jueves, 23 de enero de 2014

Don’t Let Me Be Lonely de Claudia Rankine, por Paul Guillen




Claudia Rankine
Don’t Let Me Be Lonely
An American Lyric
Saint Paul, Minnesota: Graywolf Press, 2004.

La imagen recurrente en el libro de la pantalla de televisión se relaciona con temas como la incomunicación, la intervención de la señal, fuera de transmisión, el quedarse dormido y esto se relaciona con la presencia de la cultura de masas (películas) y con el cáncer como una vía punitiva que une al padre y a la madre. Rankine nos dice que las películas se refieren a la figura del padre, y que el cáncer de mama y de estómago (Gertrude Stein) está referido a lo femenino e incluso al suicidio. Analicemos por partes el que las películas estén vinculadas al padre nos refiere a la metáfora paterna, siguiendo a Lacan sería el proceso porque el sujeto se aliena dentro del lenguaje y lo hace ser un yo en relación al otro (sus semejantes) y al gran Otro (entendido como lenguaje y como reglas básicas de convivencia o cultura). En nuestro tiempo cuando la figura paterna está en declive es lógico que la poeta ligue esta reflexión con la cultura de masas, donde lo que importa es una mirada poscolonial, donde prima nuestra condición de formaciones sociales dependientes, pero al mismo tiempo privilegia una mirada regida por criterios de mercado (por ejemplo, es poscolonial cuando alguien viste un t-shirt con la imagen del che Guevara, pero no sabe qué hizo, ni quién es el. Tomar un icono como mercancía es poscolonial). En cuanto a la enfermedad y el suicidio relacionado con la madre nos sirve para decir que hay más patetismo frente a estos temas en la mujer, el hombre en el libro va de frente a la muerte. Aunque el contra ejemplo de Antígona niegue un poco este aserto, la figura como sabemos está construida a partir de principios cívicos, en este caso el derecho de enterrar al hermano muerto, entonces de lo que se trata para Rankine no es de una posición humanista, sino de una posición ética (por esos los pasajes del libro se detienen en temas como el suicidio, crímenes, pena de muerte, eutanasia, etc. Esto para decirnos en una línea: “Para que olvidar si uno muere”). La memoria se produce a través de la mirada de los otros, es la visión de los otros la que nos excluye como cuerpos de nuestra individualidad, por eso el título del libro remarca el “lonely”, antes que la uniformización del imperialismo.
Esto también nos sirve para preguntarnos sobre el cuerpo y la enfermedad, sobre el problema de la preeminencia de la apariencia antes que de la esencia. Por ejemplo, en el siglo XIX el cuerpo social era lo que primaba (la masa), en la modernidad del siglo XX lo que importa es la individualidad, la subjetividad, y en un contexto posmoderno, citando a Slavoj Zizek, esta individualidad tiene: “libertad para deconstruir, dudar y distanciarse de uno mismo”. Por eso, cuando Rankine utiliza la palabra “happily” (en contraste es maravilloso el verso donde dice que tomar una pastilla diaria contra la depresión es deprimente) y muchas otras palabras que define en las notas, inmediatamente pensamos en Francis Ponge (Ponge es el ejemplo predilecto de Derrida de una escritura que rechaza el logocentrismo) y su utilización del Littre como material poético, en razón, de las etimologías y los neologismos o palabras inventadas. Expandir el lenguaje es hacerle frente a lo homogéneo, al orden, es rebelarse frente a lo correcto del lenguaje, la ideología y el poder.
Las menciones a varios poetas nos traen varias ideas. Con Brodsky (es el poeta ruso exiliado que tiene que escribir en otra lengua, el poeta que a pesar de eso tiene que convivir con un nuevo lenguaje), Dickinson (nos refiere a una dicotomía entre el optimismo y la esperanza, e incluso la reclusión dentro de un espacio cerrado como es la casa), en la p. 54 se menciona a Vallejo (lo une al hígado, la corporalidad, el dolor, y los intestinos son el mapa de USA), Celan (la lengua madre, el dolor. Como sabemos Celan tuvo que escribir en la lengua de los asesinos de su madre y se suicida arrojándose del Sena). Todas estas menciones nos sirven para darnos cuenta de la existencia de configuraciones simbólicas de nación: la figura del negro y el spaghetti western como símbolos de la construcción de una nación a través del cine y la mirada del otro. La poeta nos dice que no es el lugar (territorio), sino la función lo que prevalece. Lo que equivale a un transnacionalismo y un proyecto antiglobalización. Por ejemplo, entendemos esto con Zizek, en su libro Bienvenidos al desierto de lo real, nos dice que en el contexto posmoderno en que vivimos la palabra “libertad” se torna ambigua (“La lógica subyacente es de nuevo la de la elección forzosa: eres libre de elegir siempre y cuando elijas lo correcto”. Zizek, 8), si en ese contexto a alguien se le pregunta que prefiere, si un sistema democrático o un sistema fundamentalista, la respuesta esperada y políticamente correcta será la primera, de lo contrario se caerá en la censura, autocensura, exclusión y culpa. Solo existe lo correcto y lo incorrecto, no hay posiciones intermedias. Es muy similar cuando en la p. 39 de Rankine se habla sobre la muerte de la princesa Diana, la respuesta adecuada será sentir pena por esa muerte aun cuando nos sea completamente ajena, otra.

            Para Rankine su análisis de la guerra, el terrorismo y el tercer mundo propone la lógica de la otredad (la conversación con el taxista de Paquistán). Por ejemplo en p. 120, dice: “One waits to recognize the other, to see the other as one sees the self”, solo podemos identificar al otro si ese otro se torna similar a nosotros, todo lo exótico será tomado como diverso, no continuo, peligroso, terror, y el terrorismo ya vimos y vivimos no solo se produce mediante las bombas, sino sobre todo con el lenguaje. 

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