novedades junto a los recientes best seller) muy raras veces, que es decir nunca, una antología se convierte en fenómeno de ventas, lo cual viene a demostrar que ni siquiera así, incluyendo en el paquete de lectura a nombres reconocibles allende el lectorado de poesía y teniendo masiva promoción en los grandes mercados de la palabra, la poesía vende.
En el mundo editorial anglosajón las antologías se publican por decenas, teniendo como destinatario principal y primario a estudiantes universitarios, quienes las compran para cumplir obligadamente con los requisitos de una clase. Las antologías pues, son un buen instrumento para hacer que la poesía circule con inmediatez entre quienes no suelen leerla o que sólo la leen por mandato docente. De esta forma se explica el boom de las antologías, no sólo de poesía. El lector quiere variedad, igual que en el supermercado. Quiere que le digan cuáles son los autores que debe leer. Y una antología no hace más que esto, argumentando otras cosas más.
Claro está, como era de esperarse, en este borbollón de antologías, en el idioma que sea, que todos los años salen al mercado, pocas logran establecer una diferencia y convertirse en punto de referencia para los momentos siguientes al momento de su publicación. Es decir, lo mismo que en el mercado intencional del best seller, también aquí entra en juego un compuesto de estrategias determinadas que distinguen a una antología de las restantes, aunque no siempre logre imponerla ni siquiera utilizando sofisticadas maniobras de marketing.
La coherencia en la selección y el trabajo bio-biográfico (la historiografía que relaciona a la persona literaria con la persona real), de rescate, antologización y de síntesis son, tal parece, requisitos imprescindibles, si no del éxito del libro, al menos de su valor documental. Además, está el detalle, también preponderante, de saber justificar con argumentos, sean ya emocionales o intelectuales, las inclusiones tanto como las exclusiones. No obstante, y vaya ironía editorial, hay antologías que lograron destacarse principalmente por privilegiar el ejercicio radical de una subjetividad lectora que depende más de sus gustos y preferencias poéticas que del delicado balance que posibilita el diálogo (con su época y sus excepcionalidades) de las voces recopiladas, tanto entre sí como con las otras estéticas incluidas.
En ocasiones, la desmesura de una subjetividad puede resultar más efectiva que la mesura analítica, aunque no cumpla con todos los requisitos de lo que sería el canon básico del buen antologador (como aquí previamente se ha sugerido). Ejemplos típicos al respecto son las muestras Laurel, antología de la poesía moderna en lengua española (llena de exclusiones y olvidos imperdonables), realizada en 1941 por Emilio Prados, Xavier Villaurrutia, Juan Gil Albert y Octavio Paz, y Antología de la poesía hispanoamericana, de José Olivio Jiménez, quizás la más popular muestra antológica en lengua hispana de todos los tiempos, publicada treinta años después de Laurel, en 1971, la cual ha tenido varias reediciones y generó buenas ganancias para la editorial, Alianza, y para el autor de la misma, tal como éste me lo comentó en una ocasión. Todavía sigue circulando. Hace tiempo que no aparece una antología tan exitosa, por más que ya se publicaron a posteriori varias con parecidos intentos y muy bien promocionadas, las cuales han entrado y salido de las estanterías sin pena ni gloria, pero trayendo más penas que glorias poéticas.
La amplia biblioteca de antologías de poesía mexicana incluye, entre otras, a las siguientes: Poesía en movimiento (1966), La poesía mexicana del siglo xx (1966), República de poetas (1985), Poetas de una generación 1950-1959 (1988), La rosa de los vientos. Antología de poesía mexicana actual (1992), La sirena en el espejo. Antología de nueva poesía mexicana 1972-1989 (1990), Where Words like monarcas (1998), y El manantial latente: muestra de poesía mexicana desde el ahora, 1986-2002 (2002). Ahora, dos poetas de reconocimiento internacional, Víctor Manuel Mendiola (mexicano, 1954) y Miguel Ángel Zapata (peruano, 1955), y un critico y ensayista con varios libros publicados, Miguel Gomes (venezolano, 1964) publican Tigre la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 (Madrid, Hiperión, 2006). Tres son los antologadores y tres también los prologuistas, pues Mendiola, Zapata y Gomes han escrito –tal vez por vivir en geografías aparte– tres prólogos diferentes, contrariando lo indicado como ideal para este tipo de libro, que sería presentar un prólogo único, el cual fungiría como ordenador y catalizador de las preferencias estéticas (o ideológicas: porque, vaya aberración, aún se publican antologías guiadas por esto) de los antologadores involucrados, en este caso, tres.
