lunes, 13 de febrero de 2006

UN PERUANO EN PARÍS


José Carlos Rodríguez Nájar. Quintesencia/Quintessence (edición bilingüe traducida por Catherine Saintoul y Marcel Hennart). Paris: L’Harmattan, 2005. 162 pp.


Quintesencia/Quintessence de José Carlos Rodríguez Nájar (Iquitos, 1945) se constituye como una reunión reflexiva y crítica de su obra poética, no es una antología cronológica en sentido estricto, porque el autor ha corregido algunos fragmentos de los poemas. La antología recoge parte de los libros Warachicuy, El Dorado, Romances de Amor profano seguido de Oráculo, Adagio (Poemas para ser leídos a medianoche) y Destino de canteras. Hemos realizado un cotejo textual con la primera versión de Warachicuy de 1976 para informarnos sobre las variantes rítmicas y formales, este trabajo de corrección de los poemas publicados nos recuerda en algo la aventura de Octavio Paz en sus sucesivos libros, es decir, una constante reelaboración del propio discurso como una creación continua, en el caso de José Carlos Rodríguez Nájar, a lo largo de más de 20 años. En Quintesencia/Quintessence podemos percibir el constante apego hacia una reformulación de un estado mítico, sobrenatural y también la contemplación del instante: “¿Soy este instante solamente? / ¿Acaso este ahora que se alarga inseguro?” o esta suerte de imaginería tropológica y tropical-seria (seguimos aquí una denominación propuesta por Haroldo de Campos cuando se refiere al barroco histórico y dentro de él a una línea “serio-estética”, que estaría caracterizada por lo lírico, lo encomiástico y lo religioso) se da en función de reasignar en el plano de la racionalidad occidental los linderos entre civilización y barbarie:

“Esta media noche comprenderás cuánto mito hay en la historia,
cuánta leyenda ha creado la razón del hombre;
y bien sabemos que lo único real es lo fantástico
hijo mío”

En estos poemas cargados de un olor-pasión a una selva tanto oscura como diáfana, percibimos, que no existe la distinción maniquea entre civilización y barbarie, y que además se configura como un libro iniciático, inaugural, unitario.

José Carlos Rodríguez Nájar para muchos de los lectores peruanos será un nombre desconocido, pero el lector avisado recordará que él, en los inicios de los 70, fue uno de los miembros fundadores del movimiento Hora zero, que tuvo una repercusión nacional (Hora zero en las provincias del Perú: Pucallpa, Chiclayo, Huancayo, Cerro de Pasco, etc.); continental (su influencia en el movimiento Infrarrealista fundado por mexicanos y chilenos entre ellos Roberto Bolaño o Mario Santiago) y mundial (Hora zero internacional, donde participaron una serie de escritores franceses, griegos, belgas, portugueses, fineses, árabes, etc. en contra de un artículo firmado por el conservador Jacques Chirac, que apareció en Le Monde y Les Nouvelles Littéraires). Como es notorio Hora zero es producto de una transformación en el lenguaje y el imaginario, que se venía gestando desde principios del siglo XX con el vanguardismo de los años ‘20 y que llega a una irrupción neo-vanguardista con el propio movimiento Hora zero y después, desde otra perspectiva, con el grupo poético Kloaka. La poética de Hora zero fue el poema integral “formalmente en ella cabía de todo como en una caja de sastre: la prosa, el verso, el ensayo, el lenguaje de las mass media.”. Tulio Mora, escritor del prólogo de Quintesencia/Quintessence, reconoce conexiones con la vanguardia peruana y sus antecedentes serían Vallejo, Churata, Arguedas; Pound, Ginsberg, Williams; Pablo de Rokha, Parra, Lihn, Adoum, Gelman, Cardenal.

Juan Ramírez Ruiz, el teórico del movimiento junto a Enrique Verástegui y Tulio Mora, en su primer libro de poemas, Un par de vueltas por la realidad, anota las características y los presupuestos que tendría el poema integral como:

“una totalización, donde se amalgame el todo individual con el todo universal. Es decir, materia de un poema integral es la realidad acontecida y aconteciente; y que adviene en sucesos como expresión de los enfrentamientos de las clases en pugna”
Una poesía que parta de hechos concretos con intenciones populistas, que se despoje de su voz para que en un impulso democratizador entregue la palabra escrita a los otros, que tienen velada su voz (una secretaria, una prostituta, un borracho) y desde esos espacios silenciados por el sistema social refrene la discriminación y opresión étnica. Poemas polifónicos, que socavan la voz autoral y la incorporan al tránsito y decurso de un diálogo abierto, prosigue Ramírez Ruiz:

