“El poeta tiene
sus días contados, como todos los hombres”, Umberto Saba
El poeta Sandro Chiri Jaime (Callao, 1958), hijo de
maestros de escuela, tuvo un temprano acercamiento con la literatura gracias a
la biblioteca familiar. Dirige la revista literaria La Casa de Cartón, que nace como una ilusión en 1980, entre los
pasillos de la Universidad de San Marcos, donde, posteriormente, ejerció la docencia universitaria, desde 1989
hasta el 2004, labor que continuó en las aulas de Temple University en
Filadelfia. Chiri es autor de los poemarios El
libro del mal amor y otros poemas (1989), Y si después de tantas palabras (1992), Viñetas (2004) y Poemas de
Filadelfia (2006), esta última fue una publicación bilingüe y Para español marque 2: Escritores
hispanoparlantes en Filadelfia (2010). La profesora italiana Rita Cardillo hizo una antología y
traducción de su poesía con el título Sandro Chiri, el ángel de la muerte y del
amor (2010).
En abril pasado
defendió exitosamente su tesis doctoral
El imaginario nacional en las Tradiciones Peruanas ambientadas entre
1820 y 1885 en Temple University, EE.UU., obteniendo así el máximo grado
académico (PhD) en Literatura Hispanoamericana. Además, Sandro Chiri es
profesor de Lengua y Literatura 2 en la universidad ESAN. Acá la entrevista con
este “poeta acostumbrado a trabajar con perfil bajo”, como bien apuntó alguna
vez Róger Santiváñez.
–
Háblenos sobre el primer contacto con la literatura.
– El primer
contacto tiene que ver con la lectura en casa, la posibilidad de tener acceso a
los libros en tanto que mis padres eran maestros de escuela, fue pues acercarme
a un mundo que poco a poco iba a ir descubriendo: la ficción literaria. Mis
primeras lecturas las hice en casa, ahí encontré los cuentos del francés
Maupassant, los relatos del norteamericano O’Henry, la antología de poesía
peruana que hicieron Alejandro Romualdo y Sebastián Salazar Bondy para la Librería
Internacional de Lima, algo de literatura argentina (Sarmiento, Hernández, Hugo
Wast, Borges). Recuerdo también a los españoles Pérez Galdós con su Fortunata y Jacinta y el Romancero gitano de García Lorca, además
de su trilogía de teatro trágico campesino Bodas
de sangre, La casa de Bernarda Alba
y Yerma. Reconozco que esas serían
mis primeras lecturas y como tú bien podrás darte cuenta, eran demasiadas lecturas
para un muchacho de doce o trece años. Por cierto que ese mundo me cautivó sin
que esto quiera decir que entendía a cabalidad
todo lo que leía.
–
Su padre fue profesor de historia y de
la literatura. ¿Esto influyó para que se convierta en poeta?
– Sí, yo creo
que sí, creo que se fue moldeando poco a poco esta vocación, pero más que vocación diría pasión. Ahora, mi familia
paterna es lectora por naturaleza. Supongo que alguna cuota genética me habrá tocado,
¿verdad?
–
En la escuela, usted fue formado por los
salesianos, luego por los maristas ¿Ello intervino en su lírica?
– Efectivamente. Yo creo que de los salesianos
rescato la disciplina y el sentido de humildad. De los hermanos maristas reconozco
su visión liberal de la vida. Los que me formaron no fueron los maristas fascistas
que educó a la generación de Ribeyro o Toño Cisneros o Rafo León; a mí me tocó
una generación de hermanos impactados por la Teología de la Liberación de padre
Gustavo Gutiérrez. Estos sí que eran hermanos
jóvenes, liberales y de izquierda, abiertos siempre a todo acto de innovación
por parte de los alumnos. Así que cuando paso de los salesianos a los maristas, fue
como pasar de la caverna a la luz. No obstante, debo reconocer que la
disciplina de la caverna me ha ayudado mucho en la vida. La humildad cristiana
es un asunto que siempre me acompaña. Eso se lo debo a los salesianos. Es un
tema que me ha marcado en algo.
– ¿Qué elementos predominan a la hora de
escribir un poema?
– En el proceso de la creación poética existe una
inevitable etapa de aprendizaje donde prima la emoción más que la técnica. Son
pocos los poetas que a temprana edad han
constituido una obra casi adolescente, pero genial. No solo estoy pensando en Rimbaud,
sino también en el poeta puneño Carlos Oquendo de Amat, que a los diecinueve
años ya era un poeta cuajado, un poeta realmente formado. De mi generación mencionaría
a José Antonio Mazzotti como un caso similar.
