NUEVAS
BATALLAS DE WILLY GÓMEZ MIGLIARO
Arteidea, grupo
editorial, 2013
Es casi un lugar común poner en
cuestión el criterio generacional en la literatura peruana, sobre todo a partir
de la segunda mitad del s. XX. El poeta Willy Gómez Migliaro pertenece a la
generación de los años 90. Lo cual, en consonancia con lo dicho, es y no es
relevante: lo he dicho y escrito antes respecto de poetas y narradores de las
últimas décadas. La relevancia de esa filiación con los jóvenes poetas e
intelectuales de los noventa radica, cómo no, en que dicha pléyade juvenil se
hacía eco del Perú atrozmente crítico de entonces. Y esos jóvenes se rebelan
con la palabra pero al propio tiempo buscan salidas, buscan puertas aun cuando
a menudo estas no se abran o ellos se den de bruces contra una cerrazón social y
política inaudita; la misma que, por lo demás y por desgracia, se mantiene en
buena medida. Willy Gómez, desde luego, no es la excepción a esa ola juvenil
incontenible y desconcertada; pero él es de los (¿pocos?) que hoy, en la
segunda década del milenio, se mantienen en el empeño y en la terquedad del discurso
poético como instrumento. Tal vez por aquello de que “… el poeta está allí para
que el árbol no crezca torcido” del “Manifiesto” de Parra. En el caso de Gómez Migliaro
no solamente es parte de la búsqueda sino también del realizarse firmemente en
el oficio de poetizar.
Lo dicho se patentiza en sus varios
libros, desde Etérea de 2002 hasta
estas Nuevas Batallas y lo que
seguramente tiene inédito y en proyecto. Se mantiene en este libro la técnica y
la estrategia que dan al estilo del poeta personalidad cada vez más sólida, configurada
y en ascenso, propia de un discurso poético por momentos cifrado, en tiempo
surrealista acaso, y por momentos ostensiblemente representativo de ese entorno
nacional y general cada vez más complejo y que el poeta asume.
El libro comprende 71 páginas de
textos (poemas) en su mayor parte largos; en algunos casos no es fácil advertir
el límite entre poemas. Sin embargo, el lector atento e iniciado deberá hacerse
cargo de su papel de contraparte y decidir sobre el inicio y el fin de cada
texto, en función de lo que le dice el yo poético: reto que el autor lanza al
receptor. Formulo a continuación una suerte de glosa analizante, parcial y
discontinua; para lo cual recurro al parafraseo forzoso y a veces a las citas
textuales.
Texto introductorio (p. 9). Lo
impresentable de la condición humana, del hombre individual en concreto, está
ahí: en las bajas pasiones, en la violencia, en la pobreza. Y se disfraza o se
oculta vanamente en frases rimbombantes, como por ejemplo “política exterior”.
El texto de la p. 12 sugiere la vejez en tanto descomposición fatigante y que
no es cuestión cronológica; es más bien el mundo moderno, el de hoy, en tanto
escenarios y situaciones críticas. Pero a fin de cuentas está a mano la
posibilidad de “cerrar túneles” a manera de liberación. Paso a la siguiente
página y encuentro que si palpamos una pared recién pintada creemos tocar la
esperanza. Pero el amor, ay, suele derribarse. Puede sintetizarse este poema
largo (p. 13, 14 y 15) como la tragedia del mal y del amor, como la insurgencia
del horror. El texto de la p. 18 llama la atención sobre el juego de azar que
es la vida; total, “se hablan tantas cosas de nosotros…”.
El poema de la p. 21 cuestiona “¿Qué
hago si el montón sobrepasa la agudeza de olvidar / esas agilidades del
pensamiento moderno?” A este díptico interrogador podría agregarse otra que es
parafraseo de otra parte del poema: ¿qué hago si un hervidero entusiasma con su
lenguaje? Y el de la p. 25 advierte que construimos, al parecer, porque vale la
pena. Tanto más que la anunciación es una “promesa que la fe mantiene viva.”
Sin embargo, una vez más se trunca todo o casi todo. Un verso del poeta lo
sintetiza lapidario: “El comercio es una vacilación sin contrato”.
El poder, por otro lado, es un “acto
inconcluso que impugnamos” (p. 31). Acaso porque el poder no es, como debiera
ser, la representación de todos, el amparo para todos. Pero no. No es así en
esta sociedad, que no se sabe si nos abarca o nos rechaza. El poeta acá echa
mano de un elemento semiótico que encuentro elocuente e ilustrador en su simbolismo:
“geranios que van cayendo”. Seguramente geranios rojos, como las rosas rojas
que brotan en el pecho del caído.
Hacia el final del libro no es más
alentador lo que la voz lírica descubre al receptor; cito, al efecto, en la p.
69:
“Hay un cielo húmedo que es tu país y
cierto brillo/ nos conduce a estar juntos. Debe haber algo vivo/ alrededor de
sus campos.” Adviértase cómo una vez más se consigna a manera de punto de
partida en los textos de este libro de Willy Gómez una cierta esperanza, algo
por lo que vale la pena estar juntos, tanto más que seguramente debe haber algo vivo alrededor de los
campos. Como en Vallejo, por qué no, que alentó esperanza, sí señores;
hasta el final, en España, aparta de mí
este cáliz. Pero, igualmente, en este último texto que glosamos, consigna
el poeta lo que no puede soslayar puesto que es parte del mundo representado:
aquello que estropea la ilusión una vez más: “País devastado ha venido a
llamarse esto/ donde apenas cualquier cosa crece.”
Como en Vallejo, insisto. Y no hay
desmesura en el símil. A fin de cuentas Willy Gómez detenta una carrera
sostenida de creación poética. Él es ya canónico, a despecho de quienes
pudieran cuestionar este juicio. La recepción no comprometida, en definitiva,
confirmará el aserto. Es lo que creo en función de haber seguido muy de cerca
las publicaciones suyas, y de advertir en ellas un proceso ascendente en lo que
atañe a la estética, tanto como en lo que concierne a buen oficio en el manejo
de lo que en sus textos extrae del mundo y lo presenta poetizado; esa especie
de equivalencia con el tratamiento diegético en la narrativa.
Lima, 2015
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