“Shakespeare
me estremece una y otra vez. Lear. O el horrible Ricardo”
Claudia Schvartz nació el 3 de diciembre de 1952 en Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina. Es dramaturga y actriz (interpretó monólogos teatrales de su autoría). Publicó el volumen de cuentos para niños “Xímbala” (1984), el de ensayo “Miyó Vestrini o el encierro del espejo” (2002, Editorial Blanca Elena Pantin, en Venezuela), y otro con prosas, “El papel y su futuro” (2015). En 2018 apareció su nouvelle “Nimia”. Poemarios editados: “La vida misma” (1987), “Pampa argentino” (1989), “Tránsito es nombre” (2005), “Ávido don” (2008; Mención del Premio Nacional de Literatura 2001), “Eólicas” (2011) y “Alcanfor” (2018). “Ávido don” fue traducido al francés en Quebec, Canadá (2015, Éditions de la Grenouillère) y al portugués (2016, Poética Edicioes). Fue incluida en antologías de su país y del extranjero. Tradujo, entre otros, “Sonetos y elegías” de Louise Labé, “Cementerios: la rabia muda” de Denise Desautels, “La libertad del espíritu” (textos de Paul Valéry y Antonin Artaud), “Tú, mi único” (antología de poesía femenina provenzal). Citamos, de las diversos volúmenes que compiló, “Antología de la poesía erótica” y “Nueva antología del amor”.
“Nací en noche de tormenta y antes de lo pensado el 3 de diciembre de 1952. Al llegar, conocí a mi familia. Y después, en mi segundo año, nació mi hermana, quien me transformó en la hermana del medio. Mi abuela fue esencial en mi vida puesto que mi brillante madre durante su tercer embarazo comenzó la carrera de Historia en la Universidad de Buenos Aires y fue siempre una presencia esquiva. Fui alumna mediocre, lectora, muy ocupada en pasar desapercibida en familia de gente muy brillante. Estudié italiano con Marcella Milano. Primaria, en la Escuela Normal nº 4. Secundaria (e idioma francés), en el “Lenguas Vivas”. Egresé en 1970.
A los catorce años viajé a Tilcara [provincia de Jujuy, la Argentina], fundamental en mi existencia. Viajes sucesivos anuales.
A los quince años, viajé a Paris, La Sorbonne, curso de idioma in situ. Allí conocí a gente talentosa; varios, desaparecidos, como Irene Claudia Krichmar, Gloria Correa. Sobrevivimos Gustavo Vainstein y pocos más.
Primer trabajo, con Oberdan Caletti. Luego en “Fausto”, librería fundada por mi padre, el gran editor y librero Gregorio Schvartz (Siglo Veinte y otras editoriales).
16 años: Clases de teatro (para vencer la timidez, según mi madre) con Heddy Crilla y Lito Cruz.
A los dieciocho, Sergio Rondán nos lleva a estudiar con Alberto Ure, y marxismo con Raúl Sciarretta.
A los diecinueve me caso con Adolfo Dorin, compañero de teatro.
Empiezo a realizar traducciones y correcciones para las editoriales de mi padre.
Imparto clases de teatro para niños y adolescentes junto a Juana Droeven.
En 1975 nace mi única hija, Lucía maravillosa.
1976: Mi hermana Marcia parte al exilio. Desesperación y Miedo. En mi hogar, quema de libros y ausencia.
A los veinticuatro, separación violenta. Depresión.
1978: Trabajo en periodismo amarillo. Proyecto demente, un largometraje dirigido por Miguel Bejo, argumento de Bejo y Jorge Hayes (quien interpreta al personaje protagónico), Román García Azcárate colaborando en el guión con los ya citados, textos de Edgardo Cozarinsky, y entre otros actores, Ingrid Pelicori, Rubén Szuchmacher y Jorge Rey. Actúo y produzco. Nunca me quedó claro el título de la obra (los tuvo alternativos). Algo así como “Vito Nervio y las fuerzas oscuras del mal”. Aunque confirmo ahora que oficialmente quedó “Beto Nervio contra las fuerzas del mal”. Genialmente peligrosa. Una parte de los participantes emigraron.
1979: Viajo a Barcelona a ver a Marcia con mi hijita de tres años. Decido quedarme. Espero carta de Adolfo Dorin. Dice que se queda con la nueva esposa. Residirán en París. Lucía ya tiene una hermana.
