I
Leer a Saint-John Perse nos
informa de una extraña forma de júbilo o exaltación poética provocada por la
sola existencia del mundo. Desde su primer libro, Elogios (1911), hasta su
Canto para un equinoccio (1975), Perse despliega una sostenida vocación por la
alabanza que lo emparenta, como se ha hecho notar, con la antigua poesía sagrada,
los himnos y las teogonías.
Es cierto que el paisaje
antillano es el escenario del primer libro de Perse, pero la sabiduría de estos
poemas no proviene, por supuesto, de ninguna «sangre noble» ni de una
«presencia, latente o manifiesta, de las Antilias», sino de un recurso retórico
que Perse usa como ningún otro poeta: la saturación de nombres. Junto al elogio
del mundo natural, a la infancia de la civilización, a la primera edad del
hombre, hay también una profusión «numénica» como ajuste de cuentas, un adiós a
la «fábula generosa» de la mirada inocente que se convierte en anuncio de
partida definitiva: «todos los caminos del mundo comen en mi mano». Octavio Paz
lo hace notar con singular agudeza: «De Éloges a Anabase sólo había un paso.
Perse lo dio sin nostalgia, decidido desde entonces a ser el Extranjero: no hay
camino de retorno ni vuelta al país natal».
Para Roger Caillois, de quien Lezama aprendió tanto, Perse es el «cronista de una civilización ideal que parece surgida de todas las grandes épocas de la historia (…) Sin pertenecer propiamente a ninguna de ellas, dicha civilización reúne sus perfecciones y la estabilidad de sus liturgias, para ofrecer al poeta una vasta extensión de inocencia y bienestar, de profusión y poderío, donde se proyectan indefinidamente sus predilecciones».
La poesía de Perse —se ha dicho
hasta el cansancio— resuelve el dilema entre Naturaleza e Historia
recordándonos ese carácter mayúsculo que implica la fundación misma de lo
histórico. Cada estación de su recorrido poético es, metafóricamente hablando,
una isla que no pertenece a ningún archipiélago; al contrario, está cada vez
más aislada, como la estación momentánea de un viaje hacia el exilio
definitivo. Por eso la poesía de Perse, vuelvo a citar a Paz, «debe leerse como
un ejercicio de intrepidez espiritual. Sus poemas no nos ofrecen un refugio
contra la noche y el mal tiempo: son un campamento al aire libre. Nada de
raíces: alas. Su tema es plural y simple: los tiempos, el tiempo. Historia sin
personajes porque el único personaje real de la historia es un ser sin nombre y
sin rostro, mitad carne y mitad sueño: el hombre que somos y no somos todos los
hombres. Viaje sin carta de marear ni brújula porque las ciudades, los puertos,
las islas, toda esa deslumbrante geografía, se desvanece apenas la tocamos».
El sentido de la historia no es
entonces más que un presente imaginado que se confunde con las luces de un
paisaje primigenio. Los fastos de las viejas sagas se entreveran con los
fenómenos físicos. La tormenta, el relámpago, el verano y el diluvio son parte
de la misma gesta porque para Perse Historia y Naturaleza son dimensiones
entrecruzadas de la Poesía. Y ese es, tal vez, el atractivo moral de su
errancia: si uno contempla la historia desde el Paisaje, no cederá nunca al
tremendismo; «los peores trastornos de la historia —recuerda Caillois— no son
sino ritmos de estaciones en un más vasto ciclo de encadenamientos y
renovaciones, y las Furias que atraviesan la escena, antorcha en alto, sólo
iluminan un instante del muy largo tema en curso».
II
A Perse acude Lezama, no sólo
para incorporar todos estos prolegómenos de una doctrina de la Imago, sino
también para conjurar el «peligro» de una poesía «caribeña» que acabe varada en
la apología del mestizaje identitario, al estilo de Césaire y sus imitadores.
La poética del Nuevo Mundo —demuestra Perse— también puede convertirse en saga
bíblica, críptica alabanza a los orígenes de la Creación.
Todo esto —más el ciclón que
azotó el occidente cubano en 1946— confluye en su traducción de Pluies,
publicada en el segundo número de la revista Orígenes y editada luego (Lluvias,
La Habana, enero de 1961; por La Tertulia, una pequeña colección que dirigían
José Mario y Fayad Jamís), con un denso prólogo que se incluirá en La cantidad
hechizada: «Saint-John Perse, historiador de las lluvias».
Pluies fue publicado por primera
vez en Les Lettres Françaises (nº 10, octubre de 1943), y es, sin duda uno de
los mejores poemas de Perse, que ni siquiera la macarrónica traducción de
Lezama consigue destrozar enteramente.
Vale la pena enlistar algunos de
los errores encontrados al confrontar la traducción del cubano aparecida en
Orígenes con el original. Me limito a varios de los incontestables y dejo a un
lado muchos otros deslices o soluciones discutibles, como mantener el banyan
del original (Ficus benghalensis, ese árbol de raíces aéreas que también
tenemos en Cuba) como «árbol Banyan» en vez de optar por el castizo baniano,
ficus o higuera de Bengala.