Yo sí que
tuve una etapa de formación y de titubeo. Mi primera poesía estuvo influenciada
por las formas poéticas tomadas de la tradición anglosajona, impactada por los
modos de decir de la poesía conversacional, una poesía elaborada con el
lenguaje de la conversación cotidiana. El
coloquialismo marcó la primera etapa de mi poesía. Ahí están dos primeros
libros y en los poemas previos que avalan lo dicho. Mi primer poemario El libro del mal amor y otros poemas de
1989 y el segundo Y si después de tantas
palabras de 1992 llevan la marca del lenguaje conversacional que, creo,
haberla superado en algo en los libros siguientes o, más que superado, reciclado y reelaborado.
– Entonces, toma el habla cotidiana como materia prima para su primera
poesía…
– Claro, los temas siempre eran los mismos. En la poesía,
los temas siempre son los mismos: el amor, el erotismo, la amistad, la duda y la
incertidumbre, la muerte, la esperanza… La primera etapa de mi obra poética fue
deudora del lenguaje setentero, del impacto que generó los versos de los
horazerianos.
–
En su biblioteca, ¿qué libro guarda como el más valioso?
– (Sonríe) Casualmente eso me preguntaba hace unos
días. Te diré que guardo con mucho cariño limeño los libros que me firmó Ribeyro
como Prosas apátridas. Se trata de
una dedicatoria muy bonita. También me firmó el segundo tomo de La palabra del mudo. Son firmas de 1993,
un año previo a su muerte. Ribeyro se estaba despidiendo. También guardo con
gratitud un par de libros que Mario Vargas Llosa me firmó.
Tengo una
carta hológrafa de Alfredo Bryce Echenique. Es una carta escrita a mano donde
Bryce me agradece haberle dedicado un número de mi revista. Además, tengo entre
mis pequeños tesoros una carta firmada en Milán por Jorge Eduardo Eielson y siete de Xavier Abril que me envió desde
Montevideo cuando yo era muy joven.
–
Usted posee sino varias “joyitas”…
– (Ríe) Eielson tuvo la gentileza de dedicarme la edición de su Poesía escrita que le hizo el INC en los años setenta. Y como es
natural en esta dinámica, con otros escritores y colegas siempre intercambio
firmas y banderines.
–
¿Cree que se puedan escribir los mejores
versos luego de observar el dolor ajeno?
– (Piensa) Bueno,
creo que ahí estás planteando un tema que, de manera medular, lo ha tratado
Borges con sus poemas conjeturales. En un poema conjetural, el hablante lírico asume
la voz de un tercero y uno habla por ese tercero. De este modo, Borges hace
hablar en un bellísimo texto al coronel Isidoro Suárez. No olvidemos que la
literatura, en general, es artificio, es postura.
La
realidad juega un papel importante, pero para el poeta también es importante ver
hacia adentro. Como decían los románticos germanos: más que ver hacia afuera, es
vital ver hacia adentro, y el día que no se ve nada hacia adentro hay que dejar
de escribir, de producir. Los románticos alemanes hablan de la necesidad de callar
y reflexionar. Es obvio que es una propuesta que apunta a una tarea clave en un
creador: pensar en los diversos asuntos de la condición humana.
–
Háblenos sobre su revista La Casa de Cartón.
¿Cómo nace y como se publica por primera vez?
– La Casa de
Cartón nace en febrero de 1980. El primer número inaugura una nueva década.
La revista en su primera etapa se convirtió en una suerte de vocero de la
generación del 80. Por aquel tiempo, mis compañeros comenzaron a publicar sus
primeros libros. El 79 Róger Santiváñez publica Antes de la muerte, el 81 Mazzotti difunde su Poemas no recogidos en libro y así sucesivamente van apareciendo
los poemarios de Eduardo Chirinos, Mario Montalbetti, Rocío Silva Santisteban,
Mariela Dreyfus, Domingo de Ramos, Patricia Alba. Yo publico al final de la
década, en 1989, mi primer libro. Abro la década editando La Casa de Cartón y la cierro con El libro del mal amor y otros poemas.
Todos, o
casi todos, los poetas de esa época publicaron en las paginas de La casa de Cartón. Esta primera época
duró de 1980 a 1987, fue la etapa “ochentera” de la revista.
