Marta Braier nació el 19 de junio de 1947 en San Miguel de
Tucumán, provincia de Tucumán, República Argentina, y reside en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Es Profesora en Letras desde 1972, con la distinción
Summa Cum Laude, por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Tucumán. Especializada en Creatividad y Crítica Literaria, coordina
talleres de escritura. Entre 2003
y 2015 dirigió el Taller Literario
para Jóvenes de la Biblioteca Nacional. Ha sido traducida al francés, catalán y
portugués. Colaboró, entre otros, en el suplemento cultural del diario “Clarín”
(1976-1987). Cuentos suyos fueron incluidos en el volumen colectivo “Sociedad
de sueños” (1992), así como textos poéticos en las antologías “Poemas y
relatos desde el Sur” (con prólogo de Aitana Alberti, en Barcelona, España,
2001) y “Antología de poesía argentina contemporánea. 18 poetas”
(compilada por Cristina Madero, Mario Jorge Buchbinder y Daniel Calmels, Reflet
de Lettres, de Francia, y Alción Editora, de Argentina, 2012). Dirigió en 1998
un ciclo de narrativa y poesía en “Liberarte / Bodega Cultural”. Poemarios
publicados: “Gestos de minué” (Libros de Tierra Firme, 1999), “Ésta
es la tierra, corazón” (Ediciones Último Reino, 2005) y “El río secreto”
(Premio Único de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en Poesía Inédita, Bienio
2010-2011, Ediciones El Jardín de las Delicias, 2016).
1 — Confieso que no he visitado tu
provincia.
MB
— Donde nací de cara al Aconquija. En
el éxtasis de la belleza, en las primeras preguntas ante la incertidumbre de lo
vital, surgió el misterio de la poesía y desde muy niña leí con pasión.
Recuerdo haber llorado a mares con “Corazón” de Edmundo de Amicis y el
temprano compromiso con la palabra poética en mis clases de Declamación, como
se decía en aquella época. También leí por entonces “Juan Cristóbal” de
Romain Rolland (varios tomos) y “Bonjour tristesse” —inolvidable— de
Françoise Sagan. Eran libros de mamá, dedicados, que aún conservo, con sus
tapas antiguas. Viví en el seno de una familia judía acomodada, con mis dos
hermanos. Papá, médico ginecólogo nacido en Buenos Aires, migró a Tucumán desde
Rosario, donde hizo la carrera universitaria; y mamá —hija de tenderos
prestigiosos de la calle San Luis, de Rosario, fina y elegante, la más coqueta
del barrio— tenía devoción por el teatro y solía recitarnos a lo Berta
Singerman. El piano sonaba en casa a cualquier hora en la interpretación de mi
hermano Lalo; y esa escucha
fijó en mí, tempranamente, las músicas y letras notables de los tangos de la
guardia vieja, sustento lingüístico y filosófico que flota con cierta
melancolía, tragicidad e ironía, en mi primer poemario. De esos tangos que
escuché cantados por mi hermano y en la voz de Carlos Gardel, evoco con una
sonrisa tres de gran potencia sentimental: “Ladrillo”, “Caminito” y
“Si se salva el pibe” (este último con letra de Celedonio E. Flores). El
segundo poemario es de otro momento de mayor aceptación; el discurso es llano y
realista, aunque siempre revestido de “levedad”, ese lirismo que es un rasgo
primordial en mi dicción, cierta contemplación de lo vital rodeada de un aura
de conciliación. Y del tercero, de octubre del año pasado, lo autorreferencial se
constituye en centro de la historia, desde una oralidad elaborada alrededor de una adolescente y su relación con el
entorno familiar y social. Lo menciono ahora, porque en esta obra
anticonvencional, casi una nouvelle, entramado de narrativa y
poesía, está expuesta mi adolescencia, con toda la frescura y pavor que
caracterizan esa época de la vida, la mismísima intemperie ante los mandatos
sociales y familiares, y la subjetividad constituyéndose en atormentados
combates interiores. El texto de contratapa es de la extraordinaria cineasta
salteña Lucrecia Martel, influencia muy importante en mi carrera. Su
filmografía revela la hipocresía de una sociedad, en este caso la del Norte
argentino, que manipula e intenta ocultar el deseo y el verdadero sentir. El “murmullo”
social ocupa un lugar relevante como intrínseco de la identidad (el famoso “qué
dirán”). Cito una frase de mi libro: “Mirá que las mujeres quedan marcadas”.
2 — Ése dedicado a tus hermanos, Lalo
y Sofi, “por aquella casa que nos habitó”.
MB — Sí, “El
río secreto”. Cuando se vendió mi casa de infancia y adolescencia en
San Miguel de Tucumán, en el 2005, la casa me dejó oír una voz, enraizada en el
habla provinciana, que parecía dictarme los textos que componen la nouvelle
y yo escribí esta obra —memoria deslumbrada, silencioso devenir de un alma—
bajo el amparo de esa melodía, como homenaje a mis hermanos y a esa “casa de la
Avenida Mitre”, por necesidad de testimonio, de legado. Los textos fueron
madurando a lo largo de una década: mandé la obra al Concurso Municipal en
2011, me entregaron el premio en 2016 y recién ese año, que decidí la
publicación, dejé de modificarla. El cruce de géneros surgió naturalmente
—hasta hay escenas en clave de grotesco, cuando se trata de describir la
relación con la madre— y en la yuxtaposición de los textos y las voces,
se fue perfilando la trama. Nada es totalmente nítido pero todo está allí.
