lunes, 19 de junio de 2017

UNA RESPUESTA / UN POEMA DE MI AMIGA MONTSERRAT ALVAREZ, por Willy Gómez Migliaro



La siguiente entrevista a mi amiga Montserrat Álvarez, que inicialmente iba a salir en el Clarín de Argentina, fue boicoteada por el mismo entrevistador que tuvo miedo de publicarla. Imagino otros intereses, pero siempre hay miedo a esa lucidez y fuerza con que la poeta suele responder. Pedí a la autora de Zona Dark, darme la exclusiva para difundirla. Previa conversa siempre placentera, la presento junto a un poema inédito y potente que ha tenido a bien cederme.
Willy Gómez Migliaro
Centro de Lima, junio de 2017.


MONTSERRAT ALVAREZ
(Zaragoza, España, 1969)
Premio de poesía en los Juegos Florales de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1990, y Premio Poeta Joven del Perú, 1990-1995. Estudios de filología inglesa en la Universidad de Zaragoza y de filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la Universidad Católica de Asunción, Paraguay, y en el Instituto Superior de Estudios Humanísticos y Filosóficos (ISEHF), Asunción. Correctora para diversas editoriales y diarios en Paraguay. Ha publicado Zona Dark (poemas), Lima, 1991, Doce esbozos haitianos y un cuento andino (cuentos), Asunción, 1994, Espero mi turno (¿nouvelle?), Editorial El Augur, Asunción, 1996, El Poema del Vampiro ("diálogo platónico-gótico"), Editorial Arandurá, Asunción, 1999, Underground (poemas), Arandurá, Asunción, 2000, Alta suciedad (poemas), Bala perdida, Ediciones El Billar de Lucrecia (México, 2007) Es una de las voces más interesantes de la poesía peruana e hispanoamericana. Actualmente vive en Paraguay.


1) ¿Cuál es la situación de la literatura paraguaya actual?

Antes de dar mi testimonio, debo indicar mis flaquezas: vine a Paraguay muy joven, he vivido aquí desde entonces y no puedo comparar el mundo cultural y literario paraguayo con otros; y vine en parte huyendo de –sé que esto dará pie a burlas, pero es verdad y es un dato que influye en ese testimonio– la fama, muy precoz en mi caso: no solo no me interesa el renombre, sino que mi ideal –quizá tímido o cobarde; quizá, posibilidad más oscura, meramente misántropo– es el anonimato –de hecho, escribo, pero hace años que no publico (salvo artículos, porque vivo de ellos)–. Lo primero me impide exponer mis observaciones como un «caso», dado que ignoro si se trata de una ley; lo segundo, por falta de empatía con ambiciones que no entiendo, puede dar a tales observaciones cierta dureza. Dicho esto, Paraguay fue para mí –pero tal vez cualquier país lo hubiera sido; por la primera flaqueza dicha, no puedo saberlo– el lugar del desengaño y del hallazgo: desengaño del mundo literario y cultural, hallazgo de mi modo de hacer literatura, que solo puede ser al margen de ese mundo. Actualmente soy una escritora, por decisión propia, absolutamente marginal.
No veo, francamente, talentos ocultos en la, para mí, predominantemente cuantiosa e insípida producción literaria de Paraguay (quizá sea así en todas partes); sí un constante reclamo de visibilidad y una abundancia de quejas, siempre imprecisas –de hecho, mendaces– por su falta. Falta que no existe: por el contrario, la promoción de escritores de todo género (literario), edad y sexo, de parte de sus grupos y amigos –con reciprocidad: promoción mutua–, y de parte de los medios en general y de los centros culturales, academias o asociaciones –como el Centro Juan de Salazar o la Sociedad de Escritores, que exaltan y publicitan a varios, por ejemplo–, para mí la resume bien el dicho: «Mucho ruido, pocas nueces».
La política paraguaya es tradicionalmente clientelista y mafiosa, estructurada como un sistema de alianzas para beneficio mutuo y de lealtades y compromisos basados en el intercambio de respaldos y favores, y esto incluye la política cultural: amigos o aliados se aplauden entre sí frente a un público que no tiene acceso a otras visiones y reciben el refuerzo de una prensa y unas instituciones movidas por los mismos mecanismos. Las redes sociales, como en todas partes, para la mayoría solo potencian los espejismos; las alternativas que podrían brindarles a los espectadores y lectores son percibidas por muy pocos, y precisamente por los que ya tienen de por sí suficiente lucidez como para sospechar o saber que lo que se presenta como literatura paraguaya no necesariamente es tan interesante como se cree.
Hace unos años, el Correo Semanal, suplemento del diario paraguayo Última Hora, publicó una serie de reportajes a diversos escritores; no conservo esas hojas, por desgracia, pues eran un penoso ejemplo de estas imposturas: afirmaciones sin sustento, acusaciones no verificables contra enemigos nunca nombrados –acusaciones vacías, pues, pero que, por ello mismo, nadie podía desmentir– que supuestamente habrían excluido a esas personas, según ellas mismas, de algún espacio, y toda clase de infundios emitidos para crear una ilusión de heroísmo sobre sí mismos por los propios escritores y supuestas víctimas; algo por demás indigno, y, sobre todo, ridículo. Sin datos, sin investigaciones, sin nada. Pero el sistema descrito funciona tan bien que muy pocos –incluyéndome, tal vez cinco personas– nos reímos aquella vez de esos reportajes –que, sin embargo, eran y siguen siendo muy cómicos–. Este es un ejemplo de las manipulaciones procedentes de los escritores considerados «emergentes» –los presentó así el redactor de aquel diario–. Cuando tomé hace tres años la posta de la dirección del Suplemento Cultural del diario Abc Color, este suplemento formaba parte de ese sistema –era, en realidad, vocero suyo–, del cual yo no formo ni formaré parte nunca; mi posición es extraña, por absolutamente marginal; por eso, al asumir yo este puesto laboral, naturalmente, cundió la alarma y los señores de la Sociedad de Escritores, la Academia Paraguaya de la Lengua, etcétera, utilizando todos los contactos, poderes y recursos, formales e informales, a su alcance presionaron a los directivos y dueños del diario para que me sacaran del puesto. Este es un ejemplo de las manipulaciones procedentes de los escritores considerados «consagrados».
En realidad, no son dos bandos opuestos: unos fueron lo que son los otros, que serán en breve lo que estos ya son. No hay renovación, sino continuidad: son todos, para mí, en suma, la misma cosa.
Cuando hablamos del golpe de Estado que derrocó a Stroessner en 1989 decimos golpe y no revolución: de una revolución se espera que no deje en pie la estructura de poder sobre la que se basa el régimen que derroca. El golpe que derrocó ese régimen la dejó en pie con sus herramientas de legitimación, osamenta de la sociedad local. La prensa, la educación, el estado, la cultura tienen la marca de hábitos heredados que son parte de las estructuras del poder en Paraguay, donde la censura ya no es ante todo estatal, sino social. Los grupos literarios «oficiales» y los «emergentes» buscan lo mismo: acaparar espacios, visibilidad, premios, viajes, etcétera; no hay entre ellos una diferencia estructural, sino mercadotécnica. Bajo las aparentes oposiciones del mundo literario, mero juego de superficies, los diversos grupos –con los muy promocionados pero que se autoproclaman excluidos a la cabeza– son iguales. Nadie desea ser dueño solitario pero absoluto de sus ideas. No entrar en grupos que respalden y excluyan en Paraguay es ser un outsider. A un muerto que haya vivido así se lo homenajea, pero a un vivo se lo descalifica, y nadie ve los mecanismos por los cuales cabe hacerlo sin que parezca indigno. Así fue con Rafael Barret, que ensalzan paradójicamente aquellos cuyas políticas de grupo, sean parte de grupos con poder, lo sean de grupos movidos por la ambición de tenerlo, favorecen y excluyen por conveniencia. El mundo cultural paraguayo es un sistema gregario de favores mutuos. Pero el precio de la libertad, publique uno en la prensa, hable en los bares o alce en la web sus ideas, es no aceptar más respaldo para ellas que su nombre. Por eso elijo la marginalidad. Elegir la marginalidad es vivir en oposición al sistema político, artístico, intelectual y al tipo de relaciones sociales que marcan históricamente la cultura local. Es duro. En Paraguay, pensar y opinar de manera individual se percibe como una insolencia.
Esto es lo que puedo decir acerca de lo más visible –que no «invisibilizado», como se pretende– de la literatura paraguaya. Hace poco, aprovechando el tema en auge del centenario de Roa Bastos, hubo un congreso de literatura paraguaya en Buenos Aires. Por cierto, un modo que tienen muchos escritores paraguayos de fomentar el odio del público contra personas como yo es atribuirles posturas inexistentes; así, por ejemplo, a propósito de este centenario parece que en mi caso muchos escritores paraguayos se dedicaron a decir que yo detesto a Roa Bastos. No hay hecho ni dicho mío que permita afirmarlo (lógicamente, porque no es cierto; y si lo fuera me encantaría decirlo), y, sin embargo, mentiras como esa son sostenidas y promovidas por el sistema literario y cultural de Paraguay. Los escritores paraguayos son, en general, menores e irrelevantes (repito: tal vez esa sea la mayoría en cualquier parte), y su medianía termina por envilecerlos mucho. Volviendo a ese congreso porteño, como siempre, lo organizó un grupo de aliados para presentarse en el exterior y hablar de sí mismos y de los suyos. Y, también como siempre, el público no tenía información alguna a su alcance para poder comparar esa versión con otras y, cuando menos, relativizarla, con lo que habrá pasado por verdad absoluta. Sin embargo, para hacer una melancólica confesión, el público es (para mí) decepcionante también: tendría, creo yo, que darse cuenta de la pobre calidad de lo que en general es tan celebrado de esta manera. Algunos lo hacen, pero, como los que escribimos (y quizá aquí tendría que sentirme culpable por no publicar, al cabo) al margen del sistema (solo conozco otro caso, actualmente, de un individuo así, aparte de mí; y es amigo mío), son una excepción muy rara. Supongo que tal vez sea natural; quizá siempre y en todo lugar las cosas hayan sido así. Quizá otros antes que yo se han visto en situaciones de marginalidad necesaria, sea forzosa o deseada, sea ambas cosas. Quizá el grueso de los escritores de todo tiempo y lugar ha sido, en general, menor e irrelevante; quizá a esa mayoría también su medianía habrá terminado por envilecerla. Quizá lo que sucede es que no recordamos, al pasar las décadas y los siglos, a todas las personas que se habrán comportado de esa manera.




AMOUR FOU

Cada uno en su asiento
o de pie en su lugar
la ciudad recorremos
deseando llegar pronto
ligeramente incómodos
entre extraños molestos

En el fondo
tenemos mucho miedo
de sabernos
reunidos aquí
en esta humilde luz
contra la noche
En el fondo
tenemos mucho miedo de sabernos
como grandes amantes reunidos

Como grandes amantes reunidos
en el pliegue del manto de un dios ciego
Como polvo de estrellas reunidos
bajo esta luz fugaz nos desconocemos
Porque es muy breve el tiempo concedido,
evitamos mirarnos
Porque es muy breve el tiempo concedido,
amor tal en los ojos
sería sangre

Podría destruirnos
Así que vamos graves
como veinte astronautas que se encuentran
en extraño planeta
y de amor tal
que todo desintegra
no se miran siquiera
Y surcamos las calles
deseando no llegar
no tener que perdernos
tan fuera de la luz del colectivo
que nos congregó a todos,
pasajeros,

boleto en el bolsillo
El módico milagro
que pronto quedará
para siempre perdido
No tocar ese timbre no tener que bajarnos
–hasta nunca–
en nuestros respectivos paraderos

Inédito
Paraguay, junio de 2017

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