–
La etapa universitaria…
– La etapa universitaria,
claro, la etapa modesta donde vamos de menos a más, donde aprendemos a editar,
porque en el Perú tenemos algunos cursos que te dan algunas luces sobre cómo editar,
pero no la profesión de editor literario, como sí lo tienen los españoles. Digamos
que comencé desde cero y recuerdo que uno aprende cometiendo errores y
escuchando a gente que ha hecho labores iguales o semejantes.
Cuando
entrevisté a Francisco Izquierdo Ríos, me dijo “¿Usted publicará la entrevista
que me va a hacer?”; “Sí”, le respondí. “Pero le voy a dar una recomendación. No
se olvide que cada párrafo comienza con sangría y de preferencia organicen su
texto en párrafos no muy largos, que no excedan las quince líneas”. Estas cosas
elementales y básicas, yo las fui aprendiendo en el oficio mismo. Hay que saber
escuchar. En el Perú, el editor se hace a lo macho. De aquí la importancia de
saber ver y escuchar.
La revista
Humboldt, que editan los alemanes para el mundo hispano, fue un referente
para mí. En este proceso de aprendizaje, mi hermano menor, Erik, que es
diseñador gráfico y artista plástico, jugó un rol importante. Él me apoyó mucho;
hasta ahora trabajamos juntos en el sello “Ediciones La Casa de Cartón”. Digamos
que él me enseñó a ver con otros ojos. Como te digo, todo esto fue un proceso
de aprendizaje.
Luego, La Casa de Cartón tiene una segunda
etapa.
– Cuéntenos un poco de esa segunda etapa.
¿Cómo llega su revista a la empresa petrolera OXY?
– La Casa de Cartón,
en una primera etapa, editó ocho números, de los cuales el último fue
sensacional porque fue dedicado exclusivamente a las poetas mujeres; se acabó
de inmediato y tuve que hacer un sobretiro. Fue fenomenal porque reproduje a
las poetas jóvenes y no tan jóvenes de aquellos años.
Me di
cuenta que había mucho éxito en los números monográficos, que eran los que se
dedican a un solo tema o escritor. Es ahí cuando surge la idea de relanzar la
revista con la concepción del número monográfico, con un solo tema. Preparé un número,
arriesgué, me dieron artículos, entrevisté a Ribeyro, me dio fotos, y no tenía
publicidad asegurada, ¡era un riesgo total!
–
Como afirma en su tesis de Licenciatura: Panorama de la literatura peruana contemporánea a
través de una revista cultural. El caso de La Casa de Cartón,
“Producir una revista
cultural en el Perú no es tarea fácil ni barata”.
– Claro, si uno quiere hacer una edición
responsable, bien hecha, tiene que contar con financiamiento. Me encontraba
solo, había conseguido apenas un aviso del Banco de Crédito, un aviso modesto,
simbólico, pero no era suficiente, entonces cuando busqué publicidad alguien me
dijo: anda a las petroleras; y la primera y única petrolera que toqué fue OXY donde
me encontré con gente realmente receptiva, inteligente. Se trataba de abogados
e ingenieros que apostaron por este proyecto cultural.
De esta
experiencia, han quedado 29 volúmenes de la revista, de una publicación digna
en la presentación y el contenido. El primer número estuvo dedicado a Julio
Ramón Ribeyro y el último, a Rodolfo Hinostroza. Otros ejemplares están dedicados
a Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, Abraham Valdelomar, Xavier Abril, Blanca
Varela, Francisco Bendezú, Javier Sologuren, Alejandro Romualdo, Antonio Gálvez
Ronceros, Carlos Eduardo Zavaleta, Jorge Eduardo Eielson, Antonio Cisneros, en
fin, son números valiosos; sé que son valiosos
no porque los haya hecho yo, sino porque sirven de referencia. Veo los
artículos citados en tesis universitarias; compruebo que los ejemplares están
universidades como San Marcos, la Católica o la de Lima. En sus hemerotecas, los
ejemplares son consultados permanentemente. Eso da gusto porque de alguna
manera ese es el fruto de un esfuerzo colectivo en donde el poeta Luis Alberto
Castillo juega un rol vertebral en el proceso de la edición en esta segunda
etapa.
Llego a
la conclusión de que no fue un trabajo en vano. Cuando las cosas se hacen bien,
quedan, y quedan para los que vienen atrás, para las generaciones posteriores.