“El deseo es algo que fluye, evitarlo es una actitud muy clase media” —dice
Lucrecia Martel. “El río secreto”
tiene que ver con esta cita.
Mientras transcurría el secundario, la
carrera de Letras, las letras de tango, los
grandes descubrimientos literarios, el cine, cantantes de entonces: todo entra
en juego y nutre ese miasma emocional que luego será núcleo y génesis de mi
creación poética. De los cantantes que alimentaron mi romanticismo innato te
menciono al chileno Antonio Prieto, a Leonardo Favio y a Sandro, claro, el de
“Penumbras”. Y además, las canciones mexicanas apasionadas: “Me cansé de
rogarle / Me cansé de decirle / que yo sin ella / de pena muerooooo”... Me
refiero a “Ella”, de José Alfredo Jiménez, nacido en Guanajuato.
Cursé
el secundario en la Escuela y Liceo Vocacional Sarmiento, donde fui abanderada,
con mucho orgullo. No olvido ese 9 de julio de 1965, cuando desfilé con la
bandera rumbo a la Casa Histórica. De allí evoco a un eminente profesor de
filosofía, Néstor Grau; a “la Lucioni”, mi profesora de Física, materia que me atraía
muchísimo por su misterio, y en especial a mi profesora de Literatura, María
Rosa Garbero, que marcó mi camino hacia la literatura; tanto es así que, al
finalizar esos estudios, me inscribí, decidida, en la carrera de Letras en
marzo de 1966. “La Garbero” nos hizo leer —hasta me acuerdo del patio de la
escuela y el sol picando a la hora de la siesta— nada menos que “El sonido y
la furia” de William Faulkner y “La metamorfosis” de Kafka. Entrar a
los dieciocho años en el dramático universo familiar de los Compson de
Faulkner, o en el siniestro y desventurado mundo de Gregorio Samsa, significó
para mí el encuentro con la Gran Literatura, el descubrimiento de las
posibilidades inauditas de la Palabra Literaria, la sorpresa de una realidad
textual que me conmovía hasta los tuétanos y que me devolvía al mundo más calma
y “crecida”: empezaba a intentar “comprender”. Con esa misma profesora tuve la
oportunidad en 1971, por esas cosas azarosas del transcurrir, de viajar a
Salónica, Grecia, con un grupo de estudiantes, becados por la Universidad
Nacional de Tucumán y la Universidad Aristotélica de Salónica, para realizar
estudios de Lengua y Literatura Griega Modernas. Ese viaje (residí en Salónica
durante más de seis meses), lo hicimos en barco, ida y vuelta, fue un hito en
mi vida. Mis padres me dejaron ir, a regañadientes; así como habían cuestionado
mi decisión de estudiar Letras porque —según papá— “qué iba a hacer con esa
carrera, me moriría de hambre”. En Salónica estudié con pasión el Griego
Moderno —ya había estudiado el griego clásico en la Facultad— y tuve un
encuentro deslumbrante con la Poesía al leer por primera vez a Odisseas Elytis
y a Yorgos Seferis en su propia lengua. (En la Facultad me había imbuido de “Edipo
Rey” de Sófocles, en griego clásico, y esa emoción aún la atesoro, como
germen de mi fervor poético.) De ambas situaciones de lectura, recuerdo la hora
del día, el asiento que ocupaba en el aula de la Facultad, y las fulguraciones
de la luz filtrándose por la ventana.
3 — ¿Y cuando regresaste de Grecia?
MB
— Me recibí, me casé con el novio de
Tucumán, y vinimos en 1972 a vivir a Buenos Aires, incitados por mi viejo, que
amaba a su ciudad. (Tengo dos hijos: una mujer, la mayor, Silvina, y el varón,
Demián, cinco años menor. Cuatro nietos.) Los años de la adolescencia y de
estudio de la carrera de Letras fueron fundantes y gloriosos, a pesar de
problemas personales. Estaba encantada con el estudio, la Facultad, los libros.
A Julio Cortázar su madre lo llevó a un médico, preocupada porque “leía
demasiado”. A mí también, a un neurólogo, porque sufría de dolores de cabeza y
el médico me preguntaba: “Pero, ¿usted pasea, se distrae...?” Y en
realidad yo estudiaba y leía en demasía. Me presenté para una ayudantía en
Lingüística y quedé segunda; escribí mi primer ensayito sobre una “novela de la
tierra”, venezolana, “Doña Bárbara”, de Rómulo Gallegos, y otro,
apasionante, sobre el significado de la palabra Kátarsis, en la definición de
Aristóteles de Tragedia Griega. Para
este ensayo leí a un gran humanista, Pedro Laín Entralgo (“La curación por la palabra en
la antigüedad clásica”) y
a Albin Lesky en su obra “La tragedia griega”, entre otros. Lo cual me
abrió la comprensión del poder “sanador” de la palabra; ya sabemos que las representaciones trágicas en la época de oro de
la tragedia griega, tenían un valor curativo, educativo, transformador, y por
eso mismo formaban parte de las fiestas que congregaban al pueblo y a los soberanos:
las llamadas Fiestas Dionisíacas.
