¿Surge la vanguardia de la descomposición de los antiguos esquemas narrativos y artístico-literarios para alcanzar un nuevo eje estilístico?
La vanguardia supone el principio de un arte nuevo.
Descomposición y requiebro y estructuralismo y desnaturalización y deconstructivismo y artificiosidad (y demás palabrejas) vienen (indefectiblemente) a acompañar a nuestras queridas “vanguardias” (que, por cierto, y teniendo en cuenta que ya datan de principios del siglo pasado deberíamos empezar a tratar como “viejos esquemas”). Si el cubismo abrió el terreno para el gran público de los museos, tal vez fue Apollinaire, gran amigo de Picasso, el que abrió los ojos al gran público parisino de las posibilidades de estos fenómenos más o menos literariamente paranormales.
No existe vanguardia de no existir en el seno de un grupo.
Y es que podríamos llamar a nuestro particular agente Mulder (y a su siempre preciosa compañera Scully, claro está) para preguntarles el porqué de estos fenómenos. Mulder nos hablaría probablemente entre la relación entre los mitos y las primeras y arcaicas manifestaciones artísticas y de algo así como una involución y evolución a la par. Scully, tras una mirada intensa, probablemente nos deleitaría con una explicación pseudo-histórica e historicista sobre la necesidad de las vanguardias y el principio de crisis que ha venido acompañando a dichas manifestaciones en todos los campos del arte.
La vanguardia se refiere a lo más moderno, chocante y primordial.
Sea como fuere, nuestro particular Expediente X contiene elementos que, tenga quien tenga razón, son dignos de análisis. El por qué del surgimiento de la vanguardia es algo aún por determinar y, sobre todo, su pervivencia en el tiempo. Si Joyce aglutina todas las vanguardias (que lo hace), y la vanguardia pervive en el tiempo no como fenómeno anecdótico sino como auténtico regenerador artístico, entonces dentro de diez siglos (más que probablemente) Joyce será un clásico a la altura de Homero quien, no lo olvidemos, logró aglutinar su tiempo en torno a su obra poética. De no ser así, el mismísimo James Joyce morirá como tantos otros nombres ilustres en la historia de la vanguardia.
La vanguardia es lo que queda cuando eliminamos lo que sobra.
Pero hablar de vanguardia es también hablar de interdisciplinariedad (juro que me a costado escribirlo) y de las relaciones existentes entre las distintas formas artísticas combinadas: Joyce utilizaba la música y Apollinaire la forma pictórica para dar materialidad a sus palabra, Breton combinaba elementos de otras disciplinas científicas (dicen que el psicoanálisis), Ionesco buscaba en el teatro una forma de novela y Beckett en la novela una forma de absurda teatralidad poética.
La vanguardia es contraria al arte historicista y, por tanto, es la más historicista de las artes.
Parece una contradicción pero la disyuntiva se hace más que patente: huyendo de la propia historia literaria (o pictórica o escultural) reconvertimos la propia esencia de nuestra disciplina hasta llegar a la propia esencia de la misma: Joyce fue más literato que cualquiera y, destrozando la forma literaria, logró una forma literaria pura, Picasso utilizó el teatro en su Guernica para llevar al absurdo la forma pictórica del abstracto más representativo.
La vanguardia es, en última instancia, la vuelta al origen.
Más tarde (dicen) vino el desastre de la guerra que trajo consigo el miedo, el socialismo y la destrucción de este espíritu pionero. ¿Cierto? Es probable, dada la mediocridad y falta de iniciativa en la narrativa actual. Hablaba en Finnegans’ Wake de un tal Lipoleum o Lipoleón sin tilde o sin mayúscula… ¿no es acaso cierto que tras la sombra de este vulgar reclutador surgieron un siglo más tarde otras vanguardias? La vanguardia, como regeneración, supuso un hito en la historia más reciente del arte más abyecto y también dentro del más clásico: ¿acaso no es cierto que Ulises toma la estructura de la obra de Homero y el propio Picasso reinterpreta cierto famoso cuadro de Velázquez? Sin tratarse de una mera repetición, la sombra de la historia que tanto detesto nos retrotrae al futuro inmediato del presente, a la búsqueda de un nuevo círculo dantesco en el que, no lo olvidemos, estamos condenados todos los artistas.
Toda vanguardia es, por definición, la huída de la propia esencia del arte para regresar, inexorablemente, a la propia esencia de las artes todas.
Es el círculo del que el artista nunca habló, ¿para qué ponerle número? Es el círculo del navegante Earwicker convertido en una serpiente que se muerde la cola y grita, de nuevo y por vez primera: ¿por qué la vanguardia? ¿no es acaso la vanguardia lo más moderno en arte y no es acaso la vanguardia paradigma y contradicción en tanto en cuanto que existió y murió etimológicamente en aquel París de 1920? ¿Acaso no fueron hombres como Breton los que trataron de minimizar la vanguardia y ponerlos al servicio del orden social? ¿Y no fueron esos mismos hombres los que crearon y profetizaron las vanguardias?
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