Además, el mundo de mi hermana en una Barcelona que ya no existe más. Escribo “Xímbala”, libro de cuentos para chicos.
1980: Viajo a París a dejar a Lucía con su papá durante un mes. Me encuentro en Roma con amigos. Conozco al hombre imposible, Andrzey Sliwowsky, un científico franco polaco. Nos mudamos a París. Trato de sacar los papeles de inmigración, inútilmente. Hago traducciones, correcciones, formo parte de varias películas francesas. Curso de teatro con la profesora Vera Gregh.
1982: Llegamos a Buenos Aires el 30 de marzo. En Plaza de Mayo, primera manifestación obrera contra la dictadura, varios muertos. Dos días después, declaración de guerra. Camino locamente por la ciudad, desesperanza, nadie en sus cabales. Lucía va al colegio, rápidamente recupera la escritura en castellano.
Empiezo época de actuaciones titerescas: Kiki La Plume, Reina del Bambo, La Niña de la Giba, Mossquito, La Papusa, etc. Café Einstein, Teatro Espacios, Teatro Cervantes. Los Redondos. El Hilván es un Estilo (teatro patrio). Actuaciones en varios bares y cafés que ya no existen.
Publicaciones en revistas, diarios, suplementos.
En la revista “Fausto”, 2ª época, secretaria de redacción. Duro poco, al comprender que si seguía allí, rodeada de adulaciones, me iba al carajo como posible escritora.
Sigo fracasando en cine, teatro y vodevil. Sin amor.
Escribo publicidad radial y otros, deferencia de mi hermana mayor, para parar la olla.
Empiezo análisis. Dejo el teatro con gran esfuerzo. Época demencial de enorme sufrimiento.
Tengo que parar la olla. Entro a trabajar en la librería “Fausto”, de lo que huí todo lo posible. Escribo, escribo...: bodrio tras bodrio.
Ya estoy viviendo con Lucía en una casa chorizo por Villa Crespo. Caminatas barriales. Escribo “Pampa argentino”. También reúno papeles en “La vida misma”.
Amistad con Ricardo Zelarayán, con Ricardo Carreira. Y desde 1984, a través de Ure, cuando ensayaba “El campo”, la pieza teatral de Griselda Gambaro, amistad con ella. Allí comprendí profundamente mi interés por el títere. Y después, todos los personajes que creé fueron a partir de ese yo títere que siempre me asombra.
En 1993 muere mi Nonna. Encuentro refugio en el Tigre, al fondo del río Carapachay. Sola pero, como nunca, en paz.
En 1994 edito (Editorial Leviatán) mi primer libro, “El corazón disparado”, de la brasileña Adélia Prado, que tradujimos Fernando Noy y yo. Librera en el día a día.
Empiezo a traducir a Louise Labé. El libro será publicado en Venezuela por el sello Angria: “Sonetos y elegías”.
En 1998 nace Clara, mi primera nieta. Después nacieron Pedro y Theo.
En 2001 conozco a Gerardo “Pico” Manfredi, en una lectura a la que me invita la poeta Alicia Gallegos. En diciembre fallece mi padre. A mediados de 2002, cumpliendo la promesa hecha a él, y con el apoyo de mi madre, comienzo a ser la editora responsable de Editorial Leviatán.”
1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a
qué edad, de qué se trataba?
CS: A los cuatro años inventé la palabra embustera.
De a poco fui comprendiendo.
2: ¿Cómo te llevás
con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad,
con las contrariedades?
CS: A medida que el tiempo ha pasado, mi relación con la lluvia fue cambiando.
Me encantaba caminar bajo la lluvia, chica, joven… algunos momentos deliciosos
están ligados a la lluvia en mi infancia. Entrar en el mar bajo la lluvia,
quedarse en el agua más tibia que el aire mientras en la playa, ya nadie… Tal
vez en la orilla solo mi nonna que urgía para que saliéramos… una infancia con
hermanas, claro. Después me volví cauta, responsable. Los truenos y los rayos
pegaron más cerca, tal vez. Conocí en los cerros a una muchacha aterrorizada
con la proximidad de la tormenta. Una mujer-pila que se había salvado por un
pelo.