La opción elegida en esta ocasión presenta riesgos, pues los tres prólogos no están al mismo nivel ni tienen la misma capacidad de convencimiento analítico. Veamos. Para un lector compenetrado con la propuesta, las introducciones de Mendiola (Una poesía con monstruo) y Zapata (Poesía Mexicana: la subversión de la vanguardia) pueden parecer demasiado breves, sobre todo porque ambos poetas tienen un buen bagaje crítico como también experiencia publicando antologías valiosas (Mendiola, Sol de antojo. Antología poética de erotismo gay, y Zapata, Nueva poesía latinoamericana), y podrían haber articulado sus presentaciones con mayor variedad de argumentos de los discernidos en esta ocasión. ¿La brevedad se debe a una exigencia de la editorial para acotar el número de páginas totales del libro? Cualquiera que sea la respuesta, la defensa (necesaria) de las inclusiones y exclusiones, si bien resulta apenas sugerida, es claramente entendida por el lector. No obstante, una mayor elaboración de los argumentos críticos utilizados hubiera estado más de acuerdo con el plan de rigor que el libro propone y en términos generales consigue.
Trascendida esta observación, el resultado de ambas introducciones debe considerarse valioso, principalmente por lo que aportan respecto al abanico de afinidades que relaciona al antologador con los períodos elegidos y con los poetas incluidos. En este aspecto, el orden contrastante que presenta Mendiola para defender su visión de la poesía mexicana resulta muy útil y responsable (aspecto esencial para justificar cualquier antología), puesto que permite comprender con más claridad las necesarias discrepancias de frente y de fondo que toda muestra compilatoria exigente debe generar. Mendiola logra sintetizar efectivamente el campo de acción poética sobre el que trabajaron los tres antologadores, el cual corría el riesgo de disiparse por la presencia de prólogos diferentes que sólo tangencialmente se complementan.
Mendiola defiende una determinada forma de escribir poesía y lo hace bien, como ya lo hizo antes, sosteniendo el pulso de una traza estética (la poética en cuestión) que se quiere identificar como esa "minuciosa complejidad ensimismada" de la poesía mexicana del siglo xx (la cual, "sin dejar de mirar hacia adelante nunca deja de mirar hacia atrás"), un siglo pasado que aún parece ser este, el xxi, al menos en las peculiaridades retóricas del discurso poético en desarrollo en México actualmente (el de los nacidos en la década de 1960), que abrevan en el "corazón retrógrado" aún en vigencia. La tradición, al menos en ese aspecto, tiene continuadores diversos.
El prólogo de Zapata, mientras tanto, dejadas a un lado las discutibles vaguedades del último párrafo ("una poesía que tiene una entrañable relación con la vida y el lenguaje subversivo"), articula bien las preferencias formales del antologador, las cuales, también tangencialmente, se verifican en su obra poética. Guste o no, Zapata sabe ir al grano y esa honestidad, más allá de las discrepancias estéticas que pueda generar, debe agradecerse, sobre todo en una época de antologadores patéticamente camaleónicos, oportunistas prêt-à-porter del genero.
En cambio, el prólogo de Gomes (Después de los ismos: la voluntad de historia en la poesía mexicana reciente), resulta una sorpresa fallida, sobre todo para quienes conocemos y respetamos su buena labor como ensayista. El informe sobre la época "después de los ismos" resulta tedioso y excesivo, caracterizado por una inflación de referencias que poco o nada aportan al proyecto en cuestión. Cargado de lugares comunes y de términos objetables ("imaginería", ¿qué es eso?), este (tercer) prólogo parece estar fuera de contexto; incluido en el libro equivocado. Es un prólogo pomposo y pretencioso, más propicio para una revista académica estadunidense de escasa lectura, que para este libro dirigido a un público con más aspiraciones de claridad.
También deberían haberse evitado algunos errores de edición, debidos tal vez al hecho de que el trabajo fue realizado a la distancia (Mendiola vive en México df, Zapata en Nueva York, y Gomes en Connecticut). Por ejemplo, Zapata dice en la página 31 que Francisco Cervantes murió en 2004, pero en la página 199 se informa que falleció "en 2005". ¿Vivió otro año sin que Zapata lo supiera, o solamente en la página 199 vivió 365 días más? En la página 36 se dice: "Loyola es tal vez el poeta más dotado de su generación". ¿Loyola, san Ignacio? ¿O Noyola, Samuel? En la página 20 se refiere a "los poetas que nacen entre 1953 y 1957", mencionándose al poeta "Javier (1956)". ¿Es ese su nombre completo, Javier, como si fuera un cantante pop estilo Luis Miguel, o falta el apellido? ¿Por qué en la página 26 se refiere al "siglo xxi" (en números romanos) y dos párrafos después se menciona "la primera mitad del siglo veinte (en letras)". ¿Por qué no mantener el mismo estilo? Por otra parte, las bibliografías están incompletas. La de Gerardo Deniz llega apenas hasta el año 1996. La de Pacheco, por su parte, hasta el presente. ¿Por que? Las salvedades, empero, son menores.