Esto
del poder sanador de la palabra lo relaciono con mi trabajo como coordinadora
de talleres de escritura y literatura. Abracé esta tarea muy tempranamente
(1982); y siempre consideré que mi trabajo, más allá de dar herramientas para
perfeccionar la escritura e iluminar la lectura, mejora la vida. Uno está
trabajando con aquello que nos toca profundamente a todos. Nunca soy fría
enseñando. El vínculo con el otro me dignifica y hace crecer. Me interesa
ayudar a reconocer la calidad de una obra literaria, a discernir sobre la buena
o mala literatura, el compromiso con la vocación escritural. Pero también —como
te dije— me interesa el vínculo que se establece: uno comparte el embrión, lo
creativo en estado puro, el arranque entrañable de la emoción, la música del
pensamiento, del recuerdo, del corazón.
En
la cátedra de griego clásico leo por primera vez en una versión espléndida “La
Ilíada” y “La Odisea”. “La Ilíada” sigue siendo un libro de
cabecera. Esa poesía estuvo siempre en mí. W. H. Auden hace referencia a la
solemnidad trágica de esos versos medidos, ese hallazgo musical para expresar
el dolor por la muerte de Patroclo; la majestuosa dignidad y belleza de los
Cantos homéricos.
Me
pidieron que fuera ayudante en la Cátedra de Griego I, pero a mí me atraía la
literatura; y si bien estudié la española del Siglo de Oro y francesa contemporánea,
lo que más me cautivaba era la literatura argentina y latinoamericana. Fue con
un profesor paraguayo, Mariano Moriñigo, con quien descubrí a José Martí, a
José Lezama Lima, “La vorágine” de Eustasio Rivera, “El indio” de
Gregorio López y Fuentes, “Los de abajo” de Mariano Azuela, entre tantos
autores que me conectaron con el sustrato indígena, el campesinado, el
sometimiento, y la dignidad de seres en condiciones de vida muy precarias.
También por entonces descubrí a Juan Rulfo y me consubstancié con el ensayo “El
laberinto de la soledad” de Octavio Paz.
El
tema de la marginalidad y las diferencias sociales lo trato en mi último libro,
en el cual el
personal doméstico —las muchachas— cobran protagonismo, en oposición a una
burguesía —adinerada— que se empeña en ocultar y en aparentar.
Patricio
Esteve y Rodolfo Modern, profesores porteños, dieron algunos cursos en la
Universidad de Tucumán y con ellos me embarqué en Samuel Beckett, Eugène
Ionesco, Antonin Artaud, el expresionismo alemán y el Teatro de la Crueldad en
Michel de Ghelderode. Y otro, como materia extracurricular, con un profesor
comprovinciano, Octavio
Corbalán, y así accedí al primer Mario Vargas Llosa (el mejor): “La ciudad y
los perros”, “Los cachorros”, y al primer Carlos Fuentes: “La
muerte de Artemio Cruz”.
Marta Braier con Alberto Szpunberg y Jorge Ariel Madrazo
4 — Ya habrías descubierto al
mencionado Cortázar.
MB
— Mucho antes. Y sus libros me
esperaban en la mesita de luz. Él significó mucho para mí, y de eso quiero
hablarte en relación a su humanismo redentor, su ideal de un hombre nuevo,
apartado de la Gran Costumbre. Sus cuentos me subyugaron, dicté cursos sobre su
cuentística y la novela mosaico, “Rayuela”, y en parte, sus principios
los encontré hace pocos años materializados en el pensamiento de un psicólogo
chileno, Rolando Toro, inventor de la Biodanza. Cuando la empecé a conocer me
hallé con “los cronopios”, con mi manada. Digo esto porque papá desvalorizaba
mi afectividad desbordante, el hecho de que yo centrara mi existencia en el
lugar de la emoción. La Biodanza me permitió expresarla y ubicarla en el lugar
que yo quería. En el centro de mi Vida. Eso no es fácil en la sociedad
tecnológica en la que confluimos, pero por lo menos lo atesoro como ideal. Con
Jorge Ariel Madrazo [1931-2016], amigo del alma, que conocí poco después de
publicar mi primer poemario y que extraño muchísimo, solíamos hablar de esto. Del
desgaste de la afectividad en el mundo de hoy, de la falta de contacto real.
Del teléfono de línea mudo, de la comunicación por celular, etc. Yo me quejaba.
Él, no. Me decía: “Vos tenés que entrar a Facebook.” Desde allí fue un
militante fervoroso e incansable. Y para mí él fue un compañero de vida, un
extraordinario interlocutor, un grandísimo poeta. Le presenté uno de sus libros
de la última etapa e hice un prólogo para su “Obra reunida”, que
finalmente no se pudo editar, en ciudad de México. Parte de ese prólogo se
difundió en una edición especial, “Madrazo en el Corazón”, un homenaje de 92
páginas, en el número 37, agosto 2016, de la revista de poesía “Trilce”, que
dirige desde Chile el poeta Omar Lara. Aprovecho para comentarte que me sentí
orgullosa de que Jorge Ariel me eligiera para presentarlo y reseñar su
trayectoria en la sala Borges de la Biblioteca Nacional, cuando recibió el
Premio Rosa de Cobre otorgado en 2014 por la citada Institución.