Pero se agravó la
naturaleza, ¿no es cierto? Todo fue muy rápido. Se talaron los grandes bosques,
se envilecieron los mares, la atmósfera se llenó de petróleo, se perforó la
capa de ozono y también está lo nuclear, las fisuras desagotan en los mares y
el agua es una sola, como se sabe. Cosas graves aprendí a medida que envejecía.
El mundo fue cambiando violentamente en ese breve interín. Ahora cunden nuevos
lenguajes en los que soy analfabeta. La velocidad ha devorado el mundo que
conocía. Lo que dejamos a los más jóvenes es aspaviento, una consistencia que
ellos deberán descubrir. Es decir, sin aquella consistencia. Muchas veces,
comiendo, me pregunto qué es lo que mastico. Convivir con el peligro, podría
llamarse esta civilización en la que resistimos, sin embargo.
3: “En este rincón”
el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por
ejemplo, William Faulkner y su “He oído
hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
CS: La comparación con Faulkner es fallida a mi entender. Un novelista es un
constructor.
Cuando logro un
poema largo o corto, y lo siento logrado, por supuesto hay un trabajo, pero
sobre todo una confianza extrema en la adherencia y la inmersión. En ocasiones,
un tema para llegar a ser requiere descartar íntegra la primera composición,
que resultó rígida —por ejemplo— por otra donde el tema ha decantado y corre
respirando libremente, superando la primera redacción en profundidad y ritmo.
El tiempo juega un papel importante. Antes un escrito descansaba en el olvido
hasta que volvía a aparecer casualmente,
muchas veces.
4: ¿De qué artistas te atraen más sus
avatares que la obra?
CS: Tengo una pésima memoria. Los sucesos en la vida de las personas no sé si
me interesan demasiado. Realmente no puedo recordar a ningún autor por sus
hazañas. Si las he conocido fue a partir de la obra: Louise Labé, Francois
Villon, William Shakespeare siempre son enigmas… Emily Brönte… a todos los leí
antes y después de conocer algún hecho de su biografía. Por ejemplo, Jane
Austen le pidió a su hermana Casandra que destruyera todas sus cartas.
¿Prudente, no es cierto? Italo Svevo, James Joyce… en fin. Literatura. Tampoco
soy chismosa con mis amigos. Si me querés contar algo lo escucho y no lo suelo
comentar por ahí. Queda entre nos.
Y si pienso en la
literatura argentina, de inmediato se mezcla con la historia de modo
inseparable. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo. Domingo F. Sarmiento, el más
miserable de todos y grande, sin embargo. O Lucio V. Mansilla. Puro siglo
diecinueve, eh? Con Griselda Gambaro charlamos mucho de plantas, libros,
lecturas, recuerdos, política… y le cuento cosas que me pasan. Tiene una forma
de escuchar que me resulta fundamental.
5: ¿Lemas,
chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
CS: Una frase del
Viejo Bribón que me gusta repetir: “Adelante
con los faroles.”
Creo que no tengo otra. O están tan incorporadas que no las
registro. También, “Tengamos la fiesta en
calma”, que da cuenta un poco, del tenor violento que conozco.
6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
CS: ¿Estremecimiento? ¿De placer? Odilon Redon. Un pequeño óleo en el Museo Nacional de Bellas Artes. El estremecimiento incluye contradicción, oxímoron si se quiere. O un abanico de sensaciones que no permanece inmóvil. Siendo así: Un pequeño autorretrato en verdes y azules de Vincent Van Gogh que sólo vi una vez. Parecía que Vincent se asomaba a una ventanuca, solo para mí. Las esculturas en madera talladas por Paul Gauguin. Un cuadro de Marcia Schvartz, entre los muchos de ella. Algunas esculturas de Juan Carlos Distéfano y otras de Norberto Gómez. Y siempre vuelvo a las pinturas de Cándido López. Y me gusta la pintura de Jorge Pirozzi.
Emily Brönte sí, me estremece. La leí muchas veces, año a año. “Alicia en el país de las maravillas” fue una de mis obras preferidas durante mi juventud. Otra obra que me encanta recorrer es “Ulises”, de Joyce. Shakespeare me estremece una y otra vez. Lear. O el horrible Ricardo.
¿Perplejidad?: Nikolái Gógol.