Fue una experiencia sumamente grata y, por supuesto, la revista ganó en
presentación, color, formato y por los óleos de artistas peruanos que contenía.
–
Háblenos sobre “Poema donde el alma de un ciclista se despide de su cuerpo”, de su poemario Viñetas. Poema marcado por la realidad.
– Iba como
pasajero en un microbús por la avenida Arequipa, muy temprano y, en eso, atropella
a un ciclista matándolo ipso facto (en
el acto). Veo el antes, el instante y el después de la escena. Todos los
pasajeros tuvimos que bajar; justo el accidente ocurrió en la puerta de la
embajada alemana.
Soy
testigo del tránsito de la vida a la muerte de un hombre humilde que vendía
periódicos y que es atropellado por el conductor del microbús, en el que yo
viajaba. Pero también por la temeridad de la propia víctima. Una cosa muy
dolorosa ser testigo de un asunto así. Y no se como surgió el poema; hay algo
que tiene que salir, ese dolor lo catalizas y al día siguiente se concreta el
poema; una experiencia muy dolorosa como para dejar de elaborar.
Hay cosas
terribles que he visto en la vida que no me han producido absolutamente nada.
En este caso, quizás el rictus de dolor de un cuerpo al despedirse de este
mundo haya motivado en mí el poema que aludes.
–
¿Considera que el poeta tiene una
misión?
– Sí, una misión con la palabra, básicamente. Si
está bien usada y logra textos dignos, saludables y vitales, que perduran, ha
cumplido su misión; pero esa misión se la dio la palabra y la palabra no le pertenece, es de la tribu. El poeta es
el que moldea la materia prima verbal de su tribu. Su principal tarea es con el
idioma.
Si leemos
a Vallejo y nos conmovemos con sus poemas o, nos enternecemos con los poemas de
Luis Valle Goicochea o Juan Gonzalo Rose, es porque han tratado bien la palabra.
Finalmente
los tópicos y los temas, son siempre los mismos. En la historia de la poesía,
los temas serán el amor, la muerte, la existencia humana y el dolor, como
principales, pero cada generación de artistas lo expresa con el lenguaje de su época.
–
Y
de acuerdo a su propia visión…
– Por supuesto, porque somos, finalmente, sujetos sociales,
no solo individuales; expresamos un punto de vista de clase, por cierto. Pero
el éxito no está en el hecho de que el artista sea así o de esta otra manera, sino
en cómo trata el lenguaje; eso es lo que trasciende.
¿Por qué
seguimos leyendo una novelita como La
casa de cartón, escrita por Rafael de la Fuente Benavides o Martín Adán, si
prefieres? Porque está bien escrita, porque el joven escritor se esmeró por frasear de una manera original, fresca, fecunda,
en este idioma que nos ha tocado que es el castellano.
–
En ese sentido, ¿cuál es la labor principal del poeta?
– El poeta es un trabajador de la palabra. En la
historia del arte y la humanidad uno encuentra artistas realmente formidables, excepcionales,
pero que han tenido una vida marginal o ejemplar. Pienso en el pintor italiano
Caravaggio, era prácticamente un delincuente, todos sus modelos eran amigos de
las tabernas, prostitutas, la gente marginal, pero a él lo contrataban las
congregaciones religiosas por el talento inmenso que tenia para pintar escenas bíblicas.
También
está el caso del poeta norteamericano E.E. Cummings que era ginecólogo, médico
de profesión, y mientras esperaba a sus
pacientes, escribía sus poemas. Además, el pintor Rousseau, el aduanero, se
dedicaba a pintar cuando terminaba su labor en la aduana. Entonces creo que nada,
absolutamente nada, es obstáculo para la creación humana, te dediques a lo que
te dediques. Nada es incompatible con el arte.
Volviendo
a tu pregunta, el poeta, el artista en general,
tiene una labor mayúscula en el conjunto de su sociedad: tratar lo mejor
posible la materia prima con que trabaja, ya sea el literato con las palabras,
el músico con las melodías, el pintor con el mundo cromático, el arquitecto con
el diseño y los volúmenes al igual que los escultores. Más allá de ello, creo
que esa es la labor principal del artista.
–
¿Qué significa poesía, más allá de la teoría existente?
La mujer
más celosa que hay en la Tierra es la poesía, es un asunto que hay que tener
presente. “Cuando uno abandona la poesía, la poesía te abandona” me decía el
poeta Francisco Bendezú. La poesía es celosa, para ella todo es secundario,
requiere que el poeta le dedique todo su tiempo.