5
— Ciertas expresiones artísticas, claramente, han influido en tu obra.
MB
— Mucho. El cine, la
pintura, la escultura. En mi último libro, antes del final, el lector se
encuentra con una glosa, a modo de intertexto, de una película china, “El río”,
de Tsai Ming Liang. En el anterior, en la tapa, está la foto de “Hombre que
camina”, escultura de Alberto Giacometti. Y en el primero hay un retrato de
mujer, una carbonilla, “Melancolía”, del pintor argentino José
Marchi. Fue un impacto el descubrimiento de estas figuras alargadas y frágiles
de Giacometti, con una expresión feroz en el rostro, que yo diría radica
en la determinación para vivir, el impulso de vida del hombre en una
contemporaneidad que nos condena a una inorgánica soledad. Observarlas en el Museo
Miró de Barcelona me produjo una emoción que decantó en el segundo poemario y
que ya desde el título anuncia una aceptación de lo real desde una madurez que
duele. Sin embargo, el dolor de “saber” trae consigo una mansa reparación y el
poema “Çest si bon”, con el que concluyo el libro, lo describe. A Gyula Kósice lo conocí,
me adentré en sus esculturas acuáticas y está presente en mi búsqueda de
sosiego y como remanente en algunos textos. Una instalación de un artista
veneciano, Fabrizio Plessi, es la base de uno que se titula “Nana para tía
Elvira”. Además tengo otro que siempre gusta en las lecturas, inspirado en
Edward Hooper, en su cuadro “Mujer sentada”. Y en “El río secreto” el primer epígrafe es del escultor rumano
Constantin Brancussi: “Toda mi vida he
buscado la esencia del vuelo. El vuelo. Qué felicidad.” Su obra escultórica
me inspiró, quizás porque me identifico con su exploración de un mundo más
armónico. Sobre él dice Mircea Eliade: “Basta
dejarse llevar por la potencia de las obras de Constantin Brancussi para
recuperar la beatitud olvidada de una existencia libre de todo sistema de
condicionamientos.”
Marta Braier con Paulina Vinderman, Susana Civitillo, Rita Lupin, Carlos Martian...
6 — ¿Cuándo comenzaste a escribir
poesía?
MB
— Cuando regresé de Grecia. Durante
un tiempo había llevado un Diario Íntimo, había intentado algunos poemas sueltos,
y trabajos para la Facultad. Con continuidad me aboco en Buenos Aires, cuando
empiezo a dictar clases de Literatura en el Instituto Mariano Moreno, para la
carrera de Periodismo. En 1975 me sorprendo con “Residencia en la tierra”
de Pablo Neruda: “Sucede que me canso de ser hombre…” En la Facultad,
poco de poesía. Leopoldo Lugones, entre otros. Por ejemplo, Ricardo E.
Molinari: “Quien no haya oído al viento lamentándose en el hielo / no sabe
lo que es el recuerdo. / Yo tengo los labios húmedos / de mirar por una
ventana.”
Descubro a Louis Ferdinand Celine por
una colaboración que me piden para “La Gaceta de Tucumán” (diario en el que
durante 1972 publico reseñas literarias). Y a un cuentista que después conocí
en “Clarín”: Ignacio Xurxo (seudónimo). También al paraguayo Elvio Romero. Se
publican artículos míos sobre ellos en la Gaceta. Que es cuando empiezo a
colaborar en la sección Bibliográficas del suplemento cultural de “Clarín”. El
director era Fernando Alonso. Por el diario, en plena dictadura militar, leo con devoción a Juan José
Saer y reseño una antología que él mismo seleccionó, “Juan José Saer por Juan José
Saer”, Editorial Celtia, 1986, con un exhaustivo estudio de
María Teresa Gramuglio. “El limonero real” constituye un hito en mi
condición de lectora. Él es un narrador eminentemente poético, con sus
innovaciones formales audaces. Y llega a mis manos, también para comentar en el
diario, una antología sobre Juan L. Ortiz, editada en Rosario, con estudio
preliminar de Edelweiss Serra (Juan L. Ortiz, Antología Poética, Coquena
Ediciones, 1982). Ese volumen me despierta a una poesía leve, contemplativa, con una sintaxis
particularmente extendida; una poética trascendente y también social, que
habría de incidir en mi poeticidad. Ya bastante más adelante continué con
lecturas de Arnaldo Calveyra, también, como Juanele, entrerriano, atento a lo
que podríamos definir como “registro de la percepción”, y que se nos fue a
residir y a morir en París. De él prefiero “El libro de las mariposas”.