7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
CS: Tengo gran
vocación por el ridículo. Si recuerdo alguna situación específica más allá de
la natural cotidiana ridiculez que padezco, la contaría con detalle. Pero mi
mala memoria me juega pasadas tremendas.
8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
CS: No llegaré.
Esa es una certeza tranquilizadora.
9: “¿La rutina
te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
CS: Yo
misma soy mi rutina. Me recorro con espanto. Muchas veces. Otras, puedo ponerme
a salvo de mí misma. Escribir es la única manera en que salto el límite y logro
sustraerme de mi deficitaria clave. Eso, o leer. Esa fascinación del
descubrimiento de un libro, que en mí fue sobre todo en la adolescencia, la
pubertad incluso, cuando eso sucede, oh maravilla, todo se silencia y solo
existe ese mundo extraordinario.
10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el
escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
CS: ¿No
será que una es su propia limitación? Tal vez esa limitación sea el mundo que
se relata, esa obsesión. La perfección es una búsqueda abrumadora.
11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún
grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
CS: Creo
que la indiferencia política es lo que me resulta violentamente insoportable. Lo
considero el rostro más peligroso del capitalismo.
Lo deshumanizado.
Y los estúpidos del arte,
insoportables negociantes.
12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de
tu adolescencia compartirías con nosotros?
CS: A los
trece años, o tal vez catorce, fui aceptada en un grupo del Colegio Nacional
Buenos Aires que viajaba a Tilcara. Se estaba trabajando entonces en la recuperación
arqueológica del Pucará. Mi madre, Hebe Clementi, era una de las profesoras
elegidas por el grupo de alumnos, y ella me “coló”. Aprendí muchas cosas, como
dije. Por bastante tiempo dejé, con tristeza, de ver a esos antiguos
compañeros, a los que, sin embargo, guardé en el corazón. Ese viaje se repitió varias
veces. Cada viaje es otro viaje, pero el sentimiento del cerro, esa soledad y
esa amistad con la piedra y su música, su virtud, creo que es algo insustituible,
un baluarte en mi vida. Y aparece siempre en lo que escribo, una de mis casas.
13: ¿En los universos de qué artistas te
agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que
te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
CS: Ese sentimiento corresponde a mis
lecturas de la pubertad. La primera adolescencia. Hubiera querido que nunca se
terminaran los tres libros de Italo Calvino que aparecen bajo el título
“Nuestros antepasados”: “El vizconde
demediado”, “El barón rampante” y
“El caballero inexistente”. Todas
delicias. Otro, “Orlando”, de
Virginia Wolf. Y de todavía más chica, algunos de Julio Verne, “Un capitán de quince años”, por
ejemplo. Y un libro de historias de piratas, de un famoso autor cuyo nombre
ahora no recuerdo. Más tarde, Carson McCullers, Clarice Lispector, Sara
Gallardo. Y ah, el Alejandro Dumas de mi niñez. Y otra cita es “Cumbres borrascosas”, de Emily Brönte, que
no sé cuántas veces he leído, a decir verdad.
No sería personaje de ningún libro
ajeno. Bastante con una misma.
14: El
silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la
desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías
lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
CS: Los gestos
son fundamentales en mi modo de conocer las relaciones entre y con las
personas. Un pequeño gesto me devuelve la memoria, a veces. Siempre es
revelador, un entramado de relaciones permite la lectura a partir de un pequeño
gesto.
El silencio puede ser una larga conversación. O seco como un
golpe en la mandíbula.
No he tenido sorpresas agradables. No recuerdo ninguna, al
menos. Prefiero que se anuncien.
Fervor… creo que conozco. La intemperancia, también. Muy
dolorosa.
En cuanto a la oscuridad, tengo una relación próxima e
intensa; sin embargo, soy del ojo más que del oído, del tacto más que del
olfato.
15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
CS: Yo quitaría
el ingenio de esa lista. Sin ingenio, no hay arte. Puro tedio. La lista cunde
hacia la ironía, ¿no? Quisiera nombrar a Juan Carlos Onetti, que es un trágico,
pero domina todos esos matices agudos. Lamborghini, ambos (Osvaldo y Leónidas).
Alberto Ure. Susana Thénon. Y Mijaíl Bulgákov. Anita Brookner, también. Y
Flannery O’Connor.