Aunque poesía
no necesariamente es crear, escribir o producir, la poesía implica leer
permanentemente, como parte del ritual alimenticio, poetas de tu lengua y de
otras también; Pessoa, el portugués, por ejemplo o los poetas brasileros que
son una delicia.
En EE.UU.
he vuelto a releer poetas como Walt
Whitman, E.E. Cummings, Robert Frost y Edgar Lee Masters. En el Perú también se
pueden revisar traducciones, pero en las bibliotecas universitarias que he
visitado en los Estados Unidos he visto las bellezas de ediciones que les hacen
a sus propios poetas, ¡Qué ediciones tan bellas, por Dios!¡Qué respeto a su
tradición literaria! Ediciones con tapa dura, con fotografías y a precios no
muy altos.
–
¿El hecho de residir en EE.UU., un país con diferente cultura, idioma y clima, ha
marcado su obra poética?
– Tengo un libro, Poemas de Filadelfia del año 2006, que es el registro de mi primera
experiencia, de mi primer contacto con una ciudad ajena. También tengo un segundo
libro donde, más que autor, opero como editor, se llama: Para español marque 2: Escritores hispanoparlantes en Filadelfia del
año 2010, donde reúno un conjunto de textos escritos por autores hispanoamericanos
que radican en Filadelfia o han vivido allá; recojo las voces de otros escritores
que han escrito en español estando en esa ciudad y todos los temas, sin
excepción, giran alrededor de esta ciudad que nos cobijó. Fueron escritores
amigos o conocidos con los que participamos en diversas lecturas, siempre en
español, y en esta ciudad de los Estados Unidos. Entonces son dos libros: uno
como autor (Poemas de Filadelfia), y
el otro como editor-compilador (Para español marque 2: Escritores hispanoparlantes
en Filadelfia).
–
¿Qué elementos ha adoptado?
– Bueno, quizás eso se note con claridad en Poemas de Filadelfia que es una edición bilingüe.
En esos poemas hay una visión muy particular de una ciudad que te cobija y que
aparentemente te trata bien, pero hay un no sé qué que incomoda y perturba en
la voz y el alma del hablante lírico. Ese no sé qué es la desadaptación de un
latinoamericano en los Estados Unidos: un clima distinto, otras costumbres,
otras experiencias. Todo ese primer contacto agridulce está expuesto palmariamente
en los poemas.
Sabía que
ser migrante presupone una etapa de sacrificio y esa etapa pasa entre otras
cosas por convivir con una cultura que no siempre te acoge plenamente. Se trata
de una vida incompleta, llena de insatisfacciones anímicas, donde el tiempo
transcurre y tú a veces sientes y piensas que ese tiempo mejor lo hubieras
aprovechado en tu país de origen. Pero era el precio que, en mi caso, tenía que
pagar para alcanzar la meta que me había propuesto: obtener mi doctorado. En
suma, ningún migrante es feliz por completo.
–
¿Poemas de Filadelfia es su última publicación?
– Como creador, sí. Pero el Instituto Italiano de Cultura de Lima publicó el libro bilingüe Sandro Chiri: el ángel del amor y de la
muerte del 2010, con las traducciones que hizo Rita Cardillo.
–
¿Se encuentra elaborando un nuevo proyecto?
– Hay un
libro que esta en imprenta que posiblemente salga este año en Nueva York, un
libro de ensayos que ha hecho el profesor Camilo Fernández sobre mi poesía.
Otro
asunto es con la escritura de un breve ensayo sobre los hermanos Abril en
España, y que deberá publicar una revista de Sevilla; además de otras labores.
–
¿Qué consejo le daría a los jóvenes que quieran seguir el camino de la poesía?
– Más que un
consejo, pensaría en voz alta. Las personas vinculadas al mundo de las letras
tienen que ejercitar el acto de la lectura de manera permanente, la lectura es
el motor, sin ella no hay nada; vivimos en un mundo fragmentado. El mundo te
obliga a vivir rápido, siempre vivimos rápido, no hay reflexión, no hay
meditación y la poesía pasa por esos ejercicios mentales, que son los que
quedan y lo otro son actos mecánicos que sirven para esperar a la muerte, no
son actos trascendentales. Como decía el poeta Luis Hernández “Solitarios son
los actos del poeta, como el amor y la muerte”. Y esa soledad que reclama el
poeta es para meditar, reflexionar porque acaso esa es su misión en su tribu.