En
1982 me separo, empiezo a dictar talleres de narrativa y poesía como medio de
vida, actividad que sigo amando como el primer día. Me satisface guiar a los
alumnos, sorprenderlos con lecturas esenciales, colaborar en reelaboraciones de
los textos, ayudarlos a objetivar lo que escriben, a “desenamorarse” (la
lectura en voz alta es una herramienta imprescindible en este sentido). Todavía
en aquel año había pocos talleres literarios. Y escribo poesía sin apuro en
publicar, porque estoy aplicada a la docencia y a criar a mis hijos. Un año
después me deslumbro con Oliverio Girondo, Felisberto Hernández, César Vallejo,
Edgar Bailey, Enrique Molina y Joaquín Giannuzzi. Conozco a algunos escritores en el
taller que coordinaba la narradora Syria Poletti. Ese grupo deviene en un grupo
de pertenencia: nos reunimos para escribir (y yantar). Nos llamamos “Los
Imaginantes”. Hacemos recitales de poesía en el Teatro Municipal General San
Martín, en bares de la ciudad de San Isidro, en el Club El Progreso, de la calle
Sarmiento. Publicamos y presentamos el volumen de cuentos “Sociedad de
sueños”. Allí está el germen de la voz lírico-narrativa de mi último libro:
en dos cuentos: “La chica Agüero” y “La equilibrista”.
Marta Braier en Mar del Plata en 1967
7 — ¿Por dónde más transitaste?
MB
— Cursé escritura, lectura y teoría
literaria con Nicolás Bratosevich. Y durante un tiempo breve con la dramaturga
Diana Raznovich. Escribía ya con regularidad y descubro poesía de mujeres:
Liliana Lukin, Irene Gruss, Susana Villalba, Delia Pasini, Susana Thénon, Idea
Vilariño. De Gruss tengo presente su poema “Mientras tanto”, esa escritura
depurada, austera: plena dictadura y el encierro doméstico mientras acuna al
hijo. Tomé un curso en el Centro Cultural Ricardo Rojas con Jorge Panesi, sobre
Felisberto Hernández, y otro en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires con Ricardo Piglia (y así me involucro más
profundamente con Jorge Luis Borges y Manuel Puig). Diego Viniarsky, amigo
querido fallecido trágicamente a los cuarenta años, me invita a leer en la sede
de la UBA de la calle Puán (es una de mis primeras lecturas en público) y
escribo a pedido de él un artículo para la hermosa revista que dirigía: “El
Perseguidor” (2002). Trataba sobre el lenguaje “sesgado” de la poesía de los
ochenta, la ineludible mordaza de los años oscuros.
Fue
a partir de un encuentro fortuito con el poeta y ensayista Santiago Kovadloff
que en 1999, después de dos décadas, publico mi primer libro. Me dijo: “¿Vos
qué esperás para
salir de la clandestinidad?”.
Ese mismo año, el poeta Alex Pausides, vicepresidente por entonces de la
U. N. E. A. C. (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), me invita a su
país. Fue una experiencia incentivadora. Leo la ponencia “13 Jornadas para un
Taller Literario” (la mesa desborda de “escritos desesperados”, pedidos de
devolución en papeles arrugados, recibidos en galpones y salitas de escuela,
muy precarios). Numerosos coordinadores me agasajan: allí los talleres son una
institución y están organizados por jerarquías, niveles. Conocí, además, en La
Habana a una poeta que admiro: Reina María Domínguez. Al año siguiente coordino
un Taller de Poesía en la ciudad de La Plata: “Del
surrealismo a la poesía actual”, invitada por la Dirección de Cultura de la
Municipalidad de La Plata (encuentro organizado por la escritora Martha Berutti).
En el nº 9, de junio de 2003, poemas míos se publican en la revista-libro
“Hablar de Poesía”. Leo en 2004 en “La Anguila Lánguida”, la muestra de poesía
que vos organizaste, y en el XII Festival Internacional de Poesía de Rosario.
Del Festival me conmueven la solemnidad de ese auditorio multitudinario, la
escucha de esa mezcla de escritores y público no especializado, pero
interesado.
8 — Siendo el poeta Horacio Salas el
director de la Biblioteca Nacional comenzaste allí a coordinar un Taller de
Poesía para Jóvenes.
MB — Sí, en 2003. Y después del
breve período de Elvio Vitali como director, continué con Horacio González,
ensayista, sociólogo, docente y novelista, quien llevó a cabo una gestión
excelente, ampliando los talleres a la comunidad. Mi quehacer con jóvenes me vincula con una poesía menos
frecuentada hasta ese momento por mí. La tarea es exigente. Aprendo de ellos.
Son ávidos, rapidísimos en la asimilación, entusiastas y dramáticos. Escriben
bien. Les atrae la desarmonía, el presente, el coloquialismo. Ausencia de
nostalgia. Argentinos y numerosos latinoamericanos. Lamenté dejar de tener esa
ventana al mundo cuando me despidieron las nuevas autoridades a principios de
2016. Gran bajón: había trabajado durante trece años. Me estimulaba aquel
contacto, el desparpajo, la espontaneidad, las ganas, el talento incipiente.
Los textos de ellos se fueron publicando en la revista “Coartadas” de la
Biblioteca Nacional.
9
— Mencionaste a la Biodanza.
MB
— Darle bolilla al cuerpo, y al alma.
