Gino Roldán (Trujillo, 1983) a inicios del 2000 perteneció
al grupo poético El Club de la Serpiente. Suele suceder que la década donde el
poeta surge en el quehacer poético, o sea, la “generación” al cual a uno lo
insertan o se inserta solo, queda como una marca identitaria y, a veces, como
un karma.
En todo caso no debería ser un aprisionamiento, un
encasillamiento perpetuo, el estandarizar una estética o una propuesta poética.
Hay poetas que gustan encorsetarse y no salir nunca del rótulo; pero la poesía,
más aun ahora que vivimos la globalización, significa liberación. La creación
artística es libertad, experimentación y aventura. Eso de sentirse asido a tal
época resulta castrante y más aun, como decíamos, para estos tiempos en que
todo cambia y fluye rápidamente.
Si un poeta queda en la marginalidad es, primeramente,
porque la poesía es marginal. No se escriben libros de poesía para complacer y
conseguir el fácil aplauso del auditorio o la feria. Digamos que esta es la
marginalidad obligada, del cual solo se sale por un reconocimiento temprano no
usual. Sin embargo, existe la otra: la marginación. Esta exclusión se entiende
cuando está referida a los grupos o argollas que se forman en base a
camaraderías, intereses, pactos o políticas. Y es cierto, entonces, que puede
existir la marginación cuando uno no pertenece a estos enclaves de poder.
Digo todo esto, porque estamos ante un joven poeta que
apuesta por una voz peculiar en Apostrophe
(Hipocampo editores, 2016). “Escribir no sin cierta presunción/ Consciente de
los siglos y sedimentos acumulados bajo la lengua/ Las diversas placas que
forman tu desgastada gramática”, nos dice en uno de los poemas últimos del
libro. Y es que el libro que se presenta ahora es una vuelta a los avatares
ontológicos, órficos, de Stéphane Mallarmé. Con Un golpe de dados, con Igitur,
el poeta simbolista, llegó a extremos adonde la poesía no pudo llegar antes, a
donde la palabra pudo ir sin perder su contenido, su basamento. Es por eso que
el papel, incluso, o la página en blanco, quedó desmoronada ante la escritura
demoledora, hiperconsciente, del poeta de La
tarde de un fauno.
Desde entonces la poesía ha señalado su crisis, su fractura,
incluso su fracaso. Y hay poetas que indagan en la fenomenología, en observar y
discurrir en la escritura de lo poético, para llegar, o circundar, a la verdad
del ser. Mallarmé buscaba llegar a escribir el Libro, concebir una escritura
que sea un Absoluto, al igual que la idea de Dios. Luego tenemos en la
tradición universal a poetas como Francis Ponge o Roberto Juarroz, quienes
hablan desde dentro de la poesía, desde la conciencia poética previa a la
construcción de los significados. Ellos no dicen, construyen un lenguaje para
decir algo que se dirá en otro lenguaje, en ese otro lenguaje que solo se
termina de formar en la conciencia del lector.
Es así que Roldán en el pie de página del poema Tres estadíos del objeto, señala: “El
Objeto no es la realización concreta sino un elemento más dentro de una posible
taxonomía. El orden, la jerarquía así como la disposición de los términos
dependerán, en ese sentido, de cada juicio particular. (…) No es este un
sistema cerrado sino semeja más bien fragmentos dispersos, cual placas
flotantes que se vislumbran en el horizonte y que se van diluyendo conforme
adquieren peso y textura. El sentido y el completar los ramajes y dispersiones
de esta trama inconclusa, corresponde a ti, lector.”
Lo que era el Libro o lo Absoluto en Mallarmé, es en Apostrophe el Objeto o el Verbo. Pero no
es algo en lo cual indagar, auscultar, para luego demoler, sino es el canto y
la épica del vacío, es lo que vivimos en esta época en donde no es posible
mirar más allá, entre devaluados paradigmas, en medio de la fragmentación. Lo
dice en el poema final: “Ahora el verbo es ausencia:// Solo restan los
escombros de un Imperio/ extinto, antes
bañado por la marea y el sueño/ Solo restan los escombros de un Imperio antes
habitado por signos que inalterables celebran su dicha.”
Por eso se apela a la estética de Odiseas Elitis, o
igualmente, y sutilmente, a la de Rodolfo Hinostroza. No es una poesía
abstracta, sino hay imágenes, hay materialidad. E, incluso, dramatis personae.
Decíamos que la poesía es marginal, en cuanto a su discurso,
a su lenguaje, y sus reflexiones, que atañen más a lo individual; a diferencia
de la historia o la filosofía. En este caso, estamos abocados a tener la
experiencia, como dice José Antonio Mazzotti en la contratapa, de “uno de esos
libros especiales dedicados al enigma de la poesía, de su génesis, su
desarrollo y su parto final en el poema”.
Es importante destacar, finalmente, el riesgo de apelar a la
alta y más sublime poesía, que demuestra la trascendencia y la coherencia de la
propuesta de Gino Roldán, tanto para ser fiel a la creación misma, como para
mandar al tacho los mandatos de las modas literarias. El poeta vale por sus
libros, por el grado experimentación y cumplimiento de sus propuestas. El resto
es secundario.
Saludamos entonces la publicación de esta ópera prima, Apostrophe, un libro que corrobora el
rumor de que en Perú está sino la mejor poesía de Hispanoamérica, una de las
mejores. Y eso que aquí se ningunea a los poetas, y no se cuenta con el apoyo
cultural como hay en España, México, Chile, Argentina o Ecuador.
Miguel Ildefonso
Calle NN. La Molina.
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