Multicancha, de Germán Carrasco
El poeta Emmanuel Hocquard, nacido en París en 1937, ha explicado el desarrollo de su escritura a través de tres personajes metafóricos que han dictado la evolución de su poética: el Arqueólogo, el Detective Privado y el Gramático. El Arqueólogo escarba, encuentra vestigios, quita el polvo, hace trabajos de restauración y exhibe sus resultados. El Detective privado, por su parte, busca pistas, investiga casos, resuelve asuntos oscuros. Un poeta detective trabaja sobre una concepción propia, es decir, ubica las “consignas” recibidas que nos controlan desde la infancia. Cuando una “consigna” se detecta en cuanto tal, comienza a ser desmontada y, en consecuencia, a diluirse. Ahí entra el Gramático. El poeta gramático sabe que la gramática gobierna su pensamiento, por eso busca interrogarla. De ahí que se ocupe verdaderamente de los problemas del lenguaje.
Germán Carrasco puede ser visto como un poeta detective privado. Su libro Multicancha es un expediente repleto de evidencias frescas y de datos útiles que nos dan pistas efectivas sobre lo que nos sucede. Un expediente flexible, lleno de sarcasmo y rapidez que se comporta como la lancha del poema “Ínsulas extrañas”: “…Quizás a eso se debía la / empecinada velocidad de la lancha, que de tan extrema / parecía estática”.
Hay dos clases de detective privado, el de la novela policíaca y el de la novela negra. El de novela policíaca –de la escuela inglesa– se mueve en el mundo del deber ser y busca restaurar el orden perdido, trastocado por el crimen que se cometió. El detective privado de la novela negra, en cambio, no busca restaurar el orden perdido porque el mundo en el que habita es caótico, disfuncional, un mundo en donde todo está averiado. Es un universo controlado por la corrupción y la ilegalidad en el que la policía misma es más corrupta que los grupos mafiosos a los que supuestamente debe eliminar. En la novela policíaca, “el mal” es visto como inherente a la naturaleza humana, mientras que en la novela negra, “el mal” está en la organización social transitoria, es parte de ella. El detective privado es ahí un personaje sumido en la crisis de un mundo en que los antiguos valores, considerados alguna vez como absolutos, han dejado de existir. Tal y como se pregunta Carrasco en “Elefantes blancos”: “Por qué y para qué héroes, magnificencia, / elefantes blancos, mayorazgos, caciques, / Por qué les neiges. Por qué aviones de despegue vertical / con los que un petimetre, un pendejo pertinaz / rodeado de botellas de whisky y líneas de polvo (que confunde con no sé qué montaña sagrada) / juega a que juega con el mundo, con la conquista / de no sé qué luz del mundo como en un casino / o juego de computador. Por qué templos.” De ahí la necesidad de inventar nuevos criterios para juzgar, para reaccionar, para escribir: “con alguna herramienta contundente / como por ejemplo una pala de jardín / –cualquier herramienta es un arma / si se la empuña adecuadamente– / permanezco alerta a palabras y sonidos / de la calle, a la vez que del libro / o mi boceto, garabatos; creo asirla, y esta vez / siento que forcejean con ganzúa.” (“Alta poesía”).
El poeta de esta naturaleza, dice Gilles Tiberghien en su libro Emmanuel Hocquard (París, Seguers, 2006), “no es sólo un detective que opera mediante la deducción, razonamiento y ensamblaje lógico, es un tipo que evoluciona en un mundo desprovisto de toda racionalidad y moral. Está dotado –además de una capacidad de razonamiento y de una tasa de alcoholemia ligeramente superior a la media– de una intuición, de un simple vistazo evaluador que no tienen otros criterios más que sus convicciones personales y, tal vez, una cierta forma de ética.” El poeta detective no busca hacer estallar la verdad sobre una tabla rasa, busca tratar de entresacar mentiras: “Los grafemas imprecisos de antiguas épicas se / pegaban al vidrio como mosquitos pero no alcanzaban a / interrumpir nuestra nítida visual” (“Razones para desplazarse”).
En Multicancha el expediente se abre con una evaluación del estado de las cosas mediante la descripción del Ombú –árbol meridional que prolifera en Sudamérica– y de quienes habitan bajo su sombra: “Las raíces exteriores del ombú / –film o novela de ciencia ficción– / reconquistan espacios públicos y aceras; / rizomas descomunales, aspiran / enroscarse en las rejas, infiltrarse / en palacios de gobierno, fundirse / en el nouveau de las fachadas / por el barón rampante, las parejas de jeans” (“Ombú”). En los poemas que siguen el libro nos enfrenta en todo momento con estructuras sociales obsoletas, sistemas culturales desvencijados y sus personajes avejentados, con el concepto hoy extraño de homenaje, de héroe, y con sistemas de valores que aún persisten. Ante la imposibilidad de actuar con un objetivo claro, de señalar con precisión (un principio de incertidumbre que nos obliga a probar que no se puede probar que no se puede probar…), el detective poeta recurre a formas alternativas, imposibles, de enfrentarse con la realidad: “de todo laberinto (que no sea Atacama o el Sahara) se sale por arriba. Obvio. / Pero ese arriba es salida / no es dios la metafísica ni cosa que se parezca” (“Hombre araña”).
Aunque en el poema “Zurdos” el poeta detective cuestiona al maestro de primaria que asocia la gramática con un trabajo de taller mecánico, de piezas y partes que hay que armar y desarmar porque “o está bien o está mal el enunciado”, Carrasco sabe que la gramática, esa que ultimadamente sirve al sistema que cuestiona, a fin de cuentas, gobierna su pensamiento. De ahí que Multicancha esté lleno también de formas del lenguaje que buscan interrogarla.
Multicancha, en fin, se lee como un ejercicio que busca desmontar la estructura sociopolítica y cultural contemporánea. Mediante una escritura arriesgada y de ritmo veloz, construye un universo de imaginación personal que se vale de vivencias cotidianas y preceptos comunes para evidenciar la descomposición –o acaso obsolescencia– de las concepciones éticas vigentes en un mundo en donde sólo el lenguaje poético puede hacer frente al lenguaje informativo y mediático como herramienta de resistencia y crítica.
Carla Faesler
publicado originalmente en Letras libres
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