Accedo a ella en 2005 y en 2010 me recibo de Facilitadora de Biodanza, título
otorgado por la International Byocentric Foundation. El cuerpo me pide movimiento.
Muchas horas sentada, dando clases o en la computadora, escribiendo; los
músculos se tensan demasiado. Una vez por mes viajo a San Antonio de Areco
durante cinco años a estudiar en una escuela de Biodanza que dirigen Jorge Terrén y
Betina Ber: una indagación liberadora. “Una poética del encuentro” que después
quise incorporar a mis clases, y de hecho lo logré durante un lustro. Talleres
de creatividad literaria, de ahondamiento en la instancia inspiradora, a partir del movimiento, la música y la poesía. La
práctica de esta disciplina me conectó con una mayor naturalidad y alegría en
mi trabajo de Taller.
10
— Alegría.
MB
— Sí, porque el
movimiento libera, ayuda a deponer el “ego”, a soltar lo cortical y te conecta
con la alegría del cuerpo: la danza, la música y el encuentro con el otro. Y
por otra vertiente, siento tristeza: por el país y por el mundo. La película
italiana “La grande bellezza” de Paolo Sorrentino me encantó y me ronda. Ya
decantará en mis textos su resonancia. Inicié mi
cuarto libro, el que se perfila también como nouvelle.
Te
cuento que estoy leyendo a Sharon Olds nuevamente y a Selva Almada. Me duelen
las dos. Soy de leer tanto narrativa como poesía. Y el ensayo me fascina.
También vi una Instalación del artista y músico británico Brian Eno: me empezó
a “repiquetear”. Creo en la dignidad del arte para llegar al Ser. Ya dijo
Heidegger: “Los poetas son los guardianes del fuego sagrado del hombre, los
guardianes del Ser”. Uso esta frase en el Taller para “ablandar”, poner en
órbita, que se agiten los fantasmas, las obsesiones más recónditas. La Poesía, flecha que se dirige a un blanco: Tensar
la lengua hasta acercarse a Eso que se quiere decir y que uno desconoce.
Estamos subsumidos en la
incertidumbre pero saberlo consuela. Como dice Roberto Juarroz: “Quizá
debamos aprender que lo imperfecto / es otra forma de la perfección: / la forma
que la perfección asume / para poder ser amada”. Siempre con la lectura como telón de fondo esencial. No hay otra.
11 — ¿¡Así que naciste en la misma
ciudad que Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Leda Valladares (1919-2012),
Tomás Eloy Martínez (1934-2010) y Mercedes Sosa (1935-2009)!?...
MB
— Sin desmerecer en nada
a las figuras insignes que nombraste y que descollaron en el ámbito nacional e
internacional, Rolando, me interesa Leda Valladares: poeta, compositora,
cantante e investigadora musical. ¿Sabés?, me atraen su bajo perfil y su
rebeldía frente al tradicionalismo provinciano. Ella, que provenía de una
familia “paqueta” de Tucumán, se abocó al rescate de la música recóndita del
norte argentino, despreciada por cierta élite de gustos europeístas. Se interesó
por la baguala, la copla —cantos dolientes que tanto dicen— y los grabó, los
recopiló, los cantó. Recuerdo versos suyos que aprendí de memoria en mi
adolescencia y que no sé si están musicalizados: “La música me hace vasija /
concavidad de barro antigüo / retumbo angustioso de lejanías.”
12 — Suelo interesarme por los
artículos y ensayos concebidos por poetas argentinos, inéditos o difundidos
circunstancialmente, a veces sólo de modo oral. Es tu caso, Marta. ¿“Dan” como
para reunirlos en un volumen?
MB
— Debo confesarte que el ensayo es mi género preferido. No sé si se debe a
mi formación en Letras y al hábito de investigación que la facultad fomentó;
pero la realidad es que atesoro recuerdos maravillosos de numerosas lecturas.
Este género, personalmente, me aquieta, me ordena, me abre hacia niveles de
pensamiento esclarecedores y lúcidos. Qué placer leer “La originalidad artística de La Celestina” de María Rosa Lida de
Malkiel; o “El Hamlet de Shakespeare”
de Salvador de Madariaga, “Onetti. Los
procesos de construcción del relato” de Josefina Ludmer, “Sófocles y la personalidad de sus coros”
de Ignacio Errandonea y tantos otros que, nombrarlos, alargaría demasiado este
diálogo. Tu pregunta me atañe muchísimo. Te diría que, además de los trabajos
que he ido mencionando, guardo entre mis escritos un ensayo breve sobre el
hermosísimo cuento “Los novios” de Haroldo Conti, autor que admiro y que
aconsejo leer en mis clases por su peculiar uso de la “levedad”. Y para concluir:
claro que me gustaría publicar mis ensayos; pero por ahora no está entre
mis proyectos inmediatos.
13
— ¿Y tus cuentos…? ¿Has seguido escribiendo narrativa?
