lunes, 25 de febrero de 2008

Antonio Lobo Antunes: desdoblamiento y dolor En el culo del mundo por Ramón Peralta

A manera de autobiografía Antonio Lobo Antunes (Lisboa 1942) presenta en su segundo libro En el culo del mundo[1] un extenso diálogo en el que predomina la voz de un médico que participó en la guerra con Angola. Situación que cambió su percepción sobre la violencia que puede generar el hombre. La novela transita en una Lisboa que continuamente modifica su espacio en aras de la modernidad y escenas de combate que vivió el autor mientras su esposa se encontraba en embarazo.

Tal vez la guerra haya ayudado a hacer de mí lo que soy ahora y que íntimamente rechazo: un solterón melancólico a quien nadie llama por teléfono y cuya llamada nadie espera, tosiendo de vez en cuando para imaginarse acompañado, y a quien la asistenta acabará encontrando en la mecedora en camiseta, con la boca abierta, rozando con los dedos morados el pelo color de noviembre de la alfombra.

En el personaje de Antunes el dolor moviliza reacciones, ha dejado de ser una señal de alarma que señale el peligro, y se ha convertido en una alarma constante con un sonido envolvente. Al grado de anular las acciones del tiempo presente, tornando cualquier escena en un vaivén entre una acción cotidiana y el pasado. Incluso, empalmando imágenes generadas desde la infancia, hasta mostrar a un adulto que desea comprender su vida, sin que logre salir de ella por medio del recuerdo. Antunes muestra un desenvolvimiento continuo de imágenes que originan el estado de ánimo del personaje; como la justificación de su comportamiento ante los seres que le rodean, en medio de un universo contraído que se llama Lisboa. Lo anterior resalta en la estructura por la reiteración del yo, y la utilización de la narración en primera persona que implementa el autor a lo largo de toda la novela.

El personaje del cual no se enuncia su nombre, ostenta una clase de dolor que no ha trascendido la esfera corporal, pero modifica su vida diaria, la personalidad y el destino del doliente. El resultado no sólo produce un tamiz de tristeza y reacciones de defensa llenas de acidez y humor negro, tanto a las instituciones como a los miembros de su familia. Así mismo muestra un alto grado de apatía y resignación al formar parte de una sociedad que, pese a todas sus carencias y defectos lo alberga. En el estilo peculiaridad de la novela, la metáfora es un recurso frecuente para no decir en términos de los significados literales y verlos en términos de otra cosa. Lo cual propicia por momentos a una prosa altamente poética.

Usted y yo, gracias a Dios, no corremos ese riesgo, somos como dos yudocas que se temen lo suficiente para no herirse, e inventan, como mucho, falsos golpes inofensivos que se detienen a mitad del trayecto, a la manera de tentáculos de repente inertes que desisten: si yo le dijese que la quiero, usted me respondería, en el tono más serio de este mundo, que desde los 18 años no sentía por un hombre un entusiasmo así… y acabaríamos riéndonos dentro de los vasos respectivos, de la inocua inocencia de nuestras mentiras.

El peso del dolor aplasta su iniciativa por un empleo fijo; la idea de mantener una relación de pareja más allá del sexo rápido, una compañía femenina en el bar y llamadas cada vez más fugaces, no importando de quien se trate. La obra de Antunes descubre la profundidad de las fosas y las grutas insondables de su personaje; repliega al hombre sobre sí mismo y refleja al individuo ensimismado. Cuando desvía por momentos la atención hacia el prójimo, resulta inútil, ya que vuelve a caer sobre sí mismo. Esto, aunado al resto de su comportamiento, provoca un pertinaz egocentrismo, que no lo aleja del olvido en el que parece sumido. Donde la única solución es cortar el pasado e iniciar un giro en su vida.

El personaje reacciona antes los recuerdos de la guerra y ante una serie de situaciones que le moldean como ciudadano de Lisboa. En este sentido se defiende constantemente y no se deja dominar por lo cotidiano. Así, adapta un sistema de autoconversación que por un lado lo sume en su visión del mundo, y por el otro, lo utiliza para su mayor arma: el silencio. Así, adquiriere una percepción del mundo, y al mismo tiempo, se convence de su sinsentido, se compadece, corre en su ayuda, sucumbe por momentos. No supera el dolor que lleva consigo. Aunque el hombre, por sí solo, puede enriquecerse a través del sufrimiento.