“la ruptura en el plano lingüístico es fundamental, se trata de ubicar al lenguaje sencillo, popular, directo, duro y sano en la capacidad de expresar toda la energía de una experiencia latinoamericana en un lenguaje latinoamericano (…) Hallará sus palabras en el habla popular, en el argot, en los giros populares y en la invención de nuevos términos”

Dicha formulación es muy parecida a la de Ernesto Cardenal y a los poetas de la “otra vanguardia” de los años veinte en el Caribe como Salomón de la Selva, Pedro Henríquez Ureña y Salvador Novo. Cardenal escribió un poema titulado “Hora 0”, donde efectúa un manejo magistral de los niveles de norma “culta” y norma “popular”, que debió ser un gran aliciente para los miembros iniciales de Hora zero (Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Mario Luna, José Carlos Rodríguez Nájar, Jorge Nájar y Julio Polar). Cardenal estuvo en el Perú para presentar el libro Poesía nicaragüense (La Habana: Casa de las Américas, 1973). Selección y prólogo de Ernesto Cardenal:

“el exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos (…) El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura”

Carlos Z. Batalla llama a Hora zero neo-vanguardista siguiendo el postulado de Fernando Burgos (cf. “Modernidad y neo-vanguardia hispanoamericana”. En: Revista de Estudios Hispánicos, Universidad de Alabama, 1984), es decir:

“una forma de reconstrucción estética mixta y composicional, no lineal y fragmentaria, esencialmente lúdica y mosaica, eminentemente aleatoria. Esto es, la exacerbación más acelerada del lenguaje”.

Su actitud de pretender escribir una ‘poesía de la calle’ y la inclusión en el texto poético del habla cotidiana, la jerga, el lenguaje vivo de los habitantes; la intensa actividad pública hacia las provincias habla de un intento honesto por darle un contorno popular a su poesía, quebrando el ambiente de elite donde se frecuentaba a los anteriores poetas. En ese sentido, la revitalización de los mitos amazónicos, que propone José Carlos Rodríguez Nájar, se enmarca dentro del proyecto del poema integral, junto al desarrollo de Jorge Nájar (cf. Malas maneras o Mascarón de proa), dicho trabajo poético tiene antecedentes o continuidades con las narraciones de César Calvo, Francisco Izquierdo Ríos o los poemas de Róger Rumrill:

“Ayahuasca soy”

“Nuestros brujos encontraron la paz en la savia de los bosques”

En la sección, que recoge algunos poemas de Warachicuy se nos habla del mestizaje como un elemento polivalente, a la vez negativo y positivo, como un nudo de tensiones y distensiones: “Soy el canto interrumpido en mil cuatrocientos noventa y dos”, para luego prolongando esta reflexión a El Dorado decirnos que:

“mi abuelo, pálido buscador del Dorado
me enumeraba las etnias desaparecidas.
Con cuánta indignación
soporté mi humillado mestizaje”

Tanto las secciones poéticas correspondientes a El Dorado como Warachicuy comparten un único proyecto, que se prolongará a lo largo del libro mediante un lirismo entrecortado y una secularización de lo religioso, como si estos elementos se encontrarán en constante trance y en disputa, no en vano la palabra quechua Warachicuy significaba un ritual de guerra incaico. José Carlos Rodríguez Nájar, también, nos informa sobre la historia nacional, una historia oculta en las conciencias de los oprimidos, una historia de sangre y de padecimientos:

“el Dorado
es una justificación para la sangre”

Al final, Quintesencia/Quintessence podría englobarse en un escepticismo fiero ante la realidad circundante y vil, donde no hay esperanzas para un mejor futuro, donde la vida se convierte en un leve gesto de los designios de un dios muerto o que ya no existe, podríamos emparentar esta situación con el espíritu de fondo de algunos poemas de Juan Ojeda como "Elogio de los navegantes" o "Elogio de la infancia":

“Siembra y cosecharás me dijeron
y no encontré surco para mis semillas fértiles
(…)
Siembra y cosecharás barrigas ulceradas
bocas siniestramente vacías
(…)
Siembra y cosecharás ¡oh gran farsa!
nuestros sembradores han muerto masticando plomo
y sólo cosecharon una agonía perpetua”

Paul Guillén

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