MB
— Sí, estoy escribiendo una nouvelle
en el estilo de “El río secreto”,
con esa voz niña de intensidad poética cercana a la “percepción”. Me crió una
niñera, Hortensia Juárez, tucumana mestiza de tierra
adentro, sufrida, trabajadora. Su persona me ronda y ya he concebido algún
diálogo, recuperándola. En este caso, otra vez el cine me dispara creación: en
la película “La grande bellezza”, en la que ya me detuve, el personaje
protagónico, un escritor, que vagabundea desencantado por las calles de Roma
bajo la tenue luz de la madrugada, se confiesa con su empleada
doméstica, Ramona, mientras ella lava los platos o, apartado, en una gran
fiesta galante sobre una magnífica terraza de la Ciudad Eterna.
14 — ¿Puedo pedirte que sopeses lo
que de cuatro escritores voy a encomillar y nos trasmitas lo que adviertas de
mayor proximidad con tu pensamiento, con tu sentir, y reflexiones?...: Roberto
D. Malatesta: “La poesía, se sabe, desprecia al impaciente.” Edna Pozzi:
“…La poesía que no nos hace mejores ni distintos, sólo demuestra, por reducción
al absurdo, la infinita vulnerabilidad del ser y sus símbolos y en definitiva
la precaria condición de la palabra en un mundo de sordos necesarios.” Alfredo
Palacio: “La poesía nace del exceso, la desmesura, con la búsqueda
insaciable por lo vedado.” Astrid Lander: “La poesía no se escribe, / lo
escrito es apenas / un esbozo / de lo que en verdad es poesía.”
MB
— Siento próxima la frase de Alfredo
Palacio, Rolando. Además, aprovecho para decirte que me alegra que lo hayas
nombrado porque es un amigo de la poesía y de la vida. No sé cómo entender “lo
vedado”. Quizás como ese “todo” al que no se llega nunca y que la poesía
intenta alcanzar, por cierto. Lo que me toca de su definición es la idea de
“desmesura”. “Desmesura” en griego clásico se corresponde con el vocablo Hybris, y este
vocablo del universo de la gran Tragedia Griega, señala una acción condenada
por los dioses para el que osaba ir más allá de los límites o desafiarlos. Se
consideraba, en la Grecia Clásica, que el que desafiaba a los dioses cometía el
pecado de soberbia y era condenado por ello. Digo, ¿no podemos pensar al poeta
como un rebelde que crea “otra” realidad con el lenguaje y con ello pretende
hacer más visible lo real y transformarlo? ¿Y la famosa frase de Saint John Perse:
“El poeta es la mala conciencia de su
tiempo”? ¿Y no sería entonces el poeta un “desmesurado”, que se aventura en
su quehacer con empecinamiento inaudito, persistiendo, sin vacilar? Y concluyo
con Juan Gelman con algo de humor: “¿…pero quién me manda / a esperar un verso / en
una esquina?”
15
— ¿Poetas valorables y con mucha obra con los que no hayas podido
“comulgar”?...
MB
— Tiempo atrás, no podía entrar en la
poesía de Arturo Carrera, hasta que para un cumpleaños, Rita Kratsman, poeta y
amiga, me regaló de ese autor “Vigilámbulo”
(Poesía Reunida), y la lectura de “El
vespertillo de las Parcas” (1997) me deslumbró.
16 — En un texto titulado o conocido
como “Olga por Olga” se pregunta Olga Orozco (1920-1999): “¿Me fui del todo
alguna vez?”, refiriéndose a Toay, la localidad pampeana en la que había
nacido. ¿Te has ido del todo, Marta, de San Miguel de Tucumán?
MB
— En verdad, no. “Si siempre estoy llegando”,
dice la letra del tango compuesto y recitado por Aníbal Troilo (“Nocturno a mi
barrio”). Siento añoranza, aunque también me reconozco muy porteña. (Los años
en Buenos Aires superan ampliamente los vividos en Tucumán.) “La infancia,
esa lluvia de la que nunca nos secamos” —supo discernir Juan José Saer. Cito esta frase porque
considero que la infancia efectivamente está siendo siempre. De modo que mi
corazón mira hacia el pago. Por las reminiscencias y sobre todo, por el paisaje
perdido. Lo que más extraño es la presencia del Aconquija desde cualquier
bocacalle de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Qué privilegio divisar el
Cerro San Javier. Ese azul cordón montañoso, punto lejano de sosiego y anclaje,
horizonte a contemplar para ensanchar la vista y el alma. Y extraño los
azahares de los naranjos en octubre, el “terco e invencible olor de los azahares”
(Enrique Molina). De hecho, el escenario de “El
río secreto” es la ciudad de San Miguel de Tucumán; y acabo de presentarlo
allá, antes que en Buenos Aires. ¿No dice, acaso, Atahualpa Yupanqui: “Cuando
se abandona el pago / y se empieza a repechar / tira el caballo adelante / y el
alma tira pa´ trás.”?
17
— ¿Algunos trazos sobre la producción literaria y pictórica en tu provincia?
MB
— Mirá, aprovecharía este espacio para
recordar a un narrador tucumano olvidado que se llama Fausto Burgos
(1888-1953). Leí de joven un cuento que me marcó, con personajes de la Puna. Entre
otras personalidades podría nombrarte a Genié Valentié (1920-2009), o María
Eugenia Valentié, profesora, en mi época de Facultad, filósofa y traductora;
Emilio Carilla (1914-1995), lingüista erudito, también profesor universitario;
David Lagmanovich (1927-2010), escritor y crítico literario. En el campo
pictórico opto por nombrar a Gerardo Ramos Gucemas, español nacido en
Extremadura, pero residente desde hace mucho en mi provincia. Gucemas es representante
de una pintura única, original, fuerte, comprometida con los derechos humanos.
