viernes, 15 de diciembre de 2006

Algo sobre tiempo y existencia en la poesía de Juan Ojeda


Juan Ojeda (Chimbote, 1944 - Lima, 1974) fue un poeta obsesionado con el dominio del conocimiento humano, quizá, como nadie en su generación, y con la idea de plasmar ese conocimiento trascendental en versículos angustiosos, tenaces, a veces retorcidos y como alargándose -cual tenebrosas enredaderas- hacia una retórica de lo sin salida, de lo vacuo y fútil de la existencia humana.

"Y sobre la tierra una ausencia de dioses" leemos en “Crónica de Boecio”, y es como si desde el principio el yo poético nos fuera preparando para un espectáculo desolador: el mundo abandonado a su propio infortunio, a su degradación imperturbable, y apenas algún remanso por ahí de congoja, de añoranza de tiempos distintos.

Si examinamos el índice de Arte de navegar 1962-1974 (Cronopia Editores, 2000) tal vez sólo obtengamos falsos caminos, vacíos, evasiones con respecto a las líneas maestras de su pensar, afirmadas de cierto en la filosofía de Martín Heidegger, y en una visión del tiempo que sacrifica el futuro en aras de un pasado decaído y de un presente en viaje constante a la disolución; lo metatemporal es solo un espejismo para él:

"Lo intemporal, pues, es un error de los sentidos/ y no anheles mayor ciencia que tu muerte y tus ojos/ que ruedan entre improbables imágenes".

Hablábamos de vías engañosas porque la mayor parte de textos menores en homenaje a personajes prestigiosos de la cultura occidental (Swedemborg, Eckhart, Paracelso, Silecius, Mallarmé, entre otros) muchas veces no pasan de ser excusas para prolongar las artísticas letanías existenciales del yo poético. Aquellas que encuentran su forma más lograda y hermética -aunque parezca paradójico- en uno de los poemas más ambiciosos de la segunda mitad del siglo veinte peruano: "Elogio de los navegantes"

Dos columnas centrales nos serán útiles apuntalar para afirmar nuestro ejercicio hermenéutico en adelante. Por un lado, la superación heideggeriana del tiempo -que al parecer Ojeda no compartió o simplemente no contactó en su época- como limitante del ser a partir de una convencional preeminencia del presente sobre el pasado y el futuro. Cito textualmente de "El concepto de tiempo", del filósofo alemán:

"El ser-ahí, concebido en su posibilidad más extrema de ser, no es en el tiempo. Se derrumba toda habladuría y aquello en lo que ella se sostiene; se derrumba todo desasosiego, todo trajín, todo bullicio y todo ajetreo (...) El ser futuro da tiempo, forma el presente y permite reiterar el pasado en el "cómo" de su vivencia. Visto desde la cuestión del tiempo, esto significa que el fenómeno fundamental del tiempo es el futuro."

Heidegger, pues, luego de establecer las coordenadas fundamentales del cepo existencial en el que se encuentra todo "ser ahí", da con una salida inesperada, iluminadora: el futuro es una forma de volver (al pasado) pero "este volver nunca puede convertirse en aquello que llamamos aburrido, en aquello que se consume y desgasta". El "ser ahí", así, puede proyectarse, aferrarse "precisamente a lo que no es pasado todavía y se ocupa de lo que quizá aún le queda".
El futuro, centralizado, por así decirlo, en nuestra percepción del tiempo, acaba con la visión desoladora de nuestro presente y con lo irrecuperable del pasado.

Por otro lado tenemos el episodio entre Caronte y Dante en el canto tercero del Infierno (Comedia). Allí Caronte reprende preocupado a Dante por su presencia "entre aquellos que están muertos". Como se sabe, Dante se apresta, acompañado de Virgilio, a abordar la nave del barquero de los infiernos. Esta escena es un leitmotiv incesante a lo largo de "Elogio de los navegantes", que trae al lector no poca lumbre sobre algunos pasajes especialmente oscuros.

"Somos la palabra muerta en otros bosques" se lee un poco más adelante. Y esta es otra de las ideas recurrentes en Ojeda. El lenguaje se hace inútil para descifrar (ya ni siquiera para describir) el hórrido espectáculo de la realidad abandonada de sentido, del mundo corroído por lo impermanente y la disolución, que cual plagas pandorianas asolan la faz mundana dejando una estela de vacío e irrisión. "En verdad sólo hemos acunado advenimiento", reconoce lacónicamente el yo poético, como si en tal estado sólo quedara para el hombre una turbia y hueca esperanza, ciego como lo concibe a futuro alguno, con un presente en fuga ignominiosa y con un pasado cuyas poderosas y herrumbradas compuertas se hubieran cerrado para siempre:

"Todo se diluye, nada queda: tal un fruto desnudo/ que retiembla en el vacío: Sombra. Ausencia/ como soledad de siglos, objetos que indican/ el fenecer gratuito soterrado en toda existencia."

El elogio de los navegantes, en este contexto, es el elogio de aquellos que han sido ganados por la muerte: los viajeros de Caronte precisamente. Ni el conocimiento ni un posible retorno a la tradición les son de mucha ayuda. Son torpes ilusiones que los alejan de la irrevocabilidad de las imágenes, del tiempo que es el único que "conoce la absoluta forma donde todo perece".

Hay, entonces, un presupuesto en todo el poema: el yo poético es una suerte de testigo excepcional de una caída degradante irrefrenable que, vestida de confusión e irrisión, bailotea una danza de muerte ante sus ojos atormentados que buscan refugiarse en la soledad. Acaso en la debilidad de una palabra todavía. Pero, cabrá la pregunta, ¿no somos todos un poco responsables de lo que vemos en lo real? Luego de despreciar el futuro como posibilidad de una temporalidad distinta, basada en lo por hacer y no en lo dado irremisible, ¿no somos acaso, un poco, los arquitectos de nuestra propia mazmorra, los terribles demiurgos de un paraíso de podredumbre y error cuyo canto -en el caso del poeta- es su único sentido?

No habiendo salida, estando todo perdido y todo esfuerzo casi convertido en risible, terminamos siendo pasajeros de esta barca insospechada que es el mundo y que nos lleva irredimiblemente hacia la muerte sin esperanza. Esta la tremenda verdad -¿hasta qué punto?- de un poema admirable por su arquitectura, por el increíble registro de sus imágenes entre desoladoras y fantasmagóricas, por la habilidad hoy casi inhallable de imbricar con éxito ideología y poesía, vida y muerte en honor a un mundo que pudo ser de otra manera. ¿Qué puede ser de otra manera?

Tomado de www.luzdelimbo.blogspot.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Elogio de los navegantes a la altura de Contranatura o de Fin desierto de Montalbetti?

Texto interesante.

paul guillen dijo...

Creo que la imagen cabal de la escritura de Juan Ojeda se dará cuando se reunan sus escritos dispersos con su Arte de navegar, ojala muy pronto podamos leer esa obra "completa".

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