Oh la lluvia a las siete
Y la paga a las once.
Sonriendo mantén al jefe lejos,
Mary (¿qué vas a hacer?). Pasaron
Ya las siete y las once,
Y yo sigo esperándote.
¡Oh, Mary, ojos
azules y pañuelo burdeos,
Mi
Mary de los sábados!
¡Campanillas del carro
De golosinas!
¡Palomas a millones,
Y Prince Street en primavera,
Donde brillan los higos
Junto a las ostras!
¡Oh, Mary que te
asomas desde el silo,
Suelta
tu trenza de oro!
En pleno mediodía
De mayo las violetas
Se esparcen en cornisas de narcisos.
Reinan en Bleecker bandas de trileros,
Con crin de poni las peonías
Y en las ventanas nomeolvides:
¡Allá arriba, en
la torre de latón, resplandece,
Oh,
Mary catedral,
resplandece!
(Editorial PRE-TEXTOS,
2013)
HART CRANE (1899-1932)
es uno de los poetas norteamericanos más relevantes del siglo XX. Su obra
poética, marcada tanto por la intensidad como por la brevedad (sólo llegó a
publicar dos libros:
White Buildings,
en 1925, y The Bridge, en 1930), así como por la dificultad y el hermetismo de
su dicción, ha sido situada en la tradición que inauguró Walt Whitman, de quien
Crane es hoy considerado como uno de sus principales herederos. Mediante una escritura
opaca y musical, aspiró ante todo a crear una poesía épica norteamericana con
lenguaje moderno. Para el crítico Waldo Frank, en El puente –que
para el autor constituía un solo poema– logró Crane hallar el principio
unificador del yo del poeta con la realidad circundante y con la tradición. A
pesar de todas sus dificultades y del rechazo in icial que esta obra suscitó,
«Hart Crane –escriben las traductoras de este volumen– ha terminado siendo un
punto de inflexión en la poesía moderna». La presente versión de El puente de
Hart Crane ha sido realizada en el seno del Taller de Traducción Literaria de
la Universidad de La Laguna, que desde su creación en 1995 se ha especializado
en la traducción de obras definidas por su dificultad o su complejidad.
El puente, de Hart Crane (1899-1932), constituye el último gran
intento, en la literatura norteamericana, de construir el mito de la
Tierra Prometida, esa Nueva Jerusalén en la que los hombres gozarían de
las beatitudes del Cielo, augurada por Emerson y Thoreau (seguir leyendo)
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