Se reconoce “hijo de Goya”. Dice en una nota: “El cuadro que vale es el que aporta alguna inquietud, algún malestar;
algo que haga sospechar que las cosas, que el mundo, no están bien.”
18 — Es a la crítica literaria a
quien le transfiero interrogantes que se formula en el Nº 21, julio 2005, de la
revista “La Bota Literaria”, Claudio González Baeza: “¿Es necesaria la
crítica literaria? ¿A dónde lleva el leerla? ¿Los autores necesitan de ella
para continuar produciendo?”
MB
— En mi caso particular, los
comentarios críticos que recibí por mis dos primeros libros, me ayudaron a
reconocer mi propia estética y mis búsquedas. Uno no sabe bien lo que escribe:
uno escribe; y, a veces, la crítica —seria y fundamentada— te abre hacia
conceptos, emociones o herramientas lingüísticas que uno tiene en su haber sin
reconocerlos. Por otra parte, siempre ejerzo y he ejercido la crítica literaria
—en reseñas para diarios, en las clases de taller, en devoluciones a amigos y
no tan amigos; es parte de mi vida, la respeto como disciplina, siempre y
cuando se realice, como dije, con honestidad ética e intelectual.
Marta Braier
selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Mujer sentada
Pero
sé que debo hablar de esa puerta,
en
un hotel para turistas de la calle Cangallo.
Recuerdo
con nitidez un finísimo rayo de sol
y
las partículas del aire jugando con la luz.
(Ah
el sencillo fulgor de una habitación en penumbras.)
Estoy
sentada sobre un sucio cobertor.
El
conserje me entregó la llave de la diecinueve
y
miró con cara de nada
cuando
le hablé de tiempo de sosiego.
Cerró
la puerta y me dejó queriendo comprender.
(Los
mosaicos hacían muecas con su geometría.)
Poco
importa si por la calle pasa un hombre,
si
hay una fábrica, un frigorífico o muchos árboles.
Pero,
el aire. ¿Entra por los pulmones, sale o permanece?
¿Qué
hago, qué hago aquí,
en
un cuadrado sórdido y ajeno?
Ajeno.
Sórdido. Agujero del mundo, digo.
Sentada
sobre un sucio cobertor.
(de “Gestos
de minué”)
*
La carcoma
en la madrugada
sube por las calles
un lied de
Schubert
sube baja gime
es Ella otra vez
Canta
entre cartones canta
en una lengua extraña
y corre
baba, ¿oís?
un himno grotesco
mece la
ciudad.
(de “Ésta es la
tierra, corazón”)
*
C´est si bon
El
piano
dejaba oír
suaves notas
y la casa
latía
Era cierta la tarde
en la
ventana
Ahora
todo es
precario, leve, azaroso
bellamente
humano
Acaso
el peso de
mi cuerpo
sea la
única certeza
Ésta es la
tierra, corazón:
hebras de luz
un acorde
sencillo.
(de “Ésta es la tierra, corazón”)
*
Es la llegada de los panaderos
del aire
la abuela dice
que hay que pedir un deseo y soplar fuerte
para que el
deseo se cumpla
ella pide: ahí va
(el deseo)
(de “El río secreto”)
*
Algo se gesta en la sala
de espera
algo que flota sobre los
cuerpos y las cosas y el aire del verano es aún más denso
las voces han ido apagándose entre las mujeres y la tarde se hace
pesada y cómplice
nadie se mira hay ojos estacionados en un punto y un sabor
amargo en las bocas
gatos hambrientos las
mujeres dejan soltar una mueca hostil
y melancólica
(de “El río secreto”)
*
El techo del comedor de lujo gotea
Antonia ha
puesto un balde y el padre ha subido a la terraza
para encontrar
el origen
qué
origen no hay origen hay un agua que corre y no cesa
las gotas son
cada vez más anchas y la casa hace música de
goterones
el balde en el
centro como un dios indiferente
(con música de Cage)
(de “El río secreto”)
*
Entrevista realizada a través
del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Marta Braier y
Rolando Revagliatti, febrero de
2017.
3 comentarios:
GRACIAS, por publicar esta entrevista.Su contenido inconmensurable. Una vez más, los pájaros nocturnos estremecieron estrellas.Felicitaciones para Marta B.
Carlos M.
preciosa entrevista, marta- rolando. me sentí muy conmovida con la aclaración sobre " el río secreto" y me volvió a los ojos la imagen " los panaderos del aire"" ¡ qué buena conversación, plena, ilustrativa, de una gran intensidad cultural. sinceridad palpable. gran abrazo y felicitaciones. ah, rolando, tucumán es imperdible, sumamente bello y nuestro. animate! gracias!!! susana zazzetti.
Maravillosa entrevista a Marta Braier, Rolando!
Para sacarle el jugo... en lo personal y en mi Taller de poesía.
María Montserrat Bertran
ma_montserrat@yahoo.com.ar
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