La
lectura es una labor imprescindible para el mundo académico y el creativo. Una
persona que no lee, que no se actualiza, cualquier cosa que estudie, está
perdido, está en desventaja. Pienso, por ejemplo, que un creador tiene que viajar,
oler, observar, conversar, visitar a los artistas mayores, eso es importante. Son cosas que he aprendido
en la vida.
Por
ejemplo, yo hablaba mucho con el poeta Alejandro Romualdo, que fue un tipo tan
reservado, y fue él quien me contó infinidad de cosas al igual que con Francisco
Bendezú o Wáshington Delgado. Entonces conversar con artistas mayores, son
labores básicas, aprender otros idiomas también, es fundamental. La lengua de
comercio es el inglés, hay que aprenderla, mientras más lenguas conozcas, mas
puertas se te abren, es algo que he comprobado.
–
¿Cuál es el razonamiento en su poemario Y si después de tantas palabras?
– Es un libro experimental. Un libro que recoge con
un lenguaje coloquial, diversas experiencias, pero donde reflexiono sobre la
poesía misma.
Y si después
de tantas palabras es un verso de Vallejo y yo lo uso para preguntarme por la
poesía, qué queda cuando decimos algo, cuál es el mensaje, el aporte de la
poesía en la historia de la humanidad. Es un libro imperfecto, de formación,
pero que alguna gracia tiene. Yo le guardo gratitud.
– En
una entrevista dice “Uno puede engañar a cualquiera, menos a su propio corazón”.
– Quizás por despistado terminé estudiando negocios,
pero llegó un momento en que decía ¿qué hago acá? Puro sentido común. Negocios
es toda una especialización, más aún en el mundo contemporáneo y virtual en el
que vivimos. Abandoné todo y me puse a estudiar literatura y la mayoría de los
que estudiaban conmigo en San Marcos trabajan en otros menesteres, menos como literatos.
Creo que
yo era uno de los pocos que me ganaba la vida como profesor mientras estudiaba.
Otros trabajaban en bancos, en empresas donde ganaban bien; el único que no
tenía dinero era yo que trabajaba como profesor (Ríe). Eso es… pero creo que la
frase sigue vigente, uno puede engañar a cualquiera, menos a su corazón, sino
estudias lo que realmente quieres vivirás con cierto grado de frustración
interna por no haber logrado lo que realmente querías. Eso implica tomar
decisiones, obviamente. Conozco gente que ha estudiado filosofía que gana buen
dinero siendo asesores de parlamentarios.
–
¿Cómo ha sido su experiencia como
docente en la universidad de Temple, en Filadelfia? ¿Alguna anécdota quizás?
– Interesante. El alumno norteamericano es informal,
en escencia, porque es una cultura despreocupada, liberal. Por ejemplo, difícilmente ves en muestras universidades que las
muchachas tomen el sol sobre la grama, quitándose el polo, y se queden en short
y sostén, pero allá es normal. Las muchachas ponen su toalla, como si estuviesen
en la playa, se quitan el polo, toman sol y nadie las mira, todo es natural.
Acá sería poco menos que una loquita.
En cuanto
al aula, no creo haber tenido algún incidente. Si se matriculan es porque están
interesados en el curso. En general, diría que ellos tienen interés muy marcado
por la cultura latinoamericana, en tanto esa cultura está viva en su país; acuérdate
que son más de cincuenta millones de hispanohablantes en los EEUU. Es un país lingüístico
dentro de un país más grande. La población latinoamericana convive con la
cultura anglo y con las múltiples minorías lingüísticas que viven al interior
de ese territorio. En muchos negocios o
estudios de abogados o consultorio médicos tú puedes leer un cartel que reza “se
habla español”, como señal de que hay un mercado a los cuales se les ofrece un
servicio.
Eso sí, una cosa curiosa, acabado el
semestre los alumnos ya no te conocen (Ríe), lo que no sucede en nuestro país donde
tu profesor es para toda la vida, donde si tú lo ves te acercas y lo saludas si
es que hay un grado mínimo de aprecio. En los Estados Unidos, el profesor pasa
a condición de invisible una vez acabado el semestre. Eso es algo que no he
terminado de entender, a pesar que son buenos muchachos y todo, pero mientras ya
no le eres de utilidad, te conocen, luego ni te miran. Curioso, ¿verdad?
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