lunes, 19 de junio de 2017

ELOGIO DE LO MÚLTIPLE. AGUAS MÓVILES. ANTOLOGÍA DE LA POESÍA PERUANA 1978-2006 (PERRO DE AMBIENTE, EDITOR), por Lisandro Gómez

Cada antología es, de alguna manera, un instante para reflexionar sobre el canon y su relación con el corpus, siempre virtual, siempre en movimiento de las obras producidas. En efecto, esta reflexión supone el cuestionamiento o la ratificación de una sensibilidad, una manera de comprender el fenómeno poético y de acercarse a él. Más aún, el espacio textual de la antología, por su misma constitución, es una manera de interactuar con la tradición, de plantearle nuevas interrogantes y demandarle soluciones inéditas. El siglo pasado ha permitido observar que, en algunas oportunidades, fueron los poetas mismos quienes, en un intento por definir la personalidad de su escritura, emprendieron esta tarea. Tal es el caso de la famosa colección que prepararon Sebastián Salazar Bondy, Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren, La poesía contemporánea del Perú (1946), o aquella no menos insigne que estuvo a cargo de José Antonio Mazzotti, César Ángeles y Rafael Dávila Franco, La última cena. Poesía peruana actual (1987).

No obstante, a pesar de la presencia (persistencia) de estas colecciones en el derrotero de la poesía peruana, resulta insólito que las perspectivas del estudioso y del poeta se conjuguen con provecho en un mismo individuo. Es una fortuna, por ende, que el día de hoy aparezca en nuestro medio una antología que rompe con esta constante: Paul Guillén (Ica, 1976) acaba de presentar Aguas móviles. Antología de la poesía peruana 1978-2006, una colección que nos lleva a meditar sobre la forma de organizar y entender la poesía peruana gestada desde las últimas décadas del siglo pasado. Asimismo, el texto introductorio que ha preparado Guillén para su antología supera las expectativas habituales a las que nos tienen acostumbrados publicaciones de este tipo en nuestro medio. Más allá de la estupenda colección de poetas y poemas, escogidos la mayoría de veces con discernimiento y sabiduría, el texto compuesto por Guillén tiene el mérito de proponer, ante todo, una forma alternativa de concebir la historia de la poesía peruana.

En primer lugar, para calibrar el aporte de esta antología, debe evaluarse la propuesta presentada en el conciso estudio que abre el conjunto. Precisamente, es en este prólogo donde plantea una singular manera de organizar la poesía escrita en las últimas décadas. Como es de conocimiento público, por más que la pertinencia teórica del concepto de «generación» para el estudio del devenir histórico de la lírica en el Perú se ha visto mermado en las últimas décadas, pocas veces los antologadores de turno han prescindido de este concepto o, menos aún, han emprendido la tarea de elaborar una noción que pueda sustituirla eficazmente. Guillén ha tenido el valor de abandonar esta categoría y atreverse a una organización que ya no depende de la enumeración de los autores más reconocidos de cada década: «Mi planteamiento» —afirma el antologador— «obviará la categoría de “generación” y planteará de una manera secuencial una lectura de los flujos, variables y constantes de la poesía peruana. Además, no asumir la idea de “generación” me permitirá prestar importancia a los sistemas de la poesía peruana» (8, cursivas nuestras).

Si bien es cierto la noción de «sistema», para el caso de nuestra literatura, fue esbozada por Antonio Cornejo Polar, en su célebre La formación de la tradición literaria en el Perú (1989), hasta el momento no se había intentado trasladarla hacia la producción poética. Asimismo, Guillén se esfuerza por establecer un diálogo entre la categoría de «sistema» y el concepto de «copresencia de lo diferente», propuesto por José Morales Saravia —poeta que aún no recibe la atención que merece—. Para este último, comprender la historia de la literatura significa asumir que en un momento específico coexisten siempre tradiciones diferentes, distintas variantes de concebir y ejercer la poesía (13).

