Cuando en el número uno de la revista limeña Hueso Húmero
correspondiente a los meses de abril-junio de 1979, el joven poeta Mario
Montalbetti publicó su poema Quasar / El misterio del sueño concavo los
lectores de poesía peruana quedaron notificados que algo nuevo empezaba a
suceder en el ámbito del lenguaje -hasta ese momento instituído- como canon
establecido para la expresión poética.
En efecto, desde los días de Canto ceremonial contra un osos
hormiguero de Antonio Cisneros, premio Casa de las Américas 1968 (por entonces
el galardón de poesía más importante de la lengua espanola) el tono coloquial
se impuso como la manera más rotunda y actual de configurar un poema en
Hispanoamérica. Cito del texto Karl Marx died 1883 aged 65: “Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en
la marmita / los diversos metals/mientras sus hijos saltaban de las torres de
Spiegel a las /islas de Times/ y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba
y después / sí y entonces / vino lo de la Plaza Vendóme y eso de Lenin y el
montón/ de revueltas y entonces / las damas temieron algo más que una mano en
las nalgas / y los caballeros pudieron sospechar / que la locomotora a vapor ya
no era más el rostro de la / felicidad universal/ …/‘Así fue, y estoy en deuda
contigo, viejo aguafiestas’ “ . Claro que esta tendencia había empezado a tomar
cuerpo con la obra del nicaraguense Ernesto Cardenal – entre fines de los 1950s
y los early 60s, así como en La pieza oscura libro de Enrique Lihn de 1963. Sin
olvidar –por supuesto- trabajos pioneros como el de Salomón de la Selva, en los
años de 1920, tal como señaló en su momento José Emilio Pacheco, en su célèbre
Nota sobre la otra vanguardia, quien –por su parte- fue también una de las
estrellas de aquel firmamento conversacional –quizá en su instante de máximo
esplendor- con su libro No me preguntes cómo pasa el tiempo que es de 1969. O
el Roque Dalton de Taberna y otros lugares, igualmente de 1969. Por supuesto
que el verdadero padre de la onda es Nicanor Parra con sus Poemas y Antipoemas
de 1954.
Para el caso del Perú es imprescindible tomar en cuenta a la
llamada generación del 70. Exáctamente en 1969 aparece también un libro –en
aquella coyuntura, sui-generis- Poemas de entrecasa de Manuel Morales, quien
–en cierta medida- dará el tono que caracterizaría el lenguaje –digamos-
ultraconversacional con que aparecerán los poetas del Movimiento Hora Zero en
su estallido de 1970.
Justo es decir que ya desde 1967 Manuel Morales venía
trabajando en aquel manojo de textos, dueños de una frescura coloquial notable
en su acompasado ritmo: “Dijo ser Napolitano./ Poseer dos queridas y un reloj.
Y un apodo (por supuesto)./ Pero reconocía al Callao como su más cruel amigo./
Disparó media docena de cebadas. Y puso dos discos. / Luego habló de hembras
calientes y recitó un soneto./ Una rata rubia salía de sus labios.” Este último
verso resume todo el poder revolucionario de la tendencia: El oxímoron
conceptual implícito entre el repulsivo animal y la condición –diríamos- aria
que se juntan en el personaje del poema, desemboca en la metáfora visual de la nueva
arte poética, imagen viva del tono conversacional radical que se anunciaba.
Pero un poco antes –hacia 1965- un joven poeta del
clasemediero distrito de Jesús María en Lima, llamado Luis Hernández ya había
realizado un experimento coloquial de inobjetable resultado, al fusionar en una
breve estrofa la musicalísima cadencia rítmica de nuestra lengua con el habla
cotidiana en su extrema expresión callejera incluyendo la juvenilia más procaz:
“Ezra: / Sé que llegaras a mi barrio / Los muchachos dirían en la esquina: /
Qué tal viejo, ché su madre”. Y no es casual que el interlocutor del poema sea Ezra Pound, cuyo
apotegema Poetry is Speech sería el pensamiento guía no sólo de la generación
del 60 sino de hasta por lo menos dos promociones posteriores en el Perú.
Ambos versos –el de Manuel Morales y el de Luis Hernández-
podrían ser comparados –en el ámbito hispanoamericano con éste otro de Enrique
Lihn: “En el prado crece la hierba como los pendejos en el pubis de
Isabel”, inscrito en su libro A partir
de Manhattan (1979). Es decir, se trata de cómo un lenguaje lisuriento, sucio o
degradado [aquí habría que remontarse hasta Baudelaire, como explica Hugo
Friederich en su todavía imprescindible
Estructura de la lírica moderna] consigue lograr alta poesía no sólo por el
contraste del oxímoron sino por su exacta ubicación en el devenir del correlato
poético y la belleza de su plasmación expresionista. En líneas generales puede
decirse que éste fue el cometido más importante de esa pléyade de poetas
peruanos que –circa 1970s- restituyeron el arte poético a la vida cotidiana,
desacralizando cualquier tipo de retórica, engolamiento o solemnidad, mediante
el imperio del tono conversacional que –como queda claro- primaba en las letras
hispanoamericanas. Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruíz, Enrique Verástegui,
Carmen Ollé –todos vinculados a Hora Zero- más José Rosas Ribeyro y José
Watanabe u Oscar Málaga –este último en una onda rock- serían representativos
de dicha actitud.
Pero he aquí que –como pronosticó el gran maestro Antonio
Cornejo Polar- “hacia 1975 se observa la
aparición de poetas muy jóvenes que imponen una nueva inflexión, todavía
imprecisable, en el intenso movimiento poético de los últimos años” . Y Jorge
Pimentel –sin querer queriendo- lo anunció en un verso de su radical e
interesantísima opera prima Kenacort y Valium 10 cuando afirma: “1975 será el
nuevo renacimiento” . Pues bien, veamos
qué pasaba en la poesía peruana en dicho momento crucial.
Bueno es empezar anotando que en aquel 1975 hizo crisis el proyecto
reformista del general Juan Velasco Alvarado, proceso que se había iniciado con
el golpe militar del 3 de octubre de 1968, poniendo en marcha un paquete de
reformas estructurales que cambió la faz socio-histórica del Perú, provocando
el súbito ingreso del país a una modernidad de expresión mestiza –o chola- como
la que se vive actualmente. En éste sentido, algunos observadores han planteado
que el Movimiento Hora Zero (1970) sería la representación en poesía de dichas
coordenadas socio-históricas. Aquí podríamos agregar que la teoría estética de
Hora Zero –sustentada principalmente por Juan Ramírez Ruíz y denominada Poesía
Integral - sería la variante peruana del conversacionalismo hispanoamericano, a
principios de los años 70.
Esta poética horazeriana muy bien ilustrada en sendos libros
titulados Kenacort y Valium 10 y Un par de vueltas por la Realidad de Jorge
Pimentel y Juan Ramírez Ruíz –respectívamente- y caracterizada por lo que
podríamos llamar una épica-urbana superconversacional (llena de mierdas y
carajos, por así decirlo) pasó casi desapercibida para la crítica y el gusto
del momento, sencillamente porque –como afirmaban sus manifiestos
introductorios, se trataba de libros
escritos “no para agradar, sino para desagradar, romper tabúes, abrir
conciencias” . De modo que quien se llevó la palma de la crítica y la
aprobación unánime fue un poeta más joven que los fundadores de Hora Zero, el
también horazeriano Enrique Verástegui. Desde el punto de vista del gusto
literario establecido su libro En los extramuros del mundo (1972) concitó el
reconocimiento general, debido a su envidiable ritmo y a la órfica plasmación
textual de sus temas. La soledad del joven marginal y/o provinciano en la
desbocada Lima- monstruo de la gran oleada industrial modernizadora de fines de
los 60s. La expresión verasteguiana -que podríamos calificar de refrescante lírica-urbana en su conseguida
coloquialidad- tendría una vasta
influencia en el estilo de aquella hora, propagándose como un reguero de
pólvora entre los muchos jóvenes e insurgentes poetas de Hora Zero y otros
grupos como La Sagrada Familia y poetas sin grupo o señeras individualidades.
Lo concreto es que hacia 1975 dicho tono proveniente de
Verástegui (aunque también de José Cerna Bazán, justo es decirlo) propalado
básicamente vía la antología Estos 13 (1973) de JM Oviedo, era el que primaba
en la manera de escribir poesía para los jóvenes de dicho momento
histórico. Sin embargo, ya para aquel
entonces había empezado una nueva movida en los predios de las dos
Universidades clásicas de Lima: San Marcos y la Católica, a través del agitado
movimiento de las pequeñas revistas de poesía.
Estas eran: Nubetonta , Tallo de Habas y Textos, sanmarquina ésta ultima y
catolicenses las dos primeras, a las que habría que agregar Auki –de estirpe
más bien callejera, en el sentido de ajena a los cláustros académicos, y
posteriormente Ave Destino, Pez Soluble
, Escritura, Unión Libre y después la revista del grupo La Sagrada Familia y el
sello editorial Ruray.
De todas ellas la que nos compete aquí es Nubetonta ya que
en ella debuta en la poesía Mario Montalbetti. Desde su primer número en vez de
un Manifiesto propiamente dicho, podemos leer una cita de Maurice Nadeau que
conlleva toda la radicalidad de su propuesta. “La poesía no necesita de
caballeros que busquen cortejarla, sino de muchachos dispuestos a violarla”.
Esta declaración aparentemente maldita, en realidad lo que quiere significar es
el deseo de los jóvenes poetas circa 1975 por cambiar –violar, en este sentido-
las pautas establecidas en la maniera poética de esos años. Eso es exáctamente
lo que principió a hacer Mario Montalbetti, el principal cabecilla de esa
pequeña empresa e íntima pero decisiva revuelta.
Vamos a centrarnos entonces en su poema Quasar / El misterio
del sueño cóncavo aparecido –como dijimos al comienzo de esta nota- en Hueso
Húmero de Lima hacia 1979. Conviene señalar que Montalbetti ya había dado a
conocer su primer libro denominado Perro Negro, 31 poemas el año anterior, en
el cual ya puede vislumbrarse algo de lo cualitativamente nuevo que traería el
Quasar. Empezaré por un testimonio
personal. Cuando me tocó leer por primera vez el poema, inmediatamente después
de su publicación, me quedé suspendido, en una especie de nubetonta –como se
llamaba la revista original de Montalbetti- es decir, envuelto en el fraseo del
texto, paladeba sus imágenes y su lenguaje degustando la plástica sucesión de
su órfico ritmo, pero sin comprender absolutamente nada de su semántica. O casi nada: “Abismo es la distancia entre el
arco más alejado de tu asedio / y el mueble punto sobre el que te ciernes. /
Sentado sobre el catre blanco trato de replantear el Este. / Tus ojos espejo
continuaron la senda helicoidal / y se bebieron toda la luz” . El interlocutor con el que interacciona el
sujeto poético es un “pequeño tigre” según se nos informa literalmente, pero
pronto nos damos cuenta que este “Tu” puede ser simplemente “el otro” y ya
sabemos -con Borges- (o con Rimbaud)- que “el otro es el mismo” o quiza es “la
otra” pero transexualizada porque es un ser fálico. O finalmente podría ser la
prefiguración del poema. El ser poema. O –cerca de Heidegger – el ser es el
poema. Por este camino –pienso- nos aproximamos mejor al trabajo de
Montalbetti, porque para él –cito sus declaraciones -2005- a Giancarlo Stagnaro
en la revista digital el hablador: “Hay ciertas construcciones que me parecen
sorprendentes y las sigo” E inmediatamente: “Me asustó una frase y escribo un
poema sobre esa frase y luego en el momento de producir el poema empieza a
llenarse de contenidos vitales”. Es decir, se trata de lenguaje. Primero que
nada: única y exclusivamente lenguaje. No hay un tema previo, sino que el tema
se va construyendo a través de unos sonidos –frases- súbitamente encontrados en
el grado cero de la escritura o creación. Por eso decía que el camino de
Heidegger “el ser es el lenguaje” es una buena vía para acercarse a esta
poesía. Algo central en todo ésto es la condición de linguísta de
Montalbetti. Sobre el punto él declara:
“Uso la metalinguística que es el lenguaje para escribir poesía. Cuando hago
linguística trato de demostrar que el lenguaje no existe. Cuando escribo poemas
trato de probar que estoy equivocado”.