16: ¿Qué apreciaciones no apreciás?¿Qué imprecisiones preferís?...
CS: El narcisismo
elevado a la sordera me saca de quicio. Prefiero las conversaciones donde se
decanta lentamente el sentido preciso, precioso. Conversaciones son diálogos. Y
necesitan tiempo, interés por el otro, y algo de memoria.
17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora
poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te
entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
CS: Valorar es un
verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí
porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie.
Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no
tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante
poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones,
pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese
desprecio del que habla tu pregunta.
18: ¿El mundo fue, es y será una porquería,
como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango
“Cambalache”?
CS: Hay muchas
corrientes por navegar, por suerte. Hay que ver a qué mundo querés “pertenecer”.
Y cuál es tu tabla de salvación. Muy chiquito, muy grande… Beber champán en
idioma extranjero o apacibles mates camperos. Todo lleva al mismo sitio.
Incluso puede convivir si la porquería es verdaderamente arte.
19: Por la fidelidad y entrega a una causa o
proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te
asombran?
CS: Antonio Porchia.
Edgardo Antonio Vigo. Antonio Berni.
20: ¿Qué
te hace “reír a mandíbula batiente”?
CS: Algunos
comentarios de mis nietos, cuando cada tanto logro encontrarlos reunidos. Y si
se suma alguien más de la familia, mejor.
21: ¿Cómo afrontás lo
que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas,
lejos de lo que para vos constituya un ideal?
CS: Lo acepto
como un querido fracaso más.
22: El amor, la
contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando
con esos tópicos?
CS: Cosas
bastante dispares…; el amor y la contemplación podrían ser parte de una misma
cosa. Como hipótesis. La política y la religión también por caso. Dinero,
siempre poco.
Ardua conquista, ser.
23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
CS: …tal vez no
fueran artísticas, ¿no? Tal vez fueran solo divertimentos. Prefiero la
literatura, sobre todo. A veces veo cosas fundamentales. Iris Scaccheri
bailando será un recuerdo hasta el último día. Si es insufrible me levanto y me
voy. Por eso los clubes de teatro, con su estructura tan expuesta, me resultan
claustrofóbicos. Quiero decir también que cuando no se va al fondo, no pasa
nada. Por eso consumo poco.
CS: Valorar es un
verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí
porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie.
Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no
tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante
poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones,
pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese
desprecio del que habla tu pregunta.
24: ¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué
pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor
nostalgia o cariño, y por qué?
CS: Nací en la calle
Bacacay, detrás de las vías del Ferrocarril Sarmiento, en Flores. Un edificio
no muy alto, y nosotros vivíamos en la planta baja. Arriba vivía doña Amanda,
que era una morena hermosa. Había tenido varones y le encantaba una casa con
tres nenas. Un jardín había en casa y en el fondo casuarinas y una hamaca de
vaivén y el canto del ferrocarril.
Más arriba vivían los Calviño, con su hijo Jorgito, que salía
apenas. Una pareja grande, sus padres se habían casado por decisión de los espíritus
de sus ex cónyuges en la Escuela Científica Basilio. En la planta baja,
adelante, vivían los Scarfó. Eran tres chicos de más o menos la misma edad
nuestra. Jugábamos en la vereda, pero seguramente poco. Enfrente había un
pequeño taller de un zapatero, siempre con mucha tarea. En la esquina, un
antiguo almacén de los de a granel y en la vidriera una publicidad de Puloil o
de jabón en polvo, ya entonces descolorida, verde clarito…; era un mensaje
discriminador, pero el dibujante había puesto gracia inolvidable. En ese entonces
por el barrio venía la panificación a caballo, y hasta recuerdo al lechero con
su vaca y el ternero. Duró poco pero pude ver ese carro lleno de tarros de
metal esperando el regreso del lechero, el caballo girando la cabeza con sus
orejeras y una especie de bolsa llena de algo para comer, para que no se
distrajera de la ruta que conocía de memoria.
Pero los Scarfó, decía: el padre de los chicos era un hombre
inmenso, con gran chambergo oscuro y un traje cruzado, a la usanza. Era el
hermano menor de América, la novia de Severino Di Giovanni [1901-1931]. A la
madre de los chicos no la recuerdo, solo sus gritos desde adentro de la casa.