No obstante, Guillén no brinda una definición clara de su categoría. ¿A qué se refiere con sistema? ¿Cómo debemos entender esta noción?  ¿Debemos comprenderla según la pauta de Cornejo Polar? ¿Puede ser equiparable a algún otro concepto previo? En realidad, no sabemos con certeza a qué alude específicamente con esta idea. De ahí parte una duda fundamental que empaña, solo en parte, su planteamiento: ¿cuál es la diferencia entre un sistema y una tradición? ¿No es más sencillo (o preciso) hablar de tradiciones en la poesía peruana? Dicho de otra forma, no puede divisarse con nitidez por qué razón Guillén apuesta por «sistemas» y no por el término «tradiciones» (en plural), que es una noción más familiar al lenguaje crítico, que permite definir un corpus a lo largo del tiempo y no niega la posibilidad de interacción, y que guarda en sí misma una enorme complejidad. ¿Acaso al hablar de sistemas se está refiriendo a las tradiciones que pueblan nuestra poesía? En algunos pasajes de su estudio, parece que no hubiera una diferencia sustancial entre ambos conceptos, lo cual, tal vez, podría poner en duda la pertinencia de su enfoque.

A pesar de estos reparos, el empleo de esta categoría le ha permitido al antologador formular una descripción muy sugestiva de los avatares de la poesía actual. Así, en su lectura, debemos entender que existen seis sistemas definidos: «1) sistema coloquial; 2) sistema del lirismo, lenguaje de imágenes irracionales y surrealistas; 3) sistema neobarroco; 4) sistema del concretismo y post-concretismo; 5) sistema de la poesía escrita en lenguas aborígenes y [SIC] 6) sistema de poesía del lenguaje» (8).

De todos estos, el cuarto solo es descrito en el prólogo y no tiene presencia en el cuerpo de la antología. No está de más señalar que, incluso considerando los libros mencionados en la introducción, resulta complicado asumir que este tipo de poesía constituya propiamente «un» sistema, con cierta autonomía y una historia propia, como sí sucede con los otros, dentro de la poesía peruana. Habría que calibrar hasta qué punto no estamos solo ante experiencias estéticas que, en el peor de los casos, podrían ser tildadas de anecdóticas. También, sucede lo mismo con el sistema de la poesía del lenguaje que, por momentos, parece que no contara con un corpus importante para reclamar su independencia. Asimismo, en el caso del segundo sistema, cabe preguntarse por la pertinencia del encabezado, ya que, en esencia, se refiere específicamente a los residuos de las herencias simbolista y surrealista, que aún puede rastrearse en algunos autores en pleno ejercicio de la palabra. Para el prologuista, ambos legados son decisivos en los poetas inscritos en este sistema.

Sin duda, en estos casos la brevedad del estudio introductorio es un factor en contra. Incluso, puede afirmarse que este inconveniente se extiende al cuerpo mismo de la muestra. En efecto, todo el conjunto, prólogo y selección, dejan la sensación de que requieren de más espacio. En este caso, se trata de una decisión editorial poco afortunada: un proyecto de este tipo demandaba una cantidad mayor de páginas o, caso contrario, la reducción del número de autores de la antología, para repotenciar el ensayo introductorio, que, como se ha visto, es una pieza clave, y la cantidad de poemas por cada uno de ellos.

Sin embargo, uno de los mayores logros del empleo de la noción de sistema radica en su capacidad para, prácticamente, disolver la aparente encrucijada que provocó un debate iniciado hace unos años entre Luis Fernando Chueca (2001) y José Carlos Yrigoyen (2008). Aunque ambos emprendieron una empresa similar, que tenía como propósito último definir los rasgos característicos de la poesía reciente, como resultado de sus pesquisas, terminaron ofreciendo soluciones antagónicas. En su intento de comprender la composición de la poesía peruana actual, Guillén señala que «la concepción de la diversidad (Chueca, 2001) se torna muy abierta, modulable y permeable, en tanto, la noción de hegemonía de lo conversacional (Yrigoyen, 2008) justamente oculta las disidencias textuales o la copresencia de lo diferente» (13).