Hay pocas cosas en las que aún creo y a partir de las tres de la mañana el futuro se reduce a las proporciones angustiosas de un túnel en el que se entra mugiendo el dolor antiguo que no se consigue sanar, antiguo como la muerte que hace crecer dentro de nosotros, desde la infancia, su musgo pegajoso de fiebre, invitándonos a la inacción de los moribundos, pero existe también, ¿sabe?, esa claridad difusa, volátil, omnipresente, apasionada, común a los cuadros de Matisse y a las tardes de Lisboa, que como el polvo de África atraviesa las rendijas, las ventanas cerradas, los espacios blandos que separan unos botones de la camisa de otros, la pared porosa de los párpados y la textura de cristal asesinado del silencio,

Es sobre esa autoconversación, a través de un paisaje de referencias, en el que se propone la lectura de un mundo que constantemente le parece más ajeno. En la oscilación entre pasado y presente podemos observar las principales capas de recuerdo que lo componen y los escenarios que le aquejan. Ese sistema de regresiones proporcionan elementos necesarios para la conformación de una identidad. Buytendijk nos dice al respecto: El fenómeno puro del sentir revela al ser humano como siempre desarrollándose y siempre desarrollando su mundo[2]. Pero es por la constancia de las regresiones que afectan al desarrollo del ser. De esta forma el sentir proporciona al sujeto la experiencia de existir y su manifestación. En este caso es el pensarse por medio de la autoconversación. Y es en ese pensar que el personaje se posiciona del mundo, y al mismo tiempo, es afectado por éste.

Como podemos observar, su relación con el mundo se efectúa en dos sentidos. En el primero sucumbe ante el mundo por medio de su enfrentamiento y su intento de identificarse con él en el presente. En el segundo se distancia del mundo en una afirmación de su ser, dirigido por las escenas que vivió en la guerra. Mientras que la adaptación al entorno (familia, empleo, vida social, etc.) le impide su desarrollo y le conlleva a sucumbir en el recuerdo.

Por tanto, su distanciamiento del mundo se manifiesta de forma reflexiva, y como podemos observar a lo largo de la novela, no tiende a distanciarse de él. Pese a que el personaje se capta a sí mismo, con un dolor instalado por algo que ya no es. Vemos que el personaje lleva a un replegamiento sobre sí, y se aísla en sus pensamientos de todo lo que no está en relación con el recuerdo y dolor. Dicha actitud es vista como una patología que lleva al egoísmo o al egocentrismo, como una proyección de dolor circular.

No olvidemos que la personalidad humana se forja, tanto del choque con los demás seres, como consigo mismo, y el padecer dolor es una parte intrínseca del ser humano. Miguel de Unamuno En el sentimiento trágico de la vida nos dice: El dolor es el camino de la conciencia y es por él cómo los seres vivos llegan a tener conciencia de sí. Tener conciencia de sí mismo, tener personalidad, es saber y sentirse distinto de los demás seres: al sentir esta distinción se llega por el choque; por el dolor más o menos grande, por la sensación del propio límite. La conciencia de sí mismo no es sino la conciencia de la propia limitación. Me siento yo mismo al sentirme que no soy los demás; saber y sentir hasta donde soy es saber donde acabo de ser, desde donde no soy[3].

Texto publicado en una primera versión en la revista Casa del tiempo, UAM, Mayo 2005, México.

NOTAS
[1] El libro salió en Portugal en el año de 1979; en España, con la traducción de Mario Merlino fue publicado por la editorial Siruela en 2001.
[2] Buytendijk, Fredrich, El dolor: fenomenología, psicología y metafísica, en Revista de Occidente, Madrid, España, 1958, pp. 35-42.
[3] Unamuno, Miguel, El sentimiento trágico de la vida, Aguilar, España, 1963, p.132.

Tomado de http://www.aceitedeajolote.blogspot.com

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