Una antología de poesía se hunde o se salva –como ésta– por el propio material recopilado. Ha habido algunas, varias, con prólogos excelentes que han sido desastrosas y que hoy están olvidadas (las bibliotecas del mundo anglosajón están llenas de ellas: sólo se salva el prologuista), y hay otras que incluso con ausencia de palabras liminares se han transformado en muestras recomendables, canonizadoras de sí mismas. Las de Alberto Girri, sus varias antologías de poesía norteamericana son un ejemplo fiel al respecto.
Así, pues, a diferencia de tantas antologías hispanoamericanas y transatlánticas recientes donde, por la superficialidad de los criterios empleados y los obvios pecados de amiguismo, resulta casi imposible justificar la presencia de la tercera parte de los incluidos, Tigre la sed se destaca por la coherencia utilizada para fundamentar sus distinguibles códigos de elección y al mismo tiempo distanciarse de un plan totalizante, tan nefasto y común en este tipo de libro, el cual suele convertir a las antologías en clones de la guía telefónica.
Por fortuna, para el lector y para el criterio general del libro, aquí esos excesos debidos a la falta de rigor y perspectiva estética, y por el uso recurrente del "amiguismo", son sorteados mediante el ejercicio de un plan de lectura honesta, en tanto sólo se incluyen voces afines con la estética defendida por las antologadores. Una antología, una buena antología, no debe ser ni más ni menos que esto, y ser esto sin pretender impostar otra cosa; ni la verdad definitiva ni tampoco convertirse en heraldo de una dudosa imposición de canon que nunca llega a resultar contundente ni convincente.
En Tigre la sed han quedado marginadas algunas –no muchas– voces cuyo discurso, por la personalidad de su diseño retórico, merecían la inclusión. Faltan Coral Bracho (1951), Minerva Margarita Villarreal (1957), José Homero (1965) y Ernesto Lumbreras (1966). Si está incluido Jorge Fernández Granados, estos dos últimos, compañeros de generación con similar vuelo de intensidad y de aciertos formales, deberían estar presentes. A los excluidos conviene recordarles lo que dice Zapata en su prólogo: "Eduardo Lizalde, quien curiosamente no fue incluido en Poesía en movimiento (1966), es un poeta notable. Paz cometió un grave error (que levante la mano quien esté libre de tales errores) conjuntamente con los otros poetas que participaron en esa empresa al ignorar la presencia del joven poeta Lizalde." En síntesis, incluso los poetas notables pueden quedar excluidos de una antología. Por otra parte, aquí se incluye a Gerardo Deniz, quien practica una escritura de "lenguaje que se vierte en más lenguaje" (observación utilizada por Mendiola para referirse a Jaime Reyes, David Huerta y Coral Bracho, excluidos los tres), y es un poeta en línea directa con el escribir laberíntico de Sor Juana y José Gorostiza.
Sin embargo, más allá de las valiosas y necesarias discrepancias que pueda generar, Tigre la sed. Antología de poesía mexicana contemporánea 1950-2005 cumple afirmativamente su cometido de síntesis, rescate y afirmación de un determinado tipo de lenguaje lírico, satisfaciendo la prueba del rigor no sólo por la coherencia de criterios empleados en el trabajo recopilatorio, sino también por el corpus poético seleccionado, detalle nada menor en este tipo de libro donde el valor documental hace recordar a esos discos de "Grandes Hits", en los cuales uno recomienda a un amigo: "Escucha esta canción, y aquella también, la otra no, aunque la siguiente sí." El público en España ha captado la propuesta: esta semana la antología saltó del noveno al séptimo lugar en el ranking de libros de poesía más vendidos del diario El Mundo.
En Tigre la sed, a decir verdad, hay muchas voces y canciones buenas. De antología. La opción es variada y cumple con efectividad su objetivo de presentar una rigurosa visión de la poesía mexicana contemporánea según determinadas preferencias estéticas articuladas por la subjetividad y justificadas por un criterio unificador. Las notas introductorias de cada poeta son informativas, precisas, y no caen en estúpidas adulaciones con afán exegético, tan comunes en estos días al genero recopilatorio. Es otro de los aspectos positivos de una muestra muy destacable, llamada a ser referente y con vida propia en el proliferante mundo de las antologías.
Tomado de La Jornada de la UNAM
También puede leerse la ficha de la antología en la página de Hiperión:
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