Donde dice:
Une éclosion d’ovules d’or dans
la nuit fauve des vasières
(Una eclosión de óvulos de oro en
la noche salvaje de las ciénagas)
Lezama traduce:
«Una eclosión de ondas de oro en
la noche salvaje del limo tostado»
Donde dice:
Et mon lit fait, ô fraude! à la
lisière d’un tel songe
(Y mi cama ya hecha [o tendida],
oh fraude, en el lindero de ese sueño)
Lezama traduce:
«Y mi lecho elaborado, oh fraude,
en los confines de ese sueño».
Donde dice:
Là où s’avive et croît et se
prend à tourner la rose obscène du poème
(Allí donde se aviva y crece y
vuelve a contornearse [desplegarse] la obscena rosa del poema)
Lezama traduce:
«Allí donde se aviva y crece y
vuelve a caer la rosa obscena del poema».
Donde dice:
La terre à fin d’usage, l’heure
nouvelle dans ses langes, et mon coeur visité d’une étrange voyelle
(La tierra con fines de uso, la
hora nueva en sus mantillas, y mi corazón visitado por una extraña vocal)
Lezama traduce:
«La tierra como una costumbre
secreta, la hora nueva en sus pañales y mi corazón visitado por una extraña
vocal».
Y eso es apenas en la primera
parte del poema. En las páginas que siguen veremos a Lezama traducir «la face
des vivants» por «la casa de los vivos», «élégies» por alegrías; eliminar la
miel de lavez le sel de l’atticisme et le miel de l’euphuisme, convertir el
«pressé» (apremiado, urgido, hostigado) de «l’homme encore des toutes parts
pressé des idees nouvelles, qui cède…» en «el hombre aún prisionero de las
ideas nuevas» o lidiar con un verso esencialmente paradójico (et mon poème, ô
Pluies, qui ne fut pas écrit!; «y mi poema, oh lluvias, que no fue escrito»)
colocándolo en un imposible futuro: «y mi poema, oh lluvias, que no será
escrito».
Frases mal traducidas por exceso
de literalidad también hay varias: «Qué pesa el agua del cielo» por «qué empuja
el agua del cielo al bajo imperio de la espesura» (que pèse l’eau du ciel au
bas empire des taillis) o les pages les mieux nées como «las páginas mejor
nacidas» en vez de «las páginas mejor concebidas».
Más allá de todos los detalles
puntuales —que hasta donde sé nadie se ha tomado el trabajo de confrontar,
mientras, en cambio, comúnmente se celebra esta traducción como «obra maestra»—
la evidencia del contraste es que Lezama no sabía suficiente francés e imaginó
a Perse al mismo tiempo que lo traducía. En el fervor creado por un diluvio
poético, creyó descifrar las imágenes más allá de los significados. Este
recurso es particularmente equívoco a la hora de leer a Perse, un poeta de la
precisión, con un extensísimo vocabulario, pródigo en sustantivos bien
escogidos para bautizar una cosmogonía. Tengo la impresión de que bajo el
aguacero poético de Perse, Lezama avanza al buen tuntún, intuyendo una grandeza
que su propio oficio no alcanza y resumiéndola para los inexpertos como
«configuraciones del azar concurrente».
Sobre el autor
Ernesto Hernández Busto (La
Habana, 1968). Escritor, ensayista y traductor residente en Barcelona. Fue uno
de los integrantes de PAIDEIA, grupo independiente de estudios que a finales de
los años 80 intentó una renovación de la escena cultural cubana y derivó en
plataforma disidente. En 1992 emigró a México, donde colaboró sistemáticamente
en la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz, así como en otras publicaciones
literarias mexicanas como La Gaceta del FCE y Biblioteca de México. En dos
ocasiones, 1996 y 1998, obtuvo la beca de traducción del FONCA. Integró el Comité de redacción de la revista
Poesía y poética, y colaboró durante cuatro años en la edición de su colección
patrocinada por la Universidad Iberoamericana, que dio a conocer en México
algunos nombres fundamentales de la literatura contemporánea como Andrea
Zanzotto, Robert Creeley, Marina Tsvietáieva o Joao Cabral de Melo Neto, entre
otros. Desde 1999 Hernández Busto reside en Barcelona, donde ha trabajado como
editor, traductor y periodista. Su libro de ensayo Perfiles derechos obtuvo en
2004 el III Premio de Ensayo «Casa de América» con los escritores Jorge
Edwards, Josefina Aldecoa, José María Castellet y Manuel Martos como jurado.
Su libro más reciente es
Inventario de saldos. Apuntes sobre literatura cubana (Colibrí, Madrid, 2005).
Diversos trabajos suyos han sido traducidos al inglés, francés, y alemán.
En México y España ha publicado
traducciones del italiano, ruso y francés, especialmente de poetas, como
Eugenio Montale, Andrea Zanzotto, Valerio Magrelli, Boris Pasternak, Joseph
Brodsky y otros.
Ernesto Hernández Busto es,
además, el director de la página web Penúltimos días,
http://www.penultimosdias.com/, uno de los principales sitios web sobre temas
cubanos hechos desde el exilio. PD ha desempeñado un papel fundamental en la
divulgación de la labor de la bloguera cubana Yoani Sánchez. El ensayo que aquí
publicamos fue presentado originalmente en esas páginas.
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