Si recordamos bien, a inicios de 2000, en los claustros universitarios de San Marcos, hacen su aparición grupos como Sociedad elefante, Coito ergo sum, El Club de la serpiente, Segregación y Artesanos. Ninguno de ellos con una propuesta colectiva ni con la publicación de manifiestos ni con líneas poéticas definidas. Pero que, andando las aguas, nos han entregado libros interesantes como La voz de la manada de Miguel Ángel Sanz Chung, Présago de Romy Sordómez, Galería de Miguel Ángel Malpartida, Serthea de Daniel Amayo, Conflicto azul de Raúl Solís, El topo de Miguel Reyes, entre otros.
En esa perspectiva se instala Canto de la herrumbre de José Agustín Haya de la Torre (Lima, 1981). Perteneciente a una tradición insular que ve en el tópico de la muerte un signo positivo. Tal vez, por eso su libro no ha sido muy comentado aún. Para nadie es agradable hablar con los muertos y no salir herido. En ese sentido, desde el título el concepto de la “herrumbre” actuaría como el paso de la muerte, que atraviesa la falsa vida herrumbrando todo lo que toca o ve. En ese sentido, Canto de la herrumbre es un libro que transita por imágenes mortuorias, catastróficas, de declive y, además, nos dice que “es el hombre quien crea sus límites (…) sin ver más allá de la piel”. Al parecer este sujeto poético se siente atrapado en una cárcel (la existencia) y ansía poder liberarse, este recorrido se asemeja a la idea ojediana de despertar del sueño en el cual el hombre se encuentra sumergido: “Dejo de transitar por esta / tierra sonámbula / que de alquimia no sabe nada / y de hipocresía todo / para abrir mis ojos a las tinieblas”. El poeta como un muerto sabe algo más de esa existencia “otra”, por eso, cuando se refiere a los muertos nos dice “mas son ellos quienes siempre hablan (…) Fuego en los mitos / y en los labios de los cadáveres”. De esa manera, es concluyente que todos los poemas tengan títulos relacionados con la muerte “Regreso al sepulcro”, “Obituario”, “Sien fragmentada”, “Del ahorcado”, “Elogio de los muertos”. Entonces, perfectamente el libro podría haberse titulado también Canto de la muerte: “Sólo se puede juzgar la belleza de la vida / comparándola con la de la muerte”. Este discurso que ve en la muerte un signo positivo se apoyaría en una idea ética relacionada con la poesía y aquí Haya de la Torre encuentra el mayor valor de su libro no transitar por un mundo falso, lleno de envidia, que no comprende a los seres sensibles y que los enajena. Haya de la Torre se vale de las voces de Blake, Lautréamont, Artaud, Panero para decirnos a través de voces claudicantes, moribundas, que saben de su destino mortuorio: “Qué nunca callen los muertos / son la presencia del amor / y el recuerdo”. Así sea, que reine la muerte sobre la falsa realidad.
Paul Guillén
En esa perspectiva se instala Canto de la herrumbre de José Agustín Haya de la Torre (Lima, 1981). Perteneciente a una tradición insular que ve en el tópico de la muerte un signo positivo. Tal vez, por eso su libro no ha sido muy comentado aún. Para nadie es agradable hablar con los muertos y no salir herido. En ese sentido, desde el título el concepto de la “herrumbre” actuaría como el paso de la muerte, que atraviesa la falsa vida herrumbrando todo lo que toca o ve. En ese sentido, Canto de la herrumbre es un libro que transita por imágenes mortuorias, catastróficas, de declive y, además, nos dice que “es el hombre quien crea sus límites (…) sin ver más allá de la piel”. Al parecer este sujeto poético se siente atrapado en una cárcel (la existencia) y ansía poder liberarse, este recorrido se asemeja a la idea ojediana de despertar del sueño en el cual el hombre se encuentra sumergido: “Dejo de transitar por esta / tierra sonámbula / que de alquimia no sabe nada / y de hipocresía todo / para abrir mis ojos a las tinieblas”. El poeta como un muerto sabe algo más de esa existencia “otra”, por eso, cuando se refiere a los muertos nos dice “mas son ellos quienes siempre hablan (…) Fuego en los mitos / y en los labios de los cadáveres”. De esa manera, es concluyente que todos los poemas tengan títulos relacionados con la muerte “Regreso al sepulcro”, “Obituario”, “Sien fragmentada”, “Del ahorcado”, “Elogio de los muertos”. Entonces, perfectamente el libro podría haberse titulado también Canto de la muerte: “Sólo se puede juzgar la belleza de la vida / comparándola con la de la muerte”. Este discurso que ve en la muerte un signo positivo se apoyaría en una idea ética relacionada con la poesía y aquí Haya de la Torre encuentra el mayor valor de su libro no transitar por un mundo falso, lleno de envidia, que no comprende a los seres sensibles y que los enajena. Haya de la Torre se vale de las voces de Blake, Lautréamont, Artaud, Panero para decirnos a través de voces claudicantes, moribundas, que saben de su destino mortuorio: “Qué nunca callen los muertos / son la presencia del amor / y el recuerdo”. Así sea, que reine la muerte sobre la falsa realidad.
Paul Guillén
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