Para quién no lo conozca esbozaré levemente algunos rasgos de su biobliografía recogidos en la propia edición del libro. Nacido en la ciudad de Piura (costa norte del Perú) en 1956. Cursó estudios de Artes Liberales en la Universidad de Piura y de Literatura en la de San Marcos, Lima. Doctorado en Temple University, Filadelfia, con una tesis sobre el poeta chileno Enrique Lihn. Militó en diversos grupos de post-vanguardia contracultural como “La Sagrada Familia” (1977), “Hora Zero” (1981) y “Movimiento Kloaka” (1982-84), "Comité Killka" (1990) y en el Centro Contracultural “El Averno” (1998). Promotor de rock y periodista en Lima. Diversos premios en su haber como el J.M.Eguren de Nueva York en 2005. Actualmente profesor de español en Saint Joseph´s University, Filadelfia. Vive a orillas del río Cooper, sur de New Jersey.
Este poeta llegó al público español de la mano de Eduardo Milán y su antología “Pulir Huesos. 23 poetas latinoamericanos (1950-1965)”. Cuenta, entre otros, con los siguientes libros: “Eucaristía”, “Dolores Morales de Santiváñez, Selección de Poesía (1975-2005), “Amastris”, “Labranda” y el que hoy nos ocupa.
En su influyente ensayo “A Manifiesto for Cyborgs”, la feminista Donna Haraway, daba cuenta del «cyborg» como una «criatura en un mundo de postgénero», una marca crítica radical a las dualidades y polaridades del logocentrismo occidental. Esta figura supone un enfrentamiento con todo lo que ha edificado el pensamiento de Occidente, bebiendo de las perspectivas feministas y postcoloniales contemporáneas para quienes la lucha por los significados de la escritura es una importante forma de lucha política. Tal y como señalan Raman Selden, Peter Widdowson y Peter Brooker en “La teoría literaria contemporánea” (Ariel, 2000): «la política de los cyborgs es la lucha por el lenguaje y la lucha contra la comunicación perfecta, contra el código único que traduce/transcribe de forma perfecta todos los significados, el dogma central del faloegocentrismo», dando como resultado una suerte de “historia de extraños”. De este modo, la autora norteamericana denominaba “autores cyborgs” a aquellos que celebraban su ilegitimidad y trabajaban para subvertir los mitos centrales de la cultura occidental.
Aún a riesgo de trasladar hacia lo literario, sin demasiadas precauciones nomológicas, un análisis emergido dentro de las ciencias sociales, me parece especialmente afortunado este enfoque para hablar de Santiváñez y de su libro “Amaranth”. Porque, en mi opinión, este texto ejemplifica de manera elocuente el principio Cyborg de la escritura tal y como quedara codificado por Haraway. La poesía de Santiváñez también supone una ruptura radical con los topoi de la significación poética, de la enunciación poética. Atravesado por la herencia vallejiana. Incorporados como segunda piel los discursos contraculturales, las diferentes corrientes de pensamiento postestructuralistas y postmodernas. Revitalizada la oscura sombra del Barroco. Roger Santiváñez se lanza al asalto de los “significados de la escritura poética” sin más ataduras que la precariedad del lenguaje y una vocación decidida por romper los amarres heredados (incluidas algunas de las herencias vanguardistas latinoamericanas).
Amaranth es, ante todo, un ejercicio de libertad consciente de sus propias quebraduras. Los tercetos desarmados sin rima ni versificación homogénea, parecen agujerearse como quesos de gruyere, dando como resultado poemas extraños, alucinados, híbridos en su lenguaje, donde lo culto se amalgama con lo popular, donde el habla se retuerce hasta configurar un territorio semántico distinto, aparentemente irreal, pero saturado de referencias a la condición sociohistórica del personaje. Tal y como proponía Donna Haraway, tras leer a Santiváñez se te queda una sensación de extrañeza, de haber asistido a una representación fantasmagórica de lo vivo, aunque fuertemente enraizada con las dimensiones histórico-temporales de nuestra contemporaneidad. Porque, una cosa es la fragmentación postulada por los postmodernos, y otra muy distinta (clásica, al menos, desde el Barroco) la constante e invadeable precariedad de lo matérico. Los paisajes, lo lumpen, la alta cultura, lo underground quedan subordinados ante la potencia del impulso musical (tal y como señala el prologuista, Andrés Fisher) y a la “drogadicción” del texto (como apunta el crítico Germán Labrador).
La poesía de Santiváñez es una “construcción híbrida” a la manera de Stuart Hall, a la manera en que los primeros teóricos de los Estudios Culturales manifestaron la complejidad existente dentro del poder cultural y su rechazo, del diálogo en contra y a favor de las dominación cultural. En sus poemas lo latinoamericano (sea lo que este término pueda querer significar), lo europeo, la historia literaria, los submundos que habitan éste, quedan condensados y cristalizan en forma de palabra-nueva, de poema intersticial.
Leer a Santiváñez supone aceptar la extrañeza y someter las propias ambigüedades al escrutinio de la ambigüedad mayor que es el lenguaje.
Les dejo un poema de este libro que materializa, espero, algunos de los comentarios que he señalado. Espero que lo disfruten tanto como yo.
Centro de Lima
Anticuchera abofetea mis labios proferidos
Mientras suben las nubes exquisitas tras
Bambalinas lindas de anilina en el Paseo
La pileta con sus niños calatos rodaviíza
El verano oquendiano & el calor de niña
Del Villa María me sorprende esperándome
Preciosa huída de las gordas columnas
De la Injusticia almibarada bajo máscaras
Andinas donde nadie recuerda su pasado
Ver si los corderos fueron ya sacrificados
Nocturna umbría selva del pastel azafranado
Pelo rubio que caía sobre pubis machiguënga
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