En el caso de Yrigoyen, su tesis obedece más a una convicción estética: dicho de una manera distinta, su defensa de la poesía conversacional es una manifestación de principios. Se comprende el énfasis en su postura, ya que su producción lírica adquiere sentido y mayor brillo puesta en relación, precisamente, con el sistema coloquial, del cual sin duda es epígono y superación. Sin embargo, asumir sus ideas genera demasiadas restricciones a un corpus que, abiertamente, muestra una mayor variedad, capacidad de exploración y riqueza formal. En el caso de Chueca, aunque no lo señala de manera explícita, Guillén sugiere que el principal inconveniente de su postura radica en su énfasis en el aspecto temático. Al hacer hincapié en los temas de la poesía escrita en los noventa, Chueca soslaya que es, finalmente, la forma expresiva empleada para forjar el poema la que lo define. Así, el lenguaje precisa la identidad del texto poético. Ni hegemonía, ni diversidad. El enfoque de Guillén, en este aspecto, es una manera inteligente de salir de un aparente atolladero.

 En segundo lugar, aunque, el antologador afirma que «la elección de estos nombres es simplemente […] provisional y transitoria» (25), la colección que presenta es, en la mayoría de casos, un ejemplo de lectura exigente y perspicaz, donde impera el buen tino. En este sentido, a diferencia de otros autores, Guillén ha sabido aprovechar sagazmente su faceta creativa. Esta, lejos de ser un obstáculo (una poética rígida que sesga su visión y su juicio), es utilizada como un «observatorio» que le permite atisbar un conjunto surtido de poéticas muchas veces disímiles e, incluso, exagerando un poco, hostiles (pensemos solamente en el contrate abrupto entre la poética coloquial y la del neobarroco). Incluso, puede decirse que la lista presentada constituye un espacio de reivindicación y rescate de algunos autores poco conocidos en el medio. Más aún, el hecho mismo de evidenciar que el neobarroco es dueño de un espacio expresivo propio e importante en la poesía peruana es, por sí mismo, un logro. En este sentido, no es errado caracterizar el conjunto propuesto en Aguas móviles como un acceso válido al corpus poético contemporáneo, que brinda luces sobre la práctica poética en nuestro país. Guillén explota acertadamente su lugar como poeta: las redes que ha establecido, en su ejercicio con la palabra, le permiten identificar, a veces, poéticas marginas por la crítica en boga.

Sucede, por ejemplo, con el poeta Javier Gálvez, quien hasta el momento solo tiene un poemario, Libro de Daniel (Jaime Campodónico, 1995) y un ensayo editado a cuenta del autor, Javier Heraud y la nueva Eurídice (2011). Este compromiso con la búsqueda de fuentes es el indicio de un trabajo sesudo, que, tal vez, solo sea el preámbulo de un proyecto mayor. Asimismo, un caso similar es la recuperación de la poesía escrita en lengua quechua, representada en la antología de forma notable por Dida Aguirre y Odi Gonzales. También, en esta línea, destaca el caso de Iván Suárez Morales, poeta que conjuga milenarismo y política con un espléndido trabajo del ritmo.

No obstante, existen dos inconvenientes que atraviesan la selección de poetas. El primero radica en la organización. En vista de que el planteamiento central del prólogo consiste en una comprensión alternativa de la lírica peruana como un corpus sectorizado por «sistemas poéticos», resulta contradictorio que al momento de proponer un orden se haya recurrido a la cronología. Hubiera sido conveniente aprovechar la noción de sistema y graficarla en el cuerpo de la antología. Es decir, presentar juntos los poemas que corresponden a un mismo sistema, para establecer de esta forma variantes, continuidades y procesos que permitan apreciar, precisamente, en la propia escritura poética su «sistematicidad». El prólogo y la selección, entonces, habrían adquirido la necesaria complementariedad que exigen proyectos de este tipo.