Como puede colegirse se trata de una gran contradicción, en
la que el resultado es el texto y dicho texto lo que –digamos- se textualiza es
aquella contradicción que no es sino lenguaje reflexionando sobre el lenguaje.
Este es el meollo fundamental de la obra montalbettiana: ser una meta-poética,
poesía sobre la poesía, lenguaje sobre el lenguaje. Así leemos en el Quasar:
“Eres bajo una forma de ser / que toda mi experiencia anterior me dice que no
es./ Eres igual a mí pero vacío, / Y sin embargo eres costumbre cuerda nudo
asombro alisio” .
Nótese la
construcción del último verso en la que sólo discurrimos en la ondulante cadena
fónica y su impacto estético y luego comprendemos que todo éso “costumbre
cuerda nudo asombro alisio” sería una transformación verbal, otros nombres para
lo mismo: el poema, el “pequeño tigre” o la poesia. Pero lo importante aquí no
son los otros nombres de la poesía, sino que la poesía es éso: la secuencia
sónica, la propia materia concreta del sonido emitido durante el tiempo del
verso.
Sobre el punto el poeta nos lo dice claramente unas líneas
más adelante: “Ninguna realidad está debajo de ese lenguaje; / sus palabras no
mencionan objeto alguno”. Aquí está implícita la negación nihilista del
lenguajue tal como lo entendemos usual y cotidianamente, que es lo que
Montabetti desea proponer como linguísta.
Pero el ser concreto del poema demuestra –de hecho-que está equivocado,
por eso afirma en otro verso: “Mis sonidos se sustentan en el error” . O sea:
en esta equivocación, porque ahora tenemos la existencia real del poema. Sin
embargo el poeta apostrofa: “La palabra ‘real’ tomada en sí misma es difícil de
comprender”. Y tambien: “Me miro en el espejo, hace demasiado calor, ‘¿Es esto
real?’ .
Pero igual volvemos a ese abismo del primer verso citado
líneas arriba y su relación con el lenguaje. Dice ahora Montalbetti: “Con ese
lenguaje construyo el abismo que nos acerca, pequeño tigre” . De manera que el abismo está hecho de y con
lenguaje. Pero ¿qué abismo? Sin duda ese vacío que nos separa de nosotros
mismos y de los demás, que podríamos representar con la muerte. O la
desaparición muda. Sigamos este verso: “Nada se ve, nada se escucha, oh imbécil
amo del silencio”. Es decir: “Poesía no dice nada / poesía se está callada /
escuchando su propia voz” como señaló Martín Adán.
Por todo lo expresado hasta aquí podemos coincidir en que la
maniera montalbettiana ya no tiene nada que ver con el conversacionalismo
realista que lo precedió en el uso de la palabra. Montalbetti abrió una senda a
fines de los 70s, proponiendo un nuevo tono para la poesía peruana que
discurrirá – aproximadamente- desde 1980 hasta la actualidad. Dicho ésto sin menoscabo de Carlos Lopez
Degregori y José Morales Saravia, poetas peruanos –generacionalmente más cerca
de Mario Montalbetti, quienes emprendieron –dentro de su propio estilo-una
renovación similar ajena a los postulados del coloquialisnmo. Lo mismo puede
decirse del tono profético autoiluminado de Raúl Zurita en el ámbito
latinaomericano circa 1980, en su afán desprendido del tono conversacional
–digamos- clásico. Ese es un terriotorio nuevo, desde 1980 para acá, aún
vírgen, poco transitado por la crítica, aunque con excepciones claro, por
ejemplo Pulir Huesos, 23 poetas latinoamericanos (1950-1965) la muestra que
Eduardo Milán preparó para Galaxia Gutemberg en Barcelona (2007).
Indudablemente la antologia Medusario de Kozer, Sefami y Echavarren ya en 1996
lanzó desde el Neobarroco, el primer grito de guerra contra la retórica del
conversacionalismo,ofreciendo esta nueva poesía del lenguje que allí
presentan poetas como Eduardo Espina,
Reynaldo Jiménez , Coral Bracho, por ejemplo. O el visionario Néstor Perlongher. A ésta pléyade pertenece Mario
Montalbetti.
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