Jugábamos en la vereda de Bacacay todos los pibes. De los tres, sólo sobrevivió
el mayor. Eran hermosos todos, muy inteligentes. No nos asustaba la fama
anarquista, porque algo del tema también conocemos: tenemos pariente
anarquista. Mi abuela Fanny Kulichevsky y Simón Radowitsky [1891-1956] eran
primos.
25: ¿Cómo
reordenarías esta serie?: “La visión, el
bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el
sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el
desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar,
por ejemplo, una microficción.
CS: ¡No!... Rechazo
esta pregunta por barroca y pedigüeña.
26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...
CS: Una buena
pregunta. Al pie del patíbulo. Y la literatura idisch también esto lo pondría
en duda. …tal vez no
fueran artísticas, ¿no? Tal vez fueran solo divertimentos. Prefiero la
literatura, sobre todo. A veces veo cosas fundamentales. Iris Scaccheri
bailando será un recuerdo hasta el último día. Si es insufrible me levanto y me
voy. Por eso los clubes de teatro, con su estructura tan expuesta, me resultan
claustrofóbicos. Quiero decir también que cuando no se va al fondo, no pasa
nada. Por eso consumo poco.
CS: Valorar es un
verbo un poco retorcido. Las personas que quiero son muy valiosas para mí
porque hacen a mi confianza, a la valoración de mí que me sostiene en pie.
Después hay gente muy socialmente valorada. Y bueno, chapeau! A veces yo no
tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante
poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones,
pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese
desprecio del que habla tu pregunta.
27: ¿Podés disfrutar de obras de artistas con
los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y
ya no?
CS: …en una época
juvenil era muy obediente a lo que “había que leer”. Después comprendí que
cierta angustia se disolvía si abandonaba la lectura de Yukio Mishima, por
ejemplo.
28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te
infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser
que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude
a la promesa?
CS: Tengo un largo entrenamiento en
decepción. E igual no he podido dejar de esperar incluso con la certeza de que
era un callejón sin salida. Por supuesto, cuando un amigo te deja en banda, no
solo duele.
29: No concerniendo al área de lo artístico, ¿a
quiénes admirás?
CS: Algunos gestos de valor y renuncia. Y
sobre todo, el coraje que no hace alharaca.
30: ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
CS: Soy emocional, dicen. Mi lectura del
mundo está teñida por esa mirada. Pero no sólo: a veces, gestos que consideraba
de camaradería o entusiasmo fueron leídos como extemporáneos o incomprensibles
y mancharon para siempre complicadas redes de relaciones. Pero no aprendí mucho
de la experiencia y repito algunos errores que dicta el entusiasmo.
no, chapeau! A veces yo no
tengo nada en común con esa gente pero nos saludamos y coexistimos. Soy bastante
poco curiosa. Hay gente que quiero pero solo habla de sí misma. En ocasiones,
pierdo la presencia de ánimo. Sobre todo cuando conozco en carne propia ese
desprecio del que habla tu pregunta.
31: ¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
CS: A mí me gustaría que artistas
importantísimos, que nutren la base de muchos otros artistas —y son tan poco
poquísimamente nombrados incluso por quienes los leen y conocen— fueran más
conocidos, más leídos, más nombrados. Ricardo Carreira, Juan Andralis, Vigo. A
Luis Thonis, a Liliana Guaragno, a Noemí Ulla. Otra desaparecida: Susana Cerdá…
Soares, el gran cuentista. Y hay muchos más.
32: ¿Acordarías, o
algo así, con que es, efectivamente, “El
amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito
lindo” de Luisa Futoransky?
CS: Acordaría,
sí, con Luisa.
33: ¿El amanecer, la franca
mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche
plena o la madrugada?
CS: Una mañana que llegue a la tarde, sería
perfecta. Si hay mediodía, almuerzo, siesta…: bajón asegurado. A veces, la
madrugada solitaria, exquisita. Pero todo según el para qué. El anochecer me
gusta: las luces se encienden y las casas se habitan. Es momento de dar una
vuelta por el barrio.
34: ¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones
cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos
propondrías?
CS: Soy
solitaria, disculpá! Seguramente no asistiría aunque me invitaran.
35: Seas o no
ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
CS: Resistencia.
*
Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, Claudia Schvartz y Rolando Revagliatti, abril 2019.