Definitivamente, esta decisión conllevaba, aparentemente, el riesgo de soslayar casos donde un mismo autor puede ser exponente de varios sistemas. Sin embargo, esto no habría sido un problema, si se hubiera aprovechado consecuentemente la noción de sistema. En otras palabras, habría sido interesante colocar la noción de sistema por encima a la de autor. Nos referimos a la posibilidad de que un mismo poeta pudiera aparecer dos o más veces en diferentes secciones de la antología, debido a que, como se señala en el prólogo, un mismo autor puede inscribirse en varios sistemas a lo largo del tiempo. Casos paradigmáticos de este fenómeno podrían ser los poetas Roger Santiváñez o Mario Montalbetti, quienes partieron del sistema coloquial al neobarroco y a la poesía del lenguaje, respectivamente. Una distribución de los espacios textuales de la antología definida por la noción de sistema hubiera sido la manera más rotunda de materializar la propuesta detrás de este proyecto.

Un segundo inconveniente, aunque en menor escala, se desprende de la funcionalidad del concepto de sistema. Como habíamos mencionado, el uso de esta categoría se justifica, en parte, por su capacidad para iluminar sectores de la poesía poco conocidos por el público lector o atendidos por la crítica oficial. Por tal motivo, después de una lectura general, resulta paradójico que los poemas que más destaquen correspondan a los poetas consagrados por la crítica. No siempre los exponentes «menos reconocidos»  permiten apreciar la riqueza del sistema que representan. Es lo que ocurre con los textos de Yulino Dávila o de Giancarlo Huapaya, cuya radicalidad formal pocas veces consigue dar buen fruto. La experimentación no supone, necesariamente, en esos casos, resultados importantes. A esto debemos agregar que el número de autores va en desmedro de la cantidad de poemas por cada uno de ellos. En algunos casos, esto tiene como consecuencia que, debido a la extensión de sus textos, solo se puedan incluir uno o dos poemas representativos por autor. Un caso emblemático puede ser el de José Morales Saravia, cuya obra está resumida en un solo poema («La mar» que comprende seis carillas). Esto nos lleva a pensar que, por momentos, debido a la tensión entre el proyecto que la guía y el número de páginas que, finalmente, posee, esta edición no logra definir con claridad si es una antología o una muestra (entendida como un ejercicio de difusión bajo el criterio de concisión y esencialidad).

No obstante, a pesar de estos problemas, es necesario recalcar que Aguas móviles sí cumple con su propósito de recuperar voces importantes de la poesía peruana. Es el caso de Dida Aguirre, exponente de la poesía escrita en quechua, dueña de un lirismo singular que se apropia de su tradición, y de Javier Gálvez, vate poco conocido, poseedor de una aguda sensibilidad para forjar el ritmo en sus poemas. También, es necesario destacar el acierto de recuperar algunos nombre conocidos pero con escaza difusión, debido principalmente a su breve paso por la poesía. En ese rubro entran los trabajos poéticos de Xavier Echarri, una de las voces más interesantes de la lírica escrita en los años noventa, y de Patricia Alba, notable exponente de la poesía escrita por mujeres en la década del ochenta.

En síntesis, podemos afirmar que Aguas móviles. Antología de la poesía peruana 1978-2006 constituye una apuesta oportuna en el intento de renovación de los estudios de la poesía en nuestro país. El conjunto tiene dos méritos principalmente. En primer lugar, expone una concepción alternativa sobre la producción poética. No se trata de una colección arbitraria. La lista final de autores seleccionados obedece a una perspectiva crítica que pretende articular una comprensión sobre el fenómeno poético. Por más que la noción de «sistema», axial en su enfoque, necesite un esclarecimiento mayor, creemos que la decisión de analizar el corpus seleccionado en segmentos es realmente pertinente (sino urgente). Aunque es necesario que esta propuesta se materialice en la composición de la antología. En segundo lugar, la mayoría de veces, consigue rescatar las voces de algunos de los representantes menos difundidos de la poesía peruana. Incluso, en el caso del neobarroco, define un área específica del corpus poco valorada. Estas operaciones son vitales para tener una percepción cabal de los senderos que recorre la lírica peruana en la actualidad. Creemos que esta colección exige una segunda edición que afronte consecuentemente los postulados de su prólogo y que solucione algunas de los traspiés o confusiones que han surgido en esta primera entrega. Consideramos que esta colección es, desde ya, un aporte valioso para los estudios literarios y  para los lectores interesados, siempre atentos al